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jueves, mayo 28, 2009

Apoyo explícito del profesor Boris Muñoz a la toma

El blog de los estudiantes recoge un apoyo explícito de un profesor de derecho a la acción de los estudiantes. ¿Alguno tendrá la valentía de decirles expresamente que están haciendo algo injusto? ¿O acaso el fin justifica los medios? Leed:



lunes 25 de mayo de 2009

CARTA DE RECONOCIMIENTO A LOS ESTUDIANTES

En el conflicto de la Escuela de Derecho, los distintos actores, incluido el Sr. Decano, coinciden, más allá de sus posturas e intereses, en la necesidad de regularizar la situación del Claustro Académico, y en la urgencia de definir e implementar más y mejores políticas institucionales para las labores de extensión e investigación. Sobre ello, deseo manifestar mi agradecido reconocimiento a los grandes responsables de lo que, espero, será una reforma (o revisión, si se prefiere) que contribuirá al mejoramiento de la Facultad: los alumnos.


Parte de la grandeza de Escuela, sin duda, reside en sus estudiantes y, en esta ocasión, es su proceder el que ha empujado las circunstancias hasta el punto que distinguidos profesores, junto a parte del mismo alumnado, han generado las instancias de colaboración para planificar dichos propósitos por medio de grupos de trabajo que, entiendo, se encuentran en funcionamiento. Sin petitorio ni toma, probablemente, las buenas intenciones de muchos seguirían siendo sólo eso, al menos por algún tiempo.


Sobre los demás aspectos del conflicto no me pronunciaré: espero sí que, al final del día, la resolución sea las mas justa y beneficiosa para la Escuela. Sólo quiero destacar y reconocer que el motor del cambio (si este se produce, como deseo), debemos ubicarlo entre los estudiantes. En buena parte, son ellos los que hacen de nuestra Facultad la más importante del país y sus acciones, aún no compartiéndolas plenamente, en nada ha mermado el legítimo y justificado orgullo que siento de pertenecer a la Escuela de Derecho de la Chile, que seguirá siendo lo que siempre ha sido, precisamente, porque sus estudiantes tienen voz, opinión y voluntad.


Boris A. Muñoz García
Profesor Invitado de Clínicas Jurídicas



miércoles, mayo 27, 2009

El puntapié inicial, o casi

He seguido averiguando sobre los elementos del conflicto en la Escuela de Derecho.

El profesor Carlos Reusser, según algunas versiones, dio el puntapié inicial al partido reciente "Decano Nahum vs. Selección de Profesores". He aquí su crítica a algunos aspectos del doctorado en derecho de la Universidad de Chile, que generó un conflicto con el decano, que luego se extendió a un conflicto con la profesora Lorena Donoso, mujer de don Carlos.

Leed.

[Universidad] El vergonzoso doctorado en Derecho de la Universidad de Chile

Hoy leí una carta extraña. Era de un conocido Doctor y profesor de Derecho Administrativo de mi Facultad que, airado, llamaba la atención sobre la falta de transparencia y seriedad del Programa de doctorado en Derecho de la Universidad de Chile.

Y aunque su carta me llegó a propósito de escopeta, alimentó mi interés en investigar de que iba aquello, con resultados tan sorprendentes como ingratos.

SOBRE LOS DOCTORES

Tal vez debería partir diciéndoles que el grado académico de Doctor es el más alto al que se puede aspirar en la vida, y lo conceden las Universidades a quienes han realizado un aporte original y significativo a las ciencias, las humanidades y/o las artes, contribuyendo a la perennidad de la cultura.

Pero por esas mismas razones, el proceso de formación de un Doctor es muy delicado, en que las resultas son tan importantes como los métodos a través de los cuales se arribó a ellas.

La culminación de todo el proceso de formación desemboca en un texto preparado por el candidato a Doctor, su tesis, la cual contiene las metodologías, investigaciones y razonamientos que sustentan su aporte a la humanidad, así como la explicación detallada de las propuestas del tesista.

Pero lo anterior no basta: esa tesis debe ser evaluada y validada por los únicos que están calificados para tal labor: otros Doctores, más aún si conocen de áreas afines o colindantes con las temáticas de la tesis y es la razón de porqué en los tribunales de tesis de doctorado suelen haber Doctores traídos especialmente de otros lugares del país o del planeta en razón de sus particulares conocimientos.

Y esto funciona, grosso modo, de forma similar en todo el sistema universitario mundial, pero no en una Facultad en que se han torcido las reglas ya sea por contiendas de poder mal entendidas o por otras sinrazones: la mía, como demuestro a mi pesar en las próximas líneas.

