El Monstruo de la Quinta Vergara se cansó de bailar con Joaquín Lavín. La masa es caprichosa. No nos extrañemos si mañana lo añoran, le ruegan, lo llaman. El caso es que, de momento, un gran hombre ha sido excluido de la presidencia de un país pequeño.
Dejo para más adelante un comentario estrictamente político, porque da pena recordar tan pronto que muchos advirtieron públicamente que el círculo de hierro se equivocaba en sus cálculos.
Joaquín Lavín ha perdido, pero más ha perdido Chile. Quizás nuestro pueblo se ha engañado precisamente porque el márketing político parecía exigir que le mostrasen solamente una cara del candidato, la que sonreía, la que sintonizaba con los problemas de la gente, la que no descalificaba a sus adversarios . . . También es parte de esa cara buena su apertura hacia las personas con las más variadas tendencias sociales y morales y religiosas. Sin embargo, todo eso podía confundirse con falta de seriedad, con escasa estatura de estadista, con debilidad para enfrentarse con el cáncer moral que hace tiempo corroe a Chile (el socialismo liberal) y con una feble adhesión a sus auténticas convicciones morales y religiosas.
Tal fue el eje del plan de ataque de sus enemigos, quienes parecían confabulados con sus amigos —por razones opuestas— para ocultar la otra cara, la de un servidor público de excepción. Al final del día, el pragmatismo trabajaba desde los dos extremos para provocar el desencanto de quienes le siguieron una vez.
Todos engañaron y se engañaron. El Monstruo, astutamente manipulado, ha rugido otra vez, creyéndose el dueño del circo. Y se ha piteado (así dicen ahora) la oportunidad de tener como Presidente a un hombre fuera de serie.
Tres consideraciones muestran la altura de Joaquín Lavín, que no alcanzan ni de lejos ni el ex Presidente Lagos —con toda la parafernalia de su política de comunicación estratégica— ni la doctora Bachelet ni los anteriores presidentes que ha tenido Chile.
Detengámonos primero en algunas de sus actitudes vitales importantes: trabajo, carácter, justicia.
La masa lucha por trabajar cada día menos, como un derecho humano básico. Lavín trabaja cada día más, con una intensidad y una concentración que la inmensa mayoría podemos admirar, pero no imitar.
Allí donde tantos líderes nos han acostumbrado al mal carácter y a la prepotencia, Lavín demuestra una serenidad habitual. ¿Quién no tiene un momento de vacilación, de cansancio o de duda? Seguramente que él los ha tenido, pero por encima de ellos sobresale la calma de siempre, además de una sencillez y una transparencia que, aunque hayan sido amagadas en parte por el pragmatismo de su máquina política, resplandecen en el trato directo con las personas.
Y sabe poner pasión en lo que hace: pasión sin el apasionamiento malo de quien pierde los nervios.
El amor a los más necesitados, que han sido carne de cañón del socialismo en todas las épocas, es, en Joaquín Lavín, una extensión de su acendrado sentido de la justicia. Ahora que surge un líder capaz de trabajar por los desposeídos, sin instrumentalizarlos para el servicio de una ideología particular, se lo acusa de populismo. Parece que la única forma de no ser populista es apelar a los pobres y estrujar sus votos, para, además, expandir una ideología y de paso llenarse los bolsillos con lo que podría servir para aliviarlos.
Joaquín Lavín tiene, en cambio, el sello de lo auténtico (esa autenticidad que se ocultó a todos). Con su capacidad como economista, sus estudios en Chile y en Estados Unidos, su sentido práctico, podría ser, a estas alturas, uno de los grandes empresarios de Chile. Eligió el camino que la mayoría abomina: luchar en la arena pública, a costa de su honra y de sus bienes, por hacer realidad un ideal noble.
