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miércoles, abril 08, 2009

Sorprendido por la bajura del debate

Escribí una carta difícil en El Mercurio y me sorprendió la bajura del debate generado en el blog, con más de doscientas entradas, y muy pocas de ellas con cierta calidad argumental. Entre los defensores del aborto predomina la rabia, el anticlericalismo, y el desconocimiento del debate. Algunos, por excepción, son racionales, aunque se equivoquen.
Dejo aquí esta carta por si los lectores de este blog quieren decir algo más digno de consideración (si caen al nivel de emol, no les respondo).
El Mercurio, Cartas, Martes 07 de Abril de 2009
 
Aborto: el verdadero debate
Señor Director:
El verdadero debate sobre el aborto no versa sobre la posibilidad de expulsar un feto y dejarlo vivir, sino sobre si el Estado ha de permitir matar a un ser humano no nacido. Así quise aclararlo a propósito de la carta de Renato Cristi, que se ponía en la hipótesis propuesta por J. Thomson y rechazada por la mayoría de los defensores del aborto. Si nos atenemos al debate realmente existente, Jorge Ugarte Vial tiene razón: "No se concibe un aborto sin la muerte del embrión". De ahí, por ejemplo, la oposición de Barack Obama y los grupos pro aborto estadounidenses al proyecto de ley que obligaba a dar atención médica a los niños sobrevivientes de un aborto fallido. Por eso mismo, los defensores de la vida no rechazamos -ni definimos como "aborto"- la extracción de un feto viable, el adelantamiento del parto, cuando una razón médica proporcionada así lo aconseja para el bien de los dos pacientes que el médico atiende en estos casos.
El otro punto en discusión se refiere a la concepción moderna de los derechos humanos. El profesor Cristi piensa que la referencia de Thomson al consentimiento de la mujer a quedar embarazada supone alguna teoría moderna de los derechos humanos, según la cual una persona solamente puede quedar obligada si consiente. Esto es falso. Tanto la teoría clásica de la justicia como las concepciones actuales de los derechos humanos aceptan que el consentimiento de la persona titular (o la falta de éste) influye en el surgimiento (o no) de determinados derechos en el caso concreto, pero no de un derecho humano en general, ni menos de la correlativa obligación de respetarlo.
Si Judith consiente en que Raúl entre en su casa, él no comete violación de morada; si ella consiente en la relación sexual, él no comete violación; si ella lo autoriza a llevarse su reloj, él no comete hurto. Esto no se debe a que en general sea necesario el consentimiento real de la persona obligada para quedar obligada (para que exista el derecho a la inviolabilidad del hogar, a la libertad sexual o a la propiedad privada), sino justamente al revés: es necesario el consentimiento del titular de algunos derechos, cuando son disponibles según un orden moral no sujeto a la voluntad de las personas, para que otros sujetos entren legítimamente a disfrutar de los bienes respectivos o a afectarlos de alguna manera. Si fuera necesario el consentimiento de la parte obligada para quedar obligada, el violador podría afirmar que él obra legítimamente porque nunca ha consentido en la prohibición de la violación. Y, ¡oh, caos!, su víctima podría decir que ella se defiende legítimamente porque no estaba obligada a aceptar la relación sexual. En este caso y en otros similares, todos obrarían legítimamente haciendo su voluntad, es decir, de acuerdo con un derecho humano a actuar sin ser limitado por la voluntad de otros. Y entonces Renato Cristi, que sabe más de historia del pensamiento político que yo, tendría razón en apelar a Thomas Hobbes como inspirador de su teoría moderna de los derechos humanos. Pero tendría que reconocerme que se trata del famoso derecho hobbesiano de cada uno sobre todas las cosas, incluido el cuerpo de los demás, que existe solamente en el estado de naturaleza, y que no hablamos ya de los derechos humanos modernos que pueden oponerse a la arbitrariedad del Estado y de otras personas obligadas.
A éstos se refieren las declaraciones de derechos del siglo XVIII tanto como las actuales, ciertamente inspiradas en Locke y no en Hobbes, pero también en otras fuentes de sabiduría moral, como muestra la historia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Cristóbal Orrego

domingo, abril 05, 2009

Los católicos y el aborto: razón, fe y Comunión

El Vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, asistió a la Santa Misa el domingo pasado, en un colegio católico tradicional. El señor Biden es un católico practicante que, sin embargo, ha apoyado el aborto legal en su país. Al día siguiente, otro católico, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, declaró estar dispuesto a despenalizar el aborto en algunos casos.

