Las injusticias de la gran ciudad
El hombre es el animal político y el animal racional. Un animal, un organismo viviente y sensitivo, ordenado a crecer y finalmente a morir, carente de autonomía individual, solamente puede sobrevivir en el contexto del bien de su especie. Si ese animal se torna racional, si pierde la determinación instintiva hacia la acción debida, la condición para sobrevivir es que se construya una sociedad de relaciones estables allende el instinto. Más allá de sobrevivir y de reproducir los rasgos biológicos de la especie, los animales racionales aspiran a bienes inteligibles, que pueden crecer indefinidamente. En consecuencia, como dice Aristóteles, no solamente desean vivir, sino vivir bien.
Vivir bien es superar las condiciones biológicas de vida mediante la creación de un mundo estable de naturaleza ética, es decir, enraizado en costumbres que no derivan del instinto ni de la programación genética. Ese mundo se crea mediante el lenguaje, los compromisos, las reglas de conducta, la creación de lo que supera el antecedente animal de la especie y lleva a los miembros, por así decir, más allá de lo que ellos mismos podrían llegar en cuanto meros reproductores del patrimonio recibido.
El hombre es animal político porque es racional. Su razón lo impulsa, más que el instinto, a vivir en formas de asociación cada vez más complejas. Aristóteles, en el segundo libro de su Política, explica que el hombre es un animal político de una manera cualitativamente distinta a la de las abejas y otros animales gregarios. Para mostrarlo observa que los animales brutos emiten sonidos como expresión de sensaciones, especialmente de las más básicas, que son el dolor y el placer. En cambio, el animal racional está dotado de lenguaje, que es apto para expresar lo útil y lo nocivo y lo justo y lo injusto. El hombre solo tiene un sentido del bien y del mal, de lo justo y lo injusto. La asociación de los seres vivos que tienen este sentido puede constituir una familia y una comunidad política.
En consecuencia, aunque la fundación de la ciudad sea un logro de la humanidad, a esa forma de asociación tiende la naturaleza en cuanto que en ella se encuentra la razón como fuente de la justicia.
Fuera de los parámetros de lo justo, el ser humano es, como suele decirse, un antisocial. Aristóteles dice, más lapidariamente, que, separado de la ley y de la justicia, él es el peor de todos los animales, el más glotón y licencioso.
La justicia, en cambio, es el vínculo de unión de los hombres en la comunidad.
Me perdonarán los lectores esta consideración tan seria, pero me parece necesaria para enmarcar una enumeración de algunas de las actuales injusticias en la ciudad. No está en juego una cuestión meramente organizativa, sino la misma preservación de la humanidad en el interior de sus ciudades. La misma posibilidad de distinguir la vida buena, a la que aspiramos todos, de una vida animal bruta, pasa por advertir y combatir las injusticias de la ciudad, que resultan invisibles para tantos, quizás porque viven como brutos, a pesar de las riquezas de algunos.
Me limito a un elenco de algunas de las principales injusticias en la ciudad contemporánea, pero omito —naturalmente— las más graves cuando no tienen nada que ver con la forma de la ciudad, sino que son las perennes injusticias humanas: los homicidios, los robos, los adulterios, los perjurios. Me refiero a las injusticias que hemos creado por no someter las ciudades y nuestras formas básicas de convivencia en la ciudad a unos parámetros de razonabilidad práctica, ética, sino, más bien, a las exigencias de alguna racionalidad técnica o ideológica privada de toda conexión con la justicia.
Las injusticias de la gran ciudad actual son, por lo menos, las siguientes:
1) La segregación espacial entre ricos y pobres, causada por las condiciones de comercio del suelo y por las políticas de tributación del patrimonio inmobiliario. En definitiva, los pobres y los ricos no pueden vivir en lugares cercanos.
2) Los pobres deben perder su tiempo y su salud en madrugar para llegar a sus trabajos, y luego deben acostarse muy tarde. En efecto, la segregación les impide vivir cerca de donde trabajan.
3) La armonía y la belleza de las ciudades, casi los únicos bienes comunes que pueden ser gozados por todos —ricos y pobres—, se sacrifican, en mayor o menor medida, a algunas exigencias del mercado: demoliciones para construir en altura, uso del espacio público para la publicidad —es decir, para el lucro privado—, construcciones cuya arquitectura desdice del carácter de un barrio.
