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viernes, octubre 30, 2020

domingo, octubre 25, 2020

Otra vez polémicas sobre dichos del Papa Francisco

 

Me sentí movido a intervenir por muchos mensajes privados de gente desconcertada. Pero esta vez me fue imposible aplicar una razonable "hermenéutica de la continuidad" sin forzarme a mentir.

"Amicus Plato, sed magis amica veritas".

Leed:


Cartas
Domingo 25 de octubre de 2020

Declaraciones del Papa

jueves, octubre 01, 2020

Patria Madre: "Mira que te miro madre"

Me llegó un correo con invitación a participar en un concurso de literatura de Letras UC.  

Se lo pasé a Matías Wenz, quien me devolvió esto, pero no quiso competir. 

Me gustaría que alguien triste, como Fernando Ubiergo, les pusiera música y cantara cuando Chile sufra otra vez el odio.


Décimas por el Chile que soñamos

(Décimas glosadas a una cuarteta, con décima de cierre que incluye la cuarteta).

 

 

Fundamento: De la crisis a un sueño

 

 

Autor: Matías Wenz

 

 

Patria Madre

 

 

 

Mira que te miro madre

que Chile en tu seno salta

como el mar y la cumbre alta

y de alegre llora el padre.

 

Chile eres madre de entuertos

madre de padres ausentes

de hijos poetas videntes

de marineros y puertos

de niños que nacen muertos

de niñas tristes sin padre.

Chile lindo, Chile madre

que has sido madre y nodriza

mira que el pueblo agoniza

mira que te miro madre.

 

Alégrate que te sueño

Chile madre, Chile lindo

con tu sangre como un guindo

con tu puelche aire sureño

yo te miro yo te sueño

montaña de vino y palta

terruño de asilo y malta

que eres madre de ti misma

y es tu don y tu carisma

que Chile en tu seno salta.


¿Qué dirán los viejos sabios

cuando acabe la borrasca?

¡Fuimos fuego de hojarasca

y de amores los resabios!

Pero Chile con los labios

te besamos ya sin falta

Chile, Chile linda, salta

huinca mapuche mestiza

madre guerrera y maciza

como el mar y la cumbre alta.

 

Chile libre en paz maduro

los enfermos y los sanos

pobres ricos y medianos

con nostalgias del futuro

besan bajo el cielo puro

al amigo y al compadre

a la amante y a la madre

dando a luz con las miradas

y con llanto a las amadas

y de alegre llora el padre.

 

Qué puro Chile es tu cielo

azulado sueña mi alma

campo de flores en calma

donde el hombre nace nuevo

de mujer donde yo bebo

la voz viva de mi padre

mira que te miro madre

que Chile en tu seno salta

como el mar y la cumbre alta

y de alegre llora el padre.


Estados Unidos, 1 de octubre de 2020.


viernes, julio 31, 2020

El 10% es mío, los moralistas me lo quieren quitar...

Sobre el uso del 10% en El Mercurio 31-07-2020.



Cartas
Viernes 31 de julio de 2020

Escrúpulos con el 10%

viernes, mayo 15, 2020

Increíble Carta de Benedicto XVI sobre Juan Pablo II

Increíble Carta de Benedicto XVI sobre Juan Pablo II por el centenario de su nacimiento, el próximo 18 de mayo.




Está en Infovaticana y en Aciprensa en castellano.




Leed.


Ciudad del Vaticano

4 de mayo del 2020

El 18 de mayo, se cumplirán 100 años desde que el papa Juan Pablo II nació en la pequeña ciudad polaca de Wadowice.

Polonia, dividida durante más de 100 años por las tres grandes potencias vecinas – Prusia, Rusia y Austria –, había recuperado su independencia al final de la Primera Guerra Mundial. Fue una época llena de esperanza, pero también de dificultades, ya que la presión de las dos grandes potencias, Alemania y Rusia, siguió pesando sobre el Estado que se estaba reorganizando. En esta situación de angustia, pero sobre todo de esperanza, creció el joven Karol Wojtyla, que perdió muy pronto a su madre, a su hermano y, finalmente, a su padre, de quien había aprendido una piedad profunda y cálida. El joven Karol era particularmente apasionado de la literatura y el teatro, y después de estudiar para sus exámenes de secundaria, comenzó a dedicarse más a estas materias.

