Ya conoces el refrán: el que dice verdades pierde las amistades. Yo tengo otra experiencia. He hecho incontables amigos, también entre mis ex alumnos, a fuerza de decirles a la cara, con lealtad, lo que honestamente estimo que es la verdad. En ocasiones he apuntado hacia algo negativo que sus mismos padres veían, sin atreverse a decírselo . . . ¡durante años! Otra veces les he alabado cualidades ocultas —¿por qué decir unas cuantas verdades se entiende siempre acerca de lo malo?— que ellos no conocían. Una vez desveladas, han sido el inicio de una alegría nueva, de una superación creciente, de frutos maduros en el largo plazo, mérito de ellos y de sus familias, sólo secundariamente de quien, en torno a un café o a una cerveza, les sopló casi al oído: “tus preguntas en clase son especialmente lúcidas: ¡profundiza en ellas!”, o “no sé si lo has notado: tus compañeros te escuchan con atención, podrías influir en ése y ese otro para que estudien un poco más” —entonces influía y los tres se hacían mejores—, o, en fin, “con lo bueno que eres para el fútbol, seguro que puedes ser igual de deportivo en tu vida de cristiano”.
No niego que he sufrido, por excepción, malas experiencias. Mis palabras rebotaban en una conciencia encallecida. Incluso entonces no ha padecido la amistad.
Por eso, aunque no te conozco a ti personalmente, a ti que has estado de paro y estarás ahora, si eres la mitad de fanático que yo, casi tan parado con el Campeonato Mundial de Fútbol, aunque no nos conocemos voy a comenzar a ser tu amigo.
No me voy a callar ahora por falsa humildad, por ese cobarde que quién soy yo para entrometerme, que quién puede saber cuál es la verdad.
No se me ocurre nada más cobarde que un gobernante que no ejerce la autoridad o que un maestro —un profesor, un sacerdote— que no dice la verdad tal como la ve, aun a riesgo de equivocarse.
Y eso lo he contemplado en las semanas del paro de estudiantes secundarios: mentiras, hipocresía, manipulación, insistir en los errores de siempre sobre la educación. Naturalmente, no he sido capaz de leer todo lo que se ha escrito —estaba perdiendo el tiempo con una novela sobre Dan Brown—, y desde luego que alabo el esfuerzo de quienes han procurado sacar a flote algunas verdades incómodas, como Joaquín García-Huidobro, Sebastián Kaufmann, Diego Ibáñez, Hermógenes Pérez de Arce, Carlos Peña y Gonzalo Vial, entre otros. El punto es que, hasta donde he podido enterarme, a ti no te han dicho la verdad básica sobre tu paro: que has cometido una injusticia y es necesario repararla.
Solamente hay apariencia de justicia cuando uno lucha por sus propios intereses, porque la justicia es una virtud que nos mueve a dar a los demás lo que les debemos. Eso no significa que sea injusto luchar por los propios derechos: es justo, sin duda, pero no acto de justicia sino simplemente conforme a la justicia. Entonces no te creas un héroe de la justicia cuando clamas que se haga tu santa voluntad.
Además hay formas justas e injustas de reivindicar un derecho. Solamente en casos excepcionales es lícito afectar los bienes ajenos por la fuerza, es decir, usar la violencia para reivindicar la justicia. Un caso así puede ser el de un país donde han colapsado los cauces ordinarios para reclamar —los tribunales y la lucha política pacífica, las elecciones, el ejercicio del derecho de petición, las manifestaciones y reuniones verdaderamente pacíficas— o donde el gobierno ha instaurado una tiranía intolerable, extrema.
Tú has ejercido la violencia fuera de un caso de excepción. No me refiero solamente a haber creado, mediante la orquestación de una marcha pacífica de estudiantes, la ocasión para que actuaran a su manera los delincuentes comunes, el lumpen, los anarquistas y otras heces de nuestra sociedad. De estas injusticias eres ciertamente responsable, en mayor o menor medida, aunque creas que en esos momentos solamente jugabas el juego del poder; pero además pesa sobre ti el solo hecho de haber paralizado la enseñanza, de haber interrumpido el normal cumplimiento de los deberes profesionales de los profesores y de tus compañeros.
El único camino para salir de la crisis crónica de la educación es la mayor exigencia en el cumplimiento de los deberes: más horas de estudio, no menos; más disciplina, no menos; más competencia entre los estudiantes y entre los colegios, no menos; más libertad para alcanzar metas que diferencien a los mejores, no más controles para igualar hacia abajo.
Tú has partido de los presupuestos contrarios. Has cometido una injusticia y debes repararla con más estudio.
También ha sido injusto, aunque quizás por esa ignorancia que es parte del problema de la educación, lo que has pedido.
La gratuidad del pase escolar y de la Prueba de Selección Universitaria constituyen un asunto complejo, pero, al menos, que podría llegar a ser justo. Depende de comparar los costos de esas medidas con lo que deje de gastarse en los débiles de nuestra sociedad, los ancianos abandonados, los niños hambrientos, todos aquellos que no pueden parar porque se mueren y nadie les hace caso. (El paro de ancianos y de enfermos se combate con la ley de eutanasia).
Exiges la reforma de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza porque te han manipulado muy fácilmente los mismos ideólogos que han destruido la educación en Chile. En resumen, tú pides ¡más estatismo! ¡Qué injusticia! Apoyándose en tu violencia, los políticos cobardes se disponen ahora a profundizar en el mal que explica tu mala educación. Los mismos que te halagan y te prometen todo tipo de libertades licenciosas, ahora no le darán a tus padres, ni a ti mañana, una libertad de lo más básica, la de impulsar hacia lo mejor a los propios hijos.
Veo en ti otras verdades, verdades nobles y esperanzadoras, pero tenía que empezar como un buen amigo, por donde más cuesta.
Keep up the good work. thnx!
ResponderBorrar»