Dios mío: no sabía que Tú también estabas leyendo estas columnas. Si lo hubiera sabido, no habría publicado “Del humanismo cristiano, ¡líbranos, Señor!”.
—Yo siempre te escucho, hijo mío —respondió Él—. Así que os he librado de la amenaza del humanismo cristiano; pero, si no os portáis como Yo mando, vendrá uno todavía peor: el humanismo demócrata cristiano.
Temblé, sudé, imploré de nuevo. Y continuó ese diálogo, pero no me es lícito publicarlo ahora porque revelaría cosas que ustedes no pueden todavía asimilar.
Después de la entrevista con Dios, recordé que efectivamente Él me ha otorgado, hasta el momento, todo lo que le he pedido, excepto una cosa que dice que debo implorarle durante algunas décadas (¡ya van dos!). Yo quería que ganara Sebastián Piñera, pero . . . ¡se me olvidó pedirlo!
El hecho es que la causa principal de la derrota ha sido mi miserable diatriba contra el humanismo cristiano.
En cualquier caso, lo pedido era bueno, y ojalá nos dure: que se termine el clericalismo en Chile, que se deje de utilizar la religión para ganar votos. Si la elección de un nuevo Presidente socialista contribuye a este fin, bien vale la pena soportar cuatro años más.
Tres preguntas quedan en el aire, a pesar del favor que la Divina Providencia nos ha concedido. Primera: ¿contribuye la aparente euforia episcopal en favor de Bachelet a combatir el clericalismo o es un resabio de la militancia clerical en las filas de la izquierda? Segunda: ¿por qué triunfó de nuevo la Concertación, cuando venía tan gastada? Tercera: ¿qué cabe esperar?
La primera cuestión es difícil de explicar para quienes no tengan perspectiva histórica.
A los obispos católicos les ha faltado tiempo para ponerse sus arreos e ir a felicitar a una mujer agnóstica, de un pasado no del todo claro, partidaria del divorcio (¡bien ejercitado!), del aborto —aunque las exigencias de la campaña le hayan bajado el perfil—, de las uniones homosexuales . . . Naturalmente se ha producido un escándalo ante lo que parece, por lo menos, hipocresía, y, en cualquier caso, apoyo político a una Presidenta que puede continuar dañando moralmente a nuestra patria.
Hipocresía, sí, porque la Jerarquía guardó una aparente neutralidad antes de la elección; pero ahora se vuelca hacia el lado vencedor, con alegría (¿por qué, si daba lo mismo quién ganara?), con felicitaciones por lo que parece —ahora: no antes— un acierto del pueblo: haber elegido el amor. Y la otra mitad del país, ¿quería el odio, acaso? Y la Concertación, que medra con las heridas del pasado —no conviene que cicatricen—, persigue sin tregua a sus enemigos políticos —con malas artes—, utiliza todo el aparato del Estado para aferrarse al poder, ¿es la encarnación del amor?
Más elemental, con todo, es el escándalo de la Jerarquía católica como comparsa de un régimen injusto.
El gobierno socialista en Chile es un fragmento de la Internacional Socialista, como se ha visto en los múltiples apoyos de emergencia que recibió Michelle Bachelet. El socialismo internacional ha combatido los principios cristianos: la libertad personal; el matrimonio indisoluble y —ahora hay que decirlo— entre varón y mujer; el derecho a la vida de los niños no nacidos y de los enfermos terminales . . .
En consecuencia, aunque la Jerarquía de la Iglesia puede dejar a los fieles libres para que estimen en conciencia si cabe defender mejor los principios desde dentro o desde fuera del régimen actual, no debería ella misma aparecer apoyando a una mitad de la población en su elección de Presidente.
Con perspectiva histórica y mejor conocimiento de la doctrina católica, en cambio, el escándalo se desvanece.
Desde luego, no hay hipocresía: los obispos mantienen su neutralidad cuando felicitan a la vencedora, porque hubieran felicitado también al otro, al humanista cristiano. Quizás no hubiera sido un triunfo del amor, pero habrían alabado la victoria del tesón y del espíritu emprendedor, que también son valores cristianos.