«Para evitar la deportación, en el otoño de 1940, comenzó a trabajar en una cantera que pertenecía a la fábrica química de Solvay» (cf. Don y Misterio). «En Cracovia, había ingresado en secreto en el Seminario. Mientras trabajaba como obrero en una fábrica, comenzó a estudiar teología con viejos libros de texto, para poder ser ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946» (cf. Ibid.). Por supuesto, no solo estudió teología en los libros, sino también a partir de la situación específica que pesaba sobre él y su país. Es una especie de característica de toda su vida y su trabajo. Estudia con libros, pero experimenta y sufre las cuestiones que están detrás del material impreso. Para él, como joven obispo – obispo auxiliar desde 1958, arzobispo de Cracovia desde 1964 – el Concilio Vaticano II se convirtió en una escuela para toda su vida y su trabajo. Las grandes preguntas que surgieron especialmente sobre el llamado Esquema 13 – luego Constitución Gaudium et Spes – fueron sus preguntas personales. Las respuestas desarrolladas en el Concilio le mostraron el camino a seguir para su trabajo como obispo y luego como Papa.

Cuando el cardenal Wojtyla fue elegido sucesor de San Pedro el 16 de octubre de 1978, la Iglesia estaba en una situación desesperada. Las deliberaciones del Concilio se presentaban al público como una disputa sobre la fe misma, lo que parecía privarla de su certeza indudable e inviolable. Un pastor bávaro, por ejemplo, comentando la situación, decía: «Al final, hemos acogido una fe falsa». Esta sensación de que no había nada seguro, de que todo estaba en cuestión, fue alimentada por la forma en que se implementó la reforma litúrgica. Al final, todo parecía factible en la liturgia. Pablo VI había cerrado el Concilio con energía y determinación, pero luego, una vez terminado, se vio confrontado con más asuntos, siempre más urgentes, lo que finalmente puso en tela de juicio a la Iglesia misma. Los sociólogos compararon la situación de la Iglesia en ese momento con la de la Unión Soviética bajo Gorbachov, cuando toda la poderosa estructura del Estado finalmente se derrumbó en un intento de reformarla.

Una tarea que superaba las fuerzas humanas esperaba al nuevo Papa. Sin embargo, desde el primer momento, Juan Pablo II despertó un nuevo entusiasmo por Cristo y su Iglesia. Primero lo hizo con el grito del sermón al comienzo de su pontificado: «¡No tengan miedo! ¡Abran, sí, abran de par en par las puertas a Cristo!» Este tono finalmente determinó todo su pontificado y lo convirtió en un renovado liberador de la Iglesia. Esto estaba condicionado por el hecho de que el nuevo Papa provenía de un país donde el Concilio había sido bien recibido: no el cuestionamiento de todo, sino más bien la alegre renovación de todo.

El Papa ha viajado por el mundo en 104 grandes viajes pastorales y proclamó el Evangelio en todas partes como una alegría, cumpliendo así su obligación de defender el bien, de defender a Cristo.

En 14 encíclicas, volvió a exponer completamente la fe de la Iglesia y su doctrina humana. Inevitablemente, al hacerlo, provocó oposición en las iglesias del Occidente llenas de dudas.

Hoy, me parece importante enfatizar sobre todo el verdadero centro desde el cual debe leerse el mensaje de sus diferentes textos. Este centro vino a la atención de todos nosotros en el momento de su muerte. El Papa Juan Pablo II murió en las primeras horas de la nueva fiesta de la Divina Misericordia. Permítanme agregar primero un pequeño comentario personal que revela un aspecto importante del ser y el trabajo del Papa. Desde el principio, Juan Pablo II se sintió profundamente conmovido por el mensaje de Faustina Kowalska, una monja de Cracovia, que destacó la Divina Misericordia como un centro esencial de la fe cristiana y deseaba una celebración con este motivo. Después de todas las consultas, el Papa había escogido el domingo in albis. Sin embargo, antes de tomar la decisión final, le pidió a la Congregación de la Fe su opinión sobre la conveniencia de esta fecha. Dijimos que no porque pensamos que una fecha tan antigua y llena de contenido como la del domingo in albis no debería sobrecargarse con nuevas ideas. Ciertamente no fue fácil para el Santo Padre aceptar nuestro no. Pero lo hizo con toda humildad y aceptó el no de nuestro lado por segunda vez. Finalmente, hizo una propuesta dejando el histórico domingo in albis, pero incorporando la Divina Misericordia en su mensaje original. En otras ocasiones, de vez en cuando, me impresionó la humildad de este gran Papa, que renunció a las ideas de lo que deseaba porque no recibió la aprobación de los organismos oficiales que, según las reglas clásicas, había de consultar.

