Las sutilezas de la verdad histórica
Pinochet ha muerto, ¡viva Pinochet!
El abuelo es cenizas; el nieto se las trae. Uno da un paso al lado, o abajo, mientras el otro podría, si quisiera, dar un paso al frente. Augusto Pinochet podría ser un nombre del pasado, para la historia; pero también del futuro, que es contingente, y nos depara tantas sorpresas.
En todo caso, que no se hagan ilusiones los pinochetistas, pues que el Capitán Augusto Pinochet (así, sin “General”) no ha gozado de la familia unida de que gozó su abuelo. Por eso, por ejemplo, no pudo controlar sus sentimientos en el momento decisivo, justo al revés del general Pinochet, que los mantuvo ocultos, sin apasionamiento, hasta que dio el golpe sobre la mesa (bueno, es un modo de decir, fue algo más que sobre la mesa). Si el nieto hubiera sido como el abuelo, quizás seguiría en el Ejécito, quizás ascendería en condiciones más propicias, a pesar de su nombre, y quizás tendría las agallas del abuelo ante una nueva emergencia. Nadie sabe si en treinta años no aparece otra vez un revolucionario con empanadas y vino tinto, que termina haciendo correr el odio en lugar del vino chileno, que acaba sin harina para las empanadas, pronunciando otro discurso sobre las anchas alamedas y el hombre libre, esas palabras hermosas que solamente con el estómago lleno pudieron salir de esa boca antes de volarse la tapa de los sesos.
Quizás, si el nieto hubiera sido como el abuelo, otra sería la historia del futuro.
De todas formas, Pinochet nieto es joven, puede recuperar el tiempo perdido, puede aprovechar la oportunidad histórica de su nombre, que lo perseguirá para bien o para mal: de él depende.
Me siento muy extraño en estos días. Yo, que nunca participé en una de esas actividades políticas apolíticas cívico-militares de apoyo al gobierno militar en los ochenta, parece que, sin buscarlo, ahora me he convertido en pinochetista.
La semana pasada en Trinity College, Cambridge, tras la cena, éramos tres en torno al café. Jim Weinstein, un profesor de Derecho, que pasa su sabático en Cambridge, quien me invitaba a la cena; yo mismo, y, en fin, el profesor William St Clair, de Literatura. Fuimos presentados y, tras una breve explicación sobre mis intereses académicos, me preguntó directamente mi opinión sobre la historia reciente de Chile.
Se la expuse así: la intervención militar fue plenamente justificada, la lucha contra el terrorismo y la violencia era necesaria, las violaciones a los derechos humanos son crímenes que merecen castigo —no soy de los que piensan que todo lo obrado para detener el terrorismo es o fue lícito—, la modernización de Chile y las libertades en economía y educación fueron obra de los militares, y, en fin, el futuro del país exige dejar atrás los odios del pasado. No es lógico que gentes que al momento del golpe teníamos 8 años sigamos peleándonos entre nosotros por si Pinochet aquí o allá, aunque todos tenemos derecho a defender nuestros particulares puntos de vista, sin odio, sin violencia (¿de dónde estoy plagiando esta frase?).
“O”, exclamó el profesor St Clair, “o sea que usted lo justifica”.
Yo ya era un pinochetista a ultranza, un violador de los derechos humanos. “¿Y entonces también se justifica Hitler por el éxito económico tras la debacle de la República de Weimar?”.
Intenté explicarle que Hitler no era paralelo a Pinochet, sino a los regímenes comunistas, igualmente totalitarios. Pinochet había conseguido liberarnos del totalitarismo. El paralelismo entre Hitler y Pinochet era simplemente insensato, aparte de un insulto a los judíos, muchos de ellos colaboradores leales de Pinochet.
“Sin Pinochet, ahora estaríamos como en Cuba”, insinúe.
Pero me encontré con otro “O” y enseguida la defensa de Cuba contra el embargo estadounidense. En vano sostuve que yo tampoco apruebo el embargo, pero que eso no justifica el doble rasero de los izquierdistas europeos.
“O, I am quite surprised!”, reconoció. “You are the first person in my life that I hear defending Pinochet!”.
“O”, seguí yo, también sorprendido de que alguien como de setenta hubiera oído tan poco. Y le conté que él había conocido pocos chilenos o muy hipócritas, porque casi todos pidieron la intervención militar, y en 1988 todavía un 43% apoyaba el régimen y quería continuarlo.
“O!”.