Ahora recuerdo que un día, cuando el Gobierno del ex Presidente Pinochet expulsó a unos sacerdotes extranjeros hostiles y condecoró a otros sacerdotes, más afines, el Nuncio, preguntado ante las cámaras acerca de tan insólito suceso, respondió que él seguía a san Pablo: “me alegro con los que se alegran, lloro con los que lloran” (cf. Romanos 12, 15). Poco tiempo después, ese Nuncio, Angelo Sodano, pasó a ser Secretario de Estado de Juan Pablo II.
En la Alemania nazi, el Cardenal Clemens August von Galen (1878-1946), beatificado por Benedicto XVI, terminaba sus homilías, en las que predicaba fuerte y valientemente contra el régimen totalitario, así: “Oremos por los que están necesitados (...), por nuestro pueblo alemán y nuestra patria y su Führer”. El Papa Pío XI, para defender los derechos de la Iglesia en Alemania, aconsejado por todos los obispos alemanes, firmó un Concordato con Hitler (1933). Después fulminó su Encíclica Mit Brennender Sorge (1937) contra el nazismo, cuando ningún país europeo quería aún hacerle frente.
Después del 11 de septiembre de 1973, la Jerarquía católica asistió al Te Deum con la Junta de Gobierno Militar, a la que aseguró la misma fidelidad que había tenido para con el gobierno recientemente derrocado.
Los obispos chilenos no hacen más que seguir la Historia de la Iglesia, cuya doctrina es clara desde el mismo san Pablo: “Que todos se subordinen a las autoridades superiores, porque no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen han sido establecidas por Dios” (Romanos 13, 1). En ese momento, la autoridad establecida por Dios era Nerón, quien lo haría decapitar poco tiempo después.
¿Y si la señora Bachelet no fuese la tierna amante o la Presidente amorosa que los obispos esperan, y profundizara la experiencia socialista, a la española? Igual irían a visitarla, siguiendo a san Pablo: “bendecid a los que os persiguen; bendecidlos y no los maldigáis” (Romanos 12, 14).
Respondo, pues, a la primera pregunta: los obispos no fomentan el clericalismo ni son de izquierda.
¡Gracias, Señor, gracias!
—Yo siempre te escucho, hijo mío —respondió Él—. Así que os he librado de la amenaza del humanismo cristiano; pero, si no os portáis como Yo mando, vendrá uno todavía peor: el humanismo demócrata cristiano.
Temblé, sudé, imploré de nuevo. Y continuó ese diálogo, pero no me es lícito publicarlo ahora porque revelaría cosas que ustedes no pueden todavía asimilar.
Después de la entrevista con Dios, recordé que efectivamente Él me ha otorgado, hasta el momento, todo lo que le he pedido, excepto una cosa que dice que debo implorarle durante algunas décadas (¡ya van dos!). Yo quería que ganara Sebastián Piñera, pero . . . ¡se me olvidó pedirlo!
El hecho es que la causa principal de la derrota ha sido mi miserable diatriba contra el humanismo cristiano.
En cualquier caso, lo pedido era bueno, y ojalá nos dure: que se termine el clericalismo en Chile, que se deje de utilizar la religión para ganar votos. Si la elección de un nuevo Presidente socialista contribuye a este fin, bien vale la pena soportar cuatro años más.
Tres preguntas quedan en el aire, a pesar del favor que la Divina Providencia nos ha concedido. Primera: ¿contribuye la aparente euforia episcopal en favor de Bachelet a combatir el clericalismo o es un resabio de la militancia clerical en las filas de la izquierda? Segunda: ¿por qué triunfó de nuevo la Concertación, cuando venía tan gastada? Tercera: ¿qué cabe esperar?
La primera cuestión es difícil de explicar para quienes no tengan perspectiva histórica.
A los obispos católicos les ha faltado tiempo para ponerse sus arreos e ir a felicitar a una mujer agnóstica, de un pasado no del todo claro, partidaria del divorcio (¡bien ejercitado!), del aborto —aunque las exigencias de la campaña le hayan bajado el perfil—, de las uniones homosexuales . . . Naturalmente se ha producido un escándalo ante lo que parece, por lo menos, hipocresía, y, en cualquier caso, apoyo político a una Presidenta que puede continuar dañando moralmente a nuestra patria.
