Sorprendido por la bajura del debate
Escribí una carta difícil en El Mercurio y me sorprendió la bajura del debate generado en el blog, con más de doscientas entradas, y muy pocas de ellas con cierta calidad argumental. Entre los defensores del aborto predomina la rabia, el anticlericalismo, y el desconocimiento del debate. Algunos, por excepción, son racionales, aunque se equivoquen.
Dejo aquí esta carta por si los lectores de este blog quieren decir algo más digno de consideración (si caen al nivel de emol, no les respondo).
El Mercurio, Cartas, Martes 07 de Abril de 2009
Aborto: el verdadero debate
Señor Director:
El verdadero debate sobre el aborto no versa sobre la posibilidad de expulsar un feto y dejarlo vivir, sino sobre si el Estado ha de permitir matar a un ser humano no nacido. Así quise aclararlo a propósito de la carta de Renato Cristi, que se ponía en la hipótesis propuesta por J. Thomson y rechazada por la mayoría de los defensores del aborto. Si nos atenemos al debate realmente existente, Jorge Ugarte Vial tiene razón: "No se concibe un aborto sin la muerte del embrión". De ahí, por ejemplo, la oposición de Barack Obama y los grupos pro aborto estadounidenses al proyecto de ley que obligaba a dar atención médica a los niños sobrevivientes de un aborto fallido. Por eso mismo, los defensores de la vida no rechazamos -ni definimos como "aborto"- la extracción de un feto viable, el adelantamiento del parto, cuando una razón médica proporcionada así lo aconseja para el bien de los dos pacientes que el médico atiende en estos casos.
El otro punto en discusión se refiere a la concepción moderna de los derechos humanos. El profesor Cristi piensa que la referencia de Thomson al consentimiento de la mujer a quedar embarazada supone alguna teoría moderna de los derechos humanos, según la cual una persona solamente puede quedar obligada si consiente. Esto es falso. Tanto la teoría clásica de la justicia como las concepciones actuales de los derechos humanos aceptan que el consentimiento de la persona titular (o la falta de éste) influye en el surgimiento (o no) de determinados derechos en el caso concreto, pero no de un derecho humano en general, ni menos de la correlativa obligación de respetarlo.
Si Judith consiente en que Raúl entre en su casa, él no comete violación de morada; si ella consiente en la relación sexual, él no comete violación; si ella lo autoriza a llevarse su reloj, él no comete hurto. Esto no se debe a que en general sea necesario el consentimiento real de la persona obligada para quedar obligada (para que exista el derecho a la inviolabilidad del hogar, a la libertad sexual o a la propiedad privada), sino justamente al revés: es necesario el consentimiento del titular de algunos derechos, cuando son disponibles según un orden moral no sujeto a la voluntad de las personas, para que otros sujetos entren legítimamente a disfrutar de los bienes respectivos o a afectarlos de alguna manera. Si fuera necesario el consentimiento de la parte obligada para quedar obligada, el violador podría afirmar que él obra legítimamente porque nunca ha consentido en la prohibición de la violación. Y, ¡oh, caos!, su víctima podría decir que ella se defiende legítimamente porque no estaba obligada a aceptar la relación sexual. En este caso y en otros similares, todos obrarían legítimamente haciendo su voluntad, es decir, de acuerdo con un derecho humano a actuar sin ser limitado por la voluntad de otros. Y entonces Renato Cristi, que sabe más de historia del pensamiento político que yo, tendría razón en apelar a Thomas Hobbes como inspirador de su teoría moderna de los derechos humanos. Pero tendría que reconocerme que se trata del famoso derecho hobbesiano de cada uno sobre todas las cosas, incluido el cuerpo de los demás, que existe solamente en el estado de naturaleza, y que no hablamos ya de los derechos humanos modernos que pueden oponerse a la arbitrariedad del Estado y de otras personas obligadas.
A éstos se refieren las declaraciones de derechos del siglo XVIII tanto como las actuales, ciertamente inspiradas en Locke y no en Hobbes, pero también en otras fuentes de sabiduría moral, como muestra la historia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Cristóbal Orrego