Ayer me encontré en la Clínica de la Universidad de los Andes (Chile) con un doctor que me dijo que le gustaría que yo volviera a ser columnista en El Mercurio.
—No depende de mí— le dije.
—Es que yo siempre leo a Carlos Peña y a Joaquín García-Huidobro —me respondió—. Los dos me hacen pensar, y están bien.
Pausa de suspenso.
—Pero es que tú, además de hacerme pensar, me hacías reír —terminó.
Me hizo gracia.
Solo que después recordé que mi deporte era sobre todo reírme de mí mismo (y de mi madre: mi editor de El Mercurio me decía que no fuera tan mamón).
Y está bien que uno se ría de sí mismo, y hasta un poco de su madre; pero ya que a ustedes les guste, no me hace tanta gracia.
No volveré a ser columnista.
Salvo que me paguen mucho, porque todo hombre tiene su precio.
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