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viernes, abril 27, 2012

Agustín Squella, crítico y amigo

Cartas Viernes 27 de Abril de 2012
Progresismo y decadencia


Señor Director:


Siempre me lo paso bien leyendo a Agustín Squella, porque proyecto sobre sus textos el agradable recuerdo de nuestras conversaciones en torno a un café -menos frecuentes de lo que querría- o de los debates en esos congresos que, desde hace tantos años, él organiza con encomiable apertura de espíritu. Otros lectores católicos, que no tienen la suerte que tengo yo, perciben solamente el lado hostil de sus opiniones: la caricatura, la ironía, la interpretación sesgada de la historia.

Es una caricatura sostener, como él hace, que quienes se negaron a tramitar un proyecto de ley para introducir el aborto o la eutanasia legal, o rechazaron la ley de divorcio, se limitaron a pronunciar un par de palabras mágicas: "vida" y "familia". Estos temas se han debatido y se seguirán analizando en múltiples sedes, con casi infinitos argumentos cuya complejidad llena volúmenes completos; pero la función del Congreso es otra, política: debatir hasta arribar a una conclusión. Si la mayoría ya ha estudiado lo suficiente como para convencerse de que no es una buena idea legislar, debe rechazar la idea de legislar. Estoy seguro de que ningún ciudadano estará dispuesto a sostener que existe obligación de tramitar cualquier proyecto de ley que algún parlamentario proponga, a sabiendas de que la mayoría no quiere legislar en ese sentido, como si no hubiera más ámbitos para el debate republicano. ¿O acaso al profesor Squella, que enseña Derecho, le parece superfluo el trámite de votar la idea de legislar, o que el voto afirmativo es el único democráticamente legítimo?

En cambio, concuerdo con Agustín Squella en que las injusticias deben condenarse por igual donde sea que se cometan: en Cuba o en Chile, en la ex RDA o en la actual China, en Estados Unidos o en Rusia. Curiosamente, esta tesis nuestra presupone la permanencia de unos criterios de justicia transculturales -universales e inmutables- que mi colega pareció negar en su primera columna.

Por otra parte, me sorprende su ingenuidad cuando piensa que tenemos hoy el mismo nivel de inmoralidad pública y privada que antes, solamente que más visible y mejor fiscalizada por las instituciones del sistema. Es la actitud de quienes, como afirmaba el recordado historiador Gonzalo Vial, "silban en la oscuridad" y no quieren ver la crisis que nos atenaza: ¿la drogadicción era igual en 1925 que en 2012? ¿Y el embarazo adolescente, el alcoholismo, la violencia, el crimen organizado? Es verdad que en otros aspectos tenemos una sociedad mejor, como intenté argumentar precisamente en mi carta pasada. El fermento de la doctrina cristiana ha seguido dando buenos frutos y los progresistas no han tenido éxito en destruirlo todo: solamente la familia y la vida en sus inicios, especialmente de niños Down y otros enfermos, en casi todo el mundo desarrollado.

En fin, comparto la idea de que la malicia y la debilidad se distribuyen equilibradamente entre liberales y conservadores (¡qué etiquetas más gastadas!). Gracias a Dios, sucede lo mismo con la nobleza, que mi amigo manifiesta cuando nos ofrece su crítica sincera y nos ayuda a proseguir el diálogo racional. 

 

CRISTÓBAL ORREGO SÁNCHEZ
Profesor de Filosofía del Derecho Pontificia Universidad Católica de Chile

domingo, abril 22, 2012

Una respuesta a Agustín Squella

La decadencia el progresismo

Mi colega y amigo Agustín Squella nos ha dado una lección en el género de la diatriba con su columna “Conservadores a la defensiva” (El Mercurio, viernes 13 de abril). Nos ha echado el sermón antes: los “conservadores” se han opuesto a todos los cambios liberales desde el siglo XIX —desde la ley de matrimonio civil hasta el “matrimonio” entre homosexuales, pasando por el voto femenino—; han sido derrotados siempre; han pronosticado unas “tinieblas morales” que jamás han sido, y, en fin, sus descendientes se avergüenzan de haberse resistido, pero no aprenden la lección: aceptar el aborto, la eutanasia, la adopción de niños por homosexuales . . .

