Increíble ha sido el impacto del capítulo pasado, con mi audaz propuesta de crear un partido por la vida y la familia.
El Partido Demócrata Cristiano ha comenzado a hablar fuerte en favor de la vida, al parecer contra la píldora del día después. Notable jugarreta, pues los camaradas aceptaron ya, para justificar la primera distribución del fármaco abortivo, los presupuestos antropológicos, científicos y éticos en que se basa ahora la Presidenta Bachellet. Ella simplemente amplía aquello que, si esos presupuestos fueran correctos, sería una política sanitaria lícita.
Entiendo que los cristianos estén confundidos. Los alemanes de los años 30, en su mayoría, no pudieron resistir la propaganda del nacional-socialismo. En cambio, los católicos fieles al Papa se beneficiaron de la clara condena pontificia, que culminó en la Encíclica Mit Brennender Sorge (Pío XI, 1937). No todos los católicos, por desgracia, fueron fieles. Hubo quienes prefirieron la ideología de moda o una cobarde neutralidad: nihil novum sub sole.
Otro tanto ha sucedido con el servil sometimiento a la tiranía del socialismo comunista.
Y lo mismo acontece con el socialismo liberal. El sexual-socialismo nos quiere persuadir para que otorguemos carta de ciudadanía a los peores abusos: la pornografía y la prostitución, la esterilización, la píldora abortiva.
Sé bien que es difícil resistir la propaganda. Por eso ofrezco aquí una píldora de argumentos contra la píldora del día después (PDD).
Primero: la PDD es homicida. Opera algunas veces como un abortivo precoz, al impedir la anidación del embrión humano en el útero. La evidencia científica muestra que sólo podría alcanzar su grado de eficacia combinando sus tres mecanismos de acción: impedir la ovulación, evitar la fecundación y hacer muy difícil o imposible la anidación (véase el detalle en Fernando Orrego Vicuña, La Píldora del Día Después, Santiago, Universidad de los Andes, 2005). Algunos científicos admiten que la PDD puede impedir la implantación, pero dicen que eso no interrumpe el embarazo, que se inicia con la anidación. No hablan, pues, de “aborto”. Son luces de bengala porque el aborto, desde una perspectiva moral y jurídica, es la muerte del ser humano no nacido, haya o no habido implantación. Los abortos no desaparecen redefiniendo “embarazo”.
Sabe, amiga, que, si usas la píldora, puedes estar matando a tu hijo.
Segundo: los científicos chilenos que han negado el efecto homicida no poseen evidencia científica, sino fuertes emociones y una imparable ideología de dominación. Han dedicado sus vidas a la contraconcepción y a la reproducción artificial. He aquí su conflicto de conciencia: si aceptan que el ser humano comienza al unirse el espermio y el óvulo, y no pretenden —así dicen— matar seres humanos, deben abandonar las prácticas actuales de fecundación in vitro y todos los medios de regulación de la fertilidad que actúan después de la concepción. Por el contrario, los científicos europeos y estadounidenses que aprueban el aborto no temen declarar que la PDD causa una “interrupción posterior a la fecundación, que tendría que ser considerada como abortiva” (E.T. Baulieu). Los científicos y los organismos internacionales que promueven la PDD luchan también por la legalización del aborto donde aún se prohíbe. Vaticino que los chilenos que hoy defienden la PDD defenderán en poco tiempo más la autorización legal del aborto. Bajo ciertas condiciones: ¡no se trata de matar por matar!
Tercero: el pluralismo y la libertad tienen como límite el respeto de los derechos humanos, y especialmente del derecho a la vida del que está por nacer. Yerran, pues, los políticos que sostienen que la sociedad pluralista debe respetar la libertad de cada ciudadano para decidir si usa o no la PDD.