No existe un solo debate en torno al aborto provocado (no me refiero a los abortos no intentados, sino al homicidio intencional de un niño no nacido). Quizás el más difícil de esos mil debates tiene lugar al interior de la comunidad católica. Su complejidad especial estriba en que exige considerar a la vez los argumentos científicos, filosóficos y teológicos, de manera armónica.

Se trata de un debate público y, bajo uno de sus aspectos, como se verá, de un verdadero debate político: influye en cómo actuarán los católicos —muchos otros cristianos, judíos y musulmanes piensan en esto lo mismo— a la hora de votar por sus representantes o como representantes de un pueblo que, cada vez más, en todas partes, vislumbra la grave injusticia que significa tolerar estos asesinatos.

La comunidad católica hace avanzar esta controversia en un doble frente.

Por una parte, especialmente al dialogar con los no creyentes, los católicos ofrecen la argumentación racional. Por eso, cuando la ciencia era menos perfecta y muchos creían de buena fe en el comienzo tardío de la existencia del ser humano (la teoría aristotélica de la animación retardada), se prohibía el aborto temprano como otras formas de anticoncepción solamente, y no como homicidio, que solamente puede cometerse cuando ya se ha producido la animación del feto. En cambio, tras los avances de la ciencia, hemos ampliado el concepto de aborto hasta el momento mismo de la fertilización. No hay duda científica acerca del inicio de un nuevo ser humano. La Iglesia, apoyada en la ciencia, ha debido enseñar que el aborto se comete incluso con embriones.

Desde el punto de vista de la argumentación racional, el debate ya está terminado. Se han intentado todos los argumentos abortistas y ninguno es capaz de convencer racionalmente de que a veces se justifica matar a un inocente como medio para un fin (da igual cuál sea ese fin). Entre nosotros, Carlos Peña ha recogido la doctrina tradicional con estas palabras: “El derecho proscribe el empleo de ciertos medios bajo ciertas circunstancias. Prohíbe, por ejemplo, privar de la vida a un sujeto indefenso, fueren cuales fueren los motivos de esa acción” (El Mercurio, 10 de febrero de 2008). Si se trata de condenar a quien movido por el miedo colabora con un homicidio, Peña defiende “el famoso rigorismo de Kant”. Exige el heroísmo porque, “si todos consintiéramos en que el miedo u otra inclinación exculpa, entonces la vida en común no sería posible”. “Obrar moralmente”, nos dice, “supone obrar de una manera imparcial y por estricta consideración al deber”.

Jorge Ugarte Vial demostró con argumentos lapidarios, en la sección de Cartas al Director, que no son válidos los argumentos con que Carlos Peña intentó no aplicar su propio rigorismo kantiano al caso del aborto procurado. En efecto, esa imparcialidad y esa estricta consideración al deber de no matar al inocente es lo que exigimos también en el caso del ser humano no nacido. El heroísmo de la madre no es relevante para juzgar sobre su deber. Alguien menos rigorista —un católico— puede excusar la culpa, pero no anular el deber de no matar.

La historia de la controversia sobre el aborto en el mundo demuestra este agotamiento del debate racional, porque los partidarios del aborto han ido cambiando sus argumentos a medida que se van haciendo insostenibles. El de Judith Thomson, por ejemplo, ya no lo usa nadie, por la sencilla razón de que los abortistas del mundo no están contentos con matar al violinista: quieren poder matar a cualquier niño no nacido. Así, lo más fácil ha sido declarar que esos niños “no son personas”, como ha hecho Peter Singer.

Por otra parte, más allá del diálogo racional, los católicos tienen otros problemas. La fe les enseña que están unidos por la comunión de un Cuerpo de carne y hueso, que es el Hombre-Dios, que fue crucificado, que ha resucitado. Que está presente misteriosamente en esos niños abortados y también en la Hostia. “El Cuerpo de Cristo”, escucha un católico cuando comulga. Y la Iglesia exhorta a los políticos que favorecen el aborto a cambiar su rumbo. Algunos obispos enseñan que debe negárseles la Comunión mientras persistan en su incoherencia. Otros obispos les piden, a esos católicos, que no se acerquen a comulgar, pero no les niegan la Comunión si ellos insisten. El debate teológico y canónico es sobre la Comunión. Nadie duda de la gravedad de su pecado.