Páginas

lunes, marzo 24, 2008

Día Mundial del No Nacido

Se va extendiendo el 25 de marzo como día mundial por la vida de los no nacidos. Si llegara a unificarse internacionalmente, su fuerza comunicativa sería extraordinaria. Una fuerza hay, sin embargo, mayor que la de las comunicaciones humanas: la fuerza de la comunión divina. Por eso, el martes 25 de marzo a las 19 hrs. se celebrará la Misa en la Catedral de Santiago con esta intención. Todos estamos invitados; ojalá que podamos asistir.

Semana Santa

El Santo Padre ha bautizado al subdirector del Corriere della Sera, quizás el periódico más influyente de Italia (una especie de El Mercurio), Magdi Allam, hasta ahora musulmán y feroz crítico contra el radicalismo islámico. Ya ven que no todos los musulmanes son fanáticos; algunos, incluso, están tan abiertos a la verdad que pueden recibir el don de la fe.

Naturalmente, los que se informan por la prensa tradicional, o dedican media hora al día a saber el color de los zapatos de la última putilla televisada, no se enteraron de esta noticia realmente espectacular.

¡Viva Internet!

viernes, marzo 21, 2008

Viernes Santo: ¿día de la tolerancia?

Ya estoy hasta las narices de los cristianos que querrían que la muerte de Cristo en la Cruz se transformara en el símbolo de la paz y el amor y la tolerancia. De la paz, que Él vino a traer como fruto de la justicia y de la reconciliación con Dios, de acuerdo. Esa justicia, ese haber venido "para dar testimonio de la verdad", lo llevó derecho al enfrentamiento con las fuerzas tenebrosas de este mundo. Del amor universal, que perdona a los enemigos y que da la vida por los amigos (por todos los hombres), ¡de acuerdo! Ese amor le arrastró a ayunar en el desierto, a fustigar a los hipócritas, a perdonar a los pecadores con la advertencia "ahora ve y no peques más", y a dejarse matar con tal de cumplir su misión divina.

¿Día de la tolerancia? Aquí, en esta historia de amor y de odio, el único tolerante, como bien observara Hans Kelsen, fue Poncio Pilato. Quien desee compartir ese honor, que se olvide de ser cristiano.


Para pensamientos piadosos de Viernes Santo id a otro sitio.

jueves, marzo 20, 2008

Para los fanáticos de Bajo la Lupa

He visto la preocupación de algunos lectores por mis retrasos en enviar las columnas semanales.

Lo lamento.

He decidido, por eso, hacer algo "super-heavy, ¿cachái?".

Voy a escribir de nuevo en las Máximas Mínimas.

Voy a escribir con más frecuencia mensajes-relámpago en Bajo la Lupa.

Voy a tratar de intentar retomar la frecuencia semanal de las columnas más largas.

Y cuidado con los mensajes relámpago, que pueden venir con truenos.


domingo, marzo 16, 2008

Sobre el mal en potencia


Mr. Clean es el alias de un político estadounidense recientemente caído en desgracia. Le gustaba a él el sobrenombre. Reflejaba a las mil maravillas su denodado empeño por barrer la prostitución, que tanto ensucia la moral pública y privada. Lamentablemente, el pobre Mr. Clean fue cazado en las redes de esa antigua profesión, en un hilo subidamente caro y exclusivo, pero, en fin, no indefectiblemente secreto.

La prensa lo hizo pedazos.

A propósito de escándalos como éste —digamos: personajes intachables que, de pronto, son descubiertos en su hipocresía— se extiende la sospecha sobre todos los que, aunque no sean intachables ni pretendan ponerse como ejemplos, procuran comportarse de la mejor manera posible y defender una distinción objetiva entre el bien y el mal, entre lo virtuoso y lo vicioso.

“No, no se moleste usted”, viene a decirnos la voz sibilina de los cínicos, “mire que todos somos iguales. Todos los que luchan por la moralidad pública son, en realidad, hipócritas redomados. Solamente intentan privar a sus prójimos de los placeres culpables que ellos mismos disfrutan, aunque tantas veces —a fuer de hipócritas, cobardes— en el secreto de sus deseos reprimidos, proyectados, sublimados”. Frecuentemente, sin embargo, esos cínicos quieren simplemente que reconozcamos —todos, todos: nada de diversidad de opiniones en esto— la legitimidad pública de la miseria humana. Es como si la existencia de urinarios —bien situados, limpios, desinfectados, ventilados— nos obligara moralmente, para no caer bajo la acusación de hipocresía, a vivir toda nuestra vida remojados en orina; o como si la existencia de cloacas —bien escondidas, subterráneas—, que tanto facilita la higiene en la superficie, impulsara indefectiblemente, a todos los que quieran parecer auténticos y transparentes, a desfilar por este mundo decorosamente untados en mierda.