EN EL CLAUSTRO DEL DOCTORADO NO TODOS SON DOCTORES
Partí mi investigación examinando la nómina de los integrantes del claustro académico, lo que me llevó a constatar con asombro que aproximadamente el 30% de los integrantes del claustro del doctorado no son Doctores, es decir que no tiene la cualificación necesaria para orientar a otros por caminos que nunca han recorrido por si mismos; esto tiene su veta cómica si pensamos que en el fondo están contribuyendo a la creación de jarrones personas que no son alfareros y que nunca han conocido la arcilla.

Por supuesto que muchas de ellas son profesores destacados, autores de libros y manuales e incluso profesionales exitosos, de esos que aparecen de cuando en cuando en televisión dando declaraciones en casos importantes.

Pero siendo sinceros, ello no los habilita ni para sostener un diálogo de igual a igual con miembros de la comunidad académica internacional, y mucho menos para formar Doctores.

LAS TESIS SON SECRETAS
Cuando traté de saber dónde estaban físicamente las tesis terminadas (pero pendientes de examen), me llevé una de las sorpresas más desagradables, pues verifiqué que en mi Escuela las tesis de doctorado SON SECRETAS, por lo que nadie sobre el planeta, salvo los miembros del tribunal de tesis, pueden llegar a conocer el texto de la tesis cuando está pendiente su evaluación.

Académicamente esto es monstruoso, pues usualmente la existencia de una tesis en estado de ser evaluada es un hecho que se publicita y en ese mismo acto se pone a disposición por un tiempo razonable de todos los Doctores, de cualquier Universidad, que quieran revisarla, con miras a que puedan formularse observaciones a su originalidad y al valor del aporte que hace el tesista.

De hecho, si nadie ha formulado cuestionamientos por escrito, en el examen mismo se da la palabra a los Doctores presentes por si tuvieran algo que comunicar al tribunal, porque se trata de proceso abiertos y transparentes en que lo que se pretende es garantizar la perennidad de la cultura jurídica.

Pero no es esta la lógica del doctorado en Derecho de la Chile: más bien pareciera que queremos tomar el mundo por sorpresa, y para ello es indispensable que nadie pueda examinar ni cuestionar lo que, precisamente, no le daremos la oportunidad de conocer.

EN EL TRIBUNAL NO TODOS SON DOCTORES
Consulté a un par de personas sobre quiénes integraban el tribunal de tesis, y ellas me dijeron con un brillo peculiar en los ojos que era parte del mismo el Decano de la Facultad, lo que es particularmente curioso si consideramos que es un hombre con muchos méritos, pero que sólo es Licenciado al igual que sus antecesores en el cargo.

Y es más, no sólo integra el tribunal sino que lo preside y se permite juzgar al candidato a Doctor, cuando no tiene la cualificación académica necesaria para ello, pues el cargo da potestas, pero no auctoritas.

Usualmente a los Decanos sí les corresponde un papel, el de garante del proceso, y en ese rol es que, por ejemplo he visto en España que en el examen se sienta detrás del candidato, teniendo a su lado al profesor guía de la tesis, que está allí para respaldar a su pupilo. Uno respalda, el otro garantiza, y el tribunal de Doctores es el que juzga.

Lo que me lleva a otra cosa, como es que existe…

UN TRIBUNAL NO DEL TODO IMPARCIAL
Por cuestiones reglamentarias en mi Facultad integra por derecho propio el tribunal de doctorado una persona a la cual no le es exigible imparcialidad alguna, pues su propia labor eventualmente también estará en cuestión: el director o guía de la misma tesis que se está juzgando.

¿Qué imparcialidad tiene este actor para juzgar un texto en el cual también ha participado como guía, y donde hasta su nombre está en la portada?.

Ninguna.

Las falencias de que adolezca la tesis al final del día también pueden ser su propio descrédito y, por ende, no es libre para evaluarla con independencia y/o formular juicios conforme a méritos.

Por ello normalmente los profesores guías no integran los tribunales, sino que respaldan al candidato a Doctor. Es por eso también que en algunas Universidades, durante el examen de la tesis, se sientan simbólicamente detrás de su pupilo, junto al garante, el Decano.

Puede presentar al candidato y ser oído en momentos críticos, pero no delibera y, por supuesto, no vota.

Salvo en mi Facultad.

DOCTORADO E INCESTO INTELECTUAL
clonesCuando creí que había averiguado todo lo relevante y redactaba ya lo que están leyendo, miré despreocupadamente unas fotografías de los estudiantes del Programa que posaban para un evento social y noté que varios de ellos me parecían conocidos.