No pongamos la carreta delante de los bueyes: si está en juego la vida del niño recién engendrado, es ridícula toda apelación al pluralismo; si no hay derechos humanos en juego, es superflua esa apelación. En cualquier caso, en un Estado de Derecho el respeto a la vida humana nunca será algo entregado a la decisión individual de los más fuertes. Los que dicen que quien no quiera usar la píldora que no la use, ¿dirían que quien no quiera hacer desaparecer a sus enemigos políticos que no lo haga, que quien no quiera torturar que no torture, pero que el Estado debe autorizar esas acciones a quienes las estimen necesarias para vivir mejor, o a los organismos públicos encargados de la seguridad ciudadana?
¡Qué triste si la defensa de los derechos humanos hubiera sido sólo una táctica política de izquierda, sin sustento en una auténtica convicción sobre la dignidad inviolable de todo ser humano desde su concepción!
Cuarto: el fin bueno no justifica los medios malos. Las políticas públicas para disminuir el aborto y el embarazo adolescente, si se basan en la difusión de los anticonceptivos y de la PDD, son inmorales. No es lícito un medio homicida, cualquiera sea su eficacia. Pero es que, además, en este caso . . . ¡los medios también son ineficaces!
Esto sí que da risa. Al menos los maquiavelos serios justificaban con fines buenos los medios malos pero eficaces. En cambio, las políticas sexuales del Estado, justificadas por su fin de salud pública, han agravado los problemas que pretendían resolver.
Está empíricamente demostrado que el aborto y los embarazos adolescentes han aumentado donde se ha promovido la anticoncepción en cualquiera de sus formas. Un estudio científico riguroso (cf. British Medical Journal 321, 488, 2000) concluyó que el uso de la contraconcepción de emergencia favorece el aumento tanto de los embarazos en adolescentes como de los abortos, de los demás abortos, aparte de los provocados por la misma PDD.
Amiga mía: ¡sólo la virginidad funciona!
Mi píldora contra la píldora exige comprender unas razones diáfanas, pensarlas para evitar un crimen. La píldora abortiva, por el contrario, debe tomarse rápido, porque pensar en estas cosas tan difíciles —algunos doctores se creen que sólo ellos pueden pensarlas y decidirlas para todos— reduce en un 100% su eficacia.
Amiga mía: piensa con calma; salva tu conciencia, salva una vida.
Cuida a tu hija.
Lo siento, esta vez no tengo nada que decir. Quisiera contestar su última contestación no contestada del post anterior, pero creo que ya sería demasiado contestatario.
ResponderBorrarAtte.
Mambrú (que, de tanto esperar, se durmió)
PD: Mambrú piensa que es una inmoralidad sin nombre (es decir, que vaya uno a saber cómo se llama, la tal inmoralidad) hacer uso de registros de visitas para tratar de averiguar la identidad de honrados anónimos como el pobre Mambrú. De cualquier modo, parece ser que confunde Ud. a Mambrú con otro, lo cual, hasta cierto punto (y si el otro es el que piensa Mambrú), lo tiene al pobre Mambrú muy halagado.
¿y, profesor Orrego? ¿Es justa la acusación de inmoralidad de Mambrú?
ResponderBorrarTomás:
ResponderBorrarEn general, la acusación de inmoralidad es cierta. No conozco a nadie más inmoral.
En particular, lamento decir que no sé quién es Mambrú (una lectora cree que es Joaquín García-Huidobro; yo creo que no, pero igual los dos son geniales), ni de dónde escribe exactamente, pero lo seguiré rastreando a través de los indicios que deja en la red.
Después escribiré una novela: "Cómo cacé a Mambrú y lo que él me dijo después de su guerra".
Soy chilena. Llegué por Marta Salazar.
ResponderBorrarLo poco que he leído es MUY interesante,
pero
muy
laaaaaaargo,
profesor
Orrego.
Acá la gente salta mucho de un lado a otro y me interesa que lo lean, de verdad. ¿No podría acortar y/o hacer los posts por partes? Digo, esto es para el perraje. Martas y afines hay, pero pocos.
Saludos de "Vitacugra"