Chilenos: ¡preparaos a pasar vergüenza!
Estas páginas han sido leídas no solamente en Chile, donde nuestras miserias podrían pasar ocultas, sino también en Alemania, Argentina, Bolivia, Colombia, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, México, Uruguay y Venezuela. De manera que el mundo sabrá ahora lo que hace unos años se demostró científicamente: el 80% de los chilenos no entiende lo que lee.
(En realidad, como soy chileno, y son chilenos los periodistas que difundieron estos resultados, nunca estaré seguro de si el 80% no entiende el 100% de lo que lee o si el 100% no entiende el 80% de lo que lee o si . . . en fin, alguna posibilidad intermedia que algún extranjero podría explicarnos y algunos chilenos podrían entender en alguna medida).
No quiero decir con esto que seamos totalmente imbéciles, entiéndanme bien.
Solamente estoy preparándome para las más incomprensibles incomprensiones cuando lean ustedes, en el próximo capítulo, lo que cabe esperar del futuro gobierno de la primera mujer que gobierna en Chile (¿la primera?). En previsión de tan infaustos sucesos (me refiero a las incomprensiones por mi próximo capítulo, no al gobierno de ella), he decidido poner bajo la lupa algo menos contingente que un reinado de cuatro años: las instrucciones de nuestro nuevo microondas.
¿Por qué?
Por una parte, porque la desgraciada investigación sobre nuestra “comprensión lectora” —así hablan ahora los que deberían enseñar castellano— no puso a los conejillos de indias frente a Luis de Góngora y Argote, Martin Heidegger o Jürgen Habermas, sino que les hizo leer despiadadamente las instrucciones de uso de productos cotidianos. Con el manual del microondas podemos hacer un ejercicio de comprensión a la altura de la ciencia moderna.
Por otra parte, las instrucciones del microondas vienen en ocho idiomas, se basan en una larga experiencia y sirven durante un tiempo considerable. Ya veo que el 20% de ustedes ha entendido la comparación, pero hagámosla explícita. Después de la absurda reforma constitucional que redujo el período presidencial a cuatro años —¡creían que iban a perder!—, casi cualquier cosa dura más que un gobierno; además, los programas se preparan sobre la marcha de la campaña electoral y en un idioma que oculta tanto como revela. De manera que fijarse en el microondas tiene un alcance más amplio, profundo y duradero, que entrar de inmediato a comentar el futuro de Michell Bachelet con nosotros.
Sepan ustedes, pues, que bajo mi lupa no solamente pasan objetos efímeros, volátiles, contingentes, como las pasadas elecciones o el futuro del gobierno, sino también elementos de más peso en la vida de una comunidad, como, sin ir más lejos, nuestro nuevo microondas.
Estoy cierto, además, de que la audiencia de estas páginas, su rating, comienza a subir apenas emprendo este camino de mostrar mi vida privada. Puede ser una opción peligrosa, tortuosa, casi impúdica; pero no me queda más remedio que mostrarme como soy —ya: sin exagerar— y atraer las miradas curiosas del mundo entero. ¿Y qué más privado que la cocina de la casa?
Vamos, pues, a las instrucciones del microondas.
Llama la atención, al inicio, un esquema claro del equipo, con nueve números: todo está en orden. Por eso funciona. “Atención: ¡No retire ningunas piezas montadas del espacio interior de cocción o de la parte interior de la puerta!” (sic: está claro que se escribió en otro idioma, y lo tradujo al castellano alguna máquina o, quizás, un experto en “Lengua y Comunicación”). Si el gobierno sigue desmontando las piezas (la familia, la moral pública, las exigencias de respeto en el uso de la libertad de expresión . . .), el horno funcionará cada vez peor.
“Solamente utilice el aparato para el fin previsto”. Sabio consejo, un antiguo principio olvidado por los propagandistas liberales, que creen que cualquier fin es válido con tal de no chocar con el vecino. ¿Nunca han usado un microondas, acaso?
A la hora de desconectar el aparato, se nos dice: “tire de la clavija no del cable”. Y más adelante: “por favor tire de la clavija y no del cable”.
“Para evitar que los niños se hagan daños eléctricos (sic) . . . que los niños no tengan acceso al aparato”. Common sense, my lady. Pero en Chile les damos acceso a los más peligrosos aparatos, y, claro, aumenta el número de los analfabetos funcionales (primero), de los adictos (después) y de los degenerados (al final).
“Niños y personas decrépitas solamente podrán utilizar el aparato sin vigilancia si se ha realizado una instrucción adecuada”. ¿Quién no recuerda ahora el continuado fracaso de las políticas socialistas en educación? ¡Si ya no hay nada que hacer! ¡Pobres niños! (y personas decrépitas).
“¡Existe peligro de explosión!”; “¡Existe peligro de quemarse!”; “posibles llamas”. ¿Exageran las instrucciones del microondas? No: este tipo de indicaciones es bienvenido en la vida ordinaria. Es rutinariamente rechazado en la política, hasta que viene la explosión, las llamas.
“Nota: El microondas no está previsto para calentar/cocer a animales vivos” (sic: énfasis en el original). Dicen que esta nota tuvo que añadirse después de que una señora, tras lavar a su querido gato, intentó secarlo en el horno microondas. Hizo explotar a la pobre mascota adentro . . . Dantesco espectáculo, que se repite en el terreno moral y político, donde algunos piensan que se pueden despreciar las instrucciones sin asumir las consecuencias. Mas ahí está todo ese lastre social: desarraigo, inmoralidad pública, delincuencia, corrupción, miseria material y espiritual . . .
“Es válida la siguiente regla general: Cantidad doble = casi el doble de tiempo / Mitad de cantidad = mitad de tiempo”.
“Para asar a la parrilla utilice por favor la parrilla”.
“Se pueden programar máximamente 9 horas, 99 minutos. Después de haber transcurrido el tiempo, sonarán señales acústicas y la palabra ‘END’ aparecerá en el display”. Todo llega a su fin. Todavía hay esperanza.
Si usted no comprendió este capítulo, vuelva a leerlo. ¿Todavía no? No se preocupe: es estadísticamente normal. Algunos le dirán que en eso consiste la virtud. ¿Entiende?
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