Octavos de final
Historia magistra vitae, experientia mater scientiarum, futbol pater sensus communis.
La historia es la maestra de la vida, una verdad que todavía no aprendemos a pesar de habérsenos enseñado con fórmulas diversas, como esa de que quien olvida sus errores está condenado a repetirlos o que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
La experiencia es la madre de las ciencias, a veces, por cierto, con el método de ensayo y error, pero dejando de lado los errores. . . No así los pseudocientíficos que nos tienen acostumbrados al método de error y ensayo, donde de las malas experiencias no emergen las ciencias sino la reiteración ideológica de los errores.
¿Cómo salir de ese profundo hoyo en que nos hundimos cuando una ideología nos impulsa a repetir, una y otra vez, las malas experiencias mil veces refutadas por la vida de quienes han sido felices, por el verdadero conocimiento científico y por la historia de la humanidad? ¿Cómo liberarnos de la propaganda que domina impunemente a la opinión pública, que le hace creer que progresamos cuando en realidad nos abraza cada vez más fuertemente la barbarie?
Futbol pater sensus communis!: he aquí la solución. El fútbol es el padre del sentido común.
Yo me conformo con que llevemos a la vida personal, familiar, económica, social y política, nacional e internacional, moral y espiritual, el sentido común que hace que el fútbol funcione bien, dé lo que promete, progrese a pesar de los errores.
No afirmo que el fútbol esté fuera de peligro. No: todos los subsistemas sociales están comunicados entre sí. Apenas uno de ellos comienza a ser demasiado exitoso, seguro que vienen los fracasados —los corrompidos— a tratar de aprovecharse, es decir, a corromperlo. Ya hemos visto corrupción en el fútbol: no lo niego. De todas maneras, de momento funciona bastante bien. Sugiero solamente que, para mejorar en lo que estamos mal —como la política y la moralidad pública, la educación y la justicia social—, nos apoyemos en lo que va bien.
Se me ocurre la siguiente comparación. ¿Qué hace un enfermo para sanarse? El médico y su arte son una ayuda externa, que debe, para ser eficaz, apoyarse en lo que todavía está sano. Si colapsan simultáneamente el corazón, el cerebro, los pulmones, el hígado, los riñones, el estómago, el sistema inmune . . . ¡el médico sirve para extender el certificado de defunción!
Así también acontece en nuestra vida personal y social. Hemos de apoyarnos en lo que sin duda va bien para conocer los criterios sobre cómo actuar en aquello que no va tan bien. Si hay malestar ante los resultados de la educación, pero hay consenso en que las empresas y los emprendedores funcionan relativamente bien tanto en el mercado interno como en el internacional, quizás es hora de inyectar más mentalidad empresarial y emprendedora en el sistema educacional, de vincular todavía más a los empresarios con la educación. Sería de locos hacer exactamente lo contrario, que es, al parecer, lo que proponen algunos de los responsables de la debacle.
Y aquí es donde cobra especial importancia mirar hacia el fútbol de calidad, de calidad técnica y humana, a cualquier escala. No nos fijemos en los clubes de pacotilla que reproducen en su interior, como en miniatura, el mundillo de las mafias y de la política. Propongo que miremos el fútbol que funciona, que es el de los países grandes como Brasil, Argentina, Alemania, Inglaterra, España, Italia . . . (aunque no falten síntomas de corrupción), pero también, cuando se respetan las reglas del juego y de la decencia, el de un club amateur y hasta el de un grupo de amigos, un colegio o una universidad.
Así, observando un partido de fútbol, analizando un campeonato, podemos aprender mil lecciones de sentido común, válidas para otros ámbitos de la vida. De hecho, me siento capaz —perdonen la presunción— de escribir un libro entero, y más de uno, sobre las lecciones del fútbol para la vida, para la familia y para la sociedad. Lo haría por solamente la quinta parte de lo que pido para revelar los secretos del amor.
Ahora debo limitarme a comentar la lección, sencilla pero importante, que nos enseñan los octavos de final. Una lección para la vida, pero también para la política y la familia.
Hemos de optar: ¿creemos en la reencarnación o en una sola vida, con una sola muerte?
La primera ronda del Mundial de Fútbol está compuesta por partidos que no se parecen a la vida tal como es.
Los partidos de la primera ronda no terminan con una victoria o una derrota definitiva. Incluso el que pierde tiene una segunda oportunidad; puede, por decirlo así, reencarnarse en el siguiente partido. Quizás hoy jugué como una tortuga, pero pasado mañana puedo ser un leopardo.
La razón, además, funciona de manera calculadora: contra Brasil me conformo con empatar, si luego puedo ganarle a Croacia; incluso puedo perder contra Brasil, si luego empato con uno y le gano al otro. En una vida con reencarnación, la calculadora funciona con toda paz: no me siento con fuerzas para vivir los próximos cincuenta años como humano, así que viviré como un cerdo; en mi otra vida seré un cochinito simpático y ascenderé a caballo en la subsiguiente; pero, ahora, por favor, déjenme en paz, que a Brasil no hay quien le gane.
Los octavos de final, por el contrario, son como la vida verdadera. Se gana o se pierde. No se calcula: se lucha por la victoria.
Una familia se vive una sola vez. Ya basta de creer que hay segundas oportunidades, basta de soñar con las rondas preparatorias, basta de pensar que este partido, el que juego ahora, puede empatarse: ¡no hay empate en la familia! ¡Se gana o se pierde!
Un país parece ser eterno, pero cada generación vive una sola vez. Hemos de ganar ahora.
A la final no llegaremos si perdemos en los octavos de final.