La ventaja de las novelas judiciales de John Grisham es que se leen de una carrera, volando. Y uno se relaja una tarde entera, sin rollos, sin pensar demasiado. Y son sencillas, casi lineales, con una trama bien trazada pero sin excesiva exigencia a la memoria. Así que disfruté su reciente La apelación (Plaza & Janés, Barcelona, 2008; trad. cast. de Laura Martín de Dios del original en inglés: The Appeal, 2008), como un paréntesis en mi lectura de Sword of Honour, la trilogía que Evelyn Waugh inventó para reírse de las incongruencias aliadas durante la segunda guerra mundial y para continuar explorando la universal condición humana.
Mas basta ya de Waugh. Sobre Grisham solamente quiero decir que me gustaría apelar a alguien para quejarme de la propaganda. Sí, ya sé que el imbécil soy yo, por creerla.
Mirad: The New York Times dice: “John Grisham nos ofrece su libro más inteligente”. ¿Por qué insultar al autor de esta manera? Yo le pongo un 4 (de 10). Es un libro mediocre desde el punto de vista de la trama y del estilo literario. En casi todo resulta muy predecible. Sin embargo, he aquí un segundo engaño: la revista People afirma que “el final sorprenderá a muchos lectores”. Así que me imaginé un final sorprendente que, por supuesto, no aconteció. Terminó como era probable que terminara cualquier novela mínimamente realista sobre el tema. Por lo menos, el autor eligió uno de los dos finales obvios posibles: escogió entre el triste y el alegre. Pero no hizo ni el más mínimo esfuerzo por sorprender a quienes estaban leyendo su novela más inteligente.
Desastre.
Y tampoco es que el nervio del asunto sea tan espectacular. Prestad atención. Los abogados Payton & Payton, marido y mujer, logran una sentencia de indemnización de perjuicios favorable a una mujer que ha perdido a su marido y a su pequeño hijo a causa del cáncer, a su vez provocado por la contaminación de las aguas del pueblo, debida, a su vez, a la dolosa actuación de la empresa química Krane. El dueño de la empresa recibe, mediante un senador que promueve la causa conservadora en Estados Unidos (una amalgama de defensores del derecho a portar armas, del libre mercado y las empresas capitalistas como Krane, del matrimonio tradicional contra el homosexualismo y de la causa pro-vida), la oferta de pagar algunos millones de dólares a una empresa de comunicaciones que se especializa en ganar elecciones de jueces de tribunales supremos estatales. Así, toda la segunda parte del libro muestra cómo se elige a un honesto abogado, que ha trabajado como defensor contra este tipo de demandas de indemnización; se lo convierte en candidato a juez del tribunal supremo del estado, y, finalmente, se le hace ganar la elección e integrar el tribunal que verá la apelación del caso contra Krane. La tercera parte narra cómo decide este hombre honesto, con dudas de conciencia de última hora, debidas a ver la negligencia de una fábrica de bates de béisbol y de un hospital que casi le cuestan la vida a su niño beisbolista. Todo es aderezado con relatos de intrigas políticas y empresariales, corrupción, gente mala y gente buena. Aparentemente muy realista, pero nada del otro mundo.
Y, en definitiva, el buen nuevo juez falla a favor de Krane, lo cual significa la quiebra de Payton & Payton y un triste final para todas las víctimas. Y los lectores acostumbrados a finales felices se enojarán un poco.
Y aquellos que hayan leído este comentario, donde a propósito he contado el final, que sepan que ya no tienen ninguna razón para leer el libro. De nada.
Además, sugiero una calificación moral Almudí: L-B1. Esto significa que tiene algunos inconvenientes morales, aunque sea una novela limpia desde el punto de vista de la sensualidad (suelen serlo las de Grisham). Y es que la moral no se reduce al sexo, y este libro presenta unilateralmente la causa pro-vida como una simple tapadera de otras causas económicas y políticas. En forma un tanto maniquea, da a entender que los buenos están del lado liberal (aborto, homosexualismo) y los malos son un solo paquete pro-mercado, pro-armas, pro-capitalismo, pro-vida (antiaborto), pro-religión (cristianismo protestante) y pro-matrimonio tradicional (anti-homosexual). Aunque, para ser justo, añado que a los dos lados de la división presenta bien el ideal de una familia joven y unida.
Cristóbal, tomando el planteamiento de tu texto, me gustaría saber que opinas por ejemplo de Sarah Palin, que calza en la categoría del lado de Krane, es decir, y en forma simplificada, por un lado dice ser provida, pero irónicamente empuña muy bien las armas ante las cámaras y no tenía ningún problema en seguir una guerra que nunca ha sido por la libertad sino por el petróleo.
ResponderBorrarSaludos
Jorge: ¿eres el mismo? La foto es demasiado diferente. Respuesta: Tengo una excelente opinión de Sarah Palin, que ha sido duramente atacada por la prensa NO por lo que piensa de Irak (la mayoría en EEUU estuvo de acuerdo con la guerra en Irak, y no por la motivación que tú les atribuyes como exclusiva: es más, esa motivación -el petróleo- es probablemente la de una exigua minoría) sino precisamente por su testimonio de vida, por no abortar a un feto con síndrome de Down, lo cual es una bofetada moral en el rostro de un país que se ha hecho colectivamente cómplice del asesinato. De manera que ella puede ser pro-vida y al mismo tiempo opinar que la guerra en Irak fue justificada (como sabes, la doctrina pro-vida SIEMPRE ha considerado que la guerra PUEDE ser justa en determinadas condiciones, como también la legítima defensa y la pena de muerte).
ResponderBorrarYo personalmente creo que la guerra de Irak NO fue una guerra justificada, pero no descalifico con falacias a quienes discrepan de mí (y es una falacia decir que por defender al niño no nacido uno debería opinar como los pacifistas acerca de la guerra: son dos temas diversos y cada uno debe analizarse en su mérito).
Gracias Cristóbal. Sí, soy el mismo.
ResponderBorrarAhora bien, Palin más bien pertenece a esa exigua minoría "dirigente".
Por otro lado, y esto es más bien una consulta, ¿En torno a dos formas de atentar contra la vida, consideras que pueden existir lecturas distintas según su mérito, aún cuando la vida se supone como un valor único y supremo?
¿No es acaso esa la postura liberal de la neutralidad de valores?
Saludos
Estimado Jorge: Me alegra que tú seas tú.
ResponderBorrarInsisto en que son temas diversos y cada uno debe tratarse según su mérito.
Ahora te pregunto yo: ¿es intrínsecamente mala toda guerra y todo acto de matar en la guerra? De ser así, ¿prohibirías los ejércitos, pues debería ser ilícito tener gente preparada para matar? ¿Es siempre ilegítimo matar en defensa propia o de un tercero atacado con peligro de ser muerto o mutilado o violado?
El único precepto absoluto en la posición pro-vida es: "jamás es lícito matar directamente a un ser humano inocente". Esto no es liberalismo, sino la tradición de la Humanidad casi unánime hasta hace muy poco (con muy ligeras variaciones de aplicación, pero siempre prohibiendo el homicidio y aceptando matar en guerra).
¡Feliz Navidad!