Prefiero ser hipócrita.

De todos modos, no hay por qué escoger. Podemos decir simplemente: “Mira: yo soy un desgraciado, que con más frecuencia de lo que se advierte incurro en los siete pecados capitales; pero tengo pudor, sé dónde y cómo reciclar o destruir la mierda, y solamente la imbecilidad humana —que también me afecta, pero no a tales extremos— podría llevarme a exhibir todas mis miserias, a abrumar al prójimo con mis desagradables olores, que ya cada uno tendrá los suyos”. ¿Que a alguien la parece hipocresía todo esto? ¿Que por eso nos abruma rellenando el espacio público con sus traumas de adolescente? ¿Que sostiene, en consecuencia, que todos somos iguales, el Nerón desenfrenado y cruel y la Madre Teresa, el Hitler racista y despiadado y el Padre Pío, el burgués perezoso y consumista y San Josemaría? ¿La única diferencia estriba en que los primeros fueron auténticos y los segundos unos reprimidos?

¡Viva la diferencia! ¡Vivan los reprimidos! De los reprimidos, entonces, es el reino de los cielos. Más todavía: de los reprimidos es la buena voluntad sobre la tierra. De sus obras brota la paz, fruto de la justicia.

De un impulso de ira, bien reprimido a tiempo, brota la paz en una familia. De un impulso de lujuria, ferozmente reprimido apenas surge en el horizonte del pensamiento y del deseo, brota un matrimonio perpetuo, unos hijos sanos y equilibrados, una paz interior que la infidelidad matrimonial destruye, quiebra, enerva, mata. De un torbellino de orgullo aplastado —no imponerse a los demás, escuchar sus opiniones, atender a sus deseos, someterse a las condiciones de la convivencia—, ¡re-pri-mi-do!, emana la fraternidad arraigada, la amistad sincera, la concordia social.

De manera que no somos todos iguales. Algunos preferimos ser “hipócritas” y por eso podemos decir sin jactancia que llevamos sobre nuestros hombros la carga de la paz del mundo. Solamente dejamos de llevarla cuando nos sacude un ataque de cinismo, de sinceridad brutal, y dejamos de reprimir las bajas pasiones.

No somos todos iguales. Los hipócritas tenemos, además, la ventaja de distinguir entre el bien y el mal. Nos negamos a legitimar públicamente el vicio. Legitimar públicamente el vicio, darle carta de ciudadanía so pretexto de diversidad cultural o de autonomía moral —lo dicen quienes luego se horrorizan por lo que a ellos les parece intolerable: generalmente, que maltraten a los de su partido—, reemplazar el pudor por la desvergüenza, burlarse de quienes defienden las virtudes —sí, porque ninguno las posee cabalmente—, igualar lo alto con lo bajo, lo limpio con lo soez, lo fino con lo basto, lo elegante con lo cursi, todo eso es la marca de los cínicos. Y más encima quieren obligarnos, con una ética y un derecho a su medida, a que les hagamos reverencias, a que no los discriminemos.

Con todo, los desvergonzados —hipócritas descontentos del ocultamiento— tienen algo de razón. La Madre Teresa, el Padre Pío, San Josemaría, fueron en su momento iguales a Nerón, a Hitler, al último burgués contento de vivir en medio de placeres mientras los inocentes de este mundo son entregados en manos inicuas. Todos somos iguales en nuestras entrañas y en nuestro corazón, en la potencia para el mal. Y para el bien. Nerón pudo haber sido un estoico sereno en lugar de un gordo sibarita y tiránico (¡mira que asesinar a su propia madre!); Hitler pudo haberse convertido en un soldado obediente y pacífico; y el burgués acomodado a todas las iniquidades de este mundo —las considera cuestiones subjetivas, opinables, mientras él viva tranquilo— puede convertirse, en cualquier momento, en un luchador por los oprimidos y los débiles. Y Teresa pudo haber sido una prostituta en Skopie; Pío, un capo de la Camorra en Nápoles; Josemaría, un asesino de monjas en Madrid. Podrían haber sido cualquiera de esas cosas y muchas más, peores, si hubieran querido. El mal está en potencia dentro de nosotros. Si triunfa el bien, que también está en potencia, es porque interviene nuestra libertad junto con la ayuda divina.

Los cínicos no creen en la ayuda divina. Los escépticos desdibujan las fronteras entre el bien y el mal. Procuran convencernos de que, en el fondo, todos somos igualmente ruines.

No comprenden la lucha eterna contra el mal en potencia.