Una respuesta a Agustín Squella
La decadencia el progresismo
Mi colega y amigo Agustín Squella nos ha dado una lección en el género de la diatriba con su columna “Conservadores a la defensiva” (El Mercurio, viernes 13 de abril). Nos ha echado el sermón antes: los “conservadores” se han opuesto a todos los cambios liberales desde el siglo XIX —desde la ley de matrimonio civil hasta el “matrimonio” entre homosexuales, pasando por el voto femenino—; han sido derrotados siempre; han pronosticado unas “tinieblas morales” que jamás han sido, y, en fin, sus descendientes se avergüenzan de haberse resistido, pero no aprenden la lección: aceptar el aborto, la eutanasia, la adopción de niños por homosexuales . . .
Su relato es parcial y sesgado. Los “progresistas” pujaron por otros “progresos” que fracasaron, como el mejoramiento de las razas y el establecimiento de los regímenes inspirados en el “socialismo científico”. Está históricamente comprobado que las ideologías totalitarias nacieron de la matriz progresista: del marxismo, que hoy renace de sus cenizas con el mismo odio, y del racismo científico, eugenésico, que propugnaba el aborto y la eutanasia de los inferiores, ya en Estados Unidos antes de dar el salto a Alemania. Según los esquemas mentales del profesor Squella, los cristianos no debieran haber resistido.
Es el truco más fácil del progresismo: hacer creer que “todo va para allá y no hay nada que hacer al respecto”. Esa sensación de determinismo histórico, que tanto paraliza, ha sido desmentida cien veces por la historia. Hombres singulares, decididos, han cambiado el curso de los acontecimientos. Así cayeron los muros del totalitarismo. Así fueron derrotados los anticlericales que persiguieron a los católicos en España y México, con sus “progresistas” despojos de bienes, quemas de iglesias y martirios en serie. Así se fue implantando una parte espectacular de la doctrina social cristiana, contra el viento del socialismo y la marea del liberalismo. Basta pensar que el principio de subsidiariedad es un pilar de muchas constituciones y que las leyes de la economía y el trabajo responden más a esa inspiración cristiana que a las utopías progresistas de antaño. Así fue como, en casi todos los temas, los cristianos fueron protagonistas de los tiempos nuevos y les dieron su impronta humana.
No obstante, tiene razón Agustín Squella en que los católicos hemos sido derrotados en algunos de los temas que menciona. No fue así, por cierto, en el caso del voto femenino, al que se opusieron los anticlericales como él por obvias razones estratégicas. La derrota no equivale, sin embargo, a no llevar razón. Yo sigo pensando, como el Padre Hurtado, que la ley de matrimonio civil fue “uno de los mayores atentados contra la patria”. Curiosamente, fue una imposición totalmente contraria a la libertad, que iba unida a ese ignominioso castigo anticlerical por casarse religiosamente sin contraer matrimonio civil.
Mi estimado colega no advierte, en fin, que las profecías de desgracias morales se han cumplido todas: indiferentismo religioso y relativismo moral entre los mismos católicos (incluso en la U.C., a vista y paciencia de sus pastores); una inmoralidad pública y privada que horrorizaría a cualquier liberal del XIX (¿o acaso Kant aprobaba la sodomía?); disolución de la familia (aumento exponencial de separaciones, 2/3 de niños nacidos fuera del matrimonio, cifras grotescas de promiscuidad adolescente); un consumismo prácticamente sin frenos, también entre familias piadosas . . . Quizás el síntoma más preocupante de la decadencia es que personas decentes y perspicaces opinan que en estos temas no ha pasado nada malo y que lo mejor estaría por venir: entregarles los niños a desequilibrados sexuales y permitir que las mamás maten a sus hijos para gozar de su cuota de “autonomía sexual”.
Cristóbal Orrego Sánchez
Profesor de Filosofía del Derecho
Pontificia Universidad Católica de Chile
No hay comentarios.:
Publicar un comentario