Yo era ya un pinochetista acérrimo. Sin embargo, recuerdo haber defendido en Chile el derecho de los opositores a manifestarse en los años ochenta; haberme declarado partidario de regresar a la democracia, aunque prefería, y prefiero, un gobierno sin socialistas —no he encontrado ningún gobierno socialista que no sea corrupto—, y por eso voté SÍ en el plebiscito de 1988; recuerdo haber apoyado las decisiones de los gobiernos democráticos para esclarecer la verdad sobre los atropellos de la dignidad de las personas bajo el gobierno militar —algo que fue sistemáticamente negado oficialmente, por lo cual el derecho a la verdad y a la reparación era lo mínimo que debía hacerse tras el cambio de gobierno—; haber escrito a favor de un juicio también contra el general Pinochet, no por considerarlo culpable a priori, sino por una simple aplicación de los principios más elementales de la imparcialidad judicial y del derecho de los acusadores y del acusado a una respuesta judicial a su diferendo.
Nunca he sido pinochetista en el sentido estricto, pero sí uno de los agradecidos de la intervención militar y de la obra de su gobierno. He debido enfrentar la extraña e incómoda situación de sostener opiniones y actuaciones —como defender el golpe y trabajar para la Comisión Rettig— inaceptables tanto para los auténticos pinochetistas —varios me lo dijeron a la cara: por eso los estimo tanto— como para los enemigos del general y los cada vez más numerosos amnésicos, que no recuerdan que también votaron por el SÍ, que incluso eran mayores que yo entonces, y, por supuesto, más cercanos al difunto Jefe de Estado.
El café fue largo, y, O!, derivó hacia The Da Vinci Code.
O.
Me han pasado cosas análogas acá en Francia, cuando tuve que explicarle a un compañero que en Chile no habían muerto 100.000 personas bajo Pinochet, o que el gobierno de la Unidad Popular no era una revolución pacifista, precisamente. En fin. ¿Podrías contar un poco tu experiencia en la Comisión Rettig? ¿Tus impresiones sobre el valor del informe final?
ResponderBorrarun abrazo
gracias Cristóbal, va enlace! espero que no pienses que soy muy fresca al escribir lo que escribí... Un saludo grande!
ResponderBorrarDaniel,
ResponderBorrarEl resumen sobre la Comisión Rettig es: los datos son verídicos, los que le creímos al gobierno militar en el debate sobre los derechos humanos en los años 70 y 80 estábamos equivocados, las víctimas y sus familias tenían derecho al reconocimiento público de esa verdad y a la reparación que fuese posible. Muchas otras consideraciones son también verdaderas en el nivel de la crítica histórica y política, pero una verdad no anula otras.
Marta,
ResponderBorrarNunca fui opositor a Pinochet, pero mis tempranas opiniones pro-democracia y mi idea de que la verdad histórica traspasa las líneas partidistas, y, especialmente, mi defensa de que se esclareciera públicamente y se repararan las violaciones a los derechos humanos, y de que el ex Presidente Pinochet fuese juzgado como cualquier mortal, pudieron darles esa impresión a muchos. Desde hace tiempo no me importa qué etiqueta me cubra la espalda.
gracias x tu respuesta! como te digo en mi blog, no voy a cambiar el texto -si te parece bien que no lo haga- para que así a los lectores les queda más claro lo que quieres decir con tu respuesta, que te agradezco nuevamente.
ResponderBorrarEsperamos artículo en El Mercurio!
Muchos saludos!
Cristóbal,
ResponderBorrarGracias. Otra pregunta (disculpa la insistencia, pero me interesa mucho tu opinión): ¿cuánta responsabilidad crees que tiene el General Pinochet en las violanciones a los DDHH? A tu juicio, ¿cuánto oscurecen esos lamentables hechos la figura histórica del General Pinochet?
Y cuánta razón tienes en eso de las etiquetas, cuánto molestan a la hora de tratar de decir la verdad.
un abrazo
Cristóbal,
ResponderBorrarGracias. Otra pregunta (disculpa la insistencia, pero me interesa mucho tu opinión): ¿cuánta responsabilidad crees que tiene el General Pinochet en las violanciones a los DDHH? A tu juicio, ¿cuánto oscurecen esos lamentables hechos la figura histórica del General Pinochet?
Y cuánta razón tienes en eso de las etiquetas, cuánto molestan a la hora de tratar de decir la verdad.
un abrazo
profesor, master, doctor... harina se escibe con "h".
ResponderBorrarDon aguafiesta.... Recuerde usted tambien que escibe lleva "R" entremedio...... suerte.
ResponderBorrarGracias, lo corrijo de inmediato.
ResponderBorrarC