Me detuve con más atención y constate con estupor que algunos eran profesores de la propia Facultad, lo que implica que hemos incurrido en una práctica proscrita, como es el incesto o endogamia académica, que se puede explicar con un ejemplo sencillo: un estudiante cursa sus estudios de pregrado en la Universidad de Chile, donde son sus profesores determinadas personas, luego se suma al cuerpo académicos pasando a ser colega de sus antiguos profesores, y más tarde se suma al Programa de doctorado donde sus colegas lo “forman” para al final, en una ceremonia muy emotiva, abrazarlo y ungirlo como Doctor. Y probablemente, con posterioridad lo introducen en el claustro académico del Doctorado (¡de hecho ya sucedió!), retroalimentándose con su propia sangre.

Incesto. Una mala práctica desincentivada a lo largo y ancho del mundo.

En la Escuela de Ingeniería, por ejemplo, si no pueden mandar a un académico a doctorarse al extranjero, con el dolor del alma lo mandan a su competencia directa, la Universidad Católica, porque si se doctora en la misma Universidad de Chile tendrá que renunciar a ser profesor.

Y es lógico que sea así, pues de lo contrario no generas Doctores, sino que clones nacidos por una partenogénesis viciada que atenta contra el propio concepto de Universidad, no sólo porque elimina la diversidad, la pluralidad y el enriquecimiento propio del tránsito de ideas, sino que incluso quita posibilididades de contacto, diálogo y colaboración con la comunidad académica nacional e internacional.

A MODO DE CONCLUSIÓN
¡El horror, el horror!, escribía Conrad en El Corazón de las Tinieblas.

Tristemente mi opinión no dista mucho de ello, sobre todo porque muchas veces las cosas funcionan con lógica de ghetto o hacienda patronal, esto es con decisiones vedadas al escrutinio público e impermeables a la crítica, lo que conduce a la eternización de lo que mal funciona.

La Facultad de Derecho de la Universidad de Chile ya ha caído del primer lugar en los rankings nacionales de calidad de educación, y cuestiones como el funcionamiento de nuestro Programa de doctorado no contribuyen a mejorar, sino que todo lo contrario.

Así que, salvo medidas urgentes que no veo venir, tenemos garantizado el descrédito por bastante tiempo.

.

Segunda intervención: Rectifico, y me comprometo a investigar


Cartas al Director
El Mercurio
Domingo 24 de Mayo de 2009

Facultad de Derecho I
Señor Director:

Agradezco al profesor Davor Harasic su ponderada carta del 21 de mayo, que corrige algunos errores de mi columna del pasado domingo 17.

Varios de los que hemos opinado sobre el tema usamos la palabra "linchamiento". Así también Gonzalo Vial, en La Segunda, habla de "un clima de linchamiento", pero, como hombre sabio y experimentado, no incurre en la temeridad en que incurrí yo, de atribuir la responsabilidad a gente determinada. Con todo, el uso de la palabra es una señal de que, ante la opinión pública, lo que acontece en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile ha revestido la apariencia de linchamiento público del decano Roberto Nahum. Gracias al relato más matizado del profesor Harasic, tenemos ahora la tranquilidad de que la intervención del mencionado grupo de profesores nada tiene que ver con esas tristes apariencias.


Felicito al profesor Harasic, y a los otros que han ido dando diversas visiones sobre el conflicto, por ayudar a proseguir el diálogo republicano a través de "El Mercurio".


Además de disculparme con el referido grupo de profesores por haberlos acusado temerariamente de linchar al decano, cuando solamente promovieron un proceso legal ante el rector, y de haber filtrado sus acusaciones a cierta prensa, cuando en realidad la entregaron a los estudiantes para que ellos la hicieran pública, me comprometo a realizar una averiguación más exacta de los hechos antes de emitir una nueva opinión, que espero sea más justa, sobre este lamentable conflicto.


Animo, finalmente, a los otros profesores y estudiantes de la Universidad de Chile a participar en esta controversia; a proporcionar toda la información necesaria para superar las falsas apariencias y para llegar a conocer, por fin, las verdaderas responsabilidades de todos los implicados.



CRISTÓBAL ORREGO SÁNCHEZ


martes, mayo 26, 2009

Corrección por Davor Harasic


Publico la carta que provocó mi segunda intervención, más matizada y corregida.

¡Gracias, profesor Harasic!


