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martes, abril 29, 2008

La hipocresía de los anticlericales

Lamento que algunos anticlericales, en lugar de solidarizar con una comunidad humana agredida vilmente, aprovechen la ocasión de la bomba en la Universidad de los Andes para volver a atacar, esta vez achacándonos un delirio de persecución, minimizando el hecho como si hubiera sido solamente un petardo de año nuevo.

Así comenzó la violencia antirreligiosa. Así se genera la espiral de la intolerancia. Así se hace difícil conversar, cuando unos tienen a la vez las armas de la dialéctica y las de la pólvora.

lunes, abril 28, 2008

Explicación brevísima sobre la bomba

Se difunde en Chile la idea de que la bomba en la Universidad de los Andes fue: (1) leve, de humo, porque no hubo personas heridas; (2) un acto irracional e inexplicable, y (3) que no puede decirse si tiene o no relación con la prohibición de la píldora del día después por el Tribunal Constitucional.


La verdad, tal como la veo, es que cabe explicar algo: (1) la bomba fue fortísima, pues los restos de la explosión alcanzaron a varios metros de distancia fuera del edificio: si hubiese habido alguien en el baño, habría muerto o sufrido serias lesiones; (2) el acto es perfectamente racional: se trata de amedrentar a quienes han defendido la vida humana con valentía e intentan "imponer su visión" al resto de la sociedad, solamente que, como siempre sucede entre los violentistas, se ha producido una división del trabajo: los más serios y responsables incitan al odio y a la ira "solamente", pero luego vienen los anónimos irresponsables (sin conexión directa con los primeros) a agredir físicamente, con lo cual nadie es responsable de nada; y (3) la violencia verbal de los últimos días, los llamados a desobedecer al Tribunal Constitucional, el vínculo de uno de los ministros del tribunal con la Universidad, todo eso explica el lugar donde explotó la bomba: no estalló en la sede del partido socialista.


¿O somos tan santos que además seremos ciegos?

domingo, abril 20, 2008

Desde España con cariño

Una de las muestras más evidentes de las raíces cristianas de España es el cariño con que nos tratan a los extranjeros, quizás particularmente a quienes procedemos de América.

No, no miro a través de los lentes azulados de quien se siente acogido en una casa del Opus Dei, o en el círculo más amplio de sus amistades católicas, que, por convicción y más por virtud, tienden al trato respetuoso, amable, caritativo. Todo esto es verdad, sin duda, y más aún, si cabe, en los pasillos de la Universidad de Navarra. Mas lo cortés no quita lo valiente, y el calor de hogar, que es como el efecto natural de la caridad, no anula los rasgos naturales de una nación. Los españoles son claros, directos, apasionados, nobles, bienhumorados, amigos de la diversión y de la buena mesa y del vino añejo y de la conversación distendida, sonora, revuelta, contradictoria cuando se pueda, a gritos si es necesario, ¡joder, macho! Así que, como a cualquier europeo, que, al decir de Hannah Arendt, ha de elegir entre ser racista y ser hipócrita, al español le nace mirar en menos a sus primos mestizos procedentes de la América hispana, tan subdesarrollada, inestable, corroída de corrupciones y de chapuzas, violentada con frecuencia, expoliada siempre de una riqueza que nunca se acaba. Esa inclinación natural al desprecio o al menosprecio de lo foráneo, de los parientes pobres, de los colores oscuros, de las culturas aparentemente contrahechas a fuer de simplemente diversas, anida en el alma del español como en la del chino, el eslavo, el anglosajón, el amerindio orgulloso, el hispanoamericano engreído por su independencia de los gachupines, el romano antiguo, el griego y el judío. Mas antes de Cristo, esta inclinación natural de que hablamos era lo único que había, la razón irrefutable de la esclavitud como derecho de gentes, de la aniquilación de los enemigos, del anatema sagrado para conjurar el peligro de idolatría. Europa sin Cristo sería eso: una guerra de exterminio, de afirmación de los más fuertes, de ocultación de la debilidad.

Europa, España en ella, en cambio, es todo lo contrario: un esfuerzo ímprobo por mantener las formas de la caridad cristiana, aunque ya tantos no crean en Cristo. Al impulso natural hacia el racismo y el complejo de superioridad se sobrepone la fuerza sobrenatural del amor, aunque tantos ciudadanos civilizados se resistan a reconocer su origen. España, que ha sido asolada por una transformación cultural impuesta desde arriba, desde el poder, tal como antes, en los tiempos de Franco, se defendió desde arriba, desde el poder, la identidad católica de una sociedad amorfa, indiferente, tibia, burguesa, esta España sigue siendo, a pesar de todo, el imperio de la fiesta y del cariño. Por eso un español podrá reírse de un negro y de un chino y de un sudaca, y un español anticlerical se mofará de los curas y de la Iglesia; pero otra cosa es cara a cara, donde aflora el cariño y la fiesta, excepto entre los pobres prisioneros de la droga y del odio, que son, a mi parecer, los menos.

