No tenía mucho sentido que El Mercurio publicara mi carta humorística en respuesta a la respuesta de Eugenio Tironi, pero ya que me han preguntado si le había respondido, les dejo aquí mi respuesta. En el Apéndice pego el intercambio publicado completo para evitarles viajes innecesarios.
La última palabra, que envié por si El Mercurio quería continuar con el buen humor:
De malo a tonto
Señor Director:
Me divertí con la respuesta de Eugenio Tironi, que se resume en que no entendí ni terminé de leer su columna anti Trump. La comprensión de lectura nunca ha sido mi fuerte. Ahora recuerdo que hace años se publicó una estadística, probablemente falsa, según la cual el 80% de los chilenos no entiende lo que lee. Pero siempre me confundo: no sé si el 80% no entiende el 100% de lo que lee o el 100% no entiende el 80% de lo que lee o alguna otra combinación.
Así que Tironi acierta conmigo. Le agradezco que me pase de la categoría de los malos, los gordos ineducados y claustrofóbicos, a la de los tontos que no entendemos sus inteligentes y sutiles columnas. Eso sí, la situación en mi caso es peor, porque él sugiere que yo incluso no habría leído el deslumbrante final de su diatriba, donde nos reconocía (a los malos y quizás a los tontos) el derecho de ganar elecciones (¡gracias!).
Lamentablemente, lo leí tres veces y no lo entendí. Sinceramente pensé que la lista de descalificaciones contra "los malos" era el refrito de todas las que yo había leído en la galaxia de medios liberales donde respira don Eugenio. ¡Mis prejuicios!
Cristóbal Orrego Sánchez
Abogado
APÉNDICE
1) COLUMNA ORIGINAL DE EUGENIO TIRONI
Martes 15 de noviembre de 2016
Los malos también ganan
Han corrido ríos de tinta explicando por qué ganó Trump. Casi igual a los que fluyeron para demostrar que ello era imposible. Se confirma una vieja máxima: que las rebeliones brotan de la frustración y el miedo, no del sufrimiento o la ilusión. Eso es lo que vive la población blanca estadounidense con baja educación, que salió de sus casas a votar por Trump. Siente ser una especie en extinción, dejada de lado por gobiernos que solo se ocupan de la inclusión de las minorías y por políticos que ya no hablan de identidades, límites y fronteras, sino solamente de inclusión, globalización y liberalización. Es la misma angustia que agitó Sanders en la primaria demócrata; la misma que empujó a los ingleses rurales mayores y de baja educación a apoyar el Brexit; la misma que conduce a los antiguos bastiones obreros comunistas de Francia a volcarse por Le Pen.
Trump y el Brexit -hay que ver lo que sucederá el año próximo en Francia- demostraron que los medios de comunicación, los partidos políticos, los líderes de opinión, las celebridades, los círculos de negocios, los analistas económicos, los artistas, los intelectuales, son totalmente impotentes para detener este tsunami . Emplearon todos sus recursos, pero fue inútil. Trump y sus seguidores fueron presentados como deplorables, adosándoseles todas las calamidades imaginables. Aun así ganaron.
Ganaron los que no hacen dieta y exhiben su corpulencia como signo de vigor. Los que asumen que el lenguaje sexista y el acoso pueden ser formas de seducción. Los que sostienen que hay dos sexos y punto final. Los que no viajan a Europa porque les da claustrofobia. Los que piensan que el calentamiento global es una invención de los chinos y están por reimpulsar el uso de combustibles fósiles. Los que prefieren los 4x4 a los híbridos, las motos a las bicicletas. Los que no leen los diarios, pues no les interesa informarse, o si lo hacen es por redes sociales que les confirman lo que creen. Los que no quieren hacerse más porosos, sino más impermeables, y proteger su identidad con muros si es necesario.
Ganaron los que piensan que la misión del gobierno es apoyar a los que están, no a los que llegan. Los que estiman que burlar al Estado y no pagar impuestos es un signo de astucia. Los que mantienen que para alcanzar el crecimiento económico hay que bajar impuestos a los ricos, y que estos se merecen el lujo en que viven. Los que tienen más miedo a los que vienen de abajo que a los que están arriba.
