Así habló Satanás
Las aguas están tan revueltas que nos resulta casi imposible entendernos cuando tratamos de los temas más difíciles.
Hace unos días, Joaquín Trujillo, estudiante de excelencia en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, publicó esta carta en El Mercurio, titulada “Stalin y el aborto”:
“En el debate acerca del aborto, pudiera resultar no sólo anecdótico el siguiente dato: Stalin lo volvió a penalizar en 1936” (A2, miércoles 6 de diciembre de 2006).
Yo relacioné de inmediato el tenor literal de la carta con una estrategia, usada en Estados Unidos, que consiste en vincular a Hitler con la causa pro-vida. En efecto, Hitler repudiaba los abortos . . . , y las abortistas lo demuestran hasta la saciedad . . . ¡pero se les olvida decir que el Monstruo Teutón se refería solamente a las mujeres arias! Él no se opuso al aborto de las polacas. ¿Y de las judías? ¿Hitler, pro-life?
Visto sin prejuicios, es para la risa. Solamente la pasión pro-aborto, las ganas de vencer en el debate a toda costa, pueden haber llevado a semejante tergiversación de la historia.
De manera que le escribí a Joaquín, lamentando que defendiera una causa tan injusta, aparte de usar un argumento tan malo, una simple insinuación.
A los dos días apareció una carta informativa del historiador Gonzalo Rojas Sánchez, titulada “Stalin y aborto”, que dice así:
“La historiografía reciente tiene muy claras las razones por las cuales en 1936 efectivamente un decreto de Stalin prohibió el aborto y dificultó significativamente el divorcio, revirtiendo las políticas de 1918 y 1927.
”Por una parte, porque en pleno proceso de consolidación del control estatal sobre la sociedad, la familia debía transformarse en uno de los mecanismos más efectivos para ejercer ese control y generar la adecuada movilización hacia las metas quinquenales propuestas por la conducción central (Hoffmann, Stalinist values, 2003).
”Y, por otra, porque había que lograr la mayor cantidad de nacimientos posibles, puesto que estaban ya en marcha las grandes purgas que le iban a costar al pueblo ruso, entre 1934 y 1939, una cifra que varía entre un millón (Courtois, El libro Negro del Comunismo, 1997) y tres millones de muertos (Conquest, The great terror, 1990).
”Ni siquiera así hubo éxito estadístico. El censo de 1937 fue eliminado y el de 1939 fue falsificado: en ambos casos se procedió de ese modo para evitar que se notara el estancamiento de la población, producto de los asesinatos en masa, no suficientemente compensados por los nacimientos.
”No era Stalin precisamente un defensor ni de la vida ni de la familia. Sólo las manipuló para su gigantesco y siniestro experimento de ingeniería social” (A2, viernes 8 de diciembre de 2006).
Se ve que Gonzalo entendió la carta de Joaquín de la misma manera.
Cuánto se agradece contar con información histórica precisa, pertinente, no amañada para calzar con una ideología.
Mas he aquí que, pocas horas más tarde, Joaquín me escribe una sentida carta, impactado por que yo lo conozca tan poco a él, a pesar de haber sido mi Ayudante cuando impartí un curso semestral de Introducción al Derecho, como profesor visitante, en la Casa de Bello.
“El único fin de mi carta era ironizar”, me dice. “Si Stalin es considerado un símbolo histórico de la maldad llevada a sus extremos, al menos —por los motivos que sean— penalizó el aborto, contradiciendo así la legislación que es famosa con posterioridad a la revolución de octubre, por haberlo legalizado. Con esto se hace alusión a que su conocido genocidio no es tan cuantioso en vidas humanas como el de las legislaciones liberales supuestamente progresistas que lo despenalizan. Considero y consideraré siempre, que el aborto es un enorme genocidio del que la humanidad tendrá que arrepentirse tarde o temprano, más grande que cualquier otro en la historia, un genocidio que no deja huellas en campos de extermonio, pues se hace en el silencio de la Clínica Las Condes, y otras, donde todo parece estar muy higiénicamente limpio”.