De manera que sí: estos rasgos de celebración y de caridad se advierten potenciados en los ambientes auténticamente cristianos: una familia numerosa anclada en el camino neocatecumenal, una peregrinación a la Mater Tres Veces Admirable de Schönstatt, una parroquia donde se atiende a los pobres y se adora perpetuamente al Santísimo Sacramento, una convivencia en Torreciudad, la vida ordinaria de una familia donde una Supernumeraria del Opus Dei procura recrear un hogar luminoso y alegre. No niego que este prisma, en medio de todos los defectos humanos, puede influir en mi ánimo de ver en toda España una onda de cariño universal, católico. Sin embargo, así como en el capítulo precedente hablé unilateralmente desde España con dolor, con pena por la destrucción de la superficie de su cultura milenaria, cristiana, y dejé una vez más estampada sin cobardía mi visión políticamente minoritaria y acosada, ahora por contraste escribo desde España con cariño, porque he visto en las calles, en los bares, en los museos, en los autobuses, en los trenes, en conversaciones más o menos fugaces con gentes de todo tipo, sin preguntarles si eran clericales o anticlericales o provida o abortistas o santos o pecadores, he visto, digo, y hasta el tocado, una amabilidad sincera, un deseo de ayudar, y la risa y la sonrisa y hasta unas lágrimas de emoción alguna vez.

He visto a la España grande y noble, la que realmente es, por encima de la superficie de las aguas ahora tan revueltas.

He visto a la España que, tras tiempos de fanatismos de signos muy diversos, ha aprendido a amar la libertad. Yo amo la libertad personal, y más que ninguna la libertad religiosa, porque con libertad y responsabilidad se puede ir adelante en una convivencia pacífica. ¿Que en España se ha abusado tantas veces de la libertad hasta el libertinaje? ¿Que se ha sustituido la moralidad pública cristiana por una moralidad pública hedonista, igualmente fomentada desde las altas cumbres del Estado y de la Iglesia, rígidamente impuesta so pretexto de libertad? ¿Que ahora nos amenaza la tiranía de la mayoría, sin sujeción a las leyes santas de Dios? Sin duda, sin duda, pero hay una cosa peor que el libertinaje: la tiranía; una cosa peor que el hedonismo: el odio y el resentimiento, la amargura de quienes no saben gozar, porque el placer ha sido creado por Dios; una cosa peor que la tiranía de la mayoría: ¡la tiranía de la minoría!

Con la fuerza de la libertad, de la alegría y del gozo sano, del ejercicio de los derechos políticos, podemos edificar una civilización de la libertad bien ordenada. Sí, se puede, porque todavía quedan las raíces de la caridad. Desde ahí puede España, como Europa, reconstruir la fraternidad sin fronteras, la expansión hacia el mundo de lo que casi todos los españoles hacen con los extranjeros que se cruzan en su camino.

viernes, abril 18, 2008

El Papa en la blogósfera

Recomiendo seguir el seguimiento que Marta ofrece en estos días a la visita de Benedicto XVI a Estados Unidos.

Los énfasis de la prensa son demasiado unilaterales, aunque es de agradecer el respeto con que ha sido tratado el viaje en los medios serios de comunicación (quiero decir, en los que yo he leído o visto).

miércoles, abril 16, 2008

El Papa y el Emperador

Vemos ahora al Santo Padre y al Presidente de los Estados Unidos de América dándose cordialmente la mano. Así ha sido durante mil años.

A nadie le gustan hoy los emperadores. "Imperialismo" es una mala palabra.

A muchos no les gusta el Papa. Es demasiado blanco. No se acomoda a la modas: no fue esclavista en el siglo I; no fue racista en el siglo XIX; no se ha plegado al destape en el siglo XX. Ni halaga a los poderosos en el siglo XXI.

El Emperador, sin embargo, no puede desentenderse del Papa. Ni el Papa, del Emperador.

Y que rechinen los dientes de los librepensadores, que, por supuesto, piensan todos lo mismo sobre estas cosas elementales. Piensan con rabia y creen que con la imaginación pueden pisotear al malo de George Bush y al retrógrado de Benedicto XVI.