4) La tensión progresiva en la vida de los ciudadanos, con un notorio aumento de los trastornos psiquiátricos —al menos, en comparación con pueblos o ciudades pequeñas, y con el campo—, que se debe a los mayores niveles de movilidad, actividad, ruido y contaminación de diversos tipos.
5) La invisibilidad del mal y del sufrimiento, pues la gran ciudad permite que la vida de los no afectados transcurra al margen de esos inconvenientes.
6) La droga, la violencia, el desenfreno y la inmoralidad pública, encuentran refugios y condiciones óptimas para su cultivo, porque la ciudad es demasiado grande, impersonal, masificada.
7) El engaño de las masas, debido a que la realidad social de la misma sociedad, de la ciudad en que se vive, puede conocerse solamente mediada por los medios de comunicación y, por tanto, modelada por quienes los controlan directa o indirectamente. La mediación de la síntesis noticiosa, de la imagen construida y de las voces oficiales, sustituye el testimonio directo y la transmisión oral de las noticias, con el efecto de que lo construido por los medios parece más real y seguro que el rumor de los pueblos pequeños; pero la verdad es al revés.
8) El consumismo, que se fomenta más en las grandes ciudades, que conlleva el sobreendeudamiento, el exceso de bienes, y la disminución de las obras de caridad.
Se me escapan otras injusticias porque la ciudad las esconde más.
Hablo desde São Paulo, Brasil. Todo lo que elenca Cristóbal sucede en las grandes ciudades de aquí también, sobre todo en São Paulo. Sin embargo, Rio de Janeiro tiene una peculiaridad: pobres y ricos viven geográficamente mezclados, ya que buena parte de los cerros de la ciudad han sido ocupados por los primeros (son las denominadas "favelas"). Eso ya fue un factor de integración de la ciudad, pero desde los 70 viene siendo causa de violenta desagregación, a raíz del gran poder y de los tremendos actos de delincuencia de los bandos de narcotraficantes, cuyos "headquarters" están en las "favelas". De otra parte, el consumo de estupefacientes por los ricos y gente de la clase media es asustadoramente grande. En fin, un muy lamentable círculo vicioso, que ha hecho con que la majestuosa "Cidade Maravilhosa" se haya vuelto un ejemplar del mítico estado de naturaleza hobbesiano.
ResponderBorrarCristóbal:
ResponderBorrarEn el punto 3 del elenco, te refieres a un problema que me viene dando vueltas hace rato. Me refiero a la des-arquitectura y la publicidad urbana. Creo que este es un buen lugar para explicar mi propia idea para una solución.
Así como existe la declaración de interdicción por causa de demencia y disipación para algunos de los gobernados que caen en dichas desgracias, debería instituirse la que he llamado "interdicción urbana".
Me explico: un grupo de urbanistas de reconocido prestigio podrían formar parte de una comisión de defensa a la ciudad (o, al menos, de su patrimonio arquitectónico). No he dicho, como Michelle, "formaremos una comisión", sino que se trata de un verdadero Tribunal.
Ete órgano contaría con imperio; sus facultades deben ir desde el veto a determinadas obras en las cuales los Directors de obras deben pedir su parecer, hasta la facultad de declarar a un determinado arquitecto, proyectista, publicista, (o a un director de obras) interdicto, o sea, impedido para ejecutar otras obras similares en la ciudad, o en algún lugar, por un tiempo determinado. El afectado puede recurrir de la determinación, o recuperar la "lucidez" acreditando su arrepentimiento de alguna forma que todavía no se me ocurre.
Creo que encontraré dificultades en la constitucionalidad de mi idea pero, en fin!. La Constitución de 2000 firmada por don Papi Ricky admite excepciones.
Saludos Marcelo N.
Marcelo: por la razón o la fuerza, me suena conocido; el problema es el de siempre: los expertos son nombrados por idiotas.
ResponderBorrarNo va a resultar.
bueno, muy bueno, gracias!
ResponderBorrarInsisto, teóricamente me parecen excelentes los argumentos por ti planteados y que supongo representan un porcentaje del pensar de alguna población. El punto central es qué haces tú para disminuir esas brechas de diferencia, que hace la gente que piensa como tú para disminuir esas enormes diferencias.
ResponderBorrarMe preocupa que leyendo a muchos que saben “Pa’ donde va la micro”, esperan que alguien más lo lleve o haga el recorrido, ¿Por qué?, ¿Se puede aterrizar el discurso?, ¿Qué haces tú o tus pares para cambiar esta realidad?.