Ganaron los que son impulsados por la nostalgia antes que por la esperanza en el futuro. Los que están por hacer alianzas con el diablo si se trata de defender sus intereses. Los que quieren gobiernos que actúen en favor de las mayorías, no de las minorías. Los que buscan líderes que hagan promesas, no que planteen problemas. Los que prefieren dirigentes que se pongan metas, no que razonen. Los que eligen políticos que actúen, no que deliberen. Ganaron, en fin, los que creen en el hard power , no en el soft power.
El diario Le Monde cuenta que el Partido Demócrata contaba con un sofisticado programa computacional llamado Ada -en homenaje a Ada Lovelace, la matemática del siglo 19 a la que se adjudica la creación del primer algoritmo-. Procesando encuestas y otros datos, este establecía sin mediar intervención humana dónde había que alojar los recursos de campaña. Algo falló, como lo prueba la derrota de Clinton. Sus programadores seguramente no previeron que en la vida los malos también ganan; es más: que están en su derecho.
2) MI RESPUESTA A SU COLUMNA
Cartas
Miércoles 16 de noviembre de 2016
La caricatura de "los malos"
Señor Director:
Eugenio Tironi suele ofrecer análisis agudos de la realidad. Su columna de ayer, en cambio, nos ofrece una sarta de caricaturas despectivas sobre los que votaron por Trump y, por extensión, sobre todos los que nos alegramos con su victoria.
En mi caso, reconozco que estoy entre los que "sostienen que hay dos sexos y punto final"; pero no, en cambio, entre "los que no viajan a Europa porque les da claustrofobia". Poniéndonos más serios -aunque me aleje del género literario cultivado por Tironi-, me permito discrepar sobre todo de la idea de que los malos "no leen los diarios, pues no les interesa informarse, o si lo hacen es por redes sociales que les confirman lo que creen". Por el contrario, fueron "los buenos" -los amigos de Tironi- quienes vivieron y viven en su burbuja liberal, "los que no quieren hacerse más porosos, sino más impermeables, y proteger su identidad con muros si es necesario". Son ellos quienes no vieron la otra mitad de EE.UU., esa que pudimos observar quienes seguimos el proceso leyendo y viendo la prensa liberal (CNN, NYT, "El Mercurio"), pero también, sin filtros y sin censura, los medios alternativos.
Con esa mayor información, fuera de los muros virtuales que encapsulan a algunos, muchos preferimos al magnate excéntrico y pragmático -aunque no sea un conservador- antes que a la promotora de la subversión en Oriente Medio, con su secuela de genocidios y crisis de refugiados, y del aborto y la ideología de género a escala planetaria.
En fin, si ya extrañaba que antes de la elección se hiciera una caricatura odiosa de Trump y sus partidarios, que se provocara odio hacia quienes tienen opiniones distintas al consenso liberal (los despectivamente llamados "blancos sin educación"), más nos asombra ahora que todavía se insista en un análisis cuyas falencias quedaron al descubierto la noche del 8 de noviembre.
Cristóbal Orrego Sánchez
Abogado
3) SU RESPUESTA A MI RESPUESTA, DONDE ME DESCLASIFICA DE MALO PARA PASARME AL EJÉRCITO DE LOS TONTOS: esta fue la última palabra para el público lector del diario.
Cartas
Jueves 17 de noviembre de 2016
Buenos y malos
Señor Director:
No me expliqué bien. A raíz de mi columna "Los malos también ganan", Cristóbal Orrego Sánchez me acusa de seguir viviendo en la "burbuja liberal" junto a mis amigos, "los buenos".
Quizás, como me reprocha, abusé del "género literario", y esto dio pie a la confusión. Pero se trataba de subrayar cuán infértil y peligrosa es la dicotomía "buenos"-"malos", a la que todos adherimos sin menor reflexión. Como dijera Freud, "el hombre rara vez es íntegramente bueno o malo; casi siempre es 'bueno' en esta relación, 'malo' en aquella otra, o 'bueno' bajo ciertas condiciones exteriores, y bajo otras, decididamente 'malo'".
A esto apuntaba mi columna, cuando llamaba a reconocer que "los malos también ganan; es más: que están en su derecho" (el énfasis lo agregué ahora para facilitar la comprensión). Pero, claro, esto lo decía al cierre, y uno no siempre lee las cosas hasta el final: nos damos por satisfechos y las abandonamos cuando ya hemos confirmado nuestros prejuicios.
Eugenio Tironi
Arriba mi última palabra.
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