Un abogado mexicano, que debe de andar en sus setenta —poco más o menos—, me acogió en su casa durante una visita reciente a Ciudad de México. La conversación derivó no recuerdo bien si hacia el tema trivial del turismo y la economía o hacia la cuestión espinosa de la inteligencia de las mujeres hermosas. Yo confieso que sé muy poco sobre cualquiera de estos temas, pero el viejo lobo del foro se las arregló para conectarlos en una sola anécdota.
—Cuando yo era niño —me dijo, echando la mirada arriba como diciendo lo que yo estaba pensando— no existía la Pirámide de la Luna.
—Hombre, no puede ser —le repliqué—; si es de la época de los Aztecas. Yo desde luego sí que la visité entre 1974 y 1978, cuando yo era niño . . .
—Mira, no sé qué dirá la historia oficial sobre estas cosas; pero puedo decirte lo que han visto mis ojos.
Amigos lectores: ¡qué dilema! ¿A quién le creo, a los ojos de un amigo o a la historia oficial? En realidad, no sé qué dice la historia oficial sobre la famosa Pirámide de la Luna, que se yergue ahora —no sé si hace setenta años— frente a la del Sol, en Teotihuacan.
—Ande, dígame lo que sabe, que le creo.
—Pues que comenzaron a poner piedras sobre piedras al comenzar el siglo XX.
—Pero seguro que habría alguna base, un fundamento, algunos testimonios . . .
—Yo te digo solamente lo que he visto: que antes no estaba, que subieron piedras una sobre otra, y que ahora está. Además, no soy el único que ha pensado en esto de construir pirámides.
Puse cara de curiosidad, desconcierto.
—Hace años, le preguntaron a la Miss México, la muchacha que nos iba a representar en el certamen de Miss Universo, una de esas preguntas de cultura diseñadas para dejar claro que se trata de una competencia que va más allá de las piernas y las caderas y las sonrisas . . . En fin, que las muchachas han de pasar por inteligentes, dignas representantes de sus compatriotas. Le preguntaron, pues: “¿Y que haría usted para mejorar la situación económica de México?”. “Yo creo”, respondió ella, “que deberíamos promover muchísimo más el turismo”. “No es tarea fácil”, acotó el entrevistador: “¿Y cómo lo haría usted?”. Ella se lanzó con la idea genial: “¡Tenemos que construir muchas más pirámides, en otras ciudades!”.
Nos reímos los dos, pero ahora pienso que injustamente. El populacho es muy injusto. Se rieron de ella, por ignorante, por no saber que las pirámides fueron edificadas por las culturas precolombinas. Los machos mexicanos se apoyaron en esta anécdota para impulsar más todavía la campaña de desprestigio contra el sexo débil. Ya sabéis, lo típico: “tan bonita como tonta” . . .
Y me acordé de una historia que cuenta mi madre con la frecuencia que su inteligencia superior le sugiere. Dice que sus amigos y conocidos, cuando hablaban en las reuniones sociales de la época en que ella y mi padre eran novios o recién casados, solían comentar sobre él —un universitario de prestigio, científico de punta—: “¡Qué inteligente que es Fernando!”. Y añadían, para no dejar a la novia debajo de la mesa de los elogios: “Y la Cristi, ¡pero qué dije que es la Cristi!”. Unos treinta y cinco años después, las opiniones de las viejas se hicieron más explícitas. También nos lo contaba la dije de la Cristi. Se encontraba ella en el estacionamiento subterráneo de un hipermercado, junto a su automóvil. Nadie la veía, o, al menos, ellas, las otras, no la vieron. Entonces oyó que una señora le decía a su amiga, con voz estentórea, con ese acento subido y semimodulado de las viejas empingorotadas de mi patria: “Oye, fulanita, dicen que la señora del doctor Orrego es redonda como la O”. Y siguieron su cháchara insulsa. La primera vez que oí la expresión fue cuando nos lo contó, a la hora del almuerzo, la mismísima afectada por esa murmuración. El doctor Orrego nos explicó —a los tardos para entender, herencia por el lado materno, seguro— que ser redondo como la O es ser tonto de remate. Él, que entonces escribía en un diario financiero unas columnas muy sabrosas, para esponjar el espíritu de los comerciantes y mercaderes, tituló su siguiente artículo así: “Redonda como la O”. Fue un homenaje a la mujer que había sido tan tonta de casarse con un hombre que llegaría a ser inmensamente pobre, ¡y a propósito! Pero feliz. Con una familia grande y feliz (sin pero). Así que ahora, cada vez que alguien dice de una mujer que es dije —no inteligente— o hermosa, pero tonta, me acuerdo de mi madre. Comparados con ella, pienso que los once hijos le salimos bastante, cómo decirlo, sí: dijes.
En México, por cierto, terminaron por hacerle caso a la Miss México aquella. Otro amigo me llevó de paseo a Puebla, y nos acercamos a visitar la gran Pirámide de Cholula. Junto a ella había, todavía en obras, algunas ruinas nuevas. Estaban a la mitad del camino de su reconstrucción. Quizás llegarían a ser como habían sido hace dos milenios. Lógicamente había otros visitantes: aumentaba el turismo. Varones y mujeres de lejanos países —de Europa, Asia, América Inglesa— acudían para empaparse de ese ambiente entre curioso y esotérico. Lo que para los indígenas no era más que un montón de piedras, para los humanos civilizados era historia, cultura —aunque muerta—, evocación de ritos y misterios, así que valía la pena poner las piedras en orden, como pirámides. Lo dice el refrán: “el que pone la plata, pone la música”. Lo dijo la Señorita México: “¡Que construyan más pirámides!”.
No se extrañen, entonces, de que en otros países, como Chile, comencemos a descubrir momias milenarias —justo cerca de hoteles de novecientos dólares por noche— y restos que podrían ser de extraterrestres. El mercado todo lo soporta, todo lo espera, no piensa mal.
Profesor Orrego:
ResponderBorrarMi padre, que tiene 65 años, me contó que cuando hizo su viaje de instrucción como Guardiamarina en el Buque Escuela Esmeralda, le tocó recalar en Isla de Pascua o Rapa Nui, y que los famosos Moaís que, lamentablemente, no triunfaron, no estan de pie en fila como ahora, sino tirados por toda la isla. ¿Cuándo se pusieron de pie? No lo sé, pero le creó más a mi padre que a muchos que se las dan de historiadores.
Saludos.