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jueves, diciembre 28, 2006

El Código Da Vinci: una tarjeta de visita


Entiendo que muchos buenos cristianos se pongan nerviosos con el fenómeno de masas que ha sido El Código Da Vinci.

Nada hay más repugnante para un hijo de Dios, rescatado del pecado por la generosidad del Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo, que ver ese Nombre ultrajado, esa Pureza denigrada, el sufrimiento de su Cruz negado o sujeto a la duda, a la transformación en una historia barata de bajezas, de apareamientos —las malas costumbres de las masas y de sus gurúes se abren paso en sus novelas—, de mentiras y de asesinatos.

Me detengo poco en todo eso. Hiere el corazón. Surge espontáneo el desagravio, pedir perdón por ellos, pero también por no saber mostrar mejor, nosotros, el verdadero rostro de Jesucristo. No me negarás que, si el testimonio de los discípulos de Jesucristo hubiese sido más enterizo durante los últimos siglos, no habría acaecido esta secularización hostil —sí una secularidad sana, cristiana, respetuosa de la herencia religiosa—; si los gobernantes cristianos, las clases pudientes, los hombres de la cultura, no hubiesen cerrado, ¡tantas veces!, sus corazones a los indigentes, los más débiles, los que serían a la postre caldo de cultivo para el odio y el resentimiento, otra habría sido la historia de los siglos XIX y XX.

¿Y el siglo XXI? ¿Acaso no conviven, hoy más que ayer, los estilos disipados —placeres, el último grito de la tecnología y de la cosmética, de las modas y las frivolidades— con pequeñas limosnas para aliviar las conciencias encallecidas? ¿Acaso no vivimos, a menudo, como si no dependiera de nosotros, de nuestro estilo de vida y de nuestros esfuerzos, que cesaran los estragos en las familias, la difusión de la droga, los abortos . . .?

De manera que tú y yo somos causas indirectas del éxito de El Código Da Vinci.

En un mundo secularizado, donde mucha gente buena lee novelas y traga películas sin mayor discernimiento, esta novela ha sido mi mejor aliado, como se verá.

James Weinstein, profesor de Derecho Constitucional, me invitó a la cena formal en Trinity College, Cambridge, donde él es profesor visitante durante su año sabático. Por una tradición inveterada, se bendijo la mesa en latín. Yo me persigné, a sabiendas de que muchos de los presentes oían la fórmula acostumbrada, y verían mi señal de la Cruz, como unos turistas blancos presencian respetuosamente la danza de la lluvia de una tribu de negros.

Jim me preguntó al poco rato por mis convicciones religiosas.

—Soy católico romano —le respondí—.

Aprovecho de aclarar que eso de presentarse como católico, cuando uno viene de un país donde tanto poder, tantas prebendas, tantos prestigios se han cultivado con agua bendita y bajo el cobijo tibio de las faldas de los canónigos y los prelados, a lo largo de nuestra varias veces centenaria historia, ese clericalismo siempre me ha parecido de lo más antinatural y repugnante. Mas aquí se trataba de lo contrario: de no ocultar mañosamente lo más hondo de mi identidad, con la clara conciencia de que para mí ninguna ventaja se seguiría de dar ese mínimo testimonio, y, en cambio, para él y para los vecinos en la mesa podría ser provechoso —cuando menos, interesante como entrevistar a un chino del siglo doce— oír de primera mano, sin pasar por los coladores ideológicos de la prensa liberal, la versión católica sobre problemas de actualidad.

Jim y yo coincidimos en varios temas de derecho constitucional, especialmente en la necesidad de no pasar de una teoría a otra, sobre los derechos fundamentales y la función de los jueces, según las conveniencias del momento político. Recordarán ustedes que en Estados Unidos los liberales han ido imponiendo sus puntos de vista —ya se sabe, la retahíla de depravaciones: anticoncepción, aborto, sodomía . . .— mediante el hábil dominio de la intelectualidad, de los jueces y de la prensa, hasta el punto de haber logrado doblegar la voluntad mayoritaria, expresada en la legislación a nivel de los estados o a nivel federal. Entonces son los conservadores quienes más claman por la democracia del voto en el país del Norte.

