Juan Pablo II nos dejó un mensaje de paz, de alegría, de respeto y caridad y reconciliación.
Muchos que habían estado un poco violentos, algo fanatizados por sus opiniones políticas, comenzaron a ver las cosas desde una perspectiva más serena.
Muchos advirtieron que la cuestión de los medios —la negociación y el consenso por encima de la violencia y el enfrentamiento— era tan importante como la de los fines, tanto en la vida personal como en la situación social y política.
Muchos se convirtieron a una vida cristiana más auténtica y comprometida.
Sin embargo, veinte años después, la ideología permisiva que ha permeado las mentes de mis conciudadanos les impide advertir que el Papa, sea quien sea, no se merece el pago de Chile.
(Para los extranjeros: El pago de Chile es la peculiar manera como mi pueblo agradece con injurias y malos tratos los actos de beneficio público, desde que O’Higgins, el Padre de la Patria, muriera en el exilio, aunque quizás hasta lo mereciera por haber hecho asesinar a José Miguel Carrera, otro héroe nacional).
Hoy domingo 15 de abril de 2007 se ha comenzado a transmitir la serie “Pope Town”, que ha ultrajado la dignidad del Romano Pontífice. Yo me he unido a la campaña de MuéveteChile para que los chilenos católicos y los hombres de buena voluntad defendamos, con las armas pacíficas de la ley, la democracia y el mercado, a la Iglesia y al Papa.
Algunos se oponen con el argumento estándar a favor del dogma liberal: Necesitamos privilegiar siempre la libertad de expresión por sobre la honra para posibilitar la democracia. Es un dogma irracional, que la mayoría consume sin crítica alguna. Si el argumento fuese válido debería extenderse a todas las hipótesis de libre expresión. Nadie está dispuesto a hacerlo. La mayoría acepta sin chistar la censura liberal o la censura gay (la más violenta en el mundo) o la censura contra el antisemitismo, que yo también acepto, porque, como dice Jesús, “la salvación viene de los judíos”: ¡no podemos recaer en la barbarie!.
Todavía nadie preconiza la libre circulación de la pornografía infantil y del antisemitismo.
Todavía nadie apoya abiertamente las blasfemias contra Alá y contra el Profeta.
Al final, tras la cháchara liberal interminable, no parece haber más que inconsecuencia y cobardía. Se ataca sin miramientos solamente a los que parecen débiles, a quienes no se protegen o no pueden hacerlo. ¿O hace falta ser muy audaz y valiente para escupir sobre la Iglesia católica, sacar a cada rato el esqueleto de Galileo —un católico piadoso, por lo demás—, y un largo etcétera de intolerancia anticristiana?
En consecuencia, simplemente niego que la democracia implique poner siempre la libertad de expresión sobre la honra: también esta cuestión debe resolverse democráticamente y no mediante la imposición del dogma de algunos demócratas poco lógicos.
La libertad de expresión ordenada a la discusión de las ideas y a la diversidad política y cultural, bienes propios de la democracia, es compatible con exigir el debido respeto de todos; de lo contrario, termina siendo la libertad para unos pocos: para los dispuestos a entrar a gritar desaforadamente en la plaza pública. La gente decente termina callando, para proteger su honra, para no sufrir la crítica destemplada de los liberales.
Y se acaba así la libertad de expresión para todos: solamente quedan los matones del barrio.
De hecho, los excesos de la libertad de expresión se oponen a la democracia deliberativa, porque hacen casi imposible sostener un diálogo racional, civilizado. Cuando uno percibe que la ira u otra pasión impide hacerse cargo de los argumentos, prefiere desistir del intercambio de opiniones.
Les cuento, por ejemplo, que en mi debate público en Chile me he visto forzado a clarificar demasiadas cosas que algunos me achacaron, quizás por apasionamiento, por leer en mis escritos posturas que iban más allá de mi intención.
