El discurso disolvente de Carlos Peña III: Carlos Peña y el lobby homosexual
La imposición del libro Nicolás tiene dos papás a ciertos jardines infantiles públicos ha despertado una enorme inquietud pública entre los padres, que no tienen acceso a los medios de comunicación y no pueden dar la impresión de que todo el mundo está de acuerdo con ellos. El lobby homosexual es más afortunado que la mayoría de los padres chilenos. Pueden hacer que se despida a un empleado de una compañía de publicidad por criticar la monstruosidad de ese libro para los jardines infantiles, y pueden conseguir que un famoso columnista chileno haga parecer ese acto de prostitución como si fuera algo exigido por el Derecho y la moral.
En efecto, hace apenas una semana, Carlos Peña podía escribir alegremente: “la admisión sin cortapisas del derecho de los padres a educar a sus hijos no puede incluir la promoción de parte de una familia estalinista del culto a la dictadura, o de parte de una familia de nazis del rechazo a los judíos, o de parte de una familia atea del rechazo de la libertad religiosa. Si eso es así, ¿por qué entonces una familia podría oponerse a que sus hijos se enteraran de que la homosexualidad existe y que quienes la practican son personas provistas de la misma dignidad? ¿Acaso una sociedad que trata con respeto a todos sus miembros no debe enseñar ese mismo respeto a las nuevas generaciones y ello aunque contradiga las creencias de las familias? Nadie discutiría que se debe enseñar a los niños que todos los seres humanos son iguales, aunque haya familias que piensen que hay algunos que son intrínsecamente mejores que otros. Nadie tampoco discutiría que se debe enseñar a los niños que la discriminación es mala, aunque sus padres piensen que es buena y adecuada, ¿por qué, entonces, debiera admitirse que las familias pudieran oponerse a que los niños se enteraran de que hay familias homoparentales?”
Desde luego, que se pueda comparar la condena moral de las relaciones homosexuales estables (con derecho a adopción, para colmo) con el rechazo de la libertad religiosa o el nazismo es una señal de que la degradación intelectual del mundo que influye en Chile, y ahora de Chile mismo, ha llegado muy hondo. Carlos Peña se nos presentaría como un antisemita, si no fuera por esa degradación. ¿No deberían protestar los rabinos porque Carlos Peña ha dicho que es igual enseñar el antisemitismo en la sala preescolar que enseñar el derecho de los homosexuales a adoptar niños?
Que la homosexualidad exista y la practiquen personas dotadas de dignidad humana son las verdades con que Peña dota de plausibilidad su sofisma revolucionario. Todas las personas tienen dignidad humana, desde la concepción hasta la muerte natural, y más allá. Pero eso no implica que no pueda haber desigualdades proporcionales, propias de la justicia distributiva. Una de ellas consiste en que a la institución matrimonial solamente pueden entrar un hombre y una mujer, porque es de su esencia real (no me ocupo ahora de signos sensibles, sino de significados) el que esté ordenado a la procreación. Nicolás tiene un papá y una mamá, por más que le pese al gobierno de Bachelet y a sus ideólogos.
Imponer un paradigma homosexual (y ahora uso “paradigma“ en su sentido propio, no en el sociológico) a unos niños pequeños es una violación monstruosa del derecho de los padres a educar a sus hijos (consagrado en la Constitución, a diferencia de la ideología de género). Más grave, desde luego, que imponer a un niño de familia judía un paradigma católico. El católico y el judío adoran (o deberían adorar) al mismo Dios, mientras que quien promueve la ideología de género quiere abolir del mundo todo rastro del orden divino. Es inaudito que Chile no reaccione más firmemente. Si no reacciona ahora, los marxistas van a avanzar sin obstáculos en su estrategia de abolir la familia. Y Carlos Peña, ya se ve, está dispuesto a acompañarlos hasta el final por ese camino.
Por supuesto que hay que enseñar a los niños tolerancia y respeto. Pero la base de la tolerancia y el respeto es el dominio de sí mismo y la verdad sobre el ser humano. No se va a conseguir la tolerancia y el respeto mediante la negación de todo el orden moral natural en cuyo conocimiento nos introdujeron los clásicos griegos (y que fue confirmado por la Revelación divina, tanto la de la Vieja Alianza como de la Nueva). Una persona que camina desnuda por la calle merece respeto. El respeto consiste en arrestarla y cubrir su vergüenza, si lo hace porque está enajenada; o castigarla, si lo hace por exhibicionismo. Pero, desde luego, sería un exabrupto pretender enseñar el respeto a esa persona estampando una foto de ella en un libro de preescolar.
Una persona que tiene tendencias homosexuales, las puede controlar. –Igual que una persona que tiene tendencias adulterinas o fornicarias. Tener la tendencia muchas veces no es algo reprochable. (Pero puede serlo si se debe a conductas desordenadas previas). Una persona que actúa conforme a esas tendencias, realiza una acción reprochable. Es digna de misericordia, pero la misericordia no es aprobación de la acción desordenada. Una persona que manifiesta abiertamente sus conductas reprochables es todavía más reprochable. Con todo, si la sociedad ha llegado a un cierto grado de corrupción, habrá que tolerarla. Pero una persona que no acepta que se sostenga la inmoralidad de sus acciones desviadas, que quiere acallar toda voz que la sostenga y que, más allá de eso, pasando todo límite, quiera imponer a todos los niños, aunque sean hijos de quienes saben que esa acción es desviada, un paradigma de la acción como si fuera una acción normal, debe ser resistida. Si Chile no resiste ahora a quienes quieren destruir la familia, entonces la familia chilena va a ser abolida. Falta ver si en la Patria de O’Higgins quedan personas con coraje para resistir la presión mediática del lobby homosexual y de sus santones laicos.
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