Paradójicamente, en otros países se invierten las posiciones. En Chile, sin ir más lejos, los jueces han sido atacados cuando, ateniéndose al sentido usual de los textos legales y constitucionales, han echado abajo pretensiones desmesuradas de la progresía criolla.

De manera que Jim y yo coincidimos en la necesidad de adoptar alguna postura coherente en esa materia y en varias otras, con independencia de que, según las contingencias históricas, nos toque el lado beneficiado o el perjudicado. Eso de que la democracia o la legitimidad de los jueces se adapten a las conveniencias de mi partido, eso de apelar a la voluntad popular cuando estoy en la mayoría para recordar los derechos humanos solamente cuando estoy en la minoría, es intelectualmente feble y moralmente impresentable.

De todas maneras, lo más interesante fue que, a partir de nuestro intercambio de señas de identidad —él, judío agnóstico pero practicante; yo, católico practicante—, se facilitó mucho el diálogo respetuoso. Sin máscaras, las voces suenan más cristalinas, más suaves y menos impositivas.

Esta conversación fue el trasfondo de la hora del café, donde formamos un grupo de tres con un profesor que Jim me presentó como “un descendiente de Jesucristo”. En efecto, se llama William St Clair, es decir, procede directamente de Sir William St Clair, quien aparece en El Código Da Vinci como descendiente de Jesús y María Magdalena. Una herejía y una blasfemia, pero ponte, por favor, en el lugar de gente que no cree ni en su madre, y comprenderás que para ellos todo era cuestión de un mal libro —solamente Jim lo había leído—, una película que ninguno había visto ni vería, y bromas más, bromas menos. Mas para mí fue la ocasión —tampoco me parecía natural hacerme el sueco— de decirle a Jim, con mi mejor sonrisa:

—Pues ahora, además de conocer a un descendiente de Jesucristo, estás hablando con un Numerario del Opus Dei.

O!

jueves, diciembre 21, 2006

La alegría de la Pascua


Todos los sentimientos, todas las palabras, todos los raciocinios se dan cita en la Nochebuena.

Los padres de Jesús, María y José, se regocijaban por verlo venir al mundo, en medio de la pobreza y del frío, cuando unos magos de Oriente emprendían el camino, guiados por una estrella, y un Emperador esperaba los fríos resultados de un censo. En medio de la noche la sorpresa envolvió a los pastores, invitados al acontecimiento sublime por los mismos ángeles que cantaban la gloria de Dios y la paz para los hombres de buena voluntad. Más tarde, esos reyes que venían a adorar al Niño serían también la causa involuntaria de la ira de Herodes, quien, en su afán contra el Rey de los Judíos, sería asesino voluntario de los inocentes, pero causa involuntaria de los primeros mártires, testigos también involuntarios del Signo de Contradicción.

Todo es muy extraño porque la Historia Universal se concentra en Belén como en un fractal de la Humanidad creada, caída, herida, aplastada, redimida, ensalzada, repleta de gozo y de tristeza y de amor y de odio y de desconcierto y de luces sobrenaturales.

Nada hay más misterioso que la alegría de la Pascua.

En hebreo, pésaj significa paso. La fiesta del Paso del Señor conmemora la salida del Pueblo Escogido y su liberación del cautiverio de Egipto. En el libro del Éxodo se narra el terrible castigo de Dios para los opresores de su Pueblo. Es verdad que Dios castigó y continúa castigando a su propio Pueblo, de maneras incomprensibles para el espíritu humano; pero no es menos verdadero que Dios castiga a los enemigos de su Pueblo. En la primera Pascua, en Egipto, Dios ordenó a los suyos comer el Cordero “ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa. Es Pascua de Yahveh” (Éxodo 12, 11). “Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto”, continúa el relato sagrado, “y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, Yahveh” (Éxodo 12, 12). Los hijos de Israel debían untar con sangre sus puertas: “La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto. Éste será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahveh de generación en generación” (Éxodo 12, 13-14)”.

