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lunes, agosto 26, 2013

Encuesta docente 2013, Fundamentos Filosóficos

No sé cómo acceder a la Encuesta Docente oficial de la UC, pero hice una mía con sugerencias de mis ayudantes. Se puede leer aquí. A continuación copio solamente el comienzo.

Atención:

1) La misericordia del programa de encuestas on-line permite calificar solamente de 1 a 5, así que tenemos 2 puntos de base. ¡Un 4 es un 6! Estoy feliz.

2) La profesora auxiliar Catalina Brito es mejor calificada que el profesor ordinario Cristóbal Orrego. También los Ayudantes son mejor calificados. De donde se deducen dos conclusiones:

a) Que es mejor se auxiliar o ayudante que ser ordinario.

b) Que el profesor Orrego sabe elegir muy bien a sus colaboradores.

3) Agradezco a los que respondieron, pero lamento que hayan sido solamente 26. En la próxima encuesta usaré medios coactivos.



Califique los siguientes aspectos del curso FFD 2013
Programa visto en clases : 4.00 | 80%Orden y puntualidad de los profesores : 4.44 | 88%Cuánto aprendió Usted como estudiante del curso : 4.28 | 85%Si recomendaría el curso a un amigo : 3.72 | 74%Nota global del profesor Cristóbal Orrego : 4.00 | 80%Nota global de la profesora Catalina Brito : 4.38 | 87%Nota global o grado de satisfacción con el curso FFD : 3.92 | 78%Nota global de las lecturas controladas : 2.72 | 54%

QuestionCountScore
12345
1.Programa visto en clases254.00
2.Orden y puntualidad de los profesores254.44
3.Cuánto aprendió Usted como estudiante del curso254.28
4.Si recomendaría el curso a un amigo253.72
5.Nota global del profesor Cristóbal Orrego254.00
6.Nota global de la profesora Catalina Brito244.38
7.Nota global o grado de satisfacción con el curso FFD253.92
8.Nota global de las lecturas controladas252.72
Average3.93


domingo, agosto 25, 2013

¿Demasiado exigente?

Un estudiante me pregunta, a propósito de la escena del óbolo de la viuda, si acaso Jesús no habrá sido demasiado exigente e imprudente al alabar un acto extremo —privarse de lo que ella tenía para su sustento— sin considerar sus consecuencias. ¿Qué le respondo, improvisando como idiota en un pasillo?

Que todo depende de si Jesús es efectivamente Dios o no. Si no lo es, reivindicamos nuestros criterios de razonabilidad mundana, la que critica la imprudencia de la viuda —o la de tener muchos hijos— y se solaza con los prudentes estímulos públicos del derroche y del consumo. Si Jesús es Dios, en cambio, seguramente son nuestros juicios mediocres los que se alejan de la verdad, de lo auténticamente razonable y prudente. Y añado para rematar la idiotez: ¡Qué peligroso es leer el Evangelio!

El Tweet del Papa recae en la misma estulticia divina. Mientras la prensa se forma la idea de un Papa bonachón y poco exigente, él viene y dice con toda calma: 
"Un inmejorable programa de vida para todos: Las Bienaventuranzas y Mateo 25" (Papa Francisco, Tweet de 21/08/2013).
 ¿Qué más exigente? Voy a copiar los textos para que veáis la locura pontificia en marcha:

Bienaventuranzas (va todo Mateo 5, para que vean el contexto y las consecuencias de las dichosas bienaventuranzas):

Capítulo 5
1 Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
2 Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
3 «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
4 Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
5 Felices los afligidos, porque serán consolados.
6 Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
7 Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
8 Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
9 Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
10 Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
11 Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
12 Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.
13 Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
14 Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.
15 Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
16 Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
17 No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
18 Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
19 El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.
20 Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
21 Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: "No matarás", y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal.
22 Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.
23 Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti,
24 deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
25 Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso.
26 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
27 Ustedes han oído que se dijo: "No cometerás adulterio".
28 Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
29 Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
30 Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti; es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
31 También se dijo: "El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio".
32 Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.
33 Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: "No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor".
34 Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios,
35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey.
36 No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.
37 Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.
38 Ustedes han oído que se dijo: "Ojo por ojo y diente por diente".
39 Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.
40 Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto;
41 y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.
42 Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.
43 Ustedes han oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y odiarás a tu enemigo.
44 Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;
45 así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
46 Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
47 Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
48 Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

Mateo 25:
 
Capítulo 25
1 Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo.
2 Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes.
3 Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite,
4 mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.
5 Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas.
6 Pero a medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!".
7 Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.
8 Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?".
9 Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado".
10 Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta.
11 Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos",
12 pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco".
13 Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.
14 El reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes.
15 A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida,
16 el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco.
17 De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos,
18 pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.
19 Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores.
20 El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado".
21 "Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor".
22 Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: "Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado".
23 "Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor".
24 Llegó luego el que había recibido un solo talento. "Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido.
25 Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!".
26 Pero el señor le respondió: "Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido,
27 tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses.
28 Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez,
29 porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
30 Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes".
31 Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.
32 Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
33 y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
34 Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
35 porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
36 desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver".
37 Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
38 ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
39 ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?".
40 Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo".
41 Luego dirá a los de su izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
42 porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
43 estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron".
44 Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuando te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?".
45 Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo".
46 Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna».

