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lunes, agosto 17, 2015

El padre Rogelio descansa en paz

Espero que se abra el proceso de canonización del padre Rogelio Livieres, con quien tuve un par de comunicaciones electrónicas cuando comenzaba a sufrir lo peor de la persecución clerical en su contra, que terminó con su destitución como Obispo, llevada con ejemplar obediencia al Romano Pontífice (obediencia compatible con afirmar la verdad y negarse a que todo pareciera, falsamente, como una renuncia voluntaria: ¡hay que tener pantalones!).

Leed.

¿Quién fue Mons. Rogelio Livieres?

Hoy Ciudad del Este (Paraguay) llora con profundo dolor la muerte de quien fuera su más preciado e importante pastor: S.E.R. Mons. Rogelio Livieres. Ante tan desoladora pérdida cabe preguntarnos quién fue este tan nombrado Obispo Rogelio.
Conocidos son sus innumerables frutos pastorales para el bien espiritual, humano, social y material de la Iglesia que tuvo el honor de tenerlo —por voluntad de Dios— como su padre obispo por diez años: creación de tres seminarios para la formación de candidatos al sacerdocio, 200 seminaristas, ordenación de setenta sacerdotes, creación de diecisiete parroquias, amplia atención pastoral a sectores vulnerables (cárceles, hospitales, indígenas), gran acción caritativa con los más pobres e indigentes y un largo etcétera.
Con todo, es mucho menos conocida públicamente la extraordinaria y delicada personalidad de su vida cotidiana. El padre Rogelio —como a muchos les gustaba llamarlo— fue verdaderamente y en el pleno sentido de las palabras un hombre de Dios. Vivió entregado completamente a los demás por medio de Jesucristo. Trasmitía la alegría del evangelio a todos los que encontraba santificándolos en la verdad y elevándolos siempre cultural y espiritualmente.
Una característica que impregnó su celo de pastor fueron las vocaciones sacerdotales. Personalmente se ocupaba cada sábado del trabajo con los numerosos jóvenes paraguayos que acudían a su casa para discernir su eventual vocación al sacerdocio. Mons. Rogelio conocía y seguía de cerca cada uno de esos jóvenes. Sabía sus nombres, sus alegrías, sus tristezas, sus necesidades. Les brindaba dirección espiritual, respondía a todas sus preguntas, incluso aquellas más encendidas. Lo que entusiasmaba a esos jóvenes guaraníes era que “la autoridad máxima” tenía un fluido e intenso trato personal. Incluso les daba su número de teléfono celular al que llamaban durante la semana numerosas veces y hablaban con él mientras transcurrían los pocos días antes del siguiente encuentro vocacional.
Después de un serio discernimiento a lo largo de por lo menos un año, ya entrados en el Seminario, el obispo Rogelio no se olvidaba de esos futuros sacerdotes. Como cariñoso padre seguía pendiente de todos y cada uno de sus seminaristas. El primer año les dictaba todos los miércoles el curso de Espiritualidad y les celebraba la Santa Misa en la abarrotada capilla del Seminario. Luego del almuerzo con sus hijos, conversaba personalmente con ellos preguntándoles cómo estaban, cómo progresaban en la vida de oración, cómo se encontraban sus familias, entre otras cosas. A veces incluso, sin que los formadores o los sacerdotes que servían en la curia diocesana supieran nada, el padre Rogelio solventaba —con su salario personal— el vestido, los pasajes a casas de sus padres, los remedios y tantas otras necesidades de sus entrañables seminaristas. Velaba por ellos porque no quería que por causa de una necesidad económica dejaran el camino que por vocación divina habían emprendido.
Esta ayuda era tanta que, incluso, habían meses que él no llegaba a fin de mes para poder pagar cosas personales. Mons. Rogelio vino al mundo sin nada y se fue sin nada. Vivió la pobreza ejemplarmente. No sólo en su desprendimiento personal, como dijimos, sino también materialmente. Ninguna propiedad inmueble personal. El breviario, una sotana, camisas viejas desgastadas y un solo traje con varios años encimas eran su único ajuar.
Esto era posible gracias a su vida ascética y gran espíritu de sacrificio. Alguna vez, cuando aún estaba fuerte de salud, alguien lo encontró durmiendo en el suelo. Habían descubierto que día de por medio no usaba su cama, sino que directamente dormía toda la noche en el suelo sobre solamente una frazada. Todo esto lo ofrecía a Nuestro Señor por las almas de quienes entraban en su ministerio.
Todos los domingos celebraba la Santa Misa estacional en la catedral con sus 200 seminaristas y el Pueblo Fiel a él confiado. A cada uno les daba —en la boca y de rodillas— la Sagrada Comunión. Siempre enseñó a los futuros sacerdotes que ese es el centro de la vida cristiana: el sacerdote es por y para Jesucristo en la Santa Eucaristía. Siempre les inculcó —con la palabra y el ejemplo— el amor a Cristo, a la Virgen María y al Santo Padre.
Estas y otras cosas semejantes nos muestran al padre Rogelio de todos los días: simple, humilde, alegre, generoso, bueno, rezador, sacrificado, apostólico. En su espontaneidad cotidiana atraía y formaba magistralmente a las personas que Dios le ponía en su camino. Nadie que lo haya conocido personalmente podrá desmentir estas cosas, porque encontrarse con el era encontrarse con Jesús.
Monseñor Rogelio, llamado por el Padre a su presencia, partió hoy a la liturgia celestial. Ciudad del Este y la Iglesia perdió en la tierra un gran obispo, un gran pastor y, sobre todo, un extraordinario padre. No obstante, el obispo Rogelio no nos ha dejado solos. Desde el cielo intercede por nosotros, nos cuida y nos guía. En la presencia luminosa de Cristo nos anima a ser fieles, santos, simples, buenos y alegres.
Agradecemos a Dios por la vida, la vocación y el ministerio episcopal del valiente confesor de la fe: S.E.R. Mons. Rogelio Livieres. La Iglesia de Ciudad del Este se honra y está orgullosa de haber sido guiada durante diez difíciles años por un santo varón, por un verdadero hombre de Dios.
11094347_636503449820139_677938540881759462_nNos encomendamos a su intercesión para que la oblación de su vida a Cristo y a su Iglesia continúe en sus amados hijos dando abundantes frutos de vida eterna.

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