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domingo, noviembre 25, 2007

El Señor del Mundo

El futuro está tan indeterminado que no es predecible ni siquiera por una inteligencia casi perfecta que conozca solamente el presente. La inteligencia infinita de Dios, en estricto rigor, tampoco puede pre-decir el futuro: lo conoce tal como es, lo dice como lo que es visto en el infinito presente que llamamos eternidad. La eternidad, en efecto, es —según la célebre definición de Boecio— “la perfecta, total y simultánea posesión de una vida interminable” (interminabilis vitae tota simul et perfecta possesio). Escapa, pues, a nuestra comprensión cómo puede ser conocido, desde ese infinito instante allende el tiempo, todo aquello que nosotros dividimos en horas interminables y en años que se nos van al vuelo, como se deshace la espuma del jabón en el aire.

Si dejamos de lado, pues, el misterio de Dios, cualquier inteligencia finita, aunque sea casi perfecta, no puede predecir el futuro porque el futuro depende de acciones libres, que dan origen a lo completamente nuevo dentro de ese incierto margen para la creación, de que gozamos. Sin embargo, en el presente están las semillas de las posibilidades futuras, sobre las que actúa nuestra libertad. Y sobre la base de esas semillas, una inteligencia lo suficientemente informada y perspicaz puede conjeturar hacia dónde enderezarán, los hombres, sus pasos rutinarios, cansinos, exentos de imaginación creadora. Sin esa razonable previsión, los países no progresarían; no resultarían los negocios —por imprevisión, precisamente, fracasa la mayoría de los que se emprenden—; no se lucharían las grandes batallas; no habría jamás esperanza. Más allá incluso de una previsión humanamente razonable, los ángeles, los demonios y los genios, los hombres preclaros, parece como que ven el futuro. Hegel predijo: después de mí, ¡la locura! Y entonces comenzó el declive del sueño moderno, la locura de la mentalidad fragmentada que algunos denominan postmodernidad. Nietzsche vio saltar por los aires los presupuestos de la sociedad que había matado a Dios, que había basado la convivencia —como tantos ingenuos de nuestros días— en una gran mentira, y entonces predijo: habrá guerras como jamás las ha habido en la tierra. Y esas guerras vinieron como jamás las había habido: millones de muertos y mutilados, trincheras sempiternas, cámaras de gases, ciudades arrasadas, bombas atómicas. Así también el Papa León XIII predijo que, abandonadas las enseñanzas de la Iglesia sobre la justicia social, o se verá reducida la mayor parte del género humano a la vil condición de esclavos, como en otro tiempo sucedió entre los paganos, o la sociedad humana se verá envuelta por continuas agitaciones, devorada por rapiñas y asesinatos. Y así están ahora los más pobres de los pobres —la inmensa mayoría de la humanidad—, gimiendo bajo el yugo de una explotación que no sabemos de dónde viene, y todos, pobres y ricos, llorando por la violencia en sus casas, en sus calles, en sus rostros, en sus sueños.