Todos los judíos observantes celebraban y celebran ese paso de Dios por su Historia.

Jesús celebró su última Pascua visible con sus discípulos, la noche antes de padecer. Los cristianos celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección del Mesías, como el Paso Definitivo del Señor por la Historia.

No es que olvidemos la otra Pascua, la del Pueblo Hebreo, sino que vemos la una incluida en la otra. La Sangre del Cordero sella las puertas de las casas por las que pasará el Señor con su bendición, mientras su misteriosa mano castigará a quienes no se cubran con esa sangre.

El misterio del Nacimiento del Cristo representa el primer Paso del Mesías en medio de su Pueblo. Un paso oculto, pobre, gozoso, entre ángeles y pastores, entre el desprecio de los hombres y el calor de los animales, con ese barrunto de la Pasión que fue, pocos meses después, la huida a Egipto. No es extraño, pues, que en algunas regiones de España y de América hablemos de la Pascua de Navidad, o también, en plural, de las Pascuas de Navidad, además de la Pascua de Resurrección.

Y nos deseamos una Feliz Pascua o felices pascuas. Porque en medio del misterio, del castigo de Dios, ha querido pasar su Hijo entre nosotros.

Todos los sentimientos se dan cita en esta Nochebuena. Si no fuera así, seríamos unas bestias.

¿O no se renueva el odio de los perseguidores? Basta oír los comentarios de los cínicos.

¿O acaso no se enciende de nuevo la ilusión de los niños, aun bajo la mirada desencantada de sus padres, tantas veces? ¡Y que nadie ose disipar el encanto de esa Nochebuena!

¿Y qué decir de la fe, y aun de la credulidad encantadora? Chesterton lo expresó con meridiana claridad para quienes puedan entenderlo: “Personalmente, por supuesto, yo creo en Santa Claus [en Chile decimos: el Viejito Pascuero]; pero es el tiempo del perdón, y yo perdonaré a los otros por no hacerlo”.

También aflora la amargura y el resentimiento en quienes parecen incapaces ya para siempre de alegrarse con la alegría de los demás. No, no es verdad, nadie está para siempre lejos del calor de la Pascua. Charles Dickens, en su conmovedora novela corta Canción de Navidad, nos enseña que a veces basta un sueño, un solo recuerdo, una mirada para deshelar un corazón endurecido por la avaricia y el escepticismo.

Todas las palabras, todos los raciocinios, se agolpan en la mente para intentar dar cuenta de este misterio de la Pascua. Porque o bien es un misterio cómo ha podido la credulidad humana arraigar algo tan profundamente en las almas, hasta el punto de que el árbol de Navidad más alto del mundo se ha construido en la pagana China, o bien es un misterio aún más inexpugnable cómo ha podido Dios hacerse hombre y dejarnos libres para escupirle en la cara.

La alegría de la Pascua es un misterio porque somos muchos los que nos alegramos, e invitamos a otros a alegrarse, y quisiéramos compartir el secreto de la alegría . . . ¡mas son tantos los que no se alegran!

Invito a enfocar la mirada en el Paso del Misterio, a fijarnos primero en lo pequeño y lo débil y lo despreciable, porque Nietzsche tenía razón: la nuestra es una moral de esclavos. Y luego, a mirar a lo alto, a lo lejano, al universo, porque el Legislador se hizo Esclavo y habitó entre nosotros.

Da Vinci Code, not yet

Por la cercanía de la fiesta de Navidad, el próximo envío NO será la continuación del diálogo inglés sobre el Código Da Vinci, sino que se referirá a la Navidad.

Ese diálogo, en todo caso, fue simpático y probablemente aparezca bajo la lupa en pocas semanas más.