Su relato es parcial y sesgado. Los “progresistas” pujaron por otros “progresos” que fracasaron, como el mejoramiento de las razas y el establecimiento de los regímenes inspirados en el “socialismo científico”. Está históricamente comprobado que las ideologías totalitarias nacieron de la matriz progresista: del marxismo, que hoy renace de sus cenizas con el mismo odio, y del racismo científico, eugenésico, que propugnaba el aborto y la eutanasia de los inferiores, ya en Estados Unidos antes de dar el salto a Alemania. Según los esquemas mentales del profesor Squella, los cristianos no debieran haber resistido.

Es el truco más fácil del progresismo: hacer creer que “todo va para allá y no hay nada que hacer al respecto”. Esa sensación de determinismo histórico, que tanto paraliza, ha sido desmentida cien veces por la historia. Hombres singulares, decididos, han cambiado el curso de los acontecimientos. Así cayeron los muros del totalitarismo. Así fueron derrotados los anticlericales que persiguieron a los católicos en España y México, con sus “progresistas” despojos de bienes, quemas de iglesias y martirios en serie. Así se fue implantando una parte espectacular de la doctrina social cristiana, contra el viento del socialismo y la marea del liberalismo. Basta pensar que el principio de subsidiariedad es un pilar de muchas constituciones y que las leyes de la economía y el trabajo responden más a esa inspiración cristiana que a las utopías progresistas de antaño. Así fue como, en casi todos los temas, los cristianos fueron protagonistas de los tiempos nuevos y les dieron su impronta humana.

No obstante, tiene razón Agustín Squella en que los católicos hemos sido derrotados en algunos de los temas que menciona. No fue así, por cierto, en el caso del voto femenino, al que se opusieron los anticlericales como él por obvias razones estratégicas. La derrota no equivale, sin embargo, a no llevar razón. Yo sigo pensando, como el Padre Hurtado, que la ley de matrimonio civil fue “uno de los mayores atentados contra la patria”. Curiosamente, fue una imposición totalmente contraria a la libertad, que iba unida a ese ignominioso castigo anticlerical por casarse religiosamente sin contraer matrimonio civil.

Mi estimado colega no advierte, en fin, que las profecías de desgracias morales se han cumplido todas: indiferentismo religioso y relativismo moral entre los mismos católicos (incluso en la U.C., a vista y paciencia de sus pastores); una inmoralidad pública y privada que horrorizaría a cualquier liberal del XIX (¿o acaso Kant aprobaba la sodomía?); disolución de la familia (aumento exponencial de separaciones, 2/3 de niños nacidos fuera del matrimonio, cifras grotescas de promiscuidad adolescente); un consumismo prácticamente sin frenos, también entre familias piadosas . . . Quizás el síntoma más preocupante de la decadencia es que personas decentes y perspicaces opinan que en estos temas no ha pasado nada malo y que lo mejor estaría por venir: entregarles los niños a desequilibrados sexuales y permitir que las mamás maten a sus hijos para gozar de su cuota de “autonomía sexual”.


Cristóbal Orrego Sánchez
Profesor de Filosofía del Derecho
Pontificia Universidad Católica de Chile

miércoles, abril 11, 2012

Arde Troya

El problema de los homosexuales es que han llegado a ser intocables.

El Senador Horvath ha sufrido un incendio intencional de parte de criminales. Si fuera por homosexual, la prensa repudiaría el hecho. Si es por ser un simple senador de derechas, la prensa informa sobre el hecho.

Antes de ayer salió una columna cómica en La Segunda, a la que he respondido con la siguiente carta.

Ataque a homosexuales

Alfredo Joignant (columna de 9 de abril) afirma, para exigir respeto
al estilo de vida gay, que la homosexualidad es "una de las tantas
expresiones de la condición humana, en la que se confunden el amor y
la pasión, el desenfreno y la experiencia sin límites de la libertad".
Su calificación —quizás creyó que era poética— es fantástica desde mi
perspectiva, pero me imagino que habrá caído mal en el Movilh, porque
asocia a los homosexuales activos precisamente con lo que el lobby gay
procura por todos los medios negar: la confusión de amor y pasión, el
desenfreno, el libertinaje (bien definido como libertad sin límites),
la anormalidad en definitiva.

Seamos serios. Si debiéramos respetar las "expresiones de la condición
humana" donde "se confunden el amor y la pasión", tendríamos que
respetar a casi todos los delincuentes pasionales; si hay que respetar
"el desenfreno y la experiencia sin límites de la libertad",
deberíamos respetar también a quienes sienten otras inclinaciones
sexuales irrefrenables, cuya sola mención hace arder la ira de los
activistas gays.

Amigos del Movilh: búsquense otro abogado.


Cristóbal Orrego