Sí, el Papa nos anima con el Cielo y nos amenaza con las penas eternas del infierno: "Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna". 

Salvo que sigamos su inmejorable programa de vida.


domingo, agosto 18, 2013

De rodillas, por favor

Un profesor de Harvard mal interpretado como "homófobo" se pone de rodillas. Por suerte era compadre de un activista gay.

A lo mejor, los chillones lo perdonan. A veces me pregunto si no será mejor subir el tono del discurso en defensa de la sanidad mental y dejar que se devalúen los chillidos del lobby gay. Como esos niños con pataletas.

Leed.


An Open Letter to the Harvard Community


Last week I said something stupid about John Maynard Keynes.  Asked to comment on Keynes’ famous observation “In the long run we are all dead,” I suggested that Keynes was perhaps indifferent to the long run because he had no children, and that he had no children because he was gay. This was doubly stupid. First, it is obvious that people who do not have children also care about future generations. Second, I had forgotten that Keynes’ wife Lydia miscarried.
I was duly attacked for my remarks and offered an immediate and unqualified apology. But this did not suffice for some critics, who insisted that I was guilty not just of stupidity but also of homophobia. I have no doubt that at least some students were influenced by these allegations. Nobody would want to study with a bigot. I therefore owe it to students—former and prospective—to make it unambiguously clear that I am no such thing.
To be accused of prejudice is one of the occupational hazards of public life nowadays. There are a remarkable number of people who appear to make a living from pouncing on any utterance that can be construed as evidence of bigotry. Only last year, though not for the first time, I found myself being accused of racism for venturing to criticize President Obama. This came as a surprise to my wife, who was born in Somalia.
The charge of homophobia is equally easy to refute. If I really were a “gay-basher”, as some headline writers so crassly suggested, why would I have asked Andrew Sullivan, of all people, to be the godfather of one of my sons, or to give one of the readings at my wedding?
Throughout my career as a historian, I have regularly written and spoken about Keynes, who had one of the most brilliant minds of the twentieth century. That, of course, is the most important thing about him. You may disagree with his argument that, in a depressed economy, the government should borrow and spend money to stimulate aggregate demand. But you cannot ignore it.
Not for one moment did I mean to suggest that Keynesian economics as a body of thought was simply a function of Keynes’ sexuality. But nor can it be true—as some of my critics apparently believe—that his sexuality is totally irrelevant to our historical understanding of the man. My very first book dealt with the German hyperinflation of 1923, a historical calamity in which Keynes played a minor but important role. In that particular context, Keynes’ sexual orientation did have historical significance. The strong attraction he felt for the German banker Carl Melchior undoubtedly played a part in shaping Keynes’ views on the Treaty of Versailles and its aftermath.
The historian, unlike the economist, is concerned with biography as well as with statistics. Keynes’ first biographer, Roy Harrod, drew a veil over Keynes’ complex private life. But the author of the more recent and definitive three-volume life, Robert Skidelsky, felt no such inhibition. Anyone who reads that great work will find the question of Keynes’ homosexuality treated sensitively and intelligently and related, where appropriate, to his work. Keynes’ fellow members of the Bloomsbury Group would have approved, had they lived to read Skidelsky’s book, for they had no doubt at all that sexual orientation had a significance beyond the narrow confines of the bedroom, and that intellectual life and emotional life were intertwined.
As a historian, I have often had to contend with the question of how far to take the Bloomsbury approach.  Keynes is very far from the only homosexual or bisexual I have written about. In The Pity of War, for example, I discussed the case of T.E. Lawrence, whose real or imagined rape by his Turkish captors was central to his experience of World War I. In The House of Rothschild, I identified at least three members of that illustrious financial dynasty as gay. In Empire, I sketched the lives of both repressed and unrepressed homosexuals who played important roles in the Victorian British Empire.
Yet no one who reads these books could seriously accuse me of harboring a prejudice against gay men (or women). It would be as absurd to accuse me of anti-Semitism for alluding to the fact that the Rothschilds or Warburgs were Jews.
In The War of the World, I sought to explain how warped, pseudo-scientific racial and “eugenic” theories provided a justification for some of the most horrific acts of organized violence in all human history. I could not have been more explicit in condemning such theories. You will find a similar condemnation in Civilization: The West and the Rest. Incidentally, one of the heroes of that book is Frederick the Great of Prussia, who was almost certainly gay.
There is still, regrettably, a great deal of prejudice in the world, racial as well as sexual. There are two strategies we may adopt. One is repression—the old Victorian practice of simply not talking about such things. The other is education. In my writing and teaching, I have labored long and hard to expose precisely what was wrong about the theories that condemned homosexuals, Jews and others to discrimination and death. I have also tried to explain what made those theories so lethally appealing.
The War of the World concludes: “We shall avoid another century of conflict only if we understand the forces that caused the last one—the dark forces that conjure up ethnic conflict and imperial rivalry out of economic crisis, and in doing so negate our common humanity.”
I doubt very much that any of my vituperative online critics have made a comparable effort to understand the nature and dire consequences of prejudice. For the self-appointed inquisitors of internet, it is always easier to accuse than seriously to inquire.
In the long run we are all indeed dead, at least as individuals. Perhaps Keynes was lucky to pre-decease the bloggers because, for all his brilliance, was also prone to moments of what we would now call political incorrectness. In his Economic Consequences of the Peace, for example, he wrote: “Unless her great neighbours are prosperous and orderly, Poland is an economic impossibility with no industry but Jew-baiting.” Even at the time, that was an outrageous thing to say about a country that had suffered grave hardships since its partition in the eighteenth century. But does anyone today seriously argue that we should not read Keynes because he was a Polonophobe?
Ironically, Keynes was even more averse to Americans than to Poles. As he told a friend in 1941: “I always regard a visit [to the US] as in the nature of a serious illness to be followed by convalescence.” To his eyes, Washington was dominated by lawyers, all speaking incomprehensible legalese—or, as Keynes put it, “Cherokee”.
Shock, horror: Even the mighty Keynes occasionally said stupid things. Most professors do. And—let's face it—so do most students.
What the self-appointed speech police of the blogosphere forget is that to err occasionally is an integral part of the learning process. And one of the things I learnt from my stupidity last week is that those who seek to demonize error, rather than forgive it, are among the most insidious enemies of academic freedom.