Tuve que aclarar, por ejemplo, que nunca me he enojado: no he perdido ni un segundo la serenidad por este asunto; que no rechazo el humor, porque, cuando es fino, puede ejercitarse sin ofender a Dios ni al prójimo; que no divido a las personas en “liberales” vs. “católicos”, pues hay “liberales” y “católicos” de muchos talantes. No excluyo que entre unos y otros haya partidarios tanto de proteger la ofensa contra el Papa como de restringirla, como hubo liberales partidarios de ser más cuidadosos con el Profeta . . . ¡incluso suspendieron una ópera en Berlín!
Jamás he pretendido presentar este asunto como una lucha de buenos vs. malos.
Mi punto es muy sencillo: Usar todas las fuerzas de la ley, el mercado y la democracia, para hacer respetar la dignidad de la Iglesia y del Papa.
Ni más ni menos.
A los que nos amenazan con guerras santas y cosas por el estilo, los que temen que toda protección de la religión lleve a la guerra de unos con otros, les digo que solamente queremos usar los instrumentos normales para la protección de los derechos humanos: las leyes, la acción política, el boicot a las empresas inmorales. No más que eso. Y añado: ¡Eso ha apaciguado países como El Líbano, donde las faltas de respeto a las otras religiones son la chispa de la violencia!
De la misma manera, a los que querrían que solamente los católicos quedáramos en la indefensión, mientras nada se puede hacer ni decir contra cualquier otra identidad, les digo: ¡No exigimos nada menos que lo que se da a los otros!
Por eso he conminado a mis contradictores a decir qué opinan del despido de Mr. Imus, un connotado comentarista deportivo (como el Bonvallet de Chile) que perdió los auspicios —ergo, enseguida, el trabajo— por llamar “putas desgreñadas” a unas basquetbolistas negras.
He preguntado especialmente a los anticlericales rabiosos (que no incluyen a muchos agnósticos y ateos respetuosos de la diversidad): ¿por qué saltan ahora ustedes como resortes, pero no contra la censura laica que se ejerce en tantos terrenos?
Ánimo: ¡sed liberales!
Muchos que habían estado un poco violentos, algo fanatizados por sus opiniones políticas, comenzaron a ver las cosas desde una perspectiva más serena.
Muchos advirtieron que la cuestión de los medios —la negociación y el consenso por encima de la violencia y el enfrentamiento— era tan importante como la de los fines, tanto en la vida personal como en la situación social y política.
Muchos se convirtieron a una vida cristiana más auténtica y comprometida.
Sin embargo, veinte años después, la ideología permisiva que ha permeado las mentes de mis conciudadanos les impide advertir que el Papa, sea quien sea, no se merece el pago de Chile.
(Para los extranjeros: El pago de Chile es la peculiar manera como mi pueblo agradece con injurias y malos tratos los actos de beneficio público, desde que O’Higgins, el Padre de la Patria, muriera en el exilio, aunque quizás hasta lo mereciera por haber hecho asesinar a José Miguel Carrera, otro héroe nacional).
Hoy domingo 15 de abril de 2007 se ha comenzado a transmitir la serie “Pope Town”, que ha ultrajado la dignidad del Romano Pontífice. Yo me he unido a la campaña de MuéveteChile para que los chilenos católicos y los hombres de buena voluntad defendamos, con las armas pacíficas de la ley, la democracia y el mercado, a la Iglesia y al Papa.
Algunos se oponen con el argumento estándar a favor del dogma liberal: Necesitamos privilegiar siempre la libertad de expresión por sobre la honra para posibilitar la democracia. Es un dogma irracional, que la mayoría consume sin crítica alguna. Si el argumento fuese válido debería extenderse a todas las hipótesis de libre expresión. Nadie está dispuesto a hacerlo. La mayoría acepta sin chistar la censura liberal o la censura gay (la más violenta en el mundo) o la censura contra el antisemitismo, que yo también acepto, porque, como dice Jesús, “la salvación viene de los judíos”: ¡no podemos recaer en la barbarie!.
Todavía nadie preconiza la libre circulación de la pornografía infantil y del antisemitismo.
Todavía nadie apoya abiertamente las blasfemias contra Alá y contra el Profeta.