Esto nos lleva a una segunda consideración. Señal inequívoca de su grandeza es la forma en que ha sido atacado por la mediocridad resentida de la izquierda (no me refiero a todos los zurdos, a algunos de los cuales tanto admiro que, como se verá, les concedo el honor de mencionarlos por su nombre en capítulos posteriores). No solamente lo tacharon de “populista”, sino también de “payaso”, “más liviano que una paquete de papas fritas”, y otras calificaciones que hacen dudar de la altura moral de quienes las profieren. Incluso un Ministro del Interior y un Intendente de Santiago, de manera concertada, atacaron su pertenencia a una institución de la Iglesia católica: su modo personalísimo de practicar la vida cristiana con más exigencia, porque le da la gana. ¿Dónde queda la libertad religiosa de los ciudadanos y el respeto que le deben sus gobernantes? Aire, nada. Los colmillos de los sectarios brillaron en la noche: señal de que su adversario es alguien grande. “Los seres más mediocres pueden ser grandes sólo por lo que destruyen” (André Maurois).
En tercer lugar, observemos la trayectoria de un hombre que ha sabido de éxitos y de fracasos. Colaborador de Miguel Kast: los hombres grandes se encadenan en la historia. Candidato a diputado: de su actitud serena ante la derrota surgió una nueva universidad libre, la Universidad del Desarrollo. Alcalde dos veces, con un sinnúmero de logros invisibles a los ojos del Monstruo. Candidato presidencial en 1998-1999, introdujo un verdadero cambio en el modo de hacer política en Chile. A pesar de que la Concertación insiste en la única táctica cuya marca tiene registrada (sembrar odio y resentimiento), se ha visto obligada a hacerlo en dosis más pequeñas, siempre bajo la máscara de la justicia, y su candidata ha debido imitar a Joaquín Lavín en su sonrisa, su estilo, su trato . . . (¿por qué será que de ella no dicen sus compañeros que es “más liviana que una bolsa de papas fritas”?).
C. S. Lewis decía que las fallas son los postes que indican el camino hacia el logro de una meta. Un hombre fuera de serie no se achica ante los obstáculos.
Joaquín Lavín: ¡ojalá vuelvas a intentarlo!
Dejo para más adelante un comentario estrictamente político, porque da pena recordar tan pronto que muchos advirtieron públicamente que el círculo de hierro se equivocaba en sus cálculos.
Joaquín Lavín ha perdido, pero más ha perdido Chile. Quizás nuestro pueblo se ha engañado precisamente porque el márketing político parecía exigir que le mostrasen solamente una cara del candidato, la que sonreía, la que sintonizaba con los problemas de la gente, la que no descalificaba a sus adversarios . . . También es parte de esa cara buena su apertura hacia las personas con las más variadas tendencias sociales y morales y religiosas. Sin embargo, todo eso podía confundirse con falta de seriedad, con escasa estatura de estadista, con debilidad para enfrentarse con el cáncer moral que hace tiempo corroe a Chile (el socialismo liberal) y con una feble adhesión a sus auténticas convicciones morales y religiosas.
Tal fue el eje del plan de ataque de sus enemigos, quienes parecían confabulados con sus amigos —por razones opuestas— para ocultar la otra cara, la de un servidor público de excepción. Al final del día, el pragmatismo trabajaba desde los dos extremos para provocar el desencanto de quienes le siguieron una vez.
Todos engañaron y se engañaron. El Monstruo, astutamente manipulado, ha rugido otra vez, creyéndose el dueño del circo. Y se ha piteado (así dicen ahora) la oportunidad de tener como Presidente a un hombre fuera de serie.
Tres consideraciones muestran la altura de Joaquín Lavín, que no alcanzan ni de lejos ni el ex Presidente Lagos —con toda la parafernalia de su política de comunicación estratégica— ni la doctora Bachelet ni los anteriores presidentes que ha tenido Chile.
Detengámonos primero en algunas de sus actitudes vitales importantes: trabajo, carácter, justicia.
La masa lucha por trabajar cada día menos, como un derecho humano básico. Lavín trabaja cada día más, con una intensidad y una concentración que la inmensa mayoría podemos admirar, pero no imitar.