Rabia e imaginación.

domingo, abril 13, 2008

Desde España con dolor

La grandeza de España refulge en los monumentos de piedra que la barbarie posmoderna no ha querido o no ha podido derrumbar. Refulge en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, adonde he acudido para saciar la sed de armonía y de equilibrio que me niegan esos mamarrachos arquitectónicos de cemento a la vista y vidrios y suciedad de hierros viejos. El magnífico palacio con monasterio subsiste como símbolo y recuerdo de la gran batalla, exitosa en lo fundamental, que los reyes de España supieron dar por la identidad católica de sus reinos, cuando en otros lugares avanzaba la reforma protestante a sangre y fuego.

La verdad es que no se me ocurre qué podría haber hecho en esa época quien quisiera defender la identidad nacional, estrechamente unida a la fe católica, sin recurrir a las armas. Ahora estamos acostumbrados a la convivencia pacífica entre personas de diversas creencias. Mas ya comenzamos a ver que esa conversación serena no excluye el uso de la fuerza, por parte de las autoridades, cuando algunos grupos pretenden imponer con la violencia su propia visión de las cosas. Y conste que defiendo el derecho de todos los ciudadanos a utilizar los cauces del sistema político democrático para hacer prevalecer sus convicciones acerca del bien común. Por eso, no tengo objeciones democráticas contra una futura Europa mayoritariamente islámica en sus costumbres y en sus leyes. Solamente defiendo también el deber de las autoridades estatales de detener los intentos de expandir esas costumbres, o cualesquiera otras, sin darse la molestia de usar los procedimientos establecidos para la pacífica confrontación de los diversos pareceres. Ese deber del Estado es la garantía de los derechos de los demás ciudadanos a procurar que triunfen, también mediante el pacífico recurso a los cauces instituidos, sus propias posiciones en el debate político.

Si no aceptamos este mínimo, solamente nos queda refugiarnos en la defensa armada.

El Escorial nos habla de todo eso, de la defensa cuando algunos pretenden subvertir el orden social. No olvidemos que en esa época todos consideraban que la religión debía constituir el fundamento del orden público. En consecuencia, una religión falsa era considerada de inmediato una amenaza contra el orden público. Por eso hubo guerras de religión: no porque estuviera en juego la religión, libremente asumida por ciudadanos respetuosos de los demás, como nos gusta pensar con ingenuidad graciosa, sino porque estaban en juego el poder, los territorios, las lealtades, las riquezas, los reinos, los honores, todo menos Dios. Desengañémonos. Los príncipes cristianos estaban acostumbrados a luchar contra el Papa, y contra el Pontífice Romano lucharon decididamente cuando fue necesario. Por eso hallaron tantos un aliado tan poderoso en las nuevas doctrinas de Lutero, que liberaban completamente el demoníaco poder civil de la tutela del Anticristo, es decir, del Papa. Lo sorprendente fue que algunos príncipes, y notablemente Carlos V y Felipe II, sacrificaran sus intereses temporales para mantener la fidelidad a Roma en lo esencial.

De todo eso nos habla El Escorial.

Mas también contiene obras de arte excepcionales, que un americano suele ver solamente en fotografías. Yo confieso que he estado varios días bajo el embrujo de esos cuadros. Innumerables representaciones de San Jerónimo, como la de Tiziano, que nos lo presenta con su Biblia, el león, la calavera, la mirada penitente hacia el Crucifijo. O esa Última Cena, del mismo Tiziano, con detalles de colorido, de esa tensa atmósfera que, sin embargo, no afecta a un perro y a un pájaro a los pies de la mesa, como no afectan ahora a los animales todas las grandes traiciones que padece Cristo. O esos lienzos de San Pedro y San Ildefonso, por el Greco, aparte de su sobria representación de San Francisco de Asís mientras recibe los estigmas y su Adoración del Nombre de Jesús, que los especialistas consideran una alegoría de la Alianza entre Felipe II y el Papa San Pío V contra los turcos. Y bien puede representar a la vez las dos cosas. En fin, salí cansado y abrumado por El Bosco, José de Ribera, Velazquez. . . ¡demasiada belleza para tan apocados ojos!

Y muy cerca, enclavada en la roca, la gigantesca Abadía Benedictina del Valle de los Caídos. Se levantó a partir de 1940, con la magnificencia propia de quienes habían salido de una crudelísima guerra civil. Todos conocen bien que esa guerra fue la respuesta de una España exhausta por la persecución religiosa del comunismo durante la República de 1931-1936, es decir, una guerra de liberación nacional, que en otros países, como Chile, nos salió mucho más barata. En la abadía se hallan enterrados algunos combatientes de ambos bandos, porque fue un esfuerzo civil y religioso a la vez por superar las heridas del pasado.