Cartas al Director
El Mercurio

Jueves 21 de Mayo de 2009
 
Debido proceso en Facultad de Derecho
Señor Director:
En su edición del domingo 17 de mayo, el columnista Cristóbal Orrego acusa a los profesores que solicitamos a rectoría investigar las denuncias existentes contra el decano Nahum de "lincharlo públicamente", lo que habríamos hecho "mediante una filtración infame a la prensa más puerca". Y en una carta del profesor Barroilhet, publicada ese mismo día, se usa también esta expresión al señalarse que al decano se lo ha "linchado públicamente con imputaciones vagas e imprecisas, sin que se le haya concedido el derecho a defenderse y a desvirtuar los cargos que se le hacen".
Al respecto, creo necesario precisar lo siguiente:
1. Los profesores a que alude el señor Orrego en su columna solicitamos al rector que se abriera una investigación ante una grave denuncia formulada por una profesora de la facultad, quien sostuvo públicamente que el decano se había atribuido investigaciones realizadas por ella. Formulamos esta solicitud cuando había transcurrido una semana desde que la denuncia fuera públicamente conocida sin que el decano la hubiera respondido de manera alguna.
2. Al día siguiente, el decano Nahum informó al rector y luego envió una carta pública a la comunidad académica, en la cual sostuvo que estaba siendo objeto de una "desorbitada campaña de injurias y calumnias". No obstante, afirmó que "celebraba" que los suscriptores de esta carta hubiéramos solicitado un proceso disciplinario, ya que ello permitiría que la autoridad adoptara "una decisión de fondo sobre las denuncias presentadas". Al día siguiente, el rector subrogante resolvió que la situación había sido aclarada por el profesor Nahum y que los hechos denunciados no eran efectivos.
3. Los profesores aludidos solicitamos que dicha decisión fuera reconsiderada y pusimos al rector en antecedentes de una nueva denuncia formulada, en el intertanto, por otro profesor de la facultad, quien había sostenido públicamente que el único libro publicado por el profesor Nahum no existía.
4. El mismo día en que solicitamos dicha reconsideración, dirigimos una carta personal al decano solicitándole que disipara esta última acusación entregando un ejemplar de su libro a la biblioteca de la facultad, lo que resultaba necesario, ya que, efectivamente, éste era completamente desconocido y no se encontraba disponible en ninguna parte. El decano nunca dio respuesta a esta solicitud ni entregó su libro en la forma solicitada.
5. El interés de la prensa por el conflicto de la Facultad de Derecho comenzó varios días antes de nuestra primera solicitud al rector y no fue motivada por ésta, sino por la carta de la profesora Donoso. Ninguno de los denunciantes tomó la iniciativa de contactar a algún medio de prensa antes de que apareciera la primera publicación sobre el tema.
6. El único ejemplar conocido del libro del profesor Nahum fue descubierto por los estudiantes, quienes lo mantuvieron en reserva por casi una semana sin darlo a conocer más que en reuniones celebradas con académicos. Aunque los profesores obtuvimos fotografías del mismo, éstas tampoco fueron entregadas a la prensa. El libro fue conocido públicamente sólo cuando el Centro de Estudiantes lo depositó en una notaría.
El hecho de que el decano de la Facultad de Derecho más importante del país publique a su propio nombre la memoria de prueba de un estudiante es lo suficientemente grave como para no requerir campañas difamatorias que le den publicidad al hecho. Los profesores que solicitamos la investigación no hemos "linchado" al profesor Nahum ni le hemos desconocido su derecho a defensa. De hecho, en nuestra solicitud no formulamos acusación alguna. Sólo hicimos lo que debíamos para evitar que esas graves acusaciones no fueran recibidas con la indiferencia que merecen las trivialidades.


DAVOR HARASIC YAKSIC
Profesor Facultad de Derecho
Universidad de Chile

lunes, mayo 25, 2009

Primera intervención: Las paradojas de la Escuela de Derecho

REPORTAJES
Domingo 17 de Mayo de 2009

Las paradojas de la Escuela de Derecho

La Escuela de Leyes no ha encontrado los medios legales para resolver sus conflictos internos.


CRISTÓBAL ORREGO


Un afecto particular me mueve a opinar sobre la Universidad de Chile. En ella aprendí a maravillarme con la ciencia, cuando paseaba, de la mano de mi padre, por los laboratorios de la Facultad de Medicina, escudriñando pipetas, soñando con las máquinas mágicas. Décadas después enseñé un semestre en la Escuela de Derecho, privilegio que agradezco ahora una vez más. Escribo, pues, desde la simpatía, pero también por un compromiso ciudadano. Los miembros de la Universidad de Chile tienen más derechos en ella, pero no más derechos sobre ella, porque es una institución creada por el Estado para el servicio de la patria. No es, como la Universidad Católica o la Diego Portales, una universidad libre con vocación pública, sino una universidad estatal cuya vocación pública, propia de toda genuina institución universitaria, está, además, vinculada por su pertenencia a la nación.


Todos los ciudadanos tenemos, por tanto, razones para procurar activamente el mejoramiento de las instituciones del Estado; entre ellas, de la Universidad de Chile, que pertenece a todos los chilenos.


