Leed.
¡Los “bárbaros” que defendemos la vida!
Publicado el 10 julio 2013
En una columna en “La Segunda” (8.07.2013), el
profesor Alfredo Joignant calificó de “barbarie” la defensa del derecho
a la vida, en igualdad de condiciones, entre el no nato y el nacido.
Y ello a propósito del terrible caso de la niña de once años llamada
Belén –sugerente nombre dados los hechos–, quien fuera violada por su
padrastro y ahora está embarazada.
¡Es el mundo al revés, literalmente! Quienes defienden el derecho a la vida son tildados de salvajes
(un sinónimo no filosófico de bárbaro), mientras que quienes consideran
legítimo asesinar a un inocente en el vientre de su madre –vía
descuartizamiento, en la mayoría de los casos– se proclaman a sí mismos
“racionales”, “modernos” y libres del “oscurantismo”.
Asumo que el profesor Joignant, por sus
pergaminos, es una persona con formación y cultura sobre la media, por
lo que la estupidez no sería causa –o explicación– para sus dichos. Por
las mismas razones, me resulta difícil atribuirlo a ignorancia,
bastando wikipedia para entender que –sin que haga falta recurrir a
argumentos filosóficos o morales, por lo demás sustantivos– la biología
demostró hace rato que el óvulo fecundado es ya una persona, con ADN
singular y propio.
Otra posibilidad que descarto de plano
es que se trate de una mala persona, pues por otras cosas que ha escrito
y lo que sabemos por los medios de su vida, dicen todo lo contrario.
Así, sólo me queda una alternativa. Y ella se llama frivolidad.
Quien, movido por los sentimientos o
movimientos vegetativo-estomacales que fueren, es capaz de considerar
bárbaro que se defienda el derecho del hijo o hija de Belén a vivir,
sencillamente es una simplista de ocasión. Y la razón es sencilla: los
bienes elementales, básicos, no pueden depender del ánimo irascible o
del escrutinio sentimentaloide de otros, ni menos instrumentalizarse
para conseguir un determinado fin político. Esta no es la “trampa”, como
él la ha definido, sino otra; y que la historia nos ha dado demasiados
ejemplos de su verdadera barbarie: el holocausto judío, las purgas raciales, los gulags soviéticos, Egipto hoy y hasta lo ocurrido en Chile hace cuarenta años.
Cabe que a Joignant le repugne que la
naturaleza se haya organizado –digámoslo así– para que los mamíferos se
gesten en los vientres femeninos. A mí me encantaría volar, pero no es
culpa de los “conservadores” que yo carezca de alas…
El poder de unos hombres para
hacer de otros lo que ellos quieran es la escala más baja a la que puede
llegar una comunidad. Pura ideología, y de la dura. Antes eso
sí se llamaba “barbarie”. Pues si hoy son los niños indeseados o
concebidos en circunstancias terribles –¡razonemos! Hasta la misma Belén
ha dicho que “la voy a querer mucho aunque sea de ese hombre que me
hizo daño, igual no más la voy a querer”–, mañana serán los
deformes, los enfermos, los “inviables” según nuestra “moderna” y
“razonable” sociedad posmoderna… Quizá hasta los pelirrojos. ¿Por qué
no?
Opiniones sí; agravios a la
inteligencia, no. Uno también se ha sacado las pestañas para tener un
PhD e investigar y publicar en aras del desarrollo del conocimiento.
Frivolidades tales ofenden, sobre todo proviniendo de un profesor
universitario.
En fin, y como lo mío son las letras, le recomiendo a Alfredo Joignant tres lecturas para estas vacaciones de invierno, a propósito de “vidas inútiles”:
Notre-Dame de París, de Víctor Hugo; Marianela, de Pérez Galdós; y El
diario de Ana Frank, por ella misma. Si no las tuviera en casa, se
encuentran en la biblioteca de su universidad.
Braulio Fernández Biggs
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