“Cogito, ergo sum”, exclamó Descartes cuando descubrió cómo demostrar que existía su querido yo. Fue algo así como el “eureka!” de Arquímedes, solamente que este anciano hizo avanzar algo la ciencia, mientras que Renato empujó el pensamiento un poco más hacia la nada. Igual es progreso en filosofía: la sutileza, la elegancia, su haber visto el fondo de los problemas y la superficie de una solución incorrecta, ese darle trabajo a los pensadores que después lo refutaron, que dicen ahora que el yo no existe ni menos piensa. Nada existe propiamente hablando, nos informa la filosofía más evolucionada. En fin, que me quedo con Arquímedes, porque descubrió que para mover el mundo se requiere un punto de apoyo: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Sí, cierto, notable: ¡pero el punto de apoyo ha de estar fuera del propio yo y del propio mundo!
De manera, hijos, que nada de creerse que solamente porque uno piensa puede estar seguro de que existe. A estas alturas de la civilización nihilista —donde subsisten las viejas formas europeas, cristianas, con los horrores subterráneos de su falta de sustancia—, a muchos les parece arrogante sostener que algo existe así: definitivamente, objetivamente, extramentalmente, ingenuamente. Muchos dudan de sí mismos y del suelo que pisan. Curiosamente, mientras más dudan de todo más se aferran a sus propios pensamientos, como si algo valieran, como si merecieran respeto en un mundo de nada que nada ama y que nada respeta. Así las cosas, ¿por qué os extrañáis de que yo prefiera simplemente conocer un poco de la realidad más elemental —una gota de lluvia, ¡qué hermosa!— antes que pensar infinitamente en mis propios pensamientos? Pues que la verdad es que pienso que no pienso y por eso existo. Sobrevivo al marasmo de las masas porque me niego a tomarme en serio mis propios pensamientos. Existo como un trozo sólido de materia vivificada por un chispazo de la inteligencia divina; así existo porque antes me ha pensado el Espíritu Absoluto con un pensamiento de amor que dice: “¡Quiero que tú existas!”.
Y en ese instante, existo.
Pienso que no pienso; luego, existo. De ahí que todos mis esfuerzos por hacer que otros piensen —que pongan sus neuronas en contacto con el ser inextinguible—, por provocar el resplandor de la verdad y la angustia de la duda y la indignación de la injusticia que antes se escondía, se reducen a un solo empeño: amar la verdad hasta el extremo y ayudar a que otros la amen. Pero no me tomo en serio mis propios pensamientos, sino la realidad palpitante, salida de las manos de Dios, que podría alumbrarse más en mi mente si no me enceguecieran las pasiones. Por eso, aunque pienso un poco, más todavía pienso que no pienso y luego existo.
De ahí, amigos, que siempre me sorprende la estima, el reconocimiento, que de vez en cuando me regala algún amigo, alguna amiga, algún ser que me mira tras el anillo de Giges, movido seguramente por la indulgencia de su cristiana caridad o por sabe Dios qué secretos impulsos de benevolencia humana.
¿Que diga de una vez a qué viene todo esto? ¿Que cuál es el tema? ¿Que a dónde vamos con tanto enredo sobre que si pienso o no pienso y si hago o no pensar a quienes piensan lo que no pienso?
¡Paciencia! No es fácil confesar lo que me ha sucedido en tiempos recientes. Me da vergüenza.
Señores, señoras, niños, niñas, jóvenes: ¡estoy abrumado! Una escritora chilena de best-sellers galácticos, que vive en Alemania —es un modo decir a la antigua: en realidad, ella vive en la blogósfera—, me ha conferido una especie de título honorífico del ciberespacio: un thinking blogger award. Yo no sabía ni que existieran estos títulos, así que no deben de ser como un Nobel ni como ser armado caballero por la reina de Inglaterra. Quizás son algo mejor que todo eso, porque nos dan el título, pero nos ahorran la fama y los riesgos de caer en las garras de la prensa del jet-set y de la farándula. En fin, que no puedo rechazar un honor tan gratuito.
Mi traductor automático lo traduce como “concesión de pensamiento del blogger”, lo cual me induce a creer que, supuesto que el blogger soy yo, la gentil lectora que ha asumido el rol de reina que concede honores ha decidido concederme el honor del pensamiento.
A ver, amigos, paciencia: estoy tratando de pensar.
Think again, stupid!
¿Quién dijo eso? ¿Fuiste Tú, Dios mío? (No se me viene a la cabeza ningún otro que sepa que soy estúpido: claro, si me comparas Contigo, por supuesto que lo soy).
Please, please, stop philosophizing and start thinking again!
Oh, my God!, sí, pienso que no pienso y que por eso existo: ¡Porque Tú, oh Dios, has pensado en mí! (Y claro, me pensaste con el nivel de inteligencia que de hecho tengo, así que ahora no te quejes).
Otra interpretación de Thinking Blogger Award, menos apegada al traductor en línea, puede ser “Premio al Bloguero Pensante”. Increíble pensamiento. Todo este enredo, en el que me ha metido a pensar la bloguera más rápida del Oeste, puede significar que yo soy un bloguero que piensa, luego existe. Mas yo, en realidad, pienso que no pienso; luego, existo.
