Posteos del Día
Casarse no es un derecho universal, nunca
lo ha sido. Los menores de edad -esos que tienen derecho a una
educación de calidad- no tienen derecho a contraer matrimonio y eso no
es discriminación arbitraria.
Las sociedades se toman muy en serio el matrimonio y ponen
restricciones porque de él nacen los hijos. Los niños son la siguiente
generación, la que dará continuidad a la comunidad. A la generación
futura, que sólo puede venir de la unión entre hombre y mujer, hay que
protegerla. Aunque este tipo uniones haya variado en el tiempo, la
experiencia acumulada de la especie muestra que el ambiente más propicio
para que crezcan los niños es el que resulta de la unión estable y
exclusiva de sus padres.
Es por eso que el Estado da a la unión entre hombre y mujer un
reconocimiento especial. No es una unión cualquiera, sino una con
efectos públicos, de los cuales depende la supervivencia de la sociedad.
Engendrar y criar a los nuevos ciudadanos es algo que ninguna otra
institución puede hacer. Es una tarea crucial, de largo aliento y nada
de fácil; le corresponde, por tanto, algún reconocimiento público.
Si se niega, como lo hizo el voto disidente del Tribunal
Constitucional, que el matrimonio sea para los hijos, habrá que
preguntarse qué es lo esencial. El afecto, dicen algunos, pero no se ha
examinado lo que implica. ¿Habría alguna razón de peso para prohibir la
poligamia y el matrimonio entre consanguíneos si el afecto fuera lo
constitutivo del matrimonio? La sociedad siempre ha reconocido múltiples
y variadas relaciones de afecto (amistad, relación maestro-discípulo,
etc.), pero hasta ahora no ha visto la necesidad de que sean reguladas
por el Estado. ¿De dónde viene este afán? Sólo se regulan las uniones de
quienes pueden o podrían tener hijos por la importancia que esto tiene.
Así como no es discriminación arbitraria el que no se puedan casar
menores de edad, consanguíneos o tríos de personas, porque ese tipo de
unión iría en detrimento de los hijos, tampoco lo es el que no se puedan
casar dos personas del mismo sexo, ya que por naturaleza no pueden
tener descendencia y eso hace que esa unión sea radicalmente distinta de
lo que es el matrimonio.
Por lo demás, los homosexuales en Chile no sufren discriminación
legal: pueden organizarse, formar asociaciones, publicar sus escritos,
manifestarse en la calle, etc. Lo que se busca realmente al intentar
legalizar las uniones entre personas del mismo sexo es algo que
tendríamos que preguntárselo a Freud.
(*) Texto publicado en El Sur, de Concepción.