Allí donde tantos líderes nos han acostumbrado al mal carácter y a la prepotencia, Lavín demuestra una serenidad habitual. ¿Quién no tiene un momento de vacilación, de cansancio o de duda? Seguramente que él los ha tenido, pero por encima de ellos sobresale la calma de siempre, además de una sencillez y una transparencia que, aunque hayan sido amagadas en parte por el pragmatismo de su máquina política, resplandecen en el trato directo con las personas.
Y sabe poner pasión en lo que hace: pasión sin el apasionamiento malo de quien pierde los nervios.
El amor a los más necesitados, que han sido carne de cañón del socialismo en todas las épocas, es, en Joaquín Lavín, una extensión de su acendrado sentido de la justicia. Ahora que surge un líder capaz de trabajar por los desposeídos, sin instrumentalizarlos para el servicio de una ideología particular, se lo acusa de populismo. Parece que la única forma de no ser populista es apelar a los pobres y estrujar sus votos, para, además, expandir una ideología y de paso llenarse los bolsillos con lo que podría servir para aliviarlos.
Joaquín Lavín tiene, en cambio, el sello de lo auténtico (esa autenticidad que se ocultó a todos). Con su capacidad como economista, sus estudios en Chile y en Estados Unidos, su sentido práctico, podría ser, a estas alturas, uno de los grandes empresarios de Chile. Eligió el camino que la mayoría abomina: luchar en la arena pública, a costa de su honra y de sus bienes, por hacer realidad un ideal noble.
Esto nos lleva a una segunda consideración. Señal inequívoca de su grandeza es la forma en que ha sido atacado por la mediocridad resentida de la izquierda (no me refiero a todos los zurdos, a algunos de los cuales tanto admiro que, como se verá, les concedo el honor de mencionarlos por su nombre en capítulos posteriores). No solamente lo tacharon de “populista”, sino también de “payaso”, “más liviano que una paquete de papas fritas”, y otras calificaciones que hacen dudar de la altura moral de quienes las profieren. Incluso un Ministro del Interior y un Intendente de Santiago, de manera concertada, atacaron su pertenencia a una institución de la Iglesia católica: su modo personalísimo de practicar la vida cristiana con más exigencia, porque le da la gana. ¿Dónde queda la libertad religiosa de los ciudadanos y el respeto que le deben sus gobernantes? Aire, nada. Los colmillos de los sectarios brillaron en la noche: señal de que su adversario es alguien grande. “Los seres más mediocres pueden ser grandes sólo por lo que destruyen” (André Maurois).
En tercer lugar, observemos la trayectoria de un hombre que ha sabido de éxitos y de fracasos. Colaborador de Miguel Kast: los hombres grandes se encadenan en la historia. Candidato a diputado: de su actitud serena ante la derrota surgió una nueva universidad libre, la Universidad del Desarrollo. Alcalde dos veces, con un sinnúmero de logros invisibles a los ojos del Monstruo. Candidato presidencial en 1998-1999, introdujo un verdadero cambio en el modo de hacer política en Chile. A pesar de que la Concertación insiste en la única táctica cuya marca tiene registrada (sembrar odio y resentimiento), se ha visto obligada a hacerlo en dosis más pequeñas, siempre bajo la máscara de la justicia, y su candidata ha debido imitar a Joaquín Lavín en su sonrisa, su estilo, su trato . . . (¿por qué será que de ella no dicen sus compañeros que es “más liviana que una bolsa de papas fritas”?).
C. S. Lewis decía que las fallas son los postes que indican el camino hacia el logro de una meta. Un hombre fuera de serie no se achica ante los obstáculos.
Joaquín Lavín: ¡ojalá vuelvas a intentarlo!
Estoy de acuerdo con tu comentario.
ResponderBorrarEl mejor candidato era Lavín. Y tal vez, problemente la masa lo llame en el futuro. Yo no soy religioso, pero igual voté por Lavín. Cuando el socialismo liberal crítica, la opción religiosa de Lavín, muestra su intolerancia.