Niall Ferguson is the Laurence A. Tisch Professor of History at Harvard.

miércoles, agosto 07, 2013

Perseguidos por decir la verdad: a prepararse todos . . .

La persecución ha comenzado hace años, pero ahora lo ven casi todos los que quieren decir claramente que la homosexualidad es desordenada y que el reconocimiento de las uniones homosexuales es corrupción.

Leed. Or better, read.


The Queen’s Good Servants — but God’s First (3852)

COMMENTARY

08/07/2013 Comments (11)
Wikipedia/NASA/Bill Ingalls
– Wikipedia/NASA/Bill Ingalls
It is depressing watching a once-great nation try to destroy itself.
Britain’s government passed a law announcing that two people of the same sex can “marry.”
The Parliament of which St. Thomas More was once speaker, the Parliament that later oversaw a worldwide British presence on the world’s oceans and the drama of empire, the Parliament that echoed with the names of battles in two world wars, the “Mother of Parliaments” that set a pattern of debating and legislating to be copied by others in distant lands … has been reduced to the absurdity of listening to people talking about how “marriage is just all about love” and how, “if two people love each other, whatever sex they are, they should be allowed to get married.”
It would be funny if it were not so ghastly.
 And the debate — in general, of poor quality and with some particularly dreadful contributions from self-announced Catholics proclaiming their piety and proclaiming that it was this that made them so supportive of same-sex unions — was only the prelude.
We are going to see some horrid things imposed on Britain now that same-sex “marriage” is legal. The law received royal assent from Queen Elizabeth II July 17, and the first same-sex “weddings” will happen in due course.
Prime Minister David Cameron and others have sought to claim that there is no danger to religious liberty because churches will not be forced to conduct same-sex ceremonies.
But this misses the point.
In one sense, of course a Catholic priest cannot be forced to offer a sacrament that is not valid — he cannot, for example, be forced by Parliament to use apple juice instead of wine for Mass or to baptize a teddy bear instead of a baby.
Policing churches can be difficult, if not impossible. If some future Islamic-dominated Parliament in Britain were to ban alcohol and make the Mass illegal, Catholic priests would simply celebrate Masses secretly, and whole networks would be established to obtain the necessary wine and so on, just as it was during the Reformation.
We are all well aware that even if Parliament tells us that two men — or three or whatever daft thing they next try to enforce — can marry each other, this would have no validity whatever in the Catholic Church. We can’t and won’t attempt to “marry” two people of the same sex.
But the issues at stake do not essentially relate to this. They relate to things that are already happening: a teacher reprimanded for saying that true marriage can only be between a man and a woman; an office worker disciplined for giving his views on the subject in a private email.
We are seeing the enforcement of something horrible, something which, in fact, does not have the true backing of the law but is simply being accepted as standard practice: the crushing of opposition to same-sex “marriage” and the attempt to impose a standard view on the subject on everyone.
Essentially, the position is this: If I am a firefighter, a social worker, a teacher, a policeman, an office worker for a local authority — or if I hold any sort of public position, such as that of magistrate or borough councillor, I may face dismissal, serious penalties and massive public humiliation simply because I disagree publicly with the government’s policy in this area.
This has not been spelled out in law, but it is happening; and, over the next months and years, there will be endless legal cases relating to this as people struggle to assert a right to free speech that current practice denies them.
I can announce my opposition to the government’s policy on Afghanistan or Europe or the building of the new high-speed railway, and all this is — at present — recognized as freedom of speech. But if I announce, for example in a letter to a local newspaper or on Twitter, that it is absurd and gravely wrong to impose on Britain the notion that two men can marry each other, then I may face serious penalties.
The Coalition for Marriage — an excellent campaigning organization fighting to defend true male/female marriage — has publicized some truly shocking cases where people have been disciplined for sharing an opinion supportive of marriage between a man and a woman.
Britain is a sad country at the moment. Large numbers of our young people are spending most weekends drunk, and the hospitals find it difficult to cope. There is a rising problem of violence among young children — 8 years old and younger. Fewer and fewer children are born within marriage. Schools now routinely use words like “carer” instead of “parent” because so many pupils are with only one parent.
Forcing acceptance of same-sex “marriage” may not be too difficult — many people in Britain now function at a very superficial level of debate, influenced by television soap operas and a culture heavily saturated with sexually explicit images.
But among churchgoing Catholics interested in the great issues facing humanity things are different. We will continue to preach and teach the truth about men and women. We know that God’s plan is the lifelong union of one man and one woman in marriage.
Royal assent has been given to a new law opposing this. We recognize that. But we know our history. We have been here before. We are the queen's good servants — but God’s first.
Joanna Bogle is an author and journalist who writes from London. Her blog is Auntie Joanna Writes.