Felices Pascuas a todos y no olviden comprar el libro . . . En realidad, sería absurdo que ustedes, feligreses, compraran el libro, si todos los capítulos están en los archivos. Pero no se lo digan a nadie.

Gracias.

miércoles, diciembre 20, 2006

Portada del Atrevimiento


¡¿Cómo te atreves, desgraciado?!

Bueno, porque la portada puede engañar a los inexpertos.

Ahora estoy rezando para que mi libro sea pirateado.

O que lo prohíban y censuren.

No, no, ya sé: que compren toda la edición con gastos reservados, para quemarla cantando canciones de cuna con los que dieron la PSU.

Libro de Última Hora

Os anuncio,
¡oh pacientes lectores!,
la aparición de una obra inolvidable
execrable
y todo lo imaginable
y lo inimaginable:


Las instrucciones del microondas. Primicias de la bitácora
Bajo la Lupa, Ed. Bicentenario, Santiago, 2006, p.v.p. aprox. $ 6500.-


La Editorial Bicentenario vende directamente esta joya literaria, con un descuento asombroso, que puede llegar hasta el 40% en los casos de quienes deseen bombardear a sus amigos y enemigos con ejemplares de esta hojarasca.

Escribir a: contacto@bicentenariochile.cl

Además, como es natural, se puede adquirir la breve colección de estos vientos de opiniones en las mejores librerías, que son las siguientes:

Listado de Librerías

Santiago

Librería Antártica Plaza Vespucio: www.antartica.cl

Librería Antártica Alto Las Condes.

Librería Antártica Parque Arauco.

Librería Antártica Mall Patio Centro.

Librería Manantial.

Librería El Cid: www.libroselcid.cl

Feria Chilena Del Libro Huérfanos 623.

Feria Chilena Del Libro Alto Las Condes.

Feria Chilena Del Libro Parque Arauco.

Feria Chilena Del Libro Nueva York 9.

Feria Chilena Del Libro Santa Magdalena 68 Local 50.

Feria Chilena Del Libro La Dehesa.

Feria Chilena Del Libro Agustinas 859.

Feria Chilena Del Libro Providencia 2124.

Editorial Jurídica (Mall La Dehesa).

Editorial Jurídica (Apumanque).

Editorial Jurídica (Huerfanos 1373)

Librería Ulises: www.ulises.cl

Librería Catalonia: www.catalonia.cl

Librería Quimera.

Librería José Miguel Carrera.

Librería Que Leo.

Lom Biblioteca Nacional.

Librería Proa Universidad de los Andes: proa@uande.cl

Librería Proa Mac-Iver.

Librería Noray.

Librería Prólogo.

Librería Centro de Extensión, Pontificia Universidad Católica.

Librería Campus San Joaquín, Pontificia Universidad Católica.

Club de Lectores de El Mercurio.

Metales Pesados Libros.

Palmaria Libros

Regiones:

Librería Antártica Marina Arauco (Viña Del Mar).

Librería Antártica Mall Plaza Trébol (Talcahuano).

Librería Antártica Portal Temuco (Temuco).

Librería Antártica Antofagasta

La Librería de Valdivia: www.libreriadevaldivia.cl

Feria Chilena del Libro Puerto Montt

Distribuidores al extranjero:

Distribuidora de Libros Herta Berenguer: ventas@hbbooks.cl

Frasis Libros: www.frasis.cl

jueves, diciembre 14, 2006

Las sutilezas de la verdad histórica


Pinochet ha muerto, ¡viva Pinochet!

El abuelo es cenizas; el nieto se las trae. Uno da un paso al lado, o abajo, mientras el otro podría, si quisiera, dar un paso al frente. Augusto Pinochet podría ser un nombre del pasado, para la historia; pero también del futuro, que es contingente, y nos depara tantas sorpresas.

