Hace unos meses un amigo me preguntaba sobre la curiosa división entre los católicos chilenos.
—Sin perjuicio de la legítima libertad para especializarse en diversas líneas de acción —me decía, más o menos—, ¿no es extraño que haya muchos ciudadanos católicos muy sensibles para los ataques contra la familia, como con el divorcio, y contra la vida, como el aborto y la eutanasia, pero resignados o ciegos para las injusticias laborales, sociales y económicas, e incluso respecto de otros atentados contra la vida, como los de las guerras y la represión política? Y al revés, ¿qué pasa con tantos católicos movidos por la justicia social, la lucha contra la miseria, los derechos humanos de los presos políticos y de los soldados de Irak, pero que, al mismo tiempo, no aceptan la moral matrimonial de la Iglesia, no se preocupan por el avance del divorcio, el aborto, la eutanasia . . . ? ¿De dónde viene esta división? ¿Es un producto de la historia de Chile, o tiene paralelos en el mundo?
Procuré responder, en primer lugar, eliminando el “empate moral”, por así decirlo.
En efecto, no es lo mismo defender al niño no nacido contra el crimen nefando del aborto, que defender a los criminales contra la pena de muerte, cuando ella deja de ser imprescindible. Debemos hacer las dos cosas, pero no igualar al inocente con el culpable.
No es lo mismo la injusta remuneración de los trabajadores, aunque sea un pecado que clama al cielo (cf. Santiago 5, 4), que la barbaridad del divorcio, ese adulterio institucionalizado (cf. Mateo 5, 32; Marcos 10, 4-12) que hiere en lo más hondo a los seres que fueron los más queridos y los más íntimos. No debemos dañar a los más pobres, especialmente cuando dependen de nosotros, pero mucho menos convertir en los más pobres de los pobres, los más maltratados, a quienes la naturaleza, Dios, nuestra propia elección responsable, han puesto en el centro vital de nuestra existencia.
Las discrepancias entre católicos en materias difíciles de concretar como la economía y la política, que el Magisterio de la Iglesia suele iluminar sólo con principios generales, pueden deberse a legítimas diferencias de opinión, aunque también —no es infrecuente, por desgracia— a una insensibilidad respecto de los mismos principios y de la dignidad humana que esos principios salvaguardan. En cambio, el disenso de los católicos inficionados con el liberalismo moral y religioso —los que aceptan la anticoncepción, el divorcio y aun el aborto— se debe a un genuino apartamientos de la fe y de la moral. Que muchos católicos, especialmente los más jóvenes, incurren en este apartamiento por ignorancia, por pasión, por el abandono formativo en que se hallan, yo no lo dudo; no los juzgo, ni menos los condeno, pero la situación es objetivamente seria, grave, y su propia felicidad depende de que se den cuenta y reaccionen.
De manera que mi primera respuesta consiste en evitar un supuesto “empate moral”, porque las deficiencias de los católicos de derecha, horribles como son desde el punto de vista de la justicia social, nunca han atacado los principios. Incluso en los casos más llamativos —la defensa del régimen militar en Chile, contra la mayoría del episcopado, y la defensa de las guerras estadounidenses contra la opinión de Juan Pablo II—, los católicos nunca pusieron en duda los principios ni la autoridad eclesiástica de los obispos y del Papa, sino solamente su aplicación a esos casos históricos. Un ejemplo extremo es el de Mary Ann Glendon, que firmó la carta en apoyo de la Guerra de Irak, contra la expresa opinión de Juan Pablo II. Y ella había sido la representante de la Santa Sede en la Conferencia sobre la Mujer en Beijing (1995). Más todavía: ella fue nombrada, después de haber discrepado así respecto del juicio prudencial del Papa —que se revela cada día más certero, profético—, Presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales. No fue tratada como una hereje, porque no lo era ni lo es.
