He pasado un año sabático en Alemania, entre Benedicto y Benedicto, entre la Jornada Mundial de la Juventud, en Colonia, y la Visita a su patria, Baviera.
Algunos bien pensados creen que planifiqué todo para que coincidiera con estas dos oportunidades magníficas de acercarme al Vicario de Cristo. Se equivocan. Lo único determinante fue el Campeonato Mundial de Fútbol Deutschland 2006.
Todo lo demás se subordinó a ese acontecimiento sublime.
Ya habrá gente santa que os cuente lo importante sobre el Papa. Ya habrá teólogos inteligentes que os expliquen los alcances insospechados de los discursos pontificios. Ya habrá periodistas audaces que, aparte de decirnos cuándo comienza a morirse al Romano Pontífice (¿no os extraña, queridos lectores, la ausencia de rumores al respecto?), nos indicarán qué debemos pensar sobre lo que ha dicho y, más importante aún, sobre lo que no ha dicho.
Yo no me atrevo a nada de eso. A cambio, os podéis asomar a mi año en Alemania.
Salí de Santiago de Chile en julio de 2005. Viajé vía Estados Unidos por tres razones: era más barato; me permitían llevar dos maletas de hasta 32 kg. cada una, y podía visitar Nueva York y Princeton. En esta universidad conocí experiencias sobre diversos programas para promover los estudios de cuestiones políticas y sociales con una perspectiva conforme con la ley natural. No todo lo que sale de Princeton es inmoral. El único problema es que se necesitan millones de dólares, y no soy de los que tienen el don para conseguirlos.
En Nueva York, almorcé en el world-wide famous edificio de la Comisión Regional del Opus Dei. Es gigantesco si se compara con su equivalente chileno, pero es enano al lado de las decenas de rascacielos que lo rodean. Tras una amable tertulia —todavía no se escriben los libros que reflejen la realidad familiar del Opus Dei— visité The Frick Collection, donde se custodia, entre muchísimas obras valiosas, el retrato de Tomás Moro por Hans Holbein el Joven.
Pasé por el edificio donde viví los primeros meses de mi vida (mis recuerdos son muy vagos: fundamentalmente mojados), pero el guardia no me dejó subir, para no molestar a los actuales moradores. Pocas cuadras más allá, estuve rezando en la Parroquia de Santa Catalina de Siena, donde recibí el Bautismo. Me llamó la atención la cantidad de avisos de actividades pro-vida: la determinación con que luchan los estadounidenses.
Arribé a Colonia en tren, procedente del aeropuerto de Frankfurt. Me acerqué a la oficina de turismo y, en inglés, pregunté por la sede central del Opus Dei (¡había dejado los datos en Chile!).
—Das Opus Dei? Keine Ahnung —decían las chicas de la oficina, es decir, decían que no tenían idea. Les pregunté que si acaso no habían leído The Davinci Code. Tampoco. Más tarde supe que no se había traducido todavía al alemán. Al fin encontramos la dirección en la guía de teléfonos (típico de organizaciones secretas, para despistar, ya se sabe).
Tomé un taxi. Yo iba decidido a hablar solamente en inglés o en alemán: ¡nada de castellano!
—Where do you come from? —me pregunta el taxista.
—From Chile —le respondo.
—¡Ah! ¡Vitacugra! —dice él.
Me sorprenden sus conocimientos, pero me hago el tonto (es fácil):
—Yes, Vitacura is a part of Santiago. I live precisely there!
Y entonces se lanza él en un castellano bastante bueno:
—Yo viví catorce años en Vitacura.
Y así seguimos. Los propósitos de no hablar castellano duraron exactamente medio día, gracias al taxista. Le conté sobre el Opus Dei y le dejé una estampa de san Josemaría (es que no sé guardar los secretos).
Agosto estuvo dominado por la visita de Benedicto XVI a la Jornada Mundial de la Juventud.
De Juan Pablo II, no puedo olvidar su voz como de terremoto, que remueve, y su mirada azul, ¡qué mirada! Benedicto XVI es todo lo contrario. Esto me produce una alegría especial, es como el sello de la diversidad en el bien (¿se han fijado en esos que solamente hablan de diversidad para defender el mal?). Su mirada no es de fuego, sino más bien de agua. Su voz no es el golpear poderoso de las olas contra las rocas, sino más bien como un hilo agudo, alto, que hilvana pensamientos como dagas, frases sencillas y profundas que luego se revuelven en el corazón y te matan.
Había que ser sordo para no oír a Juan Pablo II. Para silenciar la voz de Benedicto XVI basta con estornudar un poco, rascarse la oreja, reír. Pero si no estornudas, si dejas de reírte y de rascarte, si escuchas un segundo y sigues ese hilo de voz aguda y serena, las palabras suyas se te clavan como una daga de Dios: hasta el fondo del corazón y, sobre todo, de la inteligencia.
No hay ningún pensador serio —conocemos a los anticlericales de aguas superficiales: no hablo de ellos— que no haya sido tocado por el desafío de Benedicto XVI.
Marienfeld fue otra oportunidad de contemplar a la Iglesia, que está viva, joven, vibrante. Los medios de masas nos la ocultan, dominados por minorías agnósticas ilustradas —y por prostitutas— que solamente destacan lo que les obsesiona: las prohibiciones de los vicios sexuales. La Iglesia, ignorada, crece arrolladoramente en todo el mundo, dando esperanza a las muchedumbres explotadas por la cultura de la muerte.
También estuve con el Prelado del Opus Dei (por si acaso: Javier Echevarría; no, Aringarosa), primero en una tertulia multitudinaria, con jóvenes de todo el mundo, y luego en una tertulia pequeña, con unos veinte Numerarios.
Y otra vez lo que los libros no reflejan: ¡cómo nos reímos!, ¡cómo nos queremos!
De septiembre a diciembre viví en München (en castellano, Múnich), bregando con los cursos intensivos de alemán. Asistí a los seminarios del profesor Paul-Ludwig Weinacht, en Würzburg, y conocí a estudiantes de todas partes del mundo.
Y entonces, cuando llevaba unos dos o tres meses, sufrí una crisis cardíaca aguda de grave pronóstico.
qué buena tu descripción!
ResponderBorrarla otra diferencia entre la voz de los 2 papas es que JP 2 hablaba más lento (tal vez porque nunca le oí en polaco) y Beni 16 (perdón, es que así le llamamos a los Benedicto en alemán, al menos a los que yo conozco, y esto es una senal de carino) y habla super rápido, aunque bien pronunciado (a diferencia de mi humilde persona: hablo rápido y poco pronunciado y esto en cualquier idioma, es la herencia andaluza). Sus palabras se pueden entender muy bien desde el punto de vista acústico, pero hay que concentrarse para no perder el hilo.
Muy bueno Cristóbal, gracias!
Sería fantástico que siguiera con este estupendo blog!
Gracias, Marta, por el ánimo.
ResponderBorrarEspero continuar con el blog, a pesar de que en Chile tendré otras oportunidades para practicar el castellano. El chileno por lo menos.
Sí, quedan recuerdos de Maritain, pero muy diluidos, hasta donde alcanzo a percibir. Robert George, que era el anfitrión del congreso al que assití el septiembre, se apoya normalmente en otros pensadores iusnaturalistas actuales.
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