domingo, agosto 04, 2013

Carta del abuelo: perfecta continuidad

Y este mensaje de Benedicto XVI a los jesuitas deja más que claro que el Papa Francisco está en perfecta continuidad con el abuelo. La mala prensa liberal no nos hará pensar lo contrario. 

Claro que Francisco es más astuto.

Leed.


MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL PADRE PETER-HANS KOLVENBACH,
PREPÓSITO GENERAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

Al Reverendo padre
Peter-Hans KOLVENBACH, s.j.
Prepósito general de la Compañía de Jesús
Con ocasión de la 35ª Congregación general de la Compañía de Jesús, deseo dirigirle a usted y a todos los que participan en la asamblea mi más cordial saludo, juntamente con la seguridad de mi afecto y de mi constante cercanía espiritual. Sé lo importante que es para la vida de la Compañía el acontecimiento que se está celebrando, y sé también que, por ello, ha sido preparado con gran esmero. Se trata de una ocasión providencial para dar a la Compañía de Jesús el renovado impulso ascético y apostólico deseado por todos, para que los jesuitas puedan cumplir plenamente su misión y afrontar los desafíos del mundo moderno con la fidelidad a Cristo y a la Iglesia que caracterizó la acción profética de san Ignacio de Loyola y de sus primeros compañeros.
El Apóstol escribe a los fieles de Tesalónica que les ha anunciado el evangelio de Dios, "animándoos y conjurándoos -precisa- a comportaros de manera digna de aquel Dios que os llama a su reino y a su gloria" (1 Ts 2, 12), y añade:  "Precisamente por esto también nosotros damos gracias a Dios continuamente porque, habiendo recibido de nosotros la palabra divina de la predicación, la habéis acogido no como palabra de hombres, sino cual es en verdad, como palabra de Dios, que actúa en vosotros que creéis" (1 Ts 2, 13).
Por tanto, la palabra de Dios primeramente es "recibida", es decir, escuchada; después, penetrando hasta el corazón, es "acogida" y quien la recibe reconoce que Dios habla por medio de su enviado:  de este modo la palabra actúa en los creyentes. Al igual que entonces, también hoy la evangelización exige una total y fiel adhesión a la palabra de Dios:  ante todo, adhesión a Cristo y escucha atenta de su Espíritu que guía a la Iglesia, dócil obediencia a los Pastores que Dios ha puesto para guiar a su pueblo, y prudente y franco diálogo con las instancias sociales, culturales y religiosas de nuestro tiempo.
Todo esto presupone, como es sabido, una íntima comunión con Aquel que nos llama a ser sus amigos y discípulos, una unidad de vida y de acción que se alimenta de su palabra, de contemplación y oración, de separación de la mentalidad del mundo y de incesante conversión a su amor para que sea él, Cristo, quien viva y actúe en cada uno de nosotros. Aquí radica el secreto del auténtico éxito del compromiso apostólico y misionero de todo cristiano, y más aún de cuantos son llamados a un servicio más directo del Evangelio.
Tal convicción está, ciertamente, bien presente en quienes participan en la Congregación general, y alabo el gran trabajo ya realizado por la comisión preparatoria, que a lo largo del año 2007 ha examinado las propuestas llegadas de las Provincias y ha indicado los temas que conviene afrontar.
Expreso mi agradecimiento en primer lugar a usted, querido y venerado padre prepósito general, que desde el año 1983 guía de modo iluminado, sabio y prudente, la Compañía de Jesús, tratando de todas las maneras de mantenerla en el cauce del carisma originario. Usted, por razones objetivas, ha pedido varias veces ser exonerado de ese cargo tan pesado, asumido con gran sentido de responsabilidad en un momento no fácil de la historia de la Orden. Le expreso el más vivo agradecimiento por el servicio prestado a la Compañía de Jesús y, más en general, a la Iglesia.
Mi sentimiento de gratitud se extiende a sus más directos colaboradores, a los participantes en la Congregación general y a todos los jesuitas esparcidos por todas las partes del planeta. Que a todos y a cada uno llegue el saludo del Sucesor de Pedro, que sigue con afecto y estima el múltiple y apreciado trabajo apostólico de los jesuitas, y alienta a todos a continuar en el camino abierto por su santo fundador y recorrido por innumerables hermanos dedicados a la causa de Cristo, muchos de los cuales han sido inscritos por la Iglesia en el catálogo de los beatos y de los santos. Que ellos, desde el cielo, protejan y sostengan a la Compañía de Jesús en la misión que lleva a cabo en nuestra época, marcada por numerosos y complejos desafíos sociales, culturales y religiosos.
Y precisamente a este propósito, ¿cómo no reconocer la valiosa contribución que la Compañía da a la acción de la Iglesia en varios campos y de muchas maneras? Una contribución verdaderamente  grande  y benemérita, que sólo el Señor podrá recompensar debidamente. Como mis venerados predecesores, los siervos de Dios Pablo VI y Juan Pablo II, también yo aprovecho la oportunidad de la Congregación general para poner de relieve esa aportación y, al mismo tiempo, para ofrecer a vuestra reflexión algunas consideraciones que os sirvan de aliento y estímulo para realizar cada vez mejor el ideal de la Compañía, en plena fidelidad al Magisterio de la Iglesia, tal como se describe en la siguiente expresión que os es muy familiar:  "Militar para Dios bajo la bandera de la cruz y servir sólo al Señor y a la Iglesia, su Esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra" (carta apostólica Exposcit debitum, 21 de julio de 1550).