Igual es emocionante pensar —pensar, pensar, ¿cuántas veces diré lo mismo?— que uno, cuando desvaría, piensa. Oh, el Nuevo Descartes ha nacido: ¡Desvarío, luego existo! Y conmueve pensar que yo pueda hacer pensar a otros; darles que pensar. Sí, es verdad que ése era mi propósito: Provocar (¿qué mujer no se sintió provocada por lo de la partenogénesis?, ¿qué agitado hombre de negocios no se sentirá derrumbado por la Operación Momo?). Provocar el pensamiento, si se puede; y, si no, la rabia, la curiosidad, la risa, la emoción, ¡el palpitar del ser en la noche, que nos recuerda que es mentira que todo sea igual que nada!
Think about that, baby!
Querido Cristóbal: te tomarás a risa que te tome en serio, así que te tomaré en serio para que te rías. Descartes tenía poco de original, y tu "desvarío, luego existo", se aproxima aún más al verdadero original, san Agustín: "No temo a ninguno de los argumentos de los académicos, que dicen: ‘¿Y si te equivocas?’ Pues si me equivoco, existo. Ya que quien no existe no puede equivocarse, y por el hecho de que me equivoco, existo." San Agustín, La ciudad de Dios XI, 26. De ahí también, en parte, mis dudas de que el "cogito" cartesiano lleve al nihilismo. También te comento que tu última confesión, según la cual lo que buscas es "provocar el pensamiento", muestra que también somos hermanos en la blogósfera. Te invito a ti y a tus lectores a darse una vuelta por http://pro-vocacion.blogspot.com (así, con guión), que dejen algún comentario y me digan si estoy provocando bien o si estoy despistando... o espantando. No creas que mis alumnos son tan entusiastas: es que tienen que "pensar" en el blog para aprobar el curso: "Si no piensan, no existen".
ResponderBorrarUn abrazo.
No sé si en efecto merezcas el premio, pero lo cierto es que a pesar de las diferencias y distinciones que existen entre ambos, no puedo dejar de decir que a veces resulta un agrado leerte. (Las que no son del todo un agrado, las leo igual)
ResponderBorrarEstimado Santiago: Cuando estudié hace años la comparación san Agustín - Descartes, me formé entonces la opinión, que puede ser errada, de que una cosa era la respuesta dialéctica de san Agustín al escéptico y otra, muy distinta, el punto de partida "escéptico" (no-realista) de Descartes. De todos modos, yo no creo en el determinismo filosófico: quizás si los sucesores de Descartes se hubiesen fijado en otros aspectos de su pensamiento, y hubiesen tomado otras opciones intelectuales, no hubieran extremado el giro del gran francés. Eso es "Historia Ficción de la Filosofía". El hecho es que, tomándose del mismo punto de partida, terminaron por negar el "yo" (algunos, como Hume).
ResponderBorrarHe leído tu pro-vocación y me abrumaba, hasta hoy, el número de comentaristas. ¿Cómo lo hace?, me decía. Pondré tu blog en mi reader.
Estimada J.: Gracias. Es una pena, que a todos nos afecta, que a veces aprendemos que algo no valía la pena de leerse cuando ya lo hemos terminado de leer. Por eso agradezco tener censores que me ayuden, como los críticos literarios. Pero eso no funciona para el blog.
ResponderBorrarSeguid leyendo y os volveréis locos(as).
Cristóbal:
ResponderBorrarYo diría que en muy contadas ocasiones he leído algo que no valga la pena, quizás sea que he leído poco, o bien mis filtros son más amplios.
Lo que si tengo claro, es que nunca he creído que escribas algo que no valga la pena, sólo es que a veces no comparto lo que piensas, o como lo expones, lo que representa un desafió al entendimiento y a la tolerancia.
P.S: Si hay algo a lo que no le temo, es a la locura.
gracias Cristóbal, me encanta ser galáctica o intergaláctica!
ResponderBorrartú sabes (o no sabes) que soy fun absoluta de La Guerra de las Galaxias!
ya ves, eres caballero Jedi!
que la fuerza te acompane!
Muchos apreciamos lo que dices, ya van dos ejemplos, y en todo caso la columna del Mercurio vale por muchos premios blogeros, es el premio gordo para los que nos gusta opinar.
ResponderBorrarSaludos
Estimado Cristóbal,
ResponderBorrar"Existo como un trozo sólido de materia vivificada por un chispazo de la inteligencia divina"; así existo porque antes me ha pensado el Espíritu Absoluto con un pensamiento de amor que dice: “¡Quiero que tú existas!”. Es la mejor frase que he leído para agradecer la recepción de un premio. Le vamos a avisar a los candidatos del Oscar, para que tengan algo bueno que decir, y se den cuenta que el premio no se lo ganaron ellos... Al menos así no llorarían tanto cuando se lo ganan, y más aún cuando no lo ganan.
Felicitaciones a tu Creador entonces, y mis felicitaciones a tí en cuanto te conectes más a Él.
Gracias!
Osvaldo