Hipocresía, sí, porque la Jerarquía guardó una aparente neutralidad antes de la elección; pero ahora se vuelca hacia el lado vencedor, con alegría (¿por qué, si daba lo mismo quién ganara?), con felicitaciones por lo que parece —ahora: no antes— un acierto del pueblo: haber elegido el amor. Y la otra mitad del país, ¿quería el odio, acaso? Y la Concertación, que medra con las heridas del pasado —no conviene que cicatricen—, persigue sin tregua a sus enemigos políticos —con malas artes—, utiliza todo el aparato del Estado para aferrarse al poder, ¿es la encarnación del amor?
Más elemental, con todo, es el escándalo de la Jerarquía católica como comparsa de un régimen injusto.
El gobierno socialista en Chile es un fragmento de la Internacional Socialista, como se ha visto en los múltiples apoyos de emergencia que recibió Michelle Bachelet. El socialismo internacional ha combatido los principios cristianos: la libertad personal; el matrimonio indisoluble y —ahora hay que decirlo— entre varón y mujer; el derecho a la vida de los niños no nacidos y de los enfermos terminales . . .
En consecuencia, aunque la Jerarquía de la Iglesia puede dejar a los fieles libres para que estimen en conciencia si cabe defender mejor los principios desde dentro o desde fuera del régimen actual, no debería ella misma aparecer apoyando a una mitad de la población en su elección de Presidente.
Con perspectiva histórica y mejor conocimiento de la doctrina católica, en cambio, el escándalo se desvanece.
Desde luego, no hay hipocresía: los obispos mantienen su neutralidad cuando felicitan a la vencedora, porque hubieran felicitado también al otro, al humanista cristiano. Quizás no hubiera sido un triunfo del amor, pero habrían alabado la victoria del tesón y del espíritu emprendedor, que también son valores cristianos.
Ahora recuerdo que un día, cuando el Gobierno del ex Presidente Pinochet expulsó a unos sacerdotes extranjeros hostiles y condecoró a otros sacerdotes, más afines, el Nuncio, preguntado ante las cámaras acerca de tan insólito suceso, respondió que él seguía a san Pablo: “me alegro con los que se alegran, lloro con los que lloran” (cf. Romanos 12, 15). Poco tiempo después, ese Nuncio, Angelo Sodano, pasó a ser Secretario de Estado de Juan Pablo II.
En la Alemania nazi, el Cardenal Clemens August von Galen (1878-1946), beatificado por Benedicto XVI, terminaba sus homilías, en las que predicaba fuerte y valientemente contra el régimen totalitario, así: “Oremos por los que están necesitados (...), por nuestro pueblo alemán y nuestra patria y su Führer”. El Papa Pío XI, para defender los derechos de la Iglesia en Alemania, aconsejado por todos los obispos alemanes, firmó un Concordato con Hitler (1933). Después fulminó su Encíclica Mit Brennender Sorge (1937) contra el nazismo, cuando ningún país europeo quería aún hacerle frente.
Después del 11 de septiembre de 1973, la Jerarquía católica asistió al Te Deum con la Junta de Gobierno Militar, a la que aseguró la misma fidelidad que había tenido para con el gobierno recientemente derrocado.
Los obispos chilenos no hacen más que seguir la Historia de la Iglesia, cuya doctrina es clara desde el mismo san Pablo: “Que todos se subordinen a las autoridades superiores, porque no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen han sido establecidas por Dios” (Romanos 13, 1). En ese momento, la autoridad establecida por Dios era Nerón, quien lo haría decapitar poco tiempo después.
¿Y si la señora Bachelet no fuese la tierna amante o la Presidente amorosa que los obispos esperan, y profundizara la experiencia socialista, a la española? Igual irían a visitarla, siguiendo a san Pablo: “bendecid a los que os persiguen; bendecidlos y no los maldigáis” (Romanos 12, 14).
Respondo, pues, a la primera pregunta: los obispos no fomentan el clericalismo ni son de izquierda.
¡Gracias, Señor, gracias!
Bueno, muy bueno! Gracias por tus artículos!
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