El domingo 24 de junio recordamos a Juan el Bautista. Los teólogos y los historiadores podrán decir algo con más autoridad. Yo me conformo con compartir mi desconcierto y sugerir que él puede proporcionar un modelo para afrontar algunos de nuestros problemas públicos, como el de los indios.
Me desconcierta que Juan el Bautista sea tan popular en la Iglesia, hasta el punto de tener dos días de fiesta, por su nacimiento y por su martirio, cuando en realidad debería ser, hoy por hoy, un santo impopular y escandaloso.
Él era todo un asceta. ¿A quién se le ocurre vestirse con pelos de camello y alimentarse con langostas y miel silvestre, para pasar la vida en medio de las bestias del desierto? Su ascetismo, su espíritu de sacrificio, no era, sin embargo, un ejercicio de embellecimiento espiritual, un cultivo del orgullo, sino, por el contrario, un medio para fortalecerse y no ser agitado como una caña por el viento. Así fue capaz de predicar con potencia la conversión al Pueblo Escogido, a ver si algunos acogían al Redentor.
El pueblo recibió a Juan como profeta. Las muchedumbres acudieron a recibir su bautismo de penitencia. Su predicación fue valiente y respetuosa. A los famosos escribas y fariseos los trató con dureza como Cristo después, para que esos hombres endurecidos en su orgullo dieran frutos dignos de verdadera penitencia y aplacaran así la ira de Dios. Los hombres principales de cualquier pueblo, como eran entonces estos escribas y fariseos, suelen endurecerse en sus posiciones intelectuales y morales. ¿Qué clase de liderazgo podrían ejercer sin una cierta firmeza en sus actitudes y creencias?
Juan y Jesús, sin embargo, desenmascararon esa firmeza como capa de la malicia, de la autosuficiencia, de la sustitución de la religión de Israel por las teorías y costumbres humanas de los custodios de la Ley. Por eso, Juan fue desagradable para ellos, como luego Jesús. Sus otros compatriotas también debieron escuchar las reprimendas del profeta, así como sus estrictas instrucciones a los ricos, para que repartieran sus bienes; a los soldados, para que se contentaran con su paga y no coaccionaran a nadie; a los cobradores de impuestos, para que no exigieran más que lo estrictamente establecido por la ley (hoy diríamos: que reprimieran la evasión, pero no la elusión legal).
En síntesis, nada cómodo era el profeta. Y menos cómodo que para nadie fue para Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, el asesino de los niños inocentes en Belén y su comarca, el gran predecesor de Planned Parenthood y sus satélites mundiales, como Aprofa en Chile. Juan el Bautista le reprochaba a Herodes su público adulterio, es decir, que convivía con la mujer de su hermano. ¿Se imaginan, lectores escandalizados, qué pasaría si hoy hubiese un profeta que reprendiera a los gobernantes por lo que ahora llamamos una situación matrimonial complicada o irregular o recompuesta, que Juan denominaba, simplemente, adulterio?
En fin, que lo cortés no quita lo valiente, y Juan trató a Herodes bastante duro para nuestros estándares de buena educación.
Igual, como sabéis, Herodes le tomó cariño y lo escuchaba con agrado y seguía sus consejos.
Igual, cuando lo de la danza de la hija de su amante, Herodes les sirvió, a las mujeres, la cabeza de Juan en una bandeja. Lo lamentó, pero lo hizo, con frivolidad letal.
Así fue Juan: santo, asceta, veraz, valiente, cortés, consejero, justo y justiciero.
Y decapitado.
Los problemas actuales solamente podrán ser resueltos por otros Cristos. Tanto en el nivel personal como en el sector social y político, la crisis nihilista (todas las otras navegan en la superficie de la nada) no se resuelve con artificios geniales, ni con inventos de futurologías, sino con una inyección brutal de Ser, de Realidad, de Alma y de Espíritu, es decir, con la radical transformación de los juguetes del nihilismo en hijos de Dios.
La crisis, con todo, es tan profunda que se necesitan también los Juanes, los precursores, los valientes que griten al oído de los asesinos y de los adúlteros, con respeto pero en alta voz. Los nuevos Juanes dirán, con matizada exigencia, a tantos hombres buenos, pero desorientados, lo que deben hacer. Deberán, no obstante, gritar potentemente, en apariencia sin matices, a los que estemos endurecidos por nuestras ideas y actitudes, para removernos de la peste del orgullo.
Deberán reprochar públicamente la iniquidad de los gobernantes.
Esto es lo que necesitamos los indios y los descendientes de indios y de todas las razas y pueblos que se juntaron en Europa. Y no nos vengan con lo del Día Nacional de los Pueblos Indígenas. O quizás sí, quizás este Día Nacional, celebrado a la par con el de Juan el Bautista, hará surgir algún profeta indio, cristiano, bautizado, capaz de decirles a los indios la verdad políticamente incorrecta. De decírnosla a todos, que somos mestizos por obra y gracia del amor.
Ese Juan el Indígena, como el Bautista, dirá, al indio pobre, que de él depende salir de la pobreza; al perezoso, que trabaje; al ladrón y supersticioso, que se someta al orden; al favorecido por la Providencia, que sea generoso con los otros; al explotador de su mujer, que la respete con amor; al que sea buen cristiano, como el indio Juan Diego, el más pequeño de los hijos de María de Guadalupe, que crea más y espere más y ame más y abrace la Cruz del Amor.
Juan el Indígena fustigará a los liberales, que, so pretexto de igualar al indio con el blanco, lo dejaron entregado a la astucia satánica de los más fuertes, de los que cambiaron las tierras indias ancestrales por unas riadas de vino, de los que entraron a sangre y fuego para pacificar lo que estaba en paz en otras manos.
Juan el Indígena desenmascarará a los indigenistas radicales, a los indios vivos que descubrieron cómo medrar con la mala conciencia europea.
Juan el Indígena no existe, porque ningún cristiano está dispuesto a ser como Juan el Bautista.
No entendí esta cita: predecesor de Planned Parenthood y sus satélites mundiales, como Aprofa en Chile.
ResponderBorrarEl ignorante
Para comenzar a entender, visite
ResponderBorrarhttp://rossfelipe.blogspot.com/
C
Me siento en el deber moral de confesar mi nombre completo: soy "El ignorante Pro Vida"...he dicho.
ResponderBorrarAgradecimientos a Felipe Pro Vida Ross, a Cristóbal Pro Vida Orrego y a todos mis familiares que saben defender tan bien nuestro apellido, y que son unos valientes hijos del Padre Celestial.
:)