Ahora, sin embargo, tras tantos años, el régimen de Rodríguez Zapatero, sabedor de cuánto une a sus huestes anticlericales atacar a la Iglesia, ha intentado convertirlo en un Museo de la Memoria, netamente político. No lo ha conseguido. A cambio, todos han estado de acuerdo en que tampoco se utilice como lugar de encuentro de los antiguos adherentes de Franco.

Tras 33 años desde el entierro del general, la magnificencia del templo sigue incólume. España, en cambio, ha sido destruida en sus raíces más profundas. Se disuelven las familias con divorcios express, así a lo bestia. Se inmolan decenas de millares de niños no nacidos con total impunidad y autorización legal (atención: la campaña por el aborto en Chile ya proporciona cifras inventadas, usualmente infladas como reconocieron los activistas estadounidenses y franceses en su tiempo, para presionar por la legalización). Se empuja desde el Estado, desde los colegios, desde todas partes, a la promiscuidad de los jóvenes y de los niños. Se legitiman las prácticas homosexuales, como si fueran naturales. Sí, soy consciente de que atraeré las iras de los amantes homoeróticos; pero, en fin, no puedo callar uno de los aspectos de la corrupción hispana.

Mas hay esperanza. Las minorías proféticas existen. Y resisten como pueden.


miércoles, abril 09, 2008

En España y otra cosa

Mi desconexión de la contingencia chilensis ha sido más que agradable. Por eso, espero escribir en las próximas semanas algunas observaciones desde Europa.

A los que esperan columnas en El Mercurio, les aviso que ya conversé con mi editor para abstenerme durante el viaje. Ya les he contado que esto permitirá probar nuevas voces, y, en una de esas, replantear no solamente mi periodicidad, sino incluso mi permamencia.

Es que desde Europa, desde lejos, se ve demasiado tentador volver a la reclusión de la exclusividad académica.

domingo, abril 06, 2008

Good News: ¡Descanso como Columnista de El Mercurio!

Un comentario, un anticipo de El Mercurio del domingo 6.

Verán que llegan rostros nuevos a la sección de columnistas de Reportajes. Quedan como autores semanales solamente uno de izquierda, Carlos Peña, y otro de derecha, Joe Black.

¡No! ¡Yo no soy Joe Black! ¡Córtenla de una vez con las preguntas!

Ask me no more! (Mejor no les digo de dónde viene esto. Autocensura).

Los columnistas nuevos y yo escribiremos con diversa periodicidad. Eso me permitirá descansar y estar más al día con este Bajo la Lupa. Mis cálculos son que este blog es más leído que El Mercurio —quiero decir, que mis disparates en El Mercurio—, así que es una buena noticia para ustedes y para mí.

Claro que un amigo me dice que se trata solamente de un paso hacia mi expulsión del diario Decano.

Estoy dispuesto.

No soy una diva.

Sé que no le gusto a mucha gente.

Desde el primer momento he escrito consciente de que deberían echarme por incompetente. Me resisto a adaptarme al estilo en boga entre los opinólogos de Chile.

Sin embargo, me encanta escribir en el diario, así que hagan fuerza mental —¡recen!— para que dure un par de meses más por lo menos.

Aunque igual siento la llamada de la selva, la tentación de volver a recluirme en escritos serios, puramente académicos. Por ahora, resisto.



miércoles, abril 02, 2008

Juan Pablo Magno

Que no pase este 2 de abril sin que recordemos a uno de los grandes. La primera vez que le escuché a alguien hablar de Juan Pablo II como "Magno" fue como una anécdota referida al Cardenal Agostino Casaroli. El cardenal, por tantos años Secretario de Estado, le habría dicho a alguien, al poco andar del pontificado de Karol Wojtyla, que en el futuro se le llamaría "Juan Pablo Magno".

Sus hazañas fueron semejantes a las de Gregorio dentro de la Iglesia y a las de León en su lucha por lidiar con los bárbaros.

Aunque esos bárbaros de otrora eran aire, ira, ignorancia, brutalidad, nada grave comparado con el refinado nihilismo de los que nos rodean ahora.

Joannes Paule Magnus, ora pro nobis!

Deslenguado, mal hablado

Marta se duele del mal lenguaje que he adquirido desde que abandoné Alemania. Y tiene razón. Allá escribía en español; aquí, en medio del debate, en el lenguaje que pueda hacer no ya pensar sino escandalizarse un poco a los más sensibles, especialmente a los que todo lo toleran y se erigen en jueces de los intolerantes.

A ver si logro bajar los decibeles de vez en cuando, en honor a mis lectores más moderados.

Acepto opiniones y críticas, pero, por favor, que no sean anónimas.