Páginas

martes, diciembre 30, 2008

Indignación moral, detenidos desaparecidos


Uno puede criticar los escandalosos fraudes con falsos detenidos desaparacidos desde el ethos de la derecha pinochetista acérrima, la que nunca quiso creer que había violaciones de los derechos humanos. Si ya son más de cien los nombres borrados del memorial de los detenidos desaparecidos, ¿qué nos asegura que deban permanecer todos y cada uno de los otros? ¿Cuántos más son falsos? ¿Todos? ¿Todos, salvo algunos abusos aislados de las fuerzas de seguridad?

La táctica de la sospecha resucita, fresca y sana, esa que fue tan bien utilizada durante el gobierno militar para que no creyéramos la calumnia, la existencia de desaparecidos por obra de la represión. ¿De qué desaparecidos me habla? ¡Los desaparecidos me tienen curco!

Etcétera.

Yo no me sumo a esa crítica, porque pienso que la táctica antisubversiva de la desaparición forzada de los enemigos políticos, aunque muchos fueran, además, terroristas, fue no solamente un pecado gravísimo, sino un invento de la ética de "el fin justifica los medios", un procedimiento cruel pergeñado en Estados Unidos y aplicado miserablemente en América Latina, que contradijo radicalmente todas las tradiciones cristianas de nuestros pueblos y todos los códigos del honor militar en la lucha contra los enemigos. En suma, abomino de la desaparición forzada de personas (inocentes o culpables de graves crímenes: da igual) porque es un crimen gravísimo contra la dignidad inalienable de cada uno; porque es un avance más de la ética anticristiana; porque, en fin, en el terreno puramente político, es un atentado contra la misma obra de regeneración del orden social que se propuso la legítima rebelión armada contra el gobierno marxista que pretendía hacer de Chile una segunda Cuba, que amenazaba en serio (aunque ahora, mintiendo, digan que era broma . . .) con bañar de sangre nuestras plazas en una guerra civil revolucionaria.

Lo correcto, ahora, es criticar los fraudes sobre los detenidos desaparecidos, sí, pero desde el ethos de la izquierda. Así como los verdaderos detenidos desaparecidos son una afrenta contra la política de derecha, que, junto con la Democracia Cristiana (en su mayoría), consideró legítimo el pronunciamiento militar, y lo alentó desde las trincheras de la lucha civil, así también los falsos detenidos desaparecidos son una afrenta contra la política de izquierda, que defendió los derechos humanos realmente violados y que se ve burlada ahora por sabe Dios qué ambiciones y deshonestidades. Por eso, desde el ethos de la izquierda no es tolerable que se utilicen los errores del gobierno como una nueva ocasión de reforzar ideológicamente a la Concertación.

Lo digo de otra manera. Los izquierdistas honestos, los militantes de la Concertación y de la izquierda extraparlamentaria, deberían rechazar con verdadera indignación moral, por el honor de los verdaderos detenidos desaparecidos, las actuales propuestas del régimen en orden a revivir las comisiones Rettig y Valech, en un año electoral. Se trata de una instrumentalización demasiado burda de un asunto demasiado trágico como para que los verdaderos izquierdistas, y más aún los deudos de las víctimas, asistan pasivamente.

A veces, el honor de los hombres está por encima de las conveniencias electorales. Sí, pero solamente desde la izquierda puede surgir una verdadera indignación moral por esta instrumentalización del dolor y de los propios errores gubernativos.



 

lunes, diciembre 29, 2008

El Papa, ¿defiende la separación Iglesia-Estado?

Algunas fuentes de noticias sobre la Iglesia nos informan que el Papa ha cambiado el tradicional lenguaje de la Iglesia sobre las relaciones entre la Iglesia y la comunidad política al declarar que la separación Iglesia-Estado es un "progreso para la humanidad". La agencia Zenit afirma en su edición en inglés  que "la separación Iglesia-Estado es uno de los signos del progreso de la humanidad".
La nociticia es lingüísticamente desafortunada.
Si uno lee el texto, el Papa tiene cuidado de no usar la expresión "separación Iglesia-Estado", que ha tenido connotaciones laicistas en toda la historia de los siglos XIX y XX. Por eso, se prefieren expresiones como "independencia", "distinción de esferas", "autonomía" (relativa: la sociedad y el Estado no son autónomos respecto de Dios y de la ley moral, y la Iglesia tiene la misión pública de recordar estas exigencias en la práctica), etc.
Y lógicamente habla de "cooperación" entre Iglesia y Estado, que es lo que esencialmente negaba el dogma laicista de la separación.
No descarto que, cuando la expresión adquiera sentido más positivo, la Iglesia comience a usarla. Por ahora, en lugar de "laicismo" e incluso de "laicidad" del Estado, la Iglesia habla de "distinción" entre Iglesia y Estado y de "sana laicidad" del Estado. O de "legítima autonomía" de las realidades terrenas respecto de la jerarquía de la Iglesia, pero no respecto de Dios y del orden moral.
Por ahora, desafío a los autores a encontrar las expresiones que le atribuyen al Papa.

lunes, diciembre 08, 2008

¿A quién apelar en caso de engaño?

