No voy a pergeñar ahora un análisis frío, cuando tengo el corazón anegado en pena.
Chile es un país de tierra brava, temblorosa y rebelde, que contiene en sus entrañas la presión del fuego. Hemos vivido siempre, desde que Pedro de Valdivia fundara Santiago en 1541, así como entre trompetas de guerras y gritos de alarmas, entre incendios, inundaciones y, sobre todo, terremotos. No nos ha sorprendido este desastre del 27 de febrero de 2010, porque un desastre jamás sorprenderá a un chileno. Pregunten a un chileno cualquiera, en cualquier parte del mundo, y nadie negará que lo estábamos esperando. Entre el terremoto de 1960 y el de 1985, un cuarto de siglo; entre el de 1985 y el de 2010, un cuarto de siglo. Todos lo esperábamos.
Ya van mil muertos. Cerca de mí, porque ahora todo está cerca, hay muertos y heridos, mutilados, hambrientos y sedientos. El bálsamo de la caridad internacional nos llega lentamente, porque vino rápido pero estamos aturdidos. El pueblo cristiano ha recibido con particular agradecimiento las palabras de Benedicto XVI. También el Prelado del Opus Dei, don Javier Echevarría, antes de que pasara medio día estaba acompañando a sus fieles con una carta muy sentida, de su puño y letra, estimulando a todos a rezar, a sostener la esperanza, y a trabajar para ayudar en todos los rincones.
Las autoridades perdieron horas —más de un día— dudando si sacar o no a los militares a las calles, cuando en algunas ciudades se desataba el pillaje. Sí, es comprensible, en parte, pues dudaron por esos recuerdos terribles de hace ya décadas: ¡pero ahora, ahora, minuto a minuto los pobladores sencillos e indefensos pedían protección armada! Incluso anoche, nos contaba alguien desde una ciudad del sur, bandas de veinteañeros desarraigados asaltaban casas después del toque de queda. Y es que, cuando la tierra tiembla, se devela el interior de las almas. Ayer vi gentes modestas compartir su agua, su alimento, sus energías. Ayer vi gente llorar, y vi gente consolar. La mayoría de los chilenos son así: tienen fuego en el corazón, como el que desde abajo revienta nuestra tierra.
Pero unos pocos no tienen fuego, sino tierra en el alma, ¡y qué tarde se ha comenzado a reprimirlos con la fuerza necesaria! Medran con la desgracia ajena, ajenos al dolor y a la tristeza.
El agua furiosa del mar entró fuerte, arrasó casas y automóviles, arrastró hombres, mujeres y niños. Pienso ahora en una mujer joven, desconsolada, que no pudo retener a sus hijos de cuatro y dos años, y ella misma fue arrojada luego por el mar que desdeñó su vida. El mar desdeñó matar a quien no querrá vivir. No despreció tomar a sus hijitos, que es como una crueldad inaudita, algo con lo que esa madre joven podrá convivir, y a duras penas, siempre herida, solamente si la asiste una fe inconmovible en la vida eterna. Descansen en paz, estén presentes en espíritu en la familia que queda aquí abajo llorando.
Amigos, pido perdón por no haber analizado las cosas como corresponde a un intelectual. Y que alguno me diga qué, cuánto valen los análisis sesudos ante las inmensidades de la tierra y del agua, del aire y del fuego, de la vida que se nos escapa. Sí, les pido perdón, porque desde lo más hondo del alma solamente puedo decirles que, si no hay vida eterna, si las fuerzas telúricas tienen la última palabra, si hemos de vivir sin esperanza, entonces la verdad es que da igual morirse en un gran terremoto, o lentamente de tanto vivir para intereses que ahora nos parecen tan pequeños. Porque si la última palabra es de esta tierra, que tiembla imperturbable, es ilusorio el fuego del cariño que aflora estos días en el pueblo chileno. Y si el agua que da vida, al final solamente mata, entonces estas palabras, y las suyas, y cualquiera, son aire y polvo, aire y nada.
*Publicado en El Mundo (on-line) el 1 de marzo de 2010.
Buena columna, salvo por "Sí, es comprensible, en parte, pues dudaron por esos recuerdos terribles de hace ya décadas". No es comprensible ni se justifica, pues han desvirtuado la rebelión contra Allende, en que el pueblo lo pidió. Hoy como ayer el pueblo pidió la intervención de los militares. La izquierda aún cree que el pueblo los amaba en tiempos de la UP. Ver 'El Pueblo lo derrotó: la historia comenzó antes' de Julio Bazán Álvarez. Editorial Maye. Los únicos que perdieron fueron los terroristas durante el Gobierno Militar. Al revés de la propaganda de izquierda, ese gobierno respetó la mayoría de los DD.HH., tanto así que la oposición tenía diarios, revistas, radios, universiades. Lo que llaman casos de DD.HH., es porque un terrorista perdió y cayó muerto.
ResponderBorrarEstoy aburrido de tanta comprensión hacia la izquierda, cosa que ellos le han negado al otro lado.
Vayan a un psiquiatra o un psicólogo.
saludos
Pienso que una verdad no anula la otra: los militares fueron llamados por el pueblo, entonces y ahora; muchos muertos a manos de agentes del Estado eran terroristas o subversivos, y, si murieron en combate, bien muertos están; pero también hubo muchos que sufrieron injusticias, como ser detenidos y desaparecidos, o ejecutados sin juicio, cosas que nunca se le deben hacer a nadie, ni siquiera a los enemigos.
ResponderBorrarYo siento que estoy bastante solo en el debate público porque pocos, quizás nadie, quiere reconocer la verdad duela a quien le duela.
en todo caso, querido Cristóbal, las fotos y videos no revelan sólo que se trataba de "bandas de veinteañeros desarraigados", había asultos y adultas y en camionetas... incluso, nos cuentan que había empresarios que robaban a sus colegas...
ResponderBorrarsaludos y adelante!
Sí, Marta. En este envío a El Mundo el pillaje recién comenzaba, así que no entré a calificar los tipos de personas. He intentado comentar ese fenómeno en la prensa, pero no me han publicado. Lo haré aquí en unos días más.
ResponderBorrarCristóbal:
ResponderBorrarLas autoridades las eligieron, entre otras cosas, para tomar decisiones que a ellos tampoco les gusta. Pero que son necesarias. ¿Dónde les quedó el cuero de elefante o rinoceronte? Si es para ello, que se queden en el mundo contemplativo.
Por eso, cuando hay eventos como la Guerra Civil de 1891 o la crisis del 73, es bueno aplicar la amnistía a ambos lados. Y no que un lado le saque a la cara sus crímines, mientras se oculta lo del otro lados.
El terremoto probó, además, que la izquierda se quedó en el pasado, mientras la civilidad vive en el presente. Los que viven en el pasado terminan como Lenin.
saludos