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domingo, mayo 13, 2007

Platón, ¿podrá salvarnos?


Yo uso un anillo de oro, de vez en cuando, no siempre, porque en Chile, un país harto especial, se considera como de medio pelo o de nuevo rico o, en fin, vamos a decirlo, de turco o algo peor.

Sin embargo, yo lo uso, entre otras razones, porque era de mi abuelo. No era ni turco. Era diplomático de carrera, es decir, de esos que sirven a su patria con sacrificio, así que debe de haber visto muchas veces que en Europa también usan anillos los hombres elegantes, los aristócratas, los diplomáticos como él, y no solamente los turcos.

Sea como fuere, yo no tengo prejuicios contra los turcos, desde que tuve como alumno a Karim, que me enseñó lo que es estar medio loco, medio cuerdo, medio vivo, medio muerto (¡no saben ustedes de cuando casi nos lo mata una vieja motorizada!), pero que si de pasarlo bien se trata, eso sí, ¡nunca a medias!

Yo pensaba, antes, que había que cerrarles las puertas de la Unión Europea a los turcos; pero, ahora que Europa parece haber muerto (no lo olviden: si Edith Stein murió, Europa con ella), ¡que vengan los turcos! Incluso en el caso de que aumentara la población europea islámica, no estoy seguro de si eso sería peor que el aumento de la población nihilista, atea, materialista, abortera, infanticida, gerontofóbica.

¡Que vivan, que vayan los turcos a Europa, y usemos nuestros anillos desplegados al viento!

Yo uso un anillo de oro, que lleva grabado el escudo de una rama de mi familia, los Vicuña. Al centro, una torre grande, rodeada por tres torres pequeñas. Sobre la torre central, que es como una fortaleza, se yergue un guerrero, con su brazo izquierdo a la cintura y el derecho alzado en alto, empuñando la espada del valiente defensor, del soldado despierto, si acaso también la del cobarde que teme más la deshonra que la muerte.

Miro el anillo. Me recuerda la historia de Giges, que narra Glaucón en La República. Es una historia que, cuando uno la medita, estremece, porque está diseñada para convencernos de que realmente no somos justos por virtud, sino por coerción; de que lo que realmente querríamos es ser injustos, pero no podemos.

“Demos a todos, justos e injustos, un poder igual para hacer todo lo que quieran; sigámoslos, y veamos a dónde conduce la pasión al uno y al otro. No tardaremos en sorprender al hombre justo siguiendo los pasos del injusto, arrastrado como él por el deseo de adquirir sin cesar más y más, deseo a cuyo cumplimiento aspira toda la naturaleza como a una cosa buena en sí, pero que la ley reprime y limita por fuerza, por respeto a la igualdad. En cuanto al poder de hacerlo todo, yo les concedo que sea tan extenso como el que se cuenta de Giges, uno de los antepasados del lidio. Giges era pastor del rey de Lidia. Después de una borrasca seguida de violentas sacudidas, la tierra se abrió en el paraje mismo donde pacían sus ganados; lleno de asombro a la vista de este suceso, bajó por aquella hendidura y, entre otras cosas sorprendentes que se cuentan, vio un caballo de bronce, en cuyo vientre había abiertas unas pequeñas puertas, por las que asomó la cabeza para ver lo que había en las entrañas de este animal, y se encontró con un cadáver de talla aparentemente superior a la humana. Este cadáver estaba desnudo, y sólo tenía en un dedo un anillo de oro. Giges lo cogió y se retiró. Posteriormente, habiéndose reunido los pastores en la forma acostumbrada al cabo de un mes, para dar razón al rey del estado de sus ganados, Giges concurrió a esta asamblea, llevando en el dedo su anillo, y se sentó entre los pastores. Sucedió que habiéndose vuelto por casualidad la piedra preciosa de la sortija hacia el lado interior de la mano, en el momento Giges se hizo invisible, de suerte que se habló de él como si estuviese ausente. Sorprendido de este prodigio, volvió la piedra hacia fuera, y en el acto se hizo visible. Habiendo observado esta virtud del anillo, quiso asegurarse repitiendo la experiencia y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia adentro el engaste, se hacía visible; cuando ponía la piedra por el lado de afuera se volvía visible de nuevo. Seguro de su descubrimiento, se hizo incluir entre los pastores que habían de ir a dar cuenta al rey. Llega a palacio, corrompe a la reina, y con su auxilio de deshace del rey y se apodera del trono. Ahora bien; si existiesen dos anillos de esta especie, y se diesen uno a un hombre justo y otro a uno injusto, es opinión común que no se encontraría probablemente un hombre de carácter bastante firme para perseverar en la justicia y para abstenerse de tocar los bienes ajenos, cuando impunemente podría arrancar de la plaza pública todo lo que quisiera, entrar en las casas, abusar de todas las personas, matar a unos, liberar de las cadenas a otros y hacer todo lo que quisiera con un poder igual al de los dioses en medio de los mortales. En nada diferirían, pues, las conductas del uno y del otro: ambos tendrían el mismo fin, y nada probaría mejor que ninguno es justo por voluntad, sino por necesidad, y que el serlo no es un bien para él personalmente, puesto que el hombre se hace injusto tan pronto como cree poderlo ser sin temor. Y así los partidarios de la injusticia concluirían de aquí que todo hombre cree en el fondo de su alma, y con razón, que es más ventajosa que la justicia; de suerte que, si alguno, habiendo recibido un poder semejante, no quisiera hacer daño a nadie, ni tocara los bienes de otro, se le miraría como el más desgraciado y el más insensato de todos los hombres” (Rep. II).