Por el contrario, los llamados católicos progresistas, desde los ya rancios “cristianos por el socialismo” (¿se acuerdan? ¡qué risa!) hasta los “liberales” de ahora y las “católicas por el derecho a decidir” (esa pandilla de abortistas a escala mundial), no aceptan la doctrina moral de la Iglesia y se apartan de las raíces mismas de la fe, como mostró Juan Pablo II en su magistral encíclica Veritatis Splendor (1993). Ellos cuestionan no solamente la doctrina sino también la misma autoridad del Magisterio para proponerla.
La segunda parte de mi respuesta, como ya he adelantado, viene a afirmar que el fenómeno es universal y no una peculiaridad de Chile. Y este fenómeno contiene en sí la explicación de las paradojas de la clasificación entre izquierda y derecha, porque en el Occidente, antiguamente cristiano, la diferenciación perenne desde la derecha hacia la izquierda, descrita por Platón y Aristóteles, se encarnó en una división de los cristianos según su actitud ante la Modernidad. Sin embargo, nadie heredó todas las virtudes de los guardianes de Platón. La Izquierda heredó la visión clásica de la política como virtud, como obra colectiva dignificadora del hombre y de los ciudadanos, como ética de la justicia y de la autoridad como salvaguarda de los más débiles; pero aceptó el individualismo moral, el progresismo opuesto a la moral tradicional, la semilla destructora del orden establecido. La Derecha heredó el aprecio clásico por la familia y el orden, que es la causa principal de la riqueza y de la virtud; pero aceptó el individualismo económico y político, la defensa a ultranza del orden heredado con independencia de las nuevas formas de opresión.
Hay virtudes y vicios a diestra y siniestra.
Cometeríamos un tremendo error si dividiéramos el planeta en buenos y malos según un criterio político. De ahí la incomodidad de los mejores con la fácil asignación de etiquetas.
Pero eso no elimina la justeza de la distinción izquierda vs. derecha para fines limitados.
Yo no me atrevería a reprender de modo alguno la columna del domingo. Es más me quedé pensando en si a propósito de ese afán de blancura que nos rodea a los chilenos va en directa relación con la proliferación de detergentes que buscan dejar limpia y olorosa la ropa. Sumado a que algunos ahora hasta incorporan -soft- de modo de que a la blancura le sumemos suavidad. Sí, queremos todo blanco y suave.
ResponderBorrarCierto, mentiría si dijera que no prefiero blanca y suave mi ropa. Sólo es que como consumidora exigente quisiera que esa blancura y suavidad fuese más permanente en el tiempo, y no como ocurre en la mayoría de los casos que el blanco albo queda percudido y arrumbado en algún lugar en que sólo un ojo acucioso puede encontrar.
Yo le sumaría a esa misma necesidad de “blancura”, la necesidad de no olvidar (La ropa no tan blanca y algo percudida), y buscaría de paso –tal vez- un ojo acucioso que mirara la suma de “detergentes” aparecidos en materia de probidad, transparencia y corrupción desde la creación de la Comisión Nacional de Ética Pública (Frei), hasta la Comisión Asesora Presidencial de Transparencia y Probidad (Lagos) y como dichos -informes- han quedado como muchos detergentes, apilados en las gavetas de algún supermercado por ahí olvidados.
¿Sería acaso demasiado impertinente recurrir al SERNAC y exigir que como consumidora de los productos emanados del gobierno, alguien me rindiera cuentas al respecto?.
-Probablemente lo sea-.
Desde ya me declaro fan absoluta de sus columnas Sr. Orrego y estaré ansiosa esperando una nueva aparición de sus escritos.
Saludos.
J.
Estimado Sr. Sánchez Münster
ResponderBorrarQueda usté perdonado, sobre todo porque, en realidad, no ha cometido falta alguna...
Sólo se ha mostrado usté como un excelente alumno de nuestra nueva educación. Cita, el pobre Mambrú, un texto ministerial de Castellano, 4° medio, a su vez citado en una vieja columna de Gonzalo Vial, que prueba que Sánchez Münster es un verdadero mateo:
"Existen jergas propias de determinados grupos, por ejemplo la jerga juvenil, la de un mismo oficio u ocupación: estudiantes, docentes, enfermeras, delincuentes, prisioneros, fuerzas armadas. (Dice GV: "Buen comienzo, un texto de castellano que considera ser delincuente o prisionero un "oficio u ocupación". Añade Mambrú: al menos ahora gente como usté y el pobre Mambrú tienen oficio... ¡Viva la no discriminación!)