La situación actual en la Escuela de Derecho se revela especialmente grave a la luz de siguientes paradojas:


1.ª La Escuela de Leyes no ha encontrado los medios legales para resolver sus conflictos internos. El lugar donde se enseña y se aprende a respetar las reglas, los procedimientos y los principios, la equidad y la justicia, es sede de una toma violenta e ilegal. El colmo es que los estudiantes exijan, desde su posición ilegal, que el rector se atenga a los procedimientos sumarios legales contra su decano. Sí, el rector debería guardar las formas. ¿Las formas?


2.ª Algunos profesores acusan a su decano de contravenir la ética académica, pero ellos también yerran en el mismo plano. Linchan públicamente, mediante una filtración infame a la prensa más puerca, sin respetar la presunción de inocencia, y sin siquiera haberlo encarado privadamente con su acusación, a un colega a quien le deben un mínimo de lealtad, más todavía si es su decano. Además, a nadie se le oculta que los acusadores son quienes perdieron el poder en la Escuela, de manera que intentan ganar mediante una destitución, de fundamento jurídico y ético todavía no probado, lo que perdieron en las elecciones democráticas internas.


3.ª Son indiscutiblemente razonables las exigencias de los estudiantes sobre la calidad de la investigación y de la docencia, que cabe esperar y exigir de una de las mejores facultades de Derecho del país; sobre el influjo público de la Escuela; sobre la necesaria renovación de los cuadros académicos; sobre el respeto de los méritos relativos, sin discriminaciones odiosas por razones ideológicas; sobre los planes de desarrollo, sostenidos en el tiempo; sobre la mínima transparencia en cuestiones financieras, de organización y de distribución de recursos escasos; sobre el cumplimiento de la dedicación comprometida a la docencia y a la investigación; sobre la necesidad de detener la fuga de cerebros hacia otras universidades, tantas veces con mejor ambiente de trabajo y atractivas ofertas económicas . . . Todo es tan razonable, que tanto más paradójico resulta que se lo exija a voz en cuello, desmintiendo con las obras tan alta visión del quehacer académico: porque se avala el desprestigio de la Escuela, porque se conculca el derecho de quienes desean estudiar, porque se saltan todos los mecanismos democráticos de decisión (como las elecciones periódicas de las autoridades académicas), porque, en fin, se pone como punto de partida lo que en cualquier negociación podría ser, a lo más, el punto de llegada: la renuncia, o la destitución, de la legítima contraparte en el diálogo, en la controversia, o, incluso, si se quiere, en la enemistad pública.


Tantas cosas razonables y legítimas, exigidas tan irrazonable e injustamente, nos impelen a pensar que quienes así proceden no están legitimados para llevar el proceso adelante. Las autoridades de la Universidad de Chile cometerían un error garrafal, de incalculables consecuencias en otras facultades y departamentos, si cedieran al chantaje de la violencia de quienes están de paso y de la deslealtad de quienes debieran velar por el prestigio y la paz de su propia casa.


Termino. No me mueve ninguna lealtad, ni compromiso, ni menos cercanía ideológica o académica con las autoridades actuales de la Escuela de Derecho. Hasta podría decir lo contrario: que mejor conozco y más simpatizo con los profesores de la oposición; que me siento más cómodo con ellos que con el decano Nahum; que ojalá alguno de ellos llegara a ser decano. Y ciertamente estimo a los estudiantes, aunque hayan dado este paso en falso.

Pero a veces la razón y la justicia no coinciden con nuestras simpatías.

Un ciudadano mira hacia la Escuela de Leyes

He opinado críticamente sobre lo que sucede en la Escuela de Leyes (o la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile). Al hacerlo, he incurrido en algunos errores, que he rectificado, o iré rectificando, en la medida en que vayan haciéndose claras las correcciones.

Sin embargo, sigo comprometido, más allá de los errores parciales en mi narración, con emitir una opinión justa respecto de las diversas partes.

En sucesivos envíos irá mi columna, las réplicas, otras informaciones disponibles, lo que vaya intuyendo acerca de la verdad de este penoso asunto.

domingo, mayo 17, 2009

Ética y política: ¿hasta dónde podemos llegar?

Ahora, en continuidad con el capítulo que precede, permítanme presentarles algunas reflexiones a partir de un suceso heroico e inútil a la vez.

Un día triste del invierno de 1943, Sophie y Hans Scholl culminaron su tarea subversiva contra Hitler. Los líderes del movimiento La Rosa Blanca dejaron folletos en la sede central de la Universidad de Munich y los hicieron volar por los aires. Los hermanos Scholl fueron detenidos, y, junto a Christoph Probst, fueron guillotinados después de que un tribunal los condenara con todas las formalidades legales. La historia puede verse en la conmovedora película Sophie Scholl: los últimos días (dirigida por Marc Rothermund: 2005).