Donde reina el pensamiento débil, miro mi anillo: ¡me hago fuerte!

domingo, mayo 06, 2007

La canción de Edith


¿Qué podemos aprender de santa Teresa Benedicta de la Cruz?

Edith Stein nació en el centro del factum abominationis, de la consumación de la destrucción de Europa. Ella vio la luz el 12 de octubre de 1891, cuando se acercaba a su fin el que vio la muerte de Dios: Nietzsche compareció ante el Juez Supremo el año de Nuestro Señor de 1900.

El imperialismo y el racismo habían colmado ya la paciencia del Creador, aunque a los hombres les pareciera que no eran sino las conclusiones de la ciencia y las exigencias de extender la civilización.

Edith abandonó la fe judía ortodoxa de sus padres, mas no el deseo de la verdad. Fue atea por insatisfacción.

El ateo alemán proclamaba la muerte de Dios. La atea judía alemana se deslumbraba con los últimos intentos de escapar de esa muerte, de la jaula del propio yo. La fenomenología de Edmund Husserl le pareció a ella un camino desde el aparecerse de los cosas ante la conciencia hacia las cosas mismas, hacia la verdad y el sentido, que la muerte de Dios negaba — esto es evidente para cualquiera que tenga las agallas de Nietzsche— y que los recursos espirituales de Europa no permitían ya rescatar.

Edith buscaba la verdad desde su ateísmo, mientras trabajaba como discípula y colaboradora de Husserl. Dios había muerto para ella, pero ella no había muerto para Dios.

De aquí la primera lección que saco para mí. Hemos de respetar el itinerario espiritual de los amigos, sin renunciar a ayudar mediante la exposición de la verdad como sinceramente la vemos. Es misterioso el itinerario de la mente hacia Dios.

Mas también hemos de aprender a distinguir el valor intrínseco de los diversos itinerarios.

Un ejemplo cercano. Martin Heidegger, poco después de conocer a Edith en el entorno de Husserl, abandonó la fe católica —explícitamente en 1919— para quedar a merced de su propia inteligencia, autónoma y debilitada, inerme ante la ideología más poderosa de la época. Su inteligencia superior no lo libró de enredarse en asuntos de cintura con dos de sus alumnas, entre ellas Hannah Arendt.