En ese marco de profecías cumplidas, enunciadas con o sin la ayuda de la fe —con inteligencia—, brilla la novela Señor del Mundo, de Robert Hugh Benson (1871-1914), reeditada en 2006 por Bibliotheca Homo Legens. El autor, hijo del Arzobispo de Canterbury, quien lo ordenó como clérigo de la Iglesia anglicana, se convirtió al catolicismo tras un largo proceso de estudio y de profundización teológica y espiritual, como había sido el caso de otros clérigos anglicanos antes que él, el más famoso de los cuales fuera John Henry Newman. Recibido en la Iglesia el 11 de septiembre de 1903, fue ordenado sacerdote al año siguiente. En 1907 publicó una de sus novelas más famosas, que cobra actualidad en la medida en que se han ido cumpliendo sus profecías, tan cercanas —paradójicamente— a las de Nietzsche. Sí, Lord of the World es la historia de un futuro quizás difícil de soñar a comienzos del siglo XX, donde aún había una mayoría de cristianos practicantes en Europa y América. La Iglesia católica es agitada por una continua sangría de defecciones, desde cardenales y obispos y sacerdotes hasta millones de fieles. El mundo está regido por partidos políticos enteramente racionales y materialistas, cuyos fines últimos son la paz y la fraternidad entre los hombres. Mantienen a raya, en Roma, al Papa, con un dominio temporal donde se vive al ritmo de la naturaleza, sin los progresos de las máquinas, y en los demás países controlan a los católicos, que son tolerados en sus prácticas privadas pero que carecen de los derechos civiles. No se trata de una persecución —nada por el estilo—, sino de la vida pacífica de millones de personas que han superado las supersticiones. La eutanasia, por ejemplo, se practica de forma completamente natural y suave. Hasta que un buen día, en el medio de una crisis internacional, un hombre logra, con su poder retórico, la paz entre Oriente y Occidente. Unifica el mundo bajo su autoridad, por aclamación popular, a la par que establece una Religión de la Humanidad. Entonces sí arrecia la violencia de las turbas y la obligación legal, bajo apercibimiento de pena capital, de jurar lealtad a la nueva religión humanista. El Romano Pontífice, para hacer frente a los últimos tiempos del Anticristo, crea la Orden de Cristo Crucificado, dirigida por el mismo Sumo Pontífice y, en cada diócesis, por el Obispo, si se incorpora a ella. Los miembros pueden ingresar desde los diecisiete años, vinculados por los votos de pobreza, obediencia y castidad, más la intención peculiar de recibir la corona del martirio con la resolución y el propósito de abrazar los tormentos y la muerte, si se diera la ocasión de sufrirlos por Jesucristo.

Un detalle de misterio: el Señor del Mundo tiene la misma apariencia física que el Papa.

La batalla final, cuando todo el poder del mundo va a destruir, mediante armas de destrucción masiva aerotransportadas, los últimos vestigios de la Iglesia católica, de esa superstición que se opone a la paz, encuentra al Santo Padre reunido con sus cardenales, todos inermes, abandonados por la mayoría de los católicos.

Inermes y rezando.

domingo, noviembre 18, 2007

El rey y Mr. Bean contra el mono cojonudo


He vivido varios años en España y pienso que puedo daros la clave del encontronazo del rey y míster Bean contra el tirano que regenta Venezuela.

Presentemos primero a los personajes.

El Rey don Juan Carlos de Borbón es la cosa que simboliza la unidad de España. Es un señor mayor, que se educó en las sobrias tradiciones monárquicas europeas, que sabe de protocolos, de yates, de galanterías, de altura de miras, de prudencia . . ., en definitiva: ¡de todo lo que necesita saber un rey! A propósito de prudencia, dice el rumor, vox populi, que él tuvo la imprudencia de decirles a los militares, en 1981, ante el desorden político y el avance de ETA, que a ver si tenían cojones, y luego tuvo la prudencia de quitarles el piso a los huevones que se alzaron el 23-F.

Y don Juan Carlos hace siempre lo que quiere y sigue siendo el rey. Por eso, cuando asiste a la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno, todos saben que él es la figura. Lo que haga o diga el rey de España importa más, unas veinte o treinta veces más, que lo que pueda hacer o decir un jefezuelo que dura cuatro, seis o diez años, y luego se va para la casa, y nadie se acuerda de sus brillantes tonterías.

El segundo personaje es de lo más divertido: Mr. Bean en América. El presidente del gobierno español tiene la misma carita simpática de ese comediante inglés, Mr. Bean, que con solamente mover los ojos nos hace partirnos de la risa. Amigos: procurad ver a Mr. Bean y a Rodríguez Zapatero frente a frente y luego me diréis si no son el mismo sujeto. La pregunta del millón de euros, por cierto, es cómo diablos consiguió Mr. Bean que la mayoría de los españoles, que suelen tener un sentido del humor más basto que el inglés, votaran por él. ¡Excelente broma!