Este caso quizás no los conmueva a ustedes tanto como a mí. Yo estuve en ese claustro académico y me reuní por largo rato con uno de los sobrevivientes de La Rosa Blanca. Había bondad en su voz, sin mezcla alguna de relativismo moral en sus convicciones. La muerte de los jóvenes de La Rosa Blanca demostró la perfecta inutilidad de su resistencia. Hitler fue derrotado con las armas, con el poder de los Aliados, y no con la moralina de los folletos de La Rosa Blanca. El Führer no cayó derribado por la audacia de la juventud. ¿O debo hablar, mejor, de la simple y estúpida imprudencia de los jóvenes? ¡Sí, porque luchaban con medios insuficientes; y asumían riesgos excesivos; y proclamaban una verdad impopular! No olvidemos la alta popularidad de los líderes totalitarios, destacada desde Hannah Arendt (Los orígenes del totalitarismo: 1951) hasta Richard Overy (Dictadores: 2004).

Las situaciones extremas ponen a prueba el valor de las convicciones: ¿valen por su verdad o por su utilidad? La resistencia contra un régimen inicuo es un caso extremo, sin duda; pero de ahí podemos extraer, por una cierta analogía de proporcionalidad, algunas consecuencias respecto de nuestra actitud ante los casos de regímenes corruptos, aunque no sean totalitarios.

Les propongo, pues, siguiendo la analogía, algunas reflexiones relativas al tema que nos ocupa.

Primera. No se debe oponer la ética de la convicción a la ética de la responsabilidad, según la distinción de Max Weber, que en la lucha contra la iniquidad se revela tan atractiva como falaz. La ética de la convicción es la de quien se atiene a unos principios, cualesquiera que sean las consecuencias de su obrar. La ética de la responsabilidad es la de quien calcula los costos y beneficios de su actuación, y se aparta de principios rígidos cuando seguirlos no sea “responsable”, es decir, útil o práctico. Yo me pregunto: ¿cuántas veces no hemos visto que los calculadores, por ser “responsables”, han terminado claudicando en sus ideales más altos? ¿Acaso no son éstos los cálculos que tan desprestigiados tienen a los políticos, hasta el punto de que siempre y en todas partes aparecen como los personajes en quienes el pueblo menos confía?

Yo me pregunto: Sophie Scholl y su hermano Hans, ¿perdieron su vida inútilmente o, por el contrario, con su imprudencia juvenil perdieron la vida, ¡sí!, pero salvaron el honor de la Humanidad? ¿Y quién puede pesar en la balanza del mayor bien cuánto vale la resistencia inútil contra la injusticia, cuánto vale el honor de la Humanidad?

Yo les pregunto: ¿a qué altura quieren ustedes llegar, dónde pondrán límites al ideal ético riguroso? ¿Pondrán el límite en el cálculo o en el sacrificio desinteresado por los demás?

¡No existe oposición entre las convicciones verdaderas y la verdadera responsabilidad!

Segunda reflexión. Las virtudes y los vicios personales se proyectan y se encarnan en la vida política. La famosa obra de Bernard de Mendeville, La fábula de las abejas: o, vicios privados, beneficios públicos (1714), es eso y nada más: ¡una fábula! La valentía, el sentido de la justicia, la disposición a renunciar a la comodidad y a los placeres, y a sufrir el dolor y aun la muerte, son cualidades del alma: si no se tienen en privado, tampoco se tendrán en público.

En este asunto, es curiosa la división de los liberales (no solamente en Chile). Algunos piensan que el liberalismo es una fábula cuando se refiere al libertinaje en la economía, pero se lo tragan hasta el fondo cuando se refiere al libertinaje en alcohol, sexo y drogas. O sea, creen que la codicia es la causa de los desastres del sistema financiero liberal —yo estoy de acuerdo—; pero no piensan que la lujuria sea la causa del desastre del sistema familiar y educativo. Y otros, al revés. Pero ¿quién puede imaginar seriamente que el marido que no es fiel a su mujer va a ser leal con el Estado? ¿Por qué extraña virtud habría de serlo, si llega a aparecer la oportunidad de esquilmarlo impunemente?

Tercer pensamiento. Los mismos principios éticos que dirigen la vida personal influyen luego en la vida pública. De ahí se sigue que es una falacia lo que pretende John Rawls, a saber, que las cargas del juicio (the burdens of judgement) afectan a las concepciones comprehensivas sobre lo bueno (éticas, metafísicas y religiosas), pero no a los acuerdos básicos de la justicia. Él cree que, por esta razón, las autoridades solamente pueden basar su actuación en los principios básicos de la justicia, y no en sus propias opiniones sobre lo que es verdadero en cuestiones éticas y ontológicas más amplias.