Mientras Juan Pablo II vivió sus últimos momentos en este mundo, la Fiesta de la Divina Misericordia acababa de comenzar tras la oración de las primeras vísperas. Esta celebración iluminó la hora de su muerte: la luz de la misericordia de Dios se presenta como un mensaje reconfortante sobre su muerte. En su último libro, Memoria e Identidad, publicado en la víspera de su muerte, el Papa resumió una vez más el mensaje de la Divina Misericordia. Señaló que la hermana Faustina murió antes de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, pero que ya había dado la respuesta del Señor a este horror insoportable. Era como si Cristo quisiera decir a través de Faustina: «El mal no obtendrá la victoria final. El misterio pascual confirma que el bien prevalecerá, que la vida triunfará sobre la muerte y que el amor triunfará sobre el odio».

A lo largo de su vida, el Papa buscó apropiarse subjetivamente del centro objetivo de la fe cristiana, que es la doctrina de la salvación, y ayudar a otros a apropiarse de ella. A través de Cristo resucitado, la misericordia de Dios es para cada individuo. Aunque este centro de la existencia cristiana solo nos lo da la fe, también es importante filosóficamente, porque si la misericordia de Dios no es un hecho, debemos encontrar nuestro camino en un mundo donde el poder último del bien contra el mal es incierto. Después de todo, más allá de este significado histórico objetivo, es esencial que todos sepan que, al final, la misericordia de Dios es más fuerte que nuestra debilidad. Además, en esta etapa actual, también se puede encontrar la unidad interior entre el mensaje de Juan Pablo II y las intenciones fundamentales del Papa Francisco: Juan Pablo II no es un rigorista moral, como algunos lo intentan dibujar en parte. Con la centralidad de la misericordia divina, nos da la oportunidad de aceptar el requerimiento moral del hombre, aunque nunca podemos cumplirlo por completo. Sin embargo, nuestros esfuerzos morales se hacen a la luz de la divina misericordia, que resulta ser una fuerza curativa para nuestra debilidad.

Cuando murió el Papa Juan Pablo II, la Plaza de San Pedro estaba llena de personas, especialmente jóvenes, que querían encontrarse con su Papa por última vez. No puedo olvidar el momento en que Mons. Sandri anunció el mensaje de la partida del Papa. Sobre todo, el momento en que la gran campana de San Pedro repicó, hizo que este mensaje resultara inolvidable. El día del funeral, había muchas pancartas diciendo «¡Santo súbito!». Eso fue un grito que, de todos lados, surgió a partir del encuentro con Juan Pablo II. No solo en la plaza, sino también en varios círculos intelectuales, se discutió la idea de darle el título de «Magno» a Juan Pablo II.

La palabra «santo» indica la esfera de Dios y la palabra «magno» la dimensión humana. Según el reglamento de la Iglesia, la santidad puede ser reconocida por dos criterios: las virtudes heroicas y el milagro. Los dos criterios están estrechamente vinculados. La expresión «virtud heroica» no significa una especie de hazaña olímpica; al contrario, en y a través de una persona se revela algo que no proviene de él, sino que se hace visible la obra de Dios en y a través de él. No es una competencia moral de la persona, sino renunciar a la propia grandeza. El punto es que una persona deja que Dios trabaje en ella, y así el trabajo y el poder de Dios se hacen visibles a través de ella.

