¿Qué nos cabe esperar?
Calma, ¡que no cunda el pánico!
No vamos a airear el fantasma de Immanuel Kant, quien resumía los intereses de la filosofía en tres preguntas: ¿qué puedo saber?, a la que responde la metafísica; ¿qué debo hacer?, a la que contesta la ética, y ¿qué me cabe esperar?, de la que se ocupa la religión. Las tres pueden reducirse a una sola —continuaba Kant—: ¿qué es el hombre?
No, no vamos a ir tan a fondo. Nos preocupa ahora solamente qué nos cabe esperar del gobierno de Michelle Bachelet.
No puedo responder la pregunta “¿qué puedo saber?”; pero sí sé lo que no puedo saber: el futuro. Si alguno de los que ansiosamente esperaban llegar a este capítulo pensó encontrarse con una gitana leyéndole las manos o con un brujo clavado en su bola de cristal, lamento desilusionarlo.
Sucede que todavía tengo grabada en mi memoria la audacia de un famoso comentarista internacional, quien pronosticó no recuerdo bien qué cosa —quizás el resultado de una elección presidencial en Estados Unidos— apoyándose en que todas, todas las señales sin excepción, y por un amplísimo margen, lo daban por seguro. A la semana siguiente, nuestro prestigioso periodista tuvo que ponerse rojo ante las cámaras, con una honestidad y sencillez que hablaban mejor de él que lo que pudiera afectarle un pequeño traspié. Nos contó que uno de sus grandes maestros de periodismo les había encarecido enérgicamente: ¡nunca intenten predecir el futuro!, ¡jamás den un pronóstico!
Desde entonces, jamás he intentado predecir el futuro y no lo haré nunca.
En consecuencia, con Kant me ocupo ahora solamente de lo que podemos esperar de Michelle. Esperar no es saber, no es predecir. Yo espero salvar mi alma, pero no me atrevo a predecirlo. Yo espero que el conflicto entre Chile y Bolivia se resuelva con una salida al mar, aceptable para los tres países que tienen algo que decir; pero no me atrevo a predecirlo.
Esperar es un acto con múltiples modos, infinitos sentidos y matices.
Esperar es, en primer lugar, pensar que es posible un hecho futuro si se dan ciertas condiciones presentes, por las que debemos luchar. En este sentido se esperan cosas buenas, como las espero yo de los próximos cuatro años.
Espero, por ejemplo, que se note el perfume de mujer. Soy un convencido de que la política racionalista —tantas veces cargada de trapisondas y hasta de violencia—, que domina el mundo desde que dejó de haber reinas —con poder, quiero decir—, necesita urgentemente una inyección de femineidad, de esa otra mitad del ser humano que tiene el alma más abierta a las necesidades concretas de las personas, que es más fuerte ante el sufrimiento físico y moral, que sabe intuir mejor los valores estéticos —el mercado y la política viril los captan solamente de lado, cuando producen dinero o dominación—, que podría advertir —quizás mejor que los varones— la crisis contemporánea de la paternidad y comenzar a sugerir algún remedio.
No espero nada bueno de Michelle Bachelet por ser socialista, pues el socialismo ha causado estragos en todas partes; pero pongo un poco de mis esperanzas en que ella es mujer, y no dejó de serlo ante las tentaciones próximas —técnicas, retóricas— de hacerse más agresiva, asertiva, individualista. La tan anhelada reconciliación nacional, amagada durante todos los gobiernos precedentes por las exigencias de una política técnicamente racional —los dividendos fáciles del odio y de la venganza—, puede ser más fácilmente promovida por un régimen con más mujeres, aunque se les asignen solamente la mitad de los cargos superiores. La unidad tras objetivos compartidos de bien común—como muchos de los que figuran en los dos programas de gobierno— puede ser adquirida más fácilmente por quien ha surgido como líder gracias al apoyo popular y no a una fantástica máquina política (ésta fue necesaria, naturalmente, para ganar las elecciones).
También espero que el sistema político y social se mantenga bien ordenado, con una economía dirigida según las líneas neoliberales que ya nos son familiares, sin perjuicio de los consabidos tributos periódicos que debemos pagar al socialismo: un recorte por aquí, otro por allá. Si hubiese todavía más libertad —ordenada, sin libertinaje—, la economía y la sociedad civil serían todavía más pujantes. Sin embargo, con lo que hay podemos estar tranquilos. No olvidemos que, en esta materia, la derecha ya ganó la batalla histórica y no es posible una súbita vuelta atrás.
Todas estas esperanzas buenas se fundan en condiciones presentes y realistas, pero requieren lucha y compromiso de parte de las personas más sensatas en el gobierno. Yo espero: no profetizo.
Esperar, no obstante, también puede significar solamente aguardar a que algo suceda, estar ahí donde se supone que ha de ocurrir algo, no necesariamente bueno. Así esperamos la llegada del invierno, aunque nos gustaría vivir siempre en primavera. Así esperamos la muerte, que a todos nos afecta poco a poco y, de repente, cuando creíamos que todavía teníamos tiempo, toda entera. En este sentido, también espero lo que no celebro.
Estoy a la espera de que continúe la imperturbable política de persecución a todo lo relacionado con el gobierno militar: la familia de Pinochet, los militares de la época, los colaboradores civiles . . ., ¡todos los que amenacen el poder de la Concertación! No me extrañaría que se creara todavía una tercera comisión, so pretexto de reconciliación, pero que realmente sirviese para terminar de aplastar cualquier vestigio de reconocimiento de la historia verdadera sobre la crisis política en Chile. ¿Qué tal una Comisión para la Reconciliación Civil en Chile? Su finalidad, naturalmente, sería rescatar la verdad sobre la cooperación de los civiles con la dictadura, para, después de conocer la verdad, ofrecerles el perdón, siempre que se arrepientan y lo pidan.
De manera semejante, cabe esperar que los enclaves estalinianos de la Concertación y la internacional progresista sigan causando daño en el campo moral, cultural, familiar y religioso, de la manera que explicaré en el próximo capítulo.