Se trata de una "peculiar" fidelidad, confirmada también, para no pocos de vosotros, por un voto de obediencia inmediata al Sucesor de Pedro "perinde ac cadaver". De esta fidelidad vuestra, que constituye el signo distintivo de la Orden, la Iglesia tiene aún mayor necesidad hoy, en una época en que se advierte la urgencia de transmitir, de manera integral, a nuestros contemporáneos, distraídos por tantas voces discordantes, el único e inalterado mensaje de salvación que es el Evangelio, "no como palabra de hombres, sino cual es en verdad, como palabra de Dios", che actúa en los que creen.
Para que esto suceda es indispensable, como ya recordaba el amado Juan Pablo II a los participantes en la 34ª Congregación general, que la vida de los miembros de la Compañía de Jesús, como también su investigación doctrinal, estén siempre animadas por un verdadero espíritu de fe y comunión en "sintonía dócil con las indicaciones del Magisterio" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de enero de 1995, p. 8).
Deseo vivamente que esta Congregación general reafirme con claridad el auténtico carisma del fundador, para alentar a todos los jesuitas a promover la verdadera y sana doctrina católica. Como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe pude apreciar la valiosa colaboración de consultores y expertos jesuitas, que, en plena fidelidad a su carisma, han contribuido de manera considerable a la fiel promoción y recepción del Magisterio. Ciertamente, no es una tarea fácil, especialmente cuando se está llamado a anunciar el Evangelio en contextos sociales y culturales muy diversos y hay que confrontarse con mentalidades diferentes. Por tanto, aprecio sinceramente ese esfuerzo realizado al servicio de Cristo, un esfuerzo que es fructuoso para el verdadero bien de las almas en la medida en que uno se deja guiar por el Espíritu Santo y es dócil a las enseñanzas del Magisterio, refiriéndose a los principios clave de la vocación eclesial del teólogo expuestos en la Instrucción Donum veritatis.
Por consiguiente, la obra evangelizadora de la Iglesia cuenta mucho con la responsabilidad formativa que la Compañía tiene en el campo de la teología, de la espiritualidad y de la misión. Y, precisamente para ofrecer a toda la Compañía de Jesús una clara orientación que la sostenga en una entrega apostólica fiel y generosa, podría resultar muy útil que la Congregación general reafirme, según el espíritu de san Ignacio, su propia adhesión total a la doctrina católica, especialmente en puntos neurálgicos hoy fuertemente atacados por la cultura secular, como, por ejemplo, la relación entre Cristo y las religiones, algunos aspectos de la teología de la liberación y varios puntos de la moral sexual, sobre todo en lo que se refiere a la indisolubilidad del matrimonio y a la pastoral de las personas homosexuales.
Reverendo y querido padre, estoy persuadido de que la Compañía advierte la importancia histórica de esta Congregación general y, guiada por el Espíritu Santo, quiere una vez más, como decía el amado Juan Pablo II en enero de 1995, reafirmar, "sin equívocos ni vacilaciones, su camino específico hacia Dios, tal como san Ignacio lo trazó en la Formula Instituti:  la fidelidad amorosa a vuestro carisma será fuente segura de renovada fecundidad" (n. 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de enero de 1995, p. 7).
Resultan, además, muy actuales las palabras que mi venerado predecesor Pablo VI os dirigió en otra ocasión análoga:  "Debemos velar todos para que la adaptación necesaria no se realice a expensas de la identidad fundamental, de lo que es esencial en la figura del jesuita, tal cual se describe en la Formula Instituti, como la proponen la historia y la espiritualidad propia de la Orden y como exige todavía hoy la interpretación auténtica de las necesidades mismas de los tiempos. Esta fisonomía no debe ser alterada, no debe ser desfigurada"  (L'Osservatore  Romano,  edición en lengua española, 8 de diciembre de 1974, p. 9).
La continuidad de las enseñanzas de los Sucesores de Pedro es prueba de la gran atención y cuidado que mostraron respecto de los jesuitas, su estima por vosotros y el deseo de poder contar siempre con la valiosa aportación de la Compañía para la vida de la Iglesia y para la evangelización del mundo. Encomiendo la Congregación general a la intercesión del santo fundador y de los santos de la Orden, y a la materna protección de María, para que todos los hijos espirituales de san Ignacio puedan tener ante los ojos "primero a Dios, y luego el modo de ser de este su instituto" (Formula Instituti, 1).
Con estos sentimientos aseguro un constante recuerdo en la oración e imparto de corazón a usted, reverendo padre, a los padres de la Congregación general y a toda la Compañía de Jesús, una especial bendición apostólica.
Vaticano, 10 de enero de 2008