Continúa contándome que su “posición contraria al aborto es conocida, al menos, en mi facultad”.
Y más, todavía más palabras suyas sobre la lucha pro vida, que hemos de dar.
Le respondí disculpándome por no haber captado su ironía.
Lo comprendo cabalmente, porque a mí también me ha pasado. Mis ironías han sido leídas, a veces, al revés de como lo intentaba. Igual que Joaquín, pienso que no debemos dejar de usar la ironía.
Cuando los adversarios no están interesados en el diálogo racional porque rechazan cualquier argumento como si fuera una postura meramente religiosa, cuando la situación es tan seria, solamente el humor puede superarla.
Y la ironía es una forma del humor, cargada con inteligencia pero también con riesgos.
Aproveché de aclararle a Joaquín que, incluso en el caso de que él estuviera equivocado, yo nunca he negado mi amistad, mi respeto personal y, cuando es merecido, mi reconocimiento académico, a quienes piensan de una manera errada.
El episodio ha sido digno de pasar bajo mi lupa porque creo haber aprendido algo: a no precipitarme en la interpretación del texto de un amigo; a estar alerta frente a los posibles malentendidos en un asunto de tanta pasión.
Y he aprendido también, de Gonzalo Rojas, el espíritu de clarificación objetiva, y de Joaquín Trujillo, el afán, que me alegra, de utilizar la ironía en la batalla por la vida naciente.
El problema de la incomunicación, sin embargo, persistirá.
Victoria eminente de Satanás ha sido enturbiar el lenguaje, torcerlo para que, bajo las palabras más hermosas (amor, fraternidad, justicia, vida: ¡cuántos abortistas se declaran pro vida!), se comercie la carroña, la hez, la sangre pútrida de las conciencias corrompidas.
Así habló Satanás en versos de C. S. Lewis:
Yo soy la Naturaleza, la Madre Poderosa
Yo soy la araña que teje su red
Yo soy un lobo que persigue el sol
Así habló Satanás, para envolvernos en sofismas, para atraparnos.
Porque la ausencia de Dios es la tiranía de todas las cosas buenas.
Eso de Hitler era lo que Leo Strauss llamaba, si recuerdo bien, la "reductio ad hitlerum".
ResponderBorrarY tampoco había entendido la ironía de la carta aquella.
Saludos
Apreciado Cristóbal. Celebro esta columna donde planteas la negativa a cualquier posibilidad de aborto. Pero una cuestión me queda dando vueltas en la cabeza, la "información histórica, precisa, pertinente..." La historia no puede tener esa categoría porque no es una ciencia, es una disciplina que se basa en el método científico. Sin embargo, quien escribe la historia siempre tendrá intereses, gustos, preferencias, y siempre tendrá los rasgos de la subjetividad de quien escribe. Lo más que se puede hacer es ser honesto en la forma de emplear las fuentes. Pero nuestro pensamiento no es objetivo.
ResponderBorrarEstimado Andrés,
ResponderBorrarSoy consciente de la complejidad epistemológica de la ciencia histórica. Concuerdo en general con lo que sostienes. Por ejemplo, si Gonzalo Rojas no tuviese claras convicciones contrarias tanto al aborto como al estalinismo, probablemente no conocería siquiera la información que ha compartido con los lectores del diario. Dicho esto, me parece posible excluir algunas descripciones como falsas y afirmar otras como verdaderas; por ejemplo, que existió Stalin, que intentó restringir los abortos, que llevó a cabo las purgas, etc. En este sentido, sin negar el carácter hermenéutico y limitado del concocimiento histórico, la honestidad puede ir unida a proporcionar algo de información histórica precisa. Que sea o no pertinente depende del punto concreto que se esté debatiendo.
Como siempre, gracias por tus observaciones, que enriquecen este blog.