La ventaja de las novelas judiciales de John Grisham es que se leen de una carrera, volando. Y uno se relaja una tarde entera, sin rollos, sin pensar demasiado. Y son sencillas, casi lineales, con una trama bien trazada pero sin excesiva exigencia a la memoria. Así que disfruté su reciente La apelación (Plaza & Janés, Barcelona, 2008; trad. cast. de Laura Martín de Dios del original en inglés: The Appeal, 2008), como un paréntesis en mi lectura de Sword of Honour, la trilogía que Evelyn Waugh inventó para reírse de las incongruencias aliadas durante la segunda guerra mundial y para continuar explorando la universal condición humana.
Mas basta ya de Waugh. Sobre Grisham solamente quiero decir que me gustaría apelar a alguien para quejarme de la propaganda. Sí, ya sé que el imbécil soy yo, por creerla.

Mirad: The New York Times dice: “John Grisham nos ofrece su libro más inteligente”. ¿Por qué insultar al autor de esta manera? Yo le pongo un 4 (de 10). Es un libro mediocre desde el punto de vista de la trama y del estilo literario. En casi todo resulta muy predecible. Sin embargo, he aquí un segundo engaño: la revista People afirma que “el final sorprenderá a muchos lectores”. Así que me imaginé un final sorprendente que, por supuesto, no aconteció. Terminó como era probable que terminara cualquier novela mínimamente realista sobre el tema. Por lo menos, el autor eligió uno de los dos finales obvios posibles: escogió entre el triste y el alegre. Pero no hizo ni el más mínimo esfuerzo por sorprender a quienes estaban leyendo su novela más inteligente.

Desastre.

Y tampoco es que el nervio del asunto sea tan espectacular. Prestad atención. Los abogados Payton & Payton, marido y mujer, logran una sentencia de indemnización de perjuicios favorable a una mujer que ha perdido a su marido y a su pequeño hijo a causa del cáncer, a su vez provocado por la contaminación de las aguas del pueblo, debida, a su vez, a la dolosa actuación de la empresa química Krane. El dueño de la empresa recibe, mediante un senador que promueve la causa conservadora en Estados Unidos (una amalgama de defensores del derecho a portar armas, del libre mercado y las empresas capitalistas como Krane, del matrimonio tradicional contra el homosexualismo y de la causa pro-vida), la oferta de pagar algunos millones de dólares a una empresa de comunicaciones que se especializa en ganar elecciones de jueces de tribunales supremos estatales. Así, toda la segunda parte del libro muestra cómo se elige a un honesto abogado, que ha trabajado como defensor contra este tipo de demandas de indemnización; se lo convierte en candidato a juez del tribunal supremo del estado, y, finalmente, se le hace ganar la elección e integrar el tribunal que verá la apelación del caso contra Krane. La tercera parte narra cómo decide este hombre honesto, con dudas de conciencia de última hora, debidas a ver la negligencia de una fábrica de bates de béisbol y de un hospital que casi le cuestan la vida a su niño beisbolista. Todo es aderezado con relatos de intrigas políticas y empresariales, corrupción, gente mala y gente buena. Aparentemente muy realista, pero nada del otro mundo.

Y, en definitiva, el buen nuevo juez falla a favor de Krane, lo cual significa la quiebra de Payton & Payton y un triste final para todas las víctimas. Y los lectores acostumbrados a finales felices se enojarán un poco.

Y aquellos que hayan leído este comentario, donde a propósito he contado el final, que sepan que ya no tienen ninguna razón para leer el libro. De nada.

Además, sugiero una calificación moral Almudí: L-B1. Esto significa que tiene algunos inconvenientes morales, aunque sea una novela limpia desde el punto de vista de la sensualidad (suelen serlo las de Grisham). Y es que la moral no se reduce al sexo, y este libro presenta unilateralmente la causa pro-vida como una simple tapadera de otras causas económicas y políticas. En forma un tanto maniquea, da a entender que los buenos están del lado liberal (aborto, homosexualismo) y los malos son un solo paquete pro-mercado, pro-armas, pro-capitalismo, pro-vida (antiaborto), pro-religión (cristianismo protestante) y pro-matrimonio tradicional (anti-homosexual). Aunque, para ser justo, añado que a los dos lados de la división presenta bien el ideal de una familia joven y unida.