El tercero: Hugo Chávez. El gran tirano de Venezuela, que descubrió cómo reírse de los izquierdistas de América y del mundo. Tenemos que reconocer, eso sí, una cosa: él llegó al poder por culpa, en gran medida, de esa oligarquía corrupta que nunca introdujo las reformas necesarias para beneficiar a las masas misérrimas, que luego alimentaron la popularidad del mono. No olvidemos, sin embargo, que don Tirano fue un puro y simple coronel golpista, que intentó derrocar por las armas un gobierno democrático. Si le hubiera salido bien, sería ahora un paria, atacado por la izquierda de todo el mundo.

Pero le salió mal. O quizás le salió todo mejor. Descubrió que con traje de tribuno socialista podía llegar al poder y perpetuarse en él con todo tipo de trucos antidemocráticos, bien atestiguados: prohibición de encuestas independientes, persecución de los enemigos —incluido el asesinato de los opositores más duros—, clausura de medios de comunicación, fraude electoral ante observadores internacionales aliados suyos, un asco infinito . . . Sí, porque su discurso estalinista, castrista, serviría para paralizar la crítica mundial. Y así fue.

El mono venezolano le dijo “¡por qué no te callas!” a todo el mundo, porque se vistió de socialista y revolucionario. Mas, cuando el mono se viste de izquierda, más mono se queda.

Y ahora comprended lo que ha sucedido.

Primero: Chávez hizo lo que sabe hacer mejor que nadie: insultar y robarse la cámara.

Segundo: Rodríguez Zapatero hizo lo que sabe hacer mejor que nadie: el ridículo. Intentó argumentar para moderar a Chávez con un vago discurso sobre el respeto debido a Aznar por haber sido elegido con votos españoles, como si los socialistas en España no hubieran dicho de Aznar cosas mil veces peores que las balbuceadas por el mono.

Tercero: Juan Carlos de Borbón hizo lo que sabe hacer mejor que nadie: abrió la boca. Ahora su frase está a la venta bajo todo tipo de formas, desde nombres de dominio como porquenotecallas.com hasta pegatinas y libros. Da como para planificar sus próximas aperturas de boca, a puertas cerradas, con inversionistas de su círculo íntimo. ¿Qué tal si le espeta, para la próxima cumbre, por ejemplo, a la señora K, algo así como: “¡qué guapa que sos!”? Sus socios, al instante o un poco antes, inscriben queguapaquesos.org y tienen ya en prensas un libro de autoayuda, Qué Guapa Que Sos: Cómo Conquistar los Piropos de Su Rey. Y pegatinas.

Ahora os explico, pacientes lectores, que la salida de madre del rey no es poca cosa. Cuando yo viví en España, mis amigos usaban todo tipo de expresiones malsonantes, de manera cariñosa. Un amigo puede tratarte de “coño”, “maricón”, “cabrón” . . . y hasta de “hijo de puta”. Era famosa la historia de esa madre gitana que se asomó a la puerta de la casa y llamó a su hijo a gritos: “¡Eh, Juanillo, a comer, hijo de puta!”. Y si una cosa cualquiera está muy buena, una película, una comida, lo que sea, dicen que “es de puta madre”.

Increíble, pero cierto.

Lo único que es inequívocamente violento, que no admite interpretaciones, es esto: “¡Por qué no te callas!”.

Así que ese tapaboca hispano puede ser el comienzo del fin de Hugo Chávez. Ahora podemos esperar cualquier cosa: que se suicide, que alguno de sus generales —o todos— se rebelen en su contra, que algún francotirador cometa tiranicidio, que su misma enfermedad mental —es un genio de la política, pero está desequilibrado— lo reviente de una vez por todas.