En todo caso, que no se hagan ilusiones los pinochetistas, pues que el Capitán Augusto Pinochet (así, sin “General”) no ha gozado de la familia unida de que gozó su abuelo. Por eso, por ejemplo, no pudo controlar sus sentimientos en el momento decisivo, justo al revés del general Pinochet, que los mantuvo ocultos, sin apasionamiento, hasta que dio el golpe sobre la mesa (bueno, es un modo de decir, fue algo más que sobre la mesa). Si el nieto hubiera sido como el abuelo, quizás seguiría en el Ejécito, quizás ascendería en condiciones más propicias, a pesar de su nombre, y quizás tendría las agallas del abuelo ante una nueva emergencia. Nadie sabe si en treinta años no aparece otra vez un revolucionario con empanadas y vino tinto, que termina haciendo correr el odio en lugar del vino chileno, que acaba sin harina para las empanadas, pronunciando otro discurso sobre las anchas alamedas y el hombre libre, esas palabras hermosas que solamente con el estómago lleno pudieron salir de esa boca antes de volarse la tapa de los sesos.

Quizás, si el nieto hubiera sido como el abuelo, otra sería la historia del futuro.

De todas formas, Pinochet nieto es joven, puede recuperar el tiempo perdido, puede aprovechar la oportunidad histórica de su nombre, que lo perseguirá para bien o para mal: de él depende.

Me siento muy extraño en estos días. Yo, que nunca participé en una de esas actividades políticas apolíticas cívico-militares de apoyo al gobierno militar en los ochenta, parece que, sin buscarlo, ahora me he convertido en pinochetista.

La semana pasada en Trinity College, Cambridge, tras la cena, éramos tres en torno al café. Jim Weinstein, un profesor de Derecho, que pasa su sabático en Cambridge, quien me invitaba a la cena; yo mismo, y, en fin, el profesor William St Clair, de Literatura. Fuimos presentados y, tras una breve explicación sobre mis intereses académicos, me preguntó directamente mi opinión sobre la historia reciente de Chile.

Se la expuse así: la intervención militar fue plenamente justificada, la lucha contra el terrorismo y la violencia era necesaria, las violaciones a los derechos humanos son crímenes que merecen castigo —no soy de los que piensan que todo lo obrado para detener el terrorismo es o fue lícito—, la modernización de Chile y las libertades en economía y educación fueron obra de los militares, y, en fin, el futuro del país exige dejar atrás los odios del pasado. No es lógico que gentes que al momento del golpe teníamos 8 años sigamos peleándonos entre nosotros por si Pinochet aquí o allá, aunque todos tenemos derecho a defender nuestros particulares puntos de vista, sin odio, sin violencia (¿de dónde estoy plagiando esta frase?).

O”, exclamó el profesor St Clair, “o sea que usted lo justifica”.

Yo ya era un pinochetista a ultranza, un violador de los derechos humanos. “¿Y entonces también se justifica Hitler por el éxito económico tras la debacle de la República de Weimar?”.

Intenté explicarle que Hitler no era paralelo a Pinochet, sino a los regímenes comunistas, igualmente totalitarios. Pinochet había conseguido liberarnos del totalitarismo. El paralelismo entre Hitler y Pinochet era simplemente insensato, aparte de un insulto a los judíos, muchos de ellos colaboradores leales de Pinochet.

“Sin Pinochet, ahora estaríamos como en Cuba”, insinúe.

Pero me encontré con otro “O” y enseguida la defensa de Cuba contra el embargo estadounidense. En vano sostuve que yo tampoco apruebo el embargo, pero que eso no justifica el doble rasero de los izquierdistas europeos.

O, I am quite surprised!”, reconoció. “You are the first person in my life that I hear defending Pinochet!”.

O”, seguí yo, también sorprendido de que alguien como de setenta hubiera oído tan poco. Y le conté que él había conocido pocos chilenos o muy hipócritas, porque casi todos pidieron la intervención militar, y en 1988 todavía un 43% apoyaba el régimen y quería continuarlo.