Lo mismo se aplica a la prueba del milagro: aquí tampoco se trata de un evento sensacional sino de la revelación de la bondad de Dios que cura de una manera que va más allá de las meras posibilidades humanas. El santo es un hombre abierto a Dios e imbuido de Dios. El que se aleja de sí mismo y nos deja ver y reconocer a Dios es santo. Verificar esto legalmente, en la medida de lo posible, es el significado de los dos procesos de beatificación y canonización. En los casos de Juan Pablo II, ambos procesos se hicieron estrictamente de acuerdo a las reglas aplicables. Por lo tanto, ahora se nos presenta como el padre que nos deja ver la misericordia y la bondad de Dios.

Es más difícil definir correctamente el término «magno». Durante los casi 2.000 años de historia del papado, el título «Magno» solo prevaleció para dos papas: León I (440-461) y Gregorio I (590-604). La palabra «magno» tiene una connotación política en ambos, en la medida en que algo del misterio de Dios mismo se hace visible a través de la actuación política. A través del diálogo, León Magno logró convencer a Atila, el Príncipe de los Hunos, para que perdonara a Roma, la ciudad de los príncipes de los apóstoles Pedro y Pablo. Desarmado, sin poder militar o político, sino por el solo poder de la convicción por su fe, logró convencer al temido tirano para que perdonara a Roma. El espíritu demostró ser más fuerte en la lucha entre espíritu y poder.

Aunque Gregorio I no tuvo un éxito tan espectacular, también logró proteger a Roma contra los lombardos, de nuevo al oponerse el espíritu al poder y alcanzar la victoria del espíritu.

Si comparamos la historia de los dos Papas con la de Juan Pablo II, su similitud es evidente. Juan Pablo II tampoco tenía poder militar o político. Durante las deliberaciones sobre la forma futura de Europa y Alemania, en febrero de 1945, se observó que la opinión del Papa también debía tenerse en cuenta. Entonces Stalin preguntó: «¿Cuántas divisiones tiene el Papa?». Es claro que el Papa no tiene divisiones a su disposición. Pero el poder de la fe resultó ser un poder que finalmente derrocó el sistema de poder soviético en 1989 y permitió un nuevo comienzo. Es indiscutible que la fe del Papa fue un elemento esencial en el derrumbe del poder comunista. Así que la grandeza evidente en León I y Gregorio I es ciertamente visible también en Juan Pablo II.

Dejamos abierto si el epíteto «magno» prevalecerá o no. Es cierto que el poder y la bondad de Dios se hicieron visibles para todos nosotros en Juan Pablo II. En un momento en que la Iglesia sufre una vez más la aflicción del mal, este es para nosotros un signo de esperanza y confianza.

Querido San Juan Pablo II, ¡ruega por nosotros!

Benedicto XVI

sábado, abril 25, 2020

Formación en la fe católica y misa en latín

Quiero reunir virtualmente (primero) y presencialmente (después) a hombres en Chile, solteros, menores de 30 años, que quieran formarse en la fe y asistir a la Santa Misa en latín, y que no estén ya vinculados a algún grupo católico. 


Las razones de estas restricciones es poder comenzar rápido, con gente que tenga tiempo y capacidad de comprometerse a ayudar en la idea. Mi experiencia es que solo en una segunda etapa podríamos invitar a ancianos, mujeres y niños.

Escribir a corregos@uc.cl.


viernes, abril 24, 2020

Una breve carta y dos más largas

Aunque he escrito dos versiones más extensas, que quizás publicaré en el blog, hoy publiqué en El Mercurio esta breve carta sobre la polémica por las columnas sarcásticas de Carlos Peña.


Viernes 24 de abril de 2020

La razón del columnista






Señor Director:

miércoles, marzo 25, 2020

Absolución e Indulgencia Plenaria del 27 de marzo y otras

Comparto una síntesis de lo que debemos saber sobre la recepción del Sacramento de la Confesión y la Indulgencia Plenaria concedida por la Santa Sede durante esta emergencia del Covid-19. Se exponen sin comillas textos entresacados de otros más amplios que se citan al final.