Ejemplos míos:
Por el tema del calentamiento global: Me doy duchas responsables, riego de noche para mantener la humedad de las plantas, trato de distribuir bien la ropa sucia para utilizar menos veces la lavadora.
Segregación espacial. Vivo en una comuna popular, me desplazo en locomoción colectiva, exijo igualdad de atención y dedicación de los servicios públicos y privados, tal como lo harían si viviera en Vitacura o más arriba.
Etc.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarDoña Jota:
ResponderBorrarSu crítica, créame, es en extremo injusta.
Al árbol hay que plantarlo, no sólo regarlo.
Saludos,
Alberto González V.
Cristián: deberías tener un blog!
ResponderBorrarNo te animas? Es muy fácil! Y hacen falta buenos blogs desde Temuco!
Entre paréntesis, una buena parte de la gente -chilenos o alemanes- que vuelven a cl, se va a Temuco. Debe ser por algo...
Dos veces estuve en Temuco y me pareció que -descontando el frrrrrrío- es una ciudad con gran calidad de vida. Bueno, ahora debe estar mejor, porque estuve hace mucho tiempo de visita.
J no hace crítica, a mi modo de ver, sólo preguntó por medidas prácticas posibles...
Sls!
Cristóbal, a mi parecer, tu planteamiento tiene un error de base, que impide aceptar las consecuencias que se derivan de tu tesis. Esta sería la siguiente: el ser humano es un ser racional, lo que significa que está por sobre el instinto (más bien contra él), y de su naturaleza racional, crea una sociedad ética.
ResponderBorrarDices que el instinto es algo que hay que dejar de lado, y que una sociedad que pierda sus instintos, se caracterizará por sus relaciones estables. Esa es una afirmación que empíricamente no puede ser demostrada. Para afirmar algo así, hay que moverse en el ámbito de las suposiciones o creencias. ¿Cómo puedes afirmar que los instintos son malos, y que hay que evitarlos? Eso es contradecir nuestra naturaleza. Y ojo, ese no es un pecado, porque nadie te va a castigar por eso. Sí, sin ninguna duda, algo va a empezar a fallar en tu vida, y las cosas te van a costar. Vas a sufrir inevitablemente, porque hacia donde tu instinto te dirige, tus ideas de las cosas te alejarán y llevarán a un mundo falso. ¿Cómo podrías relacionarte bien si has perdido tu instinto de relación, por ejemplo? ¿Cómo podrías conservarte bien tú y la especie humana si falla tu instinto de conservación?
El problema, claro, es que existe un prejuicio e ignorancia tremenda acerca de qué son los instintos. Lógico, porque ese mundo “racionalizado” indica que la razón es lo superior (o más bien la “idea” que se tenga de razón, para usar con propiedad conceptos platónicos). Obvio, si tu instinto, o el mío, está tan tapado que nunca se ha podido experimentar lo que él nos indica, sólo sabremos de él, lo que nuestra razón nos indica. Y qué nos dice esta “razón”: que es malo, que es pecado, que andaríamos teniendo sexo en las calles, que andaríamos matando, etc. Todas estas son puras monstruosidades, porque somos nosotros con nuestros prejuicios los que imaginamos estas cosas. La naturaleza humana es un diseño perfecto, ya que todo en la naturaleza (es decir, todo lo que tiene una existencia real) posee una estructura perfecta, porque está precisamente diseñada para un objetivo determinado, que a su vez está en armonía con todo lo creado. Esta es pura lógica. Pero, si tu piensas que el instinto es un falla, entonces afirmas que hay una contradicción en la naturaleza, y que tus pensamientos, o tus creencias, o las de millones si quieres, son las correctas. Dirás: “Yo estoy en lo correcto, la naturaleza biológica del ser humano debe ser superada.”
Estimada J.,
ResponderBorrarNo puedo ponerme de ejemplo de nada.
Cristóbal, definitivamente, aquí yo veo algo serio. Considero que tu base para conversar, se encuentra en entredicho. Tú podrás decir, “oye, pero es que acá no estamos hablando de eso, sino que de las injusticias…” Pero es que no has validado los principios conforme a los cuales planteas tus tesis.