Al final, tras la cháchara liberal interminable, no parece haber más que inconsecuencia y cobardía. Se ataca sin miramientos solamente a los que parecen débiles, a quienes no se protegen o no pueden hacerlo. ¿O hace falta ser muy audaz y valiente para escupir sobre la Iglesia católica, sacar a cada rato el esqueleto de Galileo —un católico piadoso, por lo demás—, y un largo etcétera de intolerancia anticristiana?
En consecuencia, simplemente niego que la democracia implique poner siempre la libertad de expresión sobre la honra: también esta cuestión debe resolverse democráticamente y no mediante la imposición del dogma de algunos demócratas poco lógicos.
La libertad de expresión ordenada a la discusión de las ideas y a la diversidad política y cultural, bienes propios de la democracia, es compatible con exigir el debido respeto de todos; de lo contrario, termina siendo la libertad para unos pocos: para los dispuestos a entrar a gritar desaforadamente en la plaza pública. La gente decente termina callando, para proteger su honra, para no sufrir la crítica destemplada de los liberales.
Y se acaba así la libertad de expresión para todos: solamente quedan los matones del barrio.
De hecho, los excesos de la libertad de expresión se oponen a la democracia deliberativa, porque hacen casi imposible sostener un diálogo racional, civilizado. Cuando uno percibe que la ira u otra pasión impide hacerse cargo de los argumentos, prefiere desistir del intercambio de opiniones.
Les cuento, por ejemplo, que en mi debate público en Chile me he visto forzado a clarificar demasiadas cosas que algunos me achacaron, quizás por apasionamiento, por leer en mis escritos posturas que iban más allá de mi intención.
Tuve que aclarar, por ejemplo, que nunca me he enojado: no he perdido ni un segundo la serenidad por este asunto; que no rechazo el humor, porque, cuando es fino, puede ejercitarse sin ofender a Dios ni al prójimo; que no divido a las personas en “liberales” vs. “católicos”, pues hay “liberales” y “católicos” de muchos talantes. No excluyo que entre unos y otros haya partidarios tanto de proteger la ofensa contra el Papa como de restringirla, como hubo liberales partidarios de ser más cuidadosos con el Profeta . . . ¡incluso suspendieron una ópera en Berlín!
Jamás he pretendido presentar este asunto como una lucha de buenos vs. malos.
Mi punto es muy sencillo: Usar todas las fuerzas de la ley, el mercado y la democracia, para hacer respetar la dignidad de la Iglesia y del Papa.
Ni más ni menos.
A los que nos amenazan con guerras santas y cosas por el estilo, los que temen que toda protección de la religión lleve a la guerra de unos con otros, les digo que solamente queremos usar los instrumentos normales para la protección de los derechos humanos: las leyes, la acción política, el boicot a las empresas inmorales. No más que eso. Y añado: ¡Eso ha apaciguado países como El Líbano, donde las faltas de respeto a las otras religiones son la chispa de la violencia!
De la misma manera, a los que querrían que solamente los católicos quedáramos en la indefensión, mientras nada se puede hacer ni decir contra cualquier otra identidad, les digo: ¡No exigimos nada menos que lo que se da a los otros!
Por eso he conminado a mis contradictores a decir qué opinan del despido de Mr. Imus, un connotado comentarista deportivo (como el Bonvallet de Chile) que perdió los auspicios —ergo, enseguida, el trabajo— por llamar “putas desgreñadas” a unas basquetbolistas negras.
He preguntado especialmente a los anticlericales rabiosos (que no incluyen a muchos agnósticos y ateos respetuosos de la diversidad): ¿por qué saltan ahora ustedes como resortes, pero no contra la censura laica que se ejerce en tantos terrenos?
Ánimo: ¡sed liberales!
querido cristóbal. puedo ser molesta, pero no tengo mala fe (por lo menos ahora, jajaj).