Las jergas, a su vez, tienen variantes -dice el texto de 4.o medio-, fonológicas, léxicas, morfológicas, sintácticas y textuales. Así, entre las variantes léxicas: mula, bacán, un gallo choro, cabro, vaca, huevón y su vasto campo semántico..."
Así, después de su columna en Reportajes, seguro lo llaman a la super comisión de educación. O quizá inventen otra para ud. solo...
Atte.
Mambrú (que, en filosofando de las moscas en su boca, principió por la admiración, pero de tanta quedó lelo, lelo dejó caer la parte inferior de su mandíbula y... ¡tate! ¡¡las moscas!!)
PD: El pobre Mambrú tenía mucho que decir del muro y de las izquierdas y las derechas, pero escribe usté de cosas interesantes en malos tiempos para el pobre Mambrú... cómo se ve que que no soporta usté la crótica (que no es la crítica, ignorantes!)
muy bueno el artículo, gracias!
ResponderBorrarLos cristianos por el socialismo (y sus parientes): arrepentidos, pero a pesar de todo lo malo algo bueno: un aspecto que destaca Ratzinger en varios escritos: acercaron la palabra de Dios a la gente en momentos que los teólogos se habían hecho incomprensibles, haciendo que la interpretación de la Palabra quedara en apretados reductos (ver "La Sal de la Tierra", o Revista Humanitas). Y las católicas por el derecho a decidir: las conocí: a pesar de todos sus planteamientos no convencen a nadie. A una teóloga conservadora le pregunté por qué en el debate sobre la píldora las mujeres habían estado calladas: no supo qué responder... y la católica por el derecho a decidir alzó la voz y dijo: no nos dan espacios: Ni habría que darlos, pienso yo, cuando se condena la VIDA.
ResponderBorrarBuenas ambas columnas, aunque quizás la dichosa palabrita no era necesaria.
ResponderBorrarGracias a todos. Yo sí que me reprendo por la columna del domingo, porque creo que se me pasó la mano al usar, como dice Tomás, "la dichosa palabrita". Espero encontrar, en el futuro, alguna fórmula que sea igual de llamativa sin ser igual de ordinaria, para atacar lo que parece impresentable.
ResponderBorrarAndrés: yo también pienso que detrás del socialismo (cristiano, pero incluso ateo) ha habido genuinas y sinceras reacciones contra los abusos y las injusticias. En la historia es difícil o imposible dividir entre "buenos" y "malos". Sin embargo, el acercamiento de la palabra de Dios a la gente terminó muy pronto en hablar solamente de sueños terrenos (legítimos, sin duda, pero vaciados de aspiraciones espirituales), y entonces los grupos no católicos y no cristianos comenzaron a convertir a los católicos sedientos de oír hablar de Dios, y siguen haciéndolo a un ritmo vertiginoso.
Sobre la organización abortista Católicas por el derecho a Decidir(CDD), hay que dejar en claro que es una organización financiada por transnacionales abortistas que quieren promover leyes abortistas en latinoamerica así como lo han hecho en ya varias países de europa, lamentablemente.
ResponderBorrarAdemás he de aclarar que no son católicas, pues no respetan los primeros derechos que son "del no nacido", no respetan la autoridad de la Iglesia y tampoco de las figuras de la Iglesia, por ej. María santísima. ¿Podemos llamar a eso un católico? Pues yo lo llamaría uno del otro bando.
Esperemos que la gente abra los ojos con esta organización, que se den cuenta que en realidad son pocos, aunque organizadores, estos atacantes de los derechos del niño y de la mujer, pues una mujer que abortó es una mujer que sufrió, pues está comprobado científicamente las secuelas sicológicas que deja en una mujer abortada este hecho; y los métodos anticonceptivos denigran a la mujer al ser más bajo, el animal; siendo que Dios puso al hombre en la punta de la creación.
Ojalá que Chile no se deje influenciar por estas organizaciones mentirosas y de la pelea.