ResponderBorrarViertes una serie de conceptos, como que el hombre es un ser racional y que por lo mismo tiene que superar su aspecto instintivo. Eso sería vivir bien –eso diría Aristóteles, según tú-. Y quiero ser bien directo. ¿Tú vives bien? ¿Qué es vivir bien para ti? Y me parece muy atingente la pregunta, y nada de impertinente, porque si tú nos planteas la teoría que viviendo de acuerdo a lo que consideras razonable –tu esquema de valores- vamos a ser felices –me atrevo a pensar que eso sería vivir bien, salvo que pienses algo distinto-, eso sería consecuente. Algo así como decir, creanme, que a mí me ha resultado. Yo soy feliz viviendo así.
No obstante, creo que eso no es lo que ocurre. En varias de tus intervenciones has conminado a tus lectores a que vivan una vida dura, que la felicidad no existe, que el mundo está lleno de mentirosos que prometen cosas falsas, que hay verdades fuertes, que las virtudes no dan la felicidad, etc. Ese es un lenguaje de pesimismo, de desilusión, y no creo que tenga algo que ver con “vivir bien”.
En buenas cuentas quiero saber, ¿esto de vivir bien es una experiencia que has tenido, o se trata de una teoría, es decir, algo que tú crees? Y si has tenido la experiencia, ¿por qué nos dices que la felicidad es una ilusión, que la vida es de carne y hueso y sangre? ¿Ese es el vivir bien que pregonas? Sin responder estas preguntas, creo que vamos a seguir en las teorías de siempre.
catrina
¿Cuáles son las estructuras que nos llevan a estas injusticias? ¿Cómo algunos pretenden que existiendo tales injusticias, otros quieran proteger la ciudad, la comunidad, el Estado?
ResponderBorrar¿Es válido respetar una construcción discursiva que genera una realidad injusta?
Hay un lógica de dominación, establecida por un hegemonía egoísta, que se materializada en la disgregación de la ciudad. Esa lógica va más allá de los gobernantes de turno, pues se impone sobre ellos, y los somete, define el carácter de la propiedad y también del poder...¿Sabemos cuál es esa lógica?
Saludos
Profesor Orrego. Una Pregunta. ¿Quien determina lo que es justo o bueno? Se me viene a la cabeza la alegoría de la caverna de Platón. Afuera de la caverna están los sabios, que con gran esfuerzo enfrenatn la luz del conocimiento y develan el ser y la esencia de las cosas, y son por ende aquellos llamados a gobernar (los poetas a la calle).
ResponderBorrarSin embargo, estos sabios no tiene contacto con lo contigente, lo sensible y lo sensual (lo humano), por estar fuera de la caverna. ¿Como sabemos que es justo o bueno, si basamos nuestras proposiciones simplemente en principios estáticos e inmutables? Lo justo o bueno (seudo proposiciones), son fundamentales para crear convicciones que nos dan carácter, pero no residan fuera de los consensos. La intersubjetividad humana ha logrado de alguna forma que lo justo se vuelva más objetivo dentro de comunidades de distinciones, como por ejemplo con los derechos humanos. Axiomas como hacer el bien y evitar el mal, si bien son proposiones con sentido, tampoco responden mi pregunta, ya que el mal y el bien, no pueden ser definidos por nuestro lenguaje descriptivo.
Muy bueno su blog y sus columnas en el mercurio.
Saludos cordiales,
Rafael Pastor
Lo invito a comentar en http://teoriaspoliticasparalatinoamerica.blogspot.com/
ResponderBorrarEstimado Rafael: la tentación del escepticismo termina por corromperlo todo. Te recomiendo leer un libro genial de Christopher Derrick: "Huid del Escepticismo". Y otro de Joaquín García-Huidobro: "El anillo de Giges".
ResponderBorrarEn este espacio no puedo resolver un problema personal tan serio. Te invito a meditar sobre tu propia experiencia del bien y del mal, y también, al menos, sobre la contraposición entre las grandes obras buenas de algunos héroes y santos y los grandes crímenes de otros seres humanos.
Profesor Orrego:
ResponderBorrarGracias por sus recomendaciones. Pero yo no soy un escéptico, y muy por el contrario creo mucho en las convicciones, pero no en su imposición por un criterio de verdad.
Nuestra tradición metafísica nos ha impuesto el criterio de verdad que llega envuelta la condición de la obediencia. Si yo me arrogo la verdad lo que hago en el fondo es imponérsela a otros, y al hacer eso de alguna forma no reconozco en ellos la legitimidad de sus distinciones propias. Hay una cita que me conmueve mucho escrita por Berlin, en su libro Cuatro Ensayos sobre la Libertad, que me representa mucho, y que se lee de la siguiente forma:
"To realise the relative validity of one's convictions, said an admirable writer of our time, and yet stand for them unflinchingly, is what distinguishes a civilised man from a barbarian. To demand more than this is perhaps a deep and incurable metaphysical need; but to allow it to determine one's practice is a sympton of an equally deep, and more dangerous, moral and political immaturity".