Todos los que se consuelan de las cámaras de gas, pensando que se debieron a un arranque de locura inexplicable, para volver plácidamente al nihilismo de entreguerras . . . a la tolerancia de todas las posiciones, con la confianza ingenua y atroz en que no volverá una locura semejante . . . ¡todos ellos son parte de una masa capaz de seguir el mismo camino, del que abominan solamente porque la guerra lo tronchó a tiempo!

Edith fue entreviendo la verdad de la religión dogmática a través de la vida llena de alegría de algunos amigos convertidos. La alegría es una señal —cito aproximadamente a Edith— de que estamos cerca de la luz de la verdad. Edith captó también la alegría en la Vida escrita por santa Teresa de Jesús, y, junto con la alegría, habrá visto la esencia de una mujer traspasada por el amor de Dios. Esta lectura fue decisiva en su conversión.

Edith se bautizó en 1922. Fue un desgarrón para su familia, especialmente para su madre.

Mi segunda lección: A veces se necesita fortaleza para decepcionar a la propia familia.

Edith comenzó muy pronto a pedir a su Director Espiritual la autorización para ingresar en el Carmelo, pero le fue denegada para que sirviera a través de su investigación y la enseñanza. Ella había tenido, sin embargo, dificultades en su carrera académica por ser mujer, primero, y por ser judía, más adelante. ¿Qué hizo? ¿Se amilanó? ¡No! Ya desde muy joven luchó por los derechos y la dignidad de las mujeres. Y, al crecer la persecución antijudía, rechazó una oportunidad de huir a América del Sur, sólo para permanecer junto a su familia.

Mi tercera lección: Hemos de seguir el camino de lo justo sin importar las opiniones de la mayoría, ni los prejuicios culturales de la época, ni los peligros. Ahora es muy sencillo declararse a favor de la igualdad de las razas y de los derechos de las mujeres; pero el equivalente de la acción de resistencia heroica de Edith es, hoy, la lucha por los derechos de los no nacidos y por resistir la presión de lo “políticamente correcto”.

Al fin Edith se hace carmelita. Ahora se llama Teresa Benedicta de la Cruz. Tras la muerte de su madre, su hermana se traslada a trabajar de portera en el convento. Las dos huyen a un convento en Holanda. Sin embargo, tras la declaración de los obispos holandeses contra los nazis (20 de julio de 1942), los ocupantes persiguieron a los judíos conversos al catolicismo, entre ellos a Edith y a su hermana. Edith había podido huir a Suiza, pero rehusó hacerlo por no poder llevar consigo a su hermana.

Cuarta lección: La muerte es el último sello de la autenticidad del compromiso y del amor. Es terrible que lo diga alguien que no sabe si sería capaz de dar la vida; pero, ¿acaso vamos a dejar de proclamar la verdad que vemos solamente porque no seamos capaces de estar a su altura?

Edith Teresa nos reveló la identidad de Europa. Fue filósofa, y Europa comenzó a forjarse en la cuna de la partera del alma. Edith era judía, y en el Pueblo Escogido se reveló por primera vez el amor de Dios y la dignidad del hombre: su arraigo en el Logos. Edith fue hecha cristiana, por elección divida, y en el cristianismo se abrió el tesoro de la revelación a la humanidad entera: ¡entonces nació Europa!

Edith Stein llevó esta síntesis de la esencia de Europa a su núcleo más profundo: el encierro de un convento carmelita. Ella, según el ideal de la fenomenología, fue del fenómeno al fundamento: de las sombras de la verdad a su contemplación más penetrante.

Edith Teresa murió envuelta en el gas del nihilismo. Su cadáver fue presa del fuego aniquilador de la violencia.

Si ella murió, Europa ha muerto.

sábado, mayo 05, 2007

Receso de Viaje

Por causas de fuerza mayor no podré publicar la entrega del domingo. Quizás el jueves o viernes me ponga al día. Un cordial saludo a todos, desde el país de las meigas.