O!”.

Yo era ya un pinochetista acérrimo. Sin embargo, recuerdo haber defendido en Chile el derecho de los opositores a manifestarse en los años ochenta; haberme declarado partidario de regresar a la democracia, aunque prefería, y prefiero, un gobierno sin socialistas —no he encontrado ningún gobierno socialista que no sea corrupto—, y por eso voté SÍ en el plebiscito de 1988; recuerdo haber apoyado las decisiones de los gobiernos democráticos para esclarecer la verdad sobre los atropellos de la dignidad de las personas bajo el gobierno militar —algo que fue sistemáticamente negado oficialmente, por lo cual el derecho a la verdad y a la reparación era lo mínimo que debía hacerse tras el cambio de gobierno—; haber escrito a favor de un juicio también contra el general Pinochet, no por considerarlo culpable a priori, sino por una simple aplicación de los principios más elementales de la imparcialidad judicial y del derecho de los acusadores y del acusado a una respuesta judicial a su diferendo.

Nunca he sido pinochetista en el sentido estricto, pero sí uno de los agradecidos de la intervención militar y de la obra de su gobierno. He debido enfrentar la extraña e incómoda situación de sostener opiniones y actuaciones —como defender el golpe y trabajar para la Comisión Rettig— inaceptables tanto para los auténticos pinochetistas —varios me lo dijeron a la cara: por eso los estimo tanto— como para los enemigos del general y los cada vez más numerosos amnésicos, que no recuerdan que también votaron por el SÍ, que incluso eran mayores que yo entonces, y, por supuesto, más cercanos al difunto Jefe de Estado.

El café fue largo, y, O!, derivó hacia The Da Vinci Code.

O.

viernes, diciembre 08, 2006

Así habló Satanás


Las aguas están tan revueltas que nos resulta casi imposible entendernos cuando tratamos de los temas más difíciles.

Hace unos días, Joaquín Trujillo, estudiante de excelencia en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, publicó esta carta en El Mercurio, titulada “Stalin y el aborto”:

“En el debate acerca del aborto, pudiera resultar no sólo anecdótico el siguiente dato: Stalin lo volvió a penalizar en 1936” (A2, miércoles 6 de diciembre de 2006).

Yo relacioné de inmediato el tenor literal de la carta con una estrategia, usada en Estados Unidos, que consiste en vincular a Hitler con la causa pro-vida. En efecto, Hitler repudiaba los abortos . . . , y las abortistas lo demuestran hasta la saciedad . . . ¡pero se les olvida decir que el Monstruo Teutón se refería solamente a las mujeres arias! Él no se opuso al aborto de las polacas. ¿Y de las judías? ¿Hitler, pro-life?

Visto sin prejuicios, es para la risa. Solamente la pasión pro-aborto, las ganas de vencer en el debate a toda costa, pueden haber llevado a semejante tergiversación de la historia.

De manera que le escribí a Joaquín, lamentando que defendiera una causa tan injusta, aparte de usar un argumento tan malo, una simple insinuación.

A los dos días apareció una carta informativa del historiador Gonzalo Rojas Sánchez, titulada “Stalin y aborto”, que dice así:

“La historiografía reciente tiene muy claras las razones por las cuales en 1936 efectivamente un decreto de Stalin prohibió el aborto y dificultó significativamente el divorcio, revirtiendo las políticas de 1918 y 1927.

”Por una parte, porque en pleno proceso de consolidación del control estatal sobre la sociedad, la familia debía transformarse en uno de los mecanismos más efectivos para ejercer ese control y generar la adecuada movilización hacia las metas quinquenales propuestas por la conducción central (Hoffmann, Stalinist values, 2003).

”Y, por otra, porque había que lograr la mayor cantidad de nacimientos posibles, puesto que estaban ya en marcha las grandes purgas que le iban a costar al pueblo ruso, entre 1934 y 1939, una cifra que varía entre un millón (Courtois, El libro Negro del Comunismo, 1997) y tres millones de muertos (Conquest, The great terror, 1990).