1. También en la época de Covid-19, la confesión individual representa el modo ordinario de celebrar este sacramento, mientras que la absolución colectiva, sin la confesión individual previa, no puede impartirse sino en caso de peligro inminente de muerte, por falta de tiempo para oír las confesiones de los penitentes individuales o por grave necesidad. En el caso de absolución colectiva es necesario, para la válida absolución, el "votum sacramenti" por parte del penitente individual, es decir, el propósito de confesar a su debido tiempo los pecados graves que en su momento no pudieron ser confesados. Sin este propósito, la absolución colectiva no vale.


2. Cuando el fiel se encuentre en la dolorosa imposibilidad de recibir la absolución sacramental, debe recordarse que la contrición perfecta, procedente del amor del Dios amado sobre todas las cosas, expresada por una sincera petición de perdón (la que el penitente pueda expresar en ese momento) y acompañada de "votum confessionis", es decir, del firme propósito de recurrir cuanto antes a la confesión sacramental, obtiene el perdón de los pecados, incluso mortales (cf. Catecismo, n. 1452).

Por lo tanto, cualquiera que piense hallarse en estado de pecado mortal aún no perdonado, que se acoja a la Misericordia de Dios, mediante la expresión sincera de un acto de contrición perfecta, que es la que se funda en el amor a Dios sobre todas las cosas. 


Se puede decir algo breve como: «Dios mío, porque te amo sobre todas las cosas, me pesa haber cometido estos pecados, que tanto te ofenden, te pido perdón y me propongo confesarme bien en cuanto me sea posible». O: «Dios mío, perdóname, te amo sobre todas las cosas». O el clásico "Señor mío, Jesucristo", recitado con amor y pausa:

«Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido. También me pesa porque sé que podéis castigarme con las penas eternas del Infierno. Por eso, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme bien, cumplir la penitencia que me fuera impuesta y apartarme de todas las ocaciones de pecar. Os ofrezco, Señor, toda mi vida, mis trabajos y mis obras, en satisfacción de mis pecados, y, así como os suplico, así confío en vuestra divina bondad y misericordia infinita me los perdonaréis por los méritos de vuestra preciosísima Sangre, Pasión y Muerte, y me daréis gracia para enmendarme y para perseverar en vuestro santo servicio hasta el fin de mi vida. Amén».

Esta es doctrina común de la Iglesia y no solamente para tiempos de emergencia o calamidad, por la cual se recomienda un acto de contrición lo más perfecta posible en cualquier caso en que se haya cometido un pecado mortal. Así realizado, aun cuando no se tenga la seguridad que confiere el Sacramento, se puede tener la razonable confianza en que, por la Misericordia de Dios, se ha vuelto a la amistad con el Señor. Y se ha de buscar la absolución sacramental lo antes posible, y siempre antes de comulgar.


3. La Indulgencia Plenaria remite toda la pena temporal debida por los pecados cometidos, que se satisface con los sufrimientos en esta vida o con el Purgatorio en la venidera. Para ganar la Indulgencia Plenaria, se debe hacer lo siguiente:

a) La ejecución de la obra enriquecida con la indulgencia (sobre esto, n. 4);

b) La intención al menos implícita (virtual) de ganar la indulgencia;

c) La confesión sacramental;

d) La comunión eucarística;

e) La oración por las intenciones del Romano Pontífice (basta con un Padrenuestro y un Avemaría);

f) Excluir todo afecto al pecado, incluso venial, para lo cual se recomienda un acto explícito de contrición y de detestación de cualquier pecado incluso de los pecados veniales.

g) Se debe estar en estado de gracia santificante (i.e., sin pecado mortal no perdonado) por lo menos cuando terminan de cumplirse estas condiciones. Normalmente esta condición exige la Confesión sacramental (letra c), que perdona los pecados mortales incluso cuando la contrición es imperfecta (v.gr., por temor al Infierno). En las actuales circunstancias, se puede ganar la indulgencia habiendo obtenido la gracia mediante el acto de contrición perfecta y la intención de cumplir las demás condiciones apenas fuere posible.  

Las condiciones (c), (d) y (e) pueden cumplirse algunos días antes o después (suele decirse 7 días) de la obra con indulgencia, aunque se recomienda que se realicen en el mismo día (d) y (e).

