El resumen de la campaña electoral para las elecciones de alcaldes y concejales en Chile viene a ser el de siempre: se despolitiza ante las masas; se interpreta políticamente ante las élites.
La coalición de izquierda que nos gobierna puede, así, conservar, conservar, conservar por inercia sus bastiones de poder, la mayoría de sus municipios, a fuerza de ocultar casi por entero los vínculos ideológicos y simbólicos entre lo local y lo nacional. Reitero: no en la realidad de las cosas, sino en la imaginación, en la visión grandiosa que se despliega ante las masas, que viven y lloran y mueren manipuladas desde y para siempre.
La ambiciosa arremetida desde la Alianza por Chile, la derecha, a su turno, intenta crecer más allá de las orillas de su propio mar, de su bañera mejor dicho, eternamente minoritaria, encerrada en el autoengaño perpetuo típico de las oligarquías burguesas. A lo más que se atreven es a usar las imágenes de sus grandes líderes para identificar con alguna marca a esos candidatos pequeños, que casi nadie conoce. Así se repite por todas partes la foto de los alcaldes de derecha, ya conocidos y bien probados y votados, junto a los nuevos políticos, que entran recién, animosos, a la arena. Se reproduce, sobre todo, la imagen de Sebastián Piñera, de Pablo Longueira, de gente así de famosa en la derecha o de centro-derecha, como suelen decir con vergüenza de ser lo que la geometría los condena a ser: ¡de derechas! No se atreven, en cambio, a politizar del todo la campaña: siempre va por delante en cálculo milimétrico, la percepción chata de los expertos en mercadeo y en propaganda, es decir, de los que han perdido siempre.
El truco es muy sencillo. Durante la campaña, se apela a los intereses cotidianos de los votantes, que son, a su vez, una exigua minoría de los ciudadanos. Se borran las diferencias ideológicas, para mover los resortes de la imaginación y del sentimiento, de la simpatía. Así parece como que no está en juego la lucha sin cuartel entre los que ya son dueños del poder, unos de algo más que los otros pero todos nerviosos por no perder el que ya tienen. Así parece como que las ideologías no importan, sino las realizaciones objetivas, materiales, mensurables. Así se difunde esa sensación realmente asquerosa de que es de mal gusto adherir a una persona por lo que piensa, es decir, por sus principios políticos. Mas llegará la emocionante jornada cívica, es decir, el rito de la minoría democrática inscrita en los registros electorales para decidir, democráticamente, el destino de la mayoría amorfa y desinteresada de sus conciudadanos. Y, a la sombra de la noche, con los primeros cómputos, todos sin excepción se quitarán esa máscara apolítica, mentirosamente abierta, y comenzarán a defender que ha ganado su respectiva ideología, su grupúsculo, su exitosa coalición de gobierno o de oposición.
El rito es siempre el mismo. Los bufones del régimen, que por algo dominan el aparato comunicador del Estado, explicarán, como profesores de kindergarten, lo que ya sabemos: que ellos son mayoría; que los votos totales, el número de alcaldes, la caterva de concejales, siguen siendo superiores a los de la derecha (así: “la derecha”, nada de usar el nombre de la Alianza por Chile, nada de dignificar al enemigo). Muy pocos advertirán que ese éxito prueba una sola cosa: más poder manipulador, máxima sagacidad para ocultar los lazos entre la corrupción central, que crece de manera incontrolada, y el pequeño pillaje local, que a nadie le importa demasiado. (Una encuesta reciente advierte que los electores esperan de sus alcaldes electos, por sobre todas las cosas, que sean honestos; se trata de un deseo que pone el dedo en la llaga, pero nadie está dispuesto a pintarse la cara de otro color político solamente porque el cacique está robando: la corrupción no le importa a nadie). Y la Alianza por Chile hará un ejercicio parecido, como minoría que avanza. Mostrará que se acorta la brecha entre las dos coaliciones, que ya no queda casi nada para que los indecisos y los indignados (muchos y pocos, respectivamente) le den la patada de despedida al régimen de la Concertación de Partidos por el Poder.
Nada de esto, sin embargo, será suficiente para liberarnos de tanta impericia en La Moneda, salvo que la crisis financiera, que recién comienza, cause estragos durante el 2009 a los bolsillos de quienes votan.
La razón es muy sencilla: a Sebastián Piñera y a los suyos les sobra ambición y les falta audacia. Sí, estimados lectores, por desgracia es un hecho que el candidato de derecha se mueve como conteniendo la respiración y chorreando saliva ante la vista del poder, que, como un suculento helado, se derrite ante su boca. La ambición es, por ahora, más visible que su capacidad para gobernar, de la que yo jamás he dudado ni un minuto; es más notoria que el respaldo de los equipos técnicos, intelectuales, profesionales, políticos, sociales, deportivos, culturales, con que cuenta la Alianza por Chile: por cada funcionario de la Concertación, la Alianza puede nombrar cuatro o cinco igualmente capaces, pero no se notan. Y el pueblo que vota necesita ver algo más que la gran ambición de un hombre inmensamente rico: necesita mística, sentido de misión, indignación moral, optimismo, sueños de un futuro mejor, ansias de desarmar la máquina de poder que se nos ha enquistado en la carne misma de la administración pública. Mostrar todo eso era una exigencia de una campaña municipal concebida como un peldaño de la escalera hacia La Moneda. Pero faltó audacia. Se insistió en trabajar con una politización mediana, bajo el pretexto de que a la gente no le gustan las peleas políticas.
¡Qué detalle! Porque solamente tras una buena refriega lograremos que nuestros amigos de la izquierda suelten la ubre del Estado. Y había que azuzar a los electores, sin pensar que los inscritos, que van ritualmente a votar, son apolíticos. Faltó audacia.
La Derecha no se atreve a combartirlos ideológicamente. Solamente, la Concertación y la izquierda extraparlamentaria muestran sus ideas, aunque equivocadas.
ResponderBorrarLa Derecha si es conservadora no se atreve convertir el concepto 'conservador' en algo bueno, como ocurre en USA o Inglaterra. Lo mismo ocurre, por el lado liberal, v.g, en materia de impuestos. No se atraven combatirlos la derecha liberal conservadora de este país.
Piñera como dijo Alwyn en el último aniversario del No, es DC. Nunca ha sido derecha. Los máximos de la DC no quisieron darle un cargo alto en el partido en tiempos de la 'dictadura'. Entonces, Piñera se fue a RN. Además, el hecho de que Piñera siga repitiendo la tontería del 'humanismo cristiano' de Maritain que es, al fin y al cabo, una ideología socialista, ilustra que no sabe donde está parado. Maritain en su libro 'Humanismo Cristiano' propone eliminar la propiedad privada. La fortuna de Piñera se debe a que en la Constitución está consagrada el derecho a la propiedad privada.