”Ni siquiera así hubo éxito estadístico. El censo de 1937 fue eliminado y el de 1939 fue falsificado: en ambos casos se procedió de ese modo para evitar que se notara el estancamiento de la población, producto de los asesinatos en masa, no suficientemente compensados por los nacimientos.

”No era Stalin precisamente un defensor ni de la vida ni de la familia. Sólo las manipuló para su gigantesco y siniestro experimento de ingeniería social” (A2, viernes 8 de diciembre de 2006).

Se ve que Gonzalo entendió la carta de Joaquín de la misma manera.

Cuánto se agradece contar con información histórica precisa, pertinente, no amañada para calzar con una ideología.

Mas he aquí que, pocas horas más tarde, Joaquín me escribe una sentida carta, impactado por que yo lo conozca tan poco a él, a pesar de haber sido mi Ayudante cuando impartí un curso semestral de Introducción al Derecho, como profesor visitante, en la Casa de Bello.

“El único fin de mi carta era ironizar”, me dice. “Si Stalin es considerado un símbolo histórico de la maldad llevada a sus extremos, al menos —por los motivos que sean— penalizó el aborto, contradiciendo así la legislación que es famosa con posterioridad a la revolución de octubre, por haberlo legalizado. Con esto se hace alusión a que su conocido genocidio no es tan cuantioso en vidas humanas como el de las legislaciones liberales supuestamente progresistas que lo despenalizan. Considero y consideraré siempre, que el aborto es un enorme genocidio del que la humanidad tendrá que arrepentirse tarde o temprano, más grande que cualquier otro en la historia, un genocidio que no deja huellas en campos de extermonio, pues se hace en el silencio de la Clínica Las Condes, y otras, donde todo parece estar muy higiénicamente limpio”.

Continúa contándome que su “posición contraria al aborto es conocida, al menos, en mi facultad”.

Y más, todavía más palabras suyas sobre la lucha pro vida, que hemos de dar.

Le respondí disculpándome por no haber captado su ironía.

Lo comprendo cabalmente, porque a mí también me ha pasado. Mis ironías han sido leídas, a veces, al revés de como lo intentaba. Igual que Joaquín, pienso que no debemos dejar de usar la ironía.

Cuando los adversarios no están interesados en el diálogo racional porque rechazan cualquier argumento como si fuera una postura meramente religiosa, cuando la situación es tan seria, solamente el humor puede superarla.

Y la ironía es una forma del humor, cargada con inteligencia pero también con riesgos.

Aproveché de aclararle a Joaquín que, incluso en el caso de que él estuviera equivocado, yo nunca he negado mi amistad, mi respeto personal y, cuando es merecido, mi reconocimiento académico, a quienes piensan de una manera errada.

El episodio ha sido digno de pasar bajo mi lupa porque creo haber aprendido algo: a no precipitarme en la interpretación del texto de un amigo; a estar alerta frente a los posibles malentendidos en un asunto de tanta pasión.

Y he aprendido también, de Gonzalo Rojas, el espíritu de clarificación objetiva, y de Joaquín Trujillo, el afán, que me alegra, de utilizar la ironía en la batalla por la vida naciente.

El problema de la incomunicación, sin embargo, persistirá.

Victoria eminente de Satanás ha sido enturbiar el lenguaje, torcerlo para que, bajo las palabras más hermosas (amor, fraternidad, justicia, vida: ¡cuántos abortistas se declaran pro vida!), se comercie la carroña, la hez, la sangre pútrida de las conciencias corrompidas.

Así habló Satanás en versos de C. S. Lewis:

Yo soy la Naturaleza, la Madre Poderosa
Yo soy la araña que teje su red
Yo soy un lobo que persigue el sol

Así habló Satanás, para envolvernos en sofismas, para atraparnos.

Porque la ausencia de Dios es la tiranía de todas las cosas buenas.