En el caso de la actual pandemia, que exige a muchos cuarentena o al menos aislamiento parcial, basta "con la voluntad de cumplir las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre), apenas les sea posible".


4. En la situación presente, además de las indulgencias plenarias que siempre están vigentes (como ir a un retiro de tres días o hacer media hora de adoración al Santísimo), la Santa Sede ha dispuesto:

a) Se concede la Indulgencia Plenaria a los fieles enfermos de Coronavirus, sujetos a cuarentena por orden de la autoridad sanitaria en los hospitales o en sus propias casas si, con espíritu desprendido de cualquier pecado, se unen espiritualmente a través de los medios de comunicación a la celebración de la Santa Misa, al rezo del Santo Rosario, a la práctica piadosa del Vía Crucis u otras formas de devoción, o si al menos rezan el Credo, el Padrenuestro y una piadosa invocación a la Santísima Virgen María, ofreciendo esta prueba con espíritu de fe en Dios y de caridad hacia los hermanos, con la voluntad de cumplir las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre), apenas les sea posible;

b) Los agentes sanitarios, los familiares y todos aquellos que, siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano, exponiéndose al riesgo de contagio, cuidan de los enfermos de Coronavirus según las palabras del divino Redentor: "Nadie tiene mayor amor que éste: dar la vida por sus amigos" (Jn 15,13), obtendrán el mismo don de la Indulgencia Plenaria en las mismas condiciones;

c) Así también se concede la Indulgencia Plenaria, con ocasión de la actual epidemia mundial, también a aquellos fieles que ofrezcan la visita al Santísimo Sacramento, o la Adoración Eucarística, o la lectura de la Sagrada Escritura durante al menos media hora, o el rezo del Santo Rosario, o el ejercicio piadoso del Vía Crucis, o el rezo de la corona de la Divina Misericordia, para implorar a Dios Todopoderoso el fin de la epidemia, el alivio de los afligidos y la salvación eterna de los que el Señor ha llamado a sí.

d) La Iglesia reza por los que estén imposibilitado de recibir el sacramento de la Unción de los enfermos y el Viático, encomendando a todos y cada uno de ellos a la Divina Misericordia en virtud de la comunión de los santos y concede a los fieles la Indulgencia plenaria en punto de muerte siempre que estén debidamente dispuestos y hayan rezado durante su vida algunas oraciones (en este caso la Iglesia suple a las tres condiciones habituales requeridas). Para obtener esta indulgencia se recomienda el uso del crucifijo o de la cruz.

e) Con la Bendición Urbi et Orbi del 27 de marzo. El Papa convoca a oración y Adoración el Viernes 27 de marzo, a las 18 hrs. de Roma (14 hrs. de Chile), al final de la cual impartirá la Bendición Urbi et Orbi con Indulgencia Plenaria: basta con recibir esa Bendición a la distancia (letra a) y cumplir las demás condiciones (b-g).

Algunas de estas indulgencias (v.gr., Adoración Eucarística por media hora) están vigentes también en tiempos de normalidad.



FUENTES

1. Padrenuestro con el Papa 25-III-2020: https://youtu.be/8-CfG4Wm-HQ.

2. Penitenciaría Apostólica:




4. Homilía del Papa donde recuerda la posibilidad del perdón cuando no se puede recurrir al sacerdote (con contrición perfecta): http://www.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2020/documents/papa-francesco-cotidie_20200320_peri-medici-ele-autorita.html

5. Anuncio del Papa tras el Ángelus de 22 de marzo: https://youtu.be/oTrVVFeShTo?t=186.

a) Llamada a rezar a la vez, todos juntos, el Padrenuestro a las 12 hrs. y cada uno varias veces al día; 
 
b) Con la misma intención, convoca a oración y Adoración el Viernes 27 a las 18 de Roma (de Chile), al final de la cual dará la Bendición Urbi et Orbi con Indulgencia Plenaria (basta con recibir esa Bendición (letra a) y cumplir las demás condiciones (b-g).

6. Llamado de la Conferencia Episcopal de Chile a unirse al Papa en esta intención: