¿Quiénes ganaron en las elecciones?
Todos.
Jamás se ha oído de una elección popular en la que alguien haya perdido. Sería como si el pueblo no estuviera de mi parte, cosa absurda e impensable.
La candidata de la Concertación de Partidos por la Democracia vio fugarse los votos del centro, que los analistas políticos adscriben sin pensarlo dos veces (ni una siquiera) a la Democracia Cristiana, como si la geometría ideológica significara algo para el grueso de la masa que acude cada cierto tiempo a votar. El caso es que ella es menos que la Concertación y menos que el Presidente. Por eso éste ha tenido que salir a las calles a tirar bombitas al exitoso empresario que ganó la primera vuelta en la derecha, no vaya a ser que el PRI chileno tenga que irse para la casa con la mitad de los juicios por corrupción sin concluirse satisfactoriamente.
De manera que la candidata ha ganado, gracias a la fuga, un activista más para su campaña, el mismísimo Presidente de todos los chilenos. De todas formas, él galopa para sí mismo, porque ha visto lo que hacen en Chile a quienes pierden el poder.
Ella ganó la primera vuelta con más del cuarenta por ciento de los votos, y casi llega al cincuenta. Ya tendríamos Presidente si no fuese por la competencia del Pacto “Juntos Podemos”. En fin, el caso es que ella ganó y todavía no gana del todo, aunque ganas no le faltan. Dios la bendiga.
Y con esto de Dios pasamos al verdadero ganador de la jornada, con un cuarto de los votos del país. Sí, con un cuarto se gana en Chile: pasó a la segunda vuelta el hombre que, poniendo a prueba su propia lealtad al hasta entonces candidato único de la Alianza por Chile, decidió a última hora entrar en la carrera presidencial. Tras esta victoria entra Dios en escena porque, con el veinticinco por ciento de los sufragios y su paso a la segunda vuelta (el balotaje, como ha comenzado a decirse a la francesa), nuestro héroe se ha transformado en el representante de todos los cristianos. Claro, como ella es agnóstica y tiene un enredo genético en la descendencia, y él es sobrino de Obispo y pariente de curas y bautizado y casado por la Iglesia, salta a la vista que el humanismo cristiano tiene en él su campeón. Si le sale por todos los poros. Si hubiera tercera vuelta se nos convierte en Papa.
En fin, dejamos la teología de lado, que esto de los políticos cristianos me pone la sangre verde. Si Dios quiere, lo explico en otro capítulo, cuando el humanista cristiano, Dios mediante, sea Presidente.
Joaquín Lavín sí que ganó, porque el que reconoce la derrota a tiempo, con hidalguía, siempre gana. Además, cooperó a la victoria de su partido, el más grande de Chile. Además, se convirtió en el aliado natural de su contrincante (me gusta esta expresión desde que el recién electo Presidente indigenista de Bolivia le dijo a quien él creía Presidente del Gobierno español, y era un bromista de la radio COPE: “somos aliados naturales, Presidente”: ¿no se daba cuenta de que era el Presidente de los conquistadores de América, de los que sojuzgaron a sus indios, del imperialismo?). Además, pudo tomar vacaciones. Y, además además, volverá cuando el Monstruo de la Quinta Vergara se revuelva de rabia viendo cómo lo han manipulado.
De todos modos, hay que reconocer que en algo perdió Lavín. Jugó el juego pragmático durante un tiempo tan largo que no consiguió seguidores firmes. Un poco de campaña del terror en su contra bastó para echarlo abajo como alguien que no era creíble. Me recordó lo que decía un humorista estadounidense (copiándolo de alguien que lo decía más largo y mejor): “No conozco la clave del éxito, pero la clave del fracaso es tratar de agradar a todo el mundo”. Sí: los calculadores pensaban que podían desagradar a los que de todos modos votarían por Lavín como mal menor (los conservadores morales de Chile y los aún leales a Pinochet), y decidieron agradar a todo el resto del mundo (minorías morales, jóvenes marginales, travestis, homosexuales, antipinochetistas. . .). Un dirigente de su partido, en un diálogo con estudiantes, decía que iban a estirar el elástico (ése de hacer aguantar el mal rato al público cautivo y halagar al público volátil) todo lo que hiciera falta . . . ¡y se cortó el elástico!
Desde el primer momento sostuve, ante quien quisiera oírlo, que el público cautivo podía no existir, y que el juego del liderazgo débil era un riesgo que no valía la pena frente a lo que realmente se necesita: un líder que encabece una oposición fuerte. Por eso, y porque pienso que Joaquín Lavín es un hombre fuera de serie y que puede ser un gran Presidente, me apenó la estrategia y me dolió, aunque no me sorprendió, su resultado.
De todos los que ganaron, el que menos ganó fue Joaquín Lavín.
En cambio, el que ganó más fue Tomás Hirsch, representando a quienes no podían nada en el Pacto “Juntos Podemos”. Lo más fácil es ganar cuando se sabe que se va a perder. Ciertamente, parte de su estrategia de campaña, además de un deseo legítimo (posiblemente sincero, en este circo de autoengaños que es la política), consistía en augurar un cifra de dos dígitos. No lo consiguió, pero sabía que, fuera lo que fuese (un cinco, un siete, un diez por ciento), su carrera estaba ganada: cientos de miles de personas lo seguían a él y creían más en sus sueños que en las promesas de los grandes.
Los ideales de Hirsch, su capacidad de aglutinar a los descontentos y a los marginales, obtuvieron una visibilidad y un poder de presión desproporcionados en relación con lo que otros marginales (mientras más se corrompe la sociedad, especialmente por el empuje de una política estatal corrompida, más honrados debemos sentirnos de ser marginales) hemos podido conseguir.