O puede que no. También puede ser que la voz del rey lo convierta en marca registrada. Así pasó en Navarra, hace años, cuando el rey, de visita, fue obsequiado con un plato de espárragos. Y el rey exclamó alborozado: “los espárragos . . . ¡cojonudos!”. Del dicho al hecho, en este caso, poco trecho: Ahora se venden bajo esa nueva marca. Y Chávez puede terminar siendo, por la tolerancia de los buenos, un mono cojonudo, dueño y señor de su palabra.

miércoles, noviembre 14, 2007

Un coloquio con Agustín Squella

El coloquio de presentación de mi libro salió muy bien. El objetivo principal para mí era que fuese un coloquio suelto en el que mi invitado, el profesor Agustín Squella, se sintiera muy a gusto. Y que el público también lo pasara de lo mejor.

Algunos estudiantes me dijeron, a la salida, que esperaban que yo hablara más tiempo y que diera mis argumentos sobre los diversos temas polémicos que aparecieron. Piensen ustedes que Agustín recorrió desde el poder del Vaticano hasta la píldora del día después, pasando por lo malo que es George Bush . . .

Pero yo les había dicho, a los que me habían preguntado ya antes del acto, y lo reiteré después a quienes se lamentaban por la brevedad de mis intervenciones, que mi intención no era intervenir en un debate -por eso lo denominé sencillamente "coloquio"-, sino ser un anfitrión de un colega y amigo, a quien me pareció de elemental elegancia conceder el rol protagónico.

Así que no tenía mucho sentido alargar el encuentro -ya eran como las 9 p.m.- solamente para que yo me diera el gusto de recorrer cada uno de esos temas. Cosa distinta sería sostener un verdadero debate.

Así que le estoy muy agradecido a Agustín por haberle dado realce al evento.

Además, me gustó mucho una de las cosas que afirmó: su idea sobre el pluralismo obligado de las universidades estatales. La libertad de enseñanza exige admitir la pluralidad de orientaciones entre las universidades no estatales, pero es obligado preservar el pluralismo al interior de las universidades estatales. Estoy 100% de acuerdo con eso y coincide con mi adopción de la tesis de Alasdair MacIntyre sobre el futuro de las universidades y de la investigación en filosofía práctica. Si ese ideal se consiguiera, habría más profesores que defendieran el derecho natural y la visión cristiana de la vida en las universidades estatales. Y habría más debate en ellas.




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viernes, noviembre 09, 2007

Otro libro, pero ahora en serio


Estimados amigos de la blogoesfera:

Os invito cordialmente a un diálogo entre colegas y amigos —el profesor Agustín Squella y yo— a propósito de un libro publicado a fines de 2005, que no pudimos presentar porque regresé de Alemania recién antes de la pasada Navidad.

El coloquio está abierto a todos los interesados en una conversación amistosa sobre este tipo de cuestiones abstractas de filosofía del derecho.

Les copio la invitación oficial.





Hernán Corral Talciani
Decano
Facultad de Derecho

tiene el agrado de invitar a usted a la presentación del libro

Analítica del derecho justo.
La crisis del positivismo y la crítica del derecho natural,

publicado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas
de la Universidad Autónoma de México, y cuyo autor es
el profesor de Filosofía del Derecho y Derecho Natural
de la Universidad de los Andes,

Cristóbal Orrego Sánchez.

La obra será presentada por medio de un coloquio sobre

“Positivismo jurídico y teoría del derecho natural”,

sostenido entre el autor del libro y el profesor

Agustín Squella Narducci,

Catedrático de Filosofía del Derecho
de las Facultades de Derecho
de las Universidades de Valparaíso y Diego Portales.

El acto tendrá lugar el día
martes 13 de noviembre de 2007 a las 19:30 horas
en el auditorio D del edificio Biblioteca.
(Av. San Carlos de Apoquindo 2.200, Las Condes)

Se ofrecerá un vino de honor.


Santiago, octubre de 2007


S.R.C.: 4129204
E-mail: tsimonetti@uandes.cl



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