Yo respeto mucho a la Universidad de los Andes, justamente por que tiene profundas convicciones, y eso tiene mucho valor. También reconozco que otras universidades de izquierda imponen su relativismo, declarando que no lo hacen (que son pluralistas), siendo militantes absolutamente.
Lo que me preocupa es que sin bien, imponer a otros verdades metafísicas o imperativos deontológicos inmutables es algo extremadamente humano, a su vez, como dice Berlin, es también una inmadurez política. Las mayores atrocidades del mundo han sido cometidas por defender alguna verdad absoluta. ¿No le parece que es tiempo para pensamientos más débiles? Para verdades más consensúales. Para mi vivir bien, es estar más cerca de la hospitalidad de la Tolerancia que Humberto Giannini viene sosteniendo, que respecto de un mundo establecido únicamente por dualismos ontológicos.
Espero poder seguir discutiendo con usted. Yo soy abogado y hago clases en la Universidad del Desarrollo.
Saludos
Rafael
Estimado Rafael:
ResponderBorrarDices: "Las mayores atrocidades del mundo han sido cometidas por defender alguna verdad absoluta".
Ahora te recomiendo la lectura de Arendt, "Los orígenes del totalitarismo", para que veas que los totalitarios tenían una completa falta de respeto por la verdad, no creían en ninguna verdad absoluta.
En fin, el pensamiento débil no podrá evadir la necesidad de distinguir entre qué verdades se dejan sin imponer (que cada cuál haga lo que quiera) y cuáles "se imponen" (se prohíbe obrar conforme a la creencia contraria). Lo hacen todos los ordenamientos jurídicos del mundo, de manera que la cháchara sobre la tolerancia de todas las verdades me parece mera incoherencia.
Profesor Orrego:
ResponderBorrarMás que hablar de que debemos tolerar todas las verdades, me parece más apropiado señalar que las verdades absolutos trascendentales no son más que juicios, que han encontrado fundamento y validez en los círculos lingüísticos consensúales (en la tradición).
Es justamente en la adecuación del juicio a la distinción consensual en donde encontramos el fundamento y validez de estas proposiciones, estéticas, valóricas y deontológicas, no fuera de ellas.
Las virtudes no existen inmutablemente fuera del lenguaje, como fines a las que debemos estar inclinados naturalmente. Un acto no es malo intrínsecamente, sino por que ha sido declarado como no bondadoso por una comunidad. Ahora, que las convicciones sean una necesidad metafísica y algo tremendamente humana, me parecer una verdad del porte de una catedral.
Mantengamos este diálogo, esta muy bueno.
Profesor Orrego:
ResponderBorrarMás que hablar de que debemos tolerar todas las verdades, me parece más apropiado señalar que las verdades absolutos trascendentales no son más que juicios, que han encontrado fundamento y validez en los círculos lingüísticos consensúales (en la tradición).
Es justamente en la adecuación del juicio a la distinción consensual en donde encontramos el fundamento y validez de estas proposiciones, estéticas, valóricas y deontológicas, no fuera de ellas.
Las virtudes no existen inmutablemente fuera del lenguaje, como fines a las que debemos estar inclinados naturalmente. Un acto no es malo intrínsecamente, sino por que ha sido declarado como no bondadoso por una comunidad. Ahora, que las convicciones sean una necesidad metafísica y algo tremendamente humana, me parecer una verdad del porte de una catedral.
Mantengamos este diálogo, esta muy bueno.
Estimado Rafael: use usted el lenguaje consensual que quiera, la teoría que quiera, pero no podrá evadir el problema de discriminar entre lo que se tolerará (¿abortar niños de tres meses, exterminar judíos, esclavizar negros?) y lo que se perseguirá. Todos los consensos pueden cambiar, como demuestra la historia, y cada uno debe enfrentar el dilema ético de si hay o no algo que debamos sustraer al consenso.
ResponderBorrarEl diálogo racional, por ejemplo, ¿vale solamente porque hemos consensuado que valga, o llegamos a ese consenso tras un esfuerzo de discernimiento de su valor objetivo?