La historia del pensamiento demuestra, por el contrario, que no es posible quedarse a medio camino. Rorty, Vattimo, Derrida, y tantos otros, desde perspectivas muy diversas, dan también por imposible definir objetivamente las cuestiones más básicas sobre lo justo. O por la radical inconmensurabilidad entre las culturas, o por la imposibilidad de expresar lingüísticamente un significado fijo o una verdad sobre el bien y el mal, o sobre lo justo y lo injusto, o por lo que se quiera, el hecho es que las dificultades que cierto liberalismo ilustrado achaca solamente a las visiones éticas y religiosas comprehensivas, son atribuidas ahora también a cualquier intento minimalista de fijar una verdad sobre cualquier cosa.

Y entonces la opción ante nosotros es: o pensamos que la verdad es posible, y la buscamos con ahínco, o colapsamos nuestras convicciones en el relativismo radical, en la radical indeterminación de los significados con que tratamos de representarnos un sentido para el mundo y para nuestro propio ser en el mundo.

Y ahora les pregunto: ¿Alguno de ustedes cree que Hans y Sophie Scholl hubieran sido tan valientes de haber estado inficionados de la perniciosa creencia en que sus valores eran tan válidos como los de Hitler, creencia que llamamos relativismo ético, cualquiera que sea el revestimiento que le demos?

Cuarta reflexión. Existe una conexión entre las virtudes, el ethos del ciudadano responsable, y el conocimiento de los principios prácticos verdaderos. Así explica Aristóteles que al vicioso le parece bueno lo que hace, como al virtuoso le parece bueno lo que hace. El intemperante es un caso intermedio: obra el mal sabiendo que es malo, sin poder evitarlo, porque padece de akrasía o debilidad de la voluntad. Mas lo interesante es que el vicioso y el virtuoso están en un pie de igualdad en el mundo de las apariencias, solamente que el virtuoso es capaz de darse cuenta de la realidad de su situación y de la de su contrario: las cosas son como a él le parecen. Por eso, las virtudes son necesarias para gobernar de acuerdo con principios correctos. Y por eso, también, los gobernantes viciosos tienen habitualmente una alta conciencia de su superioridad moral: viven sin remordimientos. Vivir sin remordimientos, con la conciencia tranquila, y aun juzgando soberanamente la moralidad del prójimo, incluso cuando la injusticia campea a su alrededor y la corrupción hiede bajo sus pies . . .: ¡he ahí lo propio del gobernante vicioso!

Los discursos éticos no son, pues, señales de virtud.

A propósito de esos discursos éticos, los invito a considerar una situación curiosa en la manera como muchos políticos se acusan y se excusan sobre cuestiones de corrupción: acusan con un alto sentido del deber ético, que excede los simples deberes legales; en cambio, suelen excusar y excusarse apelando al respeto a las leyes. Y cuando estas excusas fallan, porque hasta el mínimo ético previsto por las leyes ha sido sobrepasado, entonces critican las leyes y las cambian para acomodarlas al nuevo estándar ético . . . más relajado.

¡Qué vergüenza!

¿Dónde está el límite? El límite para la injusticia y la inmoralidad pública solamente puede proceder de la justicia, de las virtudes, de los ideales que sean encarnados por hombres y mujeres de carne y hueso, dispuestos a luchar y a vencer, y también a ser derrotados, pero no sin dar la batalla.

Mas esa lucha no es posible si se cortan los lazos con las fuentes de una formación ética rigurosa, exigente, continuada.

Por eso, ¡animo: a luchar!; pero, antes: ¡ánimo, a formarse para esa lucha!

domingo, mayo 10, 2009

Ética y política: ¿dónde está el límite?

El Centro de Alumnos de Derecho de la Universidad Católica de Chile me invitó a hablar de ética y política. El tema no podía ser más oportuno, en momentos en que la corrupción pública aumenta en nuestro país, aunque no haya rozado ni de lejos la imaginación argentina o mexicana.

Entiendo que me llevaron por simples razones de legítimo cuoteo político. No quise decirlo porque, apenas una semana antes, ríos de tinta habían caído críticamente sobre semejantes cuotas. De todos modos, el asunto estaba claro para mí. Don Ricardo Lagos Escobar comparecía como el político nato. El profesor José Luis Widow, entonces, como el no-político nato. Agustín Squella representó al hombre ético, sin duda.

Eso me dejaba como el hombre no ético. Me sonrojé al darme cuenta de la maniobra.

Igual les agradecí la invitación, porque desde hace unos años dirijo el Programa de Ética Pública e Instituciones Políticas, en un casi desconocido intento, y desesperado, por ser cada día más político y más ético.