BENEDICTUS PP. XVI 

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El abuelo en casa

Me duele que algunos católicos opongan a Francisco con Benedicto, sin ver la continuidad total entre el Papa y su predecesor. Les copio un discurso de Benedicto XVI a los jesuitas, que muestra claramente esa unidad entre los dos. 




DISCURSO  DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA 35ª CONGREGACIÓN GENERAL
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS


Jueves 21 de febrero de 2008

Queridos padres de la Congregación general de la Compañía de Jesús: 
Me alegra recibiros hoy, mientras vuestros importantes trabajos están entrando en su fase conclusiva. Doy las gracias al nuevo prepósito general, el padre Adolfo Nicolás, por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos y de vuestro compromiso de responder a las expectativas que la Iglesia tiene en vosotros. De ellas os hablé en el mensaje que dirigí al reverendo padre Kolvenbach y, por medio de él, a toda vuestra Congregación, al inicio de vuestros trabajos. Doy una más vez más las gracias al padre Peter-Hans Kolvenbach por el valioso servicio de gobierno que ha prestado a vuestra Orden durante casi un  cuarto de siglo. Saludo también a los miembros del nuevo consejo general y a los asistentes que ayudarán al prepósito en su delicadísima tarea de guía religioso y apostólico de toda vuestra Compañía.
Vuestra Congregación tiene lugar en un período de profundos cambios sociales, económicos y políticos; de urgentes problemas éticos, culturales y medioambientales, y de conflictos de todo tipo; pero también de comunicaciones más intensas entre los pueblos, de nuevas posibilidades de conocimiento y diálogo, de hondas aspiraciones a la paz. Se trata de situaciones que constituyen un reto importante para la Iglesia católica y para su capacidad de anunciar a nuestros contemporáneos la Palabra de esperanza y de salvación.
Por eso, deseo vivamente que toda la Compañía de Jesús, gracias a los logros de vuestra Congregación, viva con impulso y fervor renovados la misión para la que el Espíritu la suscitó en la Iglesia y la ha conservado durante más de cuatro siglos y medio con extraordinaria fecundidad de frutos apostólicos. Hoy deseo animaros a vosotros y a vuestros hermanos a proseguir por el camino de esa misión, con plena fidelidad a vuestro carisma originario, en el contexto eclesial y social característico de este inicio de milenio.
Como os han dicho en varias ocasiones mis antecesores, la Iglesia os necesita, cuenta con vosotros y sigue confiando en vosotros, de modo especial para llegar a los lugares físicos y espirituales a  los que otros no llegan o les resulta difícil hacerlo. Han quedado grabadas en vuestro corazón las palabras de Pablo VI:  «Dondequiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles y de primera línea, en las encrucijadas ideológicas, en las trincheras sociales, ha habido o hay conflicto entre las exigencias urgentes del hombre y el mensaje cristiano, allí han estado y están los jesuitas» (Discurso a la XXXII Congregación general, 3 de diciembre de 1974, II:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 diciembre de 1974, p. 9).
Como reza la Fórmula de vuestro instituto, la Compañía de Jesús está constituida ante todo «para la defensa y la propagación de la fe». En una época en la que se abrían nuevos horizontes geográficos, los primeros compañeros de san Ignacio se pusieron a disposición del Papa precisamente para que «los emplease en lo que juzgase ser de mayor gloria de Dios y utilidad de las almas» (Autobiografía, n. 85). Así fueron enviados a anunciar al Señor a pueblos y culturas que no lo conocían aún. Y lo hicieron  con una valentía y un celo que siguen sirviendo de ejemplo e inspiración hasta nuestros días:  el nombre de san Francisco Javier es el más famoso de  todos, pero ¡cuántos otros se podrían citar!
Hoy los nuevos pueblos que no conocen al Señor —o que lo conocen mal, hasta el punto de que no saben reconocerlo como el Salvador—, más que geográficamente, están alejados desde un punto de vista cultural. No son los mares o las grandes distancias los obstáculos que afrontan hoy los heraldos del Evangelio, sino las fronteras que, debido a una visión errónea o superficial de Dios y del hombre, se interponen entre la fe y el saber humano, entre la fe y la ciencia moderna, entre la fe y el compromiso por la justicia.