ResponderBorrarno comparto tu artículo, porque creo que adolece de errores, no de argumentación, porque eres metódico para razonar. sin embargo, tu error lo veo en que partes de una serie de circunstancias que asumes que son verdaderas, que deben ser analizadas y probadas o descartadas.
el fondo de tu artículo es que hay que defender el buen nombre del Papa. pero para eso hay que ver si el buen nombre puede verse afectado. si a ti, a mí, a los adultos, un niño le dice "tonto" o "feo", el adulto no se va a afectar, porque es un niño el que se lo está diciendo. la imagen que tenemos de nosotros no podría verse afectada, porque son tan inocentes esas palabras, que no producen nada, quizás sí una mueca de risa en nosotros.
bueno, los niños y los adultos, nos diferenciamos biológicamente, pero a nivel mental no mucho. Una persona que esté despierta a la realidad, que la esté percibiendo directamente, que tenga una relación o comunión con Dios, jamás ofendería a nadie. Esa persona es Libre totalmente, porque a pesar que podría insultarnos, eso le significaría perder su libertad, y además ella ya "es" libre. Sólo puede hacer cosas Buenas. Un tipo que nos insulta, al igual que un niño, no tiene libertad, porque está autodeterminado por sus impulsos, pensamientos y emociones incontroladas. ¿qué ofensa a nuestro buen nombre podría cometer si no tiene conciencia de lo que dice?
* pd. y no creo en el “buen nombre”.
catrina
Estimado Cristóbal:
ResponderBorrarSin compartir ni un ápice tu pensamiento, te reconozco una lógica impecable. Ciertamente me parece una provocación absurda la cometida un par de años atrás por un diario danés que citó a un concurso de caricaturas sobre Alá (lo que motivó que incluso nos anduvieran quemando una embajada por allí), máxime porque tenemos ejemplos concretos ya de que algunas facciones de los seguidores de Mahoma son un tanto cascarrabias...
Entiendo que para un católico a concho la exhibición de una serie de este tipo puede ser molesta, pero de ahí a organizarse para combatirla y pedir que la retiren del aire... ¡por favor!
Usen la misma lógica que tú enuncias: la del mercado. Si Chile es realmente un país católico y comprometido, en el cual todos quienes practican esta religión se sienten igual de afectados que tú, te aseguro que MTV la sacará de la parrilla local al corto plazo. Es un asunto de matemáticas, nada más.
Un abrazo
Gracias, Carlos. Comparto lo que afirmas sobre hacer funcionar el mercado, pero también creo en la eficacia de la acción política para defender aquello en lo que uno cree, siempre en libertad y con respeto al prójimo.
ResponderBorrarNo veo por qué tendríamos que ser, los católicos, el único grupo que puede ser basureado impunemente.
Te agradezco el tono amigable con que dialogas y discrepas, que me inspira confianza y la seguridad de que te guías con honradez humana.
Un abrazo,
Tantos elogios para Wojtila, la verdad es que fue un actor de segunda categoría, probablemente ateo, que vio la religión como una vía para vencer al comunismo. Esta última ideología no se derrumbó por el catolicismo, sino que cayó por su propio peso.
ResponderBorrarWojtila se dedicó a beatificar y declarar "santos" (aún nadie logra explicar satosfactoriamente qué significa el hecho de que un señor en el Vaticano declare "santo" a un muerto) tanto así que declaró durante su administración más santos que en toda la historia de la iglesia católica. Ratzinger, al menos, parece haber sacado el pie del acelerador.
Lo curioso es que los católicos no se dan cuenta que salvo en sus templos, Wojtila sólo provocó respeto por sus capacidades histriónicas y su efectismo.
Los católicos querían que la Academia Sueca le otorgase el nobel, pero inteligentes los suecos, prefirieron a la abogada y activista iraní Shirin Ebadi. Una persona mucho más valiosa que un jefe de una iglesia.
La actitud neandertal hacia las mujeres, su negativa a abolir el dañino celibato, su inaceptable postura hacia el condón, el encubrimiento de los miles de casos de pedofilia, su negativa a pedir perdón por el Holocausto, su coqueteo con dictaduras (Pinochet, Castro, etc), la forma brutal en que se ha dificultado los planes de control de natalidad en los países más pobres, todo eso y mucho más hacen de Karol Wojtila un personaje que más bien se merece reproches.