En la primera parte de mi intervención me mostré reconocido a los organizadores por haberme llevado de regreso a mi Alma Mater. Más todavía cuando Arturo Irarrázaval es ahora nuestro Decano ahí, en la Universidad Católica, el mismo que me incorporó al equipo pionero de la Universidad de los Andes, cuando fue el Decano fundador de la Facultad de Derecho.

Y después vino este breve discurso.

En mi intenso y silencioso estudio de la ética y de la política me he ido convenciendo cada día más de que los grandes desastres políticos contemporáneos requieren de una respuesta anclada en la visión clásica de la política. Los totalitarismos, los genocidios, la eclosión de la corrupción administrativa y judicial, el aparato estatal secuestrado —en tantos países— por funcionarios venales y violentos, no consienten ya más la frivolidad de declarar olímpicamente que no hay absolutos morales, que la ética es relativa, que cada uno se construye la suya según su omnímoda conciencia.

Y ahora, para defender ese ideal clásico de la política, haré dos cosas. Primero: desenmascararé la ambigüedad de la pregunta. Segundo: propondré algunas reflexiones a partir del caso extremo de la ausencia de límites, que es el totalitarismo.

Vamos primero a la pregunta para desenmascarar sus ambigüedades posmodernas. Ética y política: ¿cuál es el límite? Los organizadores de este encuentro han querido plantear las cosas con tal ambigüedad que parecieran no adoptar una respuesta. Y en parte lo han conseguido, porque el sentido de la pregunta es indecidible, a pesar de que tiene algunos presupuestos.

La pregunta por el límite parece suponer la distinción entre la ética y la política, donde habitualmente se adscribe a una esfera normativa o sistema —a la ética— lo que se niega a la otra —a la política—: lo privado y personal se opone a lo público e impersonal; lo bueno en toda su amplitud, a lo justo o correcto; lo subjetivo y sentimental, a lo objetivo y racional; el mundo de los fines —los ideales de cada uno— al mundo de la lucha pragmática por el poder.

En ese marco, no se entiende que el problema capital de la filosofía política sea el de la mejor forma de gobierno en sentido ético, como afirmara Leo Strauss.

Por otra parte, más allá del presupuesto aludido, el significado mismo de la pregunta por el límite es indecidible entre los siguientes sentidos por lo menos:

1º. ¿Cuál es el límite que la ética puede imponerle a la política? En este terreno nos movemos entre el cinismo y la hipocresía. El cínico afirma que no existe tal límite, que en la fría lucha por el poder las acciones no son ni buenas ni malas: son lo que son, inevitables. Como si lo inevitable no pudiera ser, además, malo. El hipócrita, por el contrario, enarbola de continuo esos límites, a la vez que los traspasa ocultamente; pero así fomenta el escándalo ininterrumpido, cada vez que se descubre a unos y a otros al otro lado del límite. El totalitarismo, según Arendt, se caracteriza por pensar que todo es posible: que no hay ninguna verdad que imponga un límite al poder. Por eso, si la realidad no es como dictamina el líder totalitario, se reconstruye para adaptarla a ese dictamen. Y el dictamen puede cambiar según el capricho de líder, que no cree en ninguna verdad. Eso es, podríamos añadir, a la vez la máxima hipocresía y el máximo cinismo: de cara a los no iniciados, la hipocresía; de cara a los adeptos, el cinismo. ¿Quién, con experiencia política, no reconoce aquí un ambiente demasiado familiar?

2º. ¿Cuál es el límite hasta donde puede intervenir la política, el poder coactivo, para imponer la moralidad pública o privada? La respuesta más equilibrada es la de Tomás de Aquino en la cuestión 96 de la I-II de su Suma Teológica: la ley busca el bien común, no el bien particular; pero indirectamente hace buenos a los hombres cuando los somete al orden de la justicia. Por el bien común, la ley ha de reprimir los vicios más graves; pero ha de tolerar los vicios que, de ser reprimidos, provocarían males mayores (tal es el principio clásico de la tolerancia del mal). Y la ley puede ordenar todas las virtudes, en la medida requerida por el bien común. Así obliga al soldado a ser valiente, de una manera que no obliga al niño o al anciano.

3º. La ética personal, ¿puede limitarse a la vida privada, o exige intervenir en la vida pública? Aquí la pregunta por el límite significa: ¿está completa la ética si se la limita, si se la confina a la vida privada, separándola de la política? Una respuesta afirmativa implicaría el sinsentido de que hubiera virtudes que facilitaran el egoísmo de desentenderse de los demás. La respuesta solamente puede ser, por ende, negativa: no es posible la perfección moral personal sin el compromiso activo por el bien común. Incluso el monje de clausura tiene una misión pública.

(continuará)