Por eso, la Iglesia necesita con urgencia personas de fe sólida y profunda, de cultura seria y de auténtica sensibilidad humana y social; necesita religiosos y sacerdotes que dediquen su vida precisamente a permanecer en esas fronteras para testimoniar y ayudar a comprender que en ellas existe, en cambio, una armonía profunda entre fe y razón, entre espíritu evangélico, sed de justicia y trabajo por la paz. Sólo así será posible dar a conocer el verdadero rostro del Señor a tantos hombres para los que hoy permanece oculto o irreconocible. Por tanto, a ello debe dedicarse preferentemente la Compañía de Jesús. Fiel a su mejor tradición, debe seguir formando con gran esmero a sus miembros en la ciencia y en la virtud, sin contentarse con la mediocridad, pues la tarea de la confrontación y el diálogo con los contextos sociales y culturales muy diversos y las diferentes mentalidades del mundo actual es una de las más difíciles y arduas. Y esta búsqueda de la calidad y de la solidez humana, espiritual y cultural, debe caracterizar también a toda la múltiple actividad formativa y educativa de los jesuitas en favor de los más diversos tipos de personas, dondequiera que se encuentren.
A lo largo de su historia, la Compañía de Jesús ha vivido experiencias extraordinarias de anuncio y de encuentro entre el Evangelio y las culturas del mundo:  basta pensar en Matteo Ricci en China, en Roberto De Nobili en la India o en las "Reducciones" de América Latina. Y de ellas estáis justamente orgullosos. Hoy siento el deber de exhortaros a seguir de nuevo las huellas de vuestros antecesores con la misma valentía e inteligencia, pero también con la misma profunda motivación de fe y pasión por servir al Señor y a su Iglesia.
Sin embargo, mientras tratáis de reconocer los signos de la presencia y de la obra de Dios en todos los lugares del mundo, incluso más allá de los confines de la Iglesia visible; mientras os esforzáis por construir puentes de comprensión y de diálogo con quienes no pertenecen a la Iglesia o encuentran dificultades para aceptar sus posiciones y mensajes, debéis al mismo tiempo haceros lealmente cargo del deber fundamental de la Iglesia de mantenerse fiel a su mandato de adherirse totalmente a la palabra de Dios, así como de la tarea del Magisterio de conservar la verdad y la unidad de la doctrina católica en su integridad. Ello no sólo vale para el compromiso personal de cada jesuita, pues, dado que trabajáis como miembros de un cuerpo apostólico, debéis también velar para que vuestras obras e instituciones conserven siempre una identidad clara y explícita, para que el fin de vuestra actividad apostólica no resulte ambiguo u oscuro, y para que muchas otras personas puedan compartir vuestros ideales y unirse a vosotros con eficiencia y entusiasmo, colaborando en vuestro compromiso al servicio de Dios y del hombre.
Como bien sabéis por haber realizado muchas veces, bajo la guía de san Ignacio en sus Ejercicios espirituales, la meditación «de las dos banderas», nuestro mundo es teatro de una batalla entre el bien y el mal, y en él actúan poderosas fuerzas negativas que causan las dramáticas situaciones de esclavitud espiritual y material de nuestros contemporáneos contra las que habéis declarado varias veces que queréis luchar, comprometiéndoos al servicio de la fe y de la promoción de la justicia. Esas fuerzas se manifiestan hoy de muchas maneras, pero con especial evidencia mediante tendencias culturales que a menudo resultan dominantes, como el subjetivismo, el relativismo, el hedonismo y el materialismo práctico.
Por eso he solicitado vuestro compromiso renovado de promover y defender la doctrina católica «en particular sobre puntos neurálgicos hoy fuertemente atacados por la cultura secular», algunos de los cuales los ejemplifiqué en mi Carta. Es preciso profundizar e iluminar los temas —hoy continuamente debatidos y puestos en tela de juicio— de la salvación de todos los hombres en Cristo, de la moral sexual, del matrimonio y de la familia, en el contexto de la realidad contemporánea, pero conservando la sintonía con el Magisterio necesaria para que no se provoque confusión y desconcierto en el pueblo de Dios.
Sé y comprendo bien que se trata de un punto particularmente sensible y arduo para vosotros y para varios de vuestros hermanos, sobre todo para los que se dedican a la investigación teológica, al diálogo interreligioso y al diálogo con las culturas contemporáneas. Precisamente por ello os invité y también hoy os invito a reflexionar para recuperar el sentido más pleno de vuestro característico "cuarto voto" de obediencia al Sucesor de Pedro, que no implica sólo disposición a ser enviados a misiones en tierras lejanas, sino también —según el más genuino espíritu ignaciano de "sentir con la Iglesia y en la Iglesia"— a "amar y servir" al Vicario de Cristo en la tierra con la devoción "efectiva y afectiva" que debe convertiros en valiosos e insustituibles colaboradores suyos en su servicio a la Iglesia universal.
Al mismo tiempo, os animo a proseguir y renovar vuestra misión entre los pobres y con los pobres. No faltan, por desgracia, nuevas causas de pobreza y de marginación en un mundo marcado por graves desequilibrios económicos y medioambientales; por procesos de globalización regidos por el egoísmo más que por la solidaridad; por conflictos armados devastadores y absurdos. Como reafirmé a los obispos latinoamericanos reunidos en el santuario de Aparecida, «la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9)».
Por eso, resulta natural que quien quiera ser de verdad compañero de Jesús comparta realmente su amor a los pobres. Nuestra opción por los pobres no es ideológica, sino que nace del Evangelio. Son innumerables y dramáticas las situaciones de injusticia y pobreza en el mundo actual, y si es necesario esforzarse por comprender y combatir sus causas estructurales, también es preciso bajar al corazón mismo del hombre para luchar en él contra las raíces profundas del mal, contra el pecado que lo separa de Dios, sin dejar de responder a las necesidades más apremiantes con el espíritu de la caridad de Cristo.
Retomando y desarrollando una de las últimas intuiciones clarividentes del padre Arrupe, vuestra Compañía sigue trabajando meritoriamente al servicio de los refugiados, que a menudo son los más pobres de los pobres y que no sólo necesitan ayuda material, sino también la cercanía espiritual, humana y psicológica más profunda, que es más propia de vuestro servicio.
Os invito, por último, a prestar especial atención al ministerio de los Ejercicios espirituales, característico de vuestra Compañía desde sus mismos orígenes. Los Ejercicios son la fuente de vuestra espiritualidad y la matriz de vuestras Constituciones, pero también son un don que el Espíritu del Señor ha hecho a la Iglesia entera. Por eso, tenéis que seguir haciendo de él un instrumento valioso y eficaz para el crecimiento espiritual de las almas, para su iniciación en la oración y en la meditación en este mundo secularizado del que Dios parece ausente.
Precisamente la semana pasada yo también, junto con mis más estrechos colaboradores de la Curia romana, hice los Ejercicios espirituales, dirigidos por un ilustre hermano vuestro, el cardenal Albert Vanhoye. En un tiempo como el actual, en el que la confusión y multiplicidad de los mensajes, y la rapidez de cambios y situaciones, dificultan de especial manera a nuestros contemporáneos la labor de poner orden en su vida y de responder con determinación y alegría a la llamada que el Señor nos dirige a cada uno, los Ejercicios espirituales constituyen un camino y un método particularmente valioso para buscar y encontrar a Dios en nosotros, en nuestro entorno y en todas las cosas, con el fin de conocer su voluntad y de ponerla en práctica.
Con este espíritu de obediencia a la voluntad de Dios, a Jesucristo, que se convierte también en obediencia humilde a la Iglesia, os invito a proseguir y a llevar a buen fin los trabajos de vuestra Congregación, y me uno a vosotros en la oración que san Ignacio nos enseñó al final de los Ejercicios, una oración que siempre me parece demasiado elevada, hasta el punto de que casi no me atrevo a rezarla, y que, sin embargo, siempre deberíamos repetir:  «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed de todo a vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esto me basta» (Ejercicios espirituales, 234).
 
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sábado, agosto 03, 2013

El Papa a sus hermanos

El Papa Francisco se dirige con enorme ternura y vibración a sus hermanos jesuitas. El núcleo del mensaje recoge también ideas de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, pero tiene mucha más fuerza proviniendo del primer Papa jesuita.

Leed.


Conquistados por Cristo, en y con la Iglesia y el amparo de María discípula humilde y perfecta, alienta Papa Francisco a jesuitas


2013-08-01 Radio Vaticana
(RV).- (con audio y video) «Cristo siempre mayor», reiteró el Santo Padre, el día de la memoria litúrgica de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. En la Misa privada que celebró el primer Papa jesuita en la iglesia romana del Gesú, concelebraron con el pontífice monseñor Luis Ladaria, Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Padre general de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, miembros del Consejo y más de doscientos jesuitas.
Al final de la Misa el Papa rezó ante el altar de la capilla de San Ignacio y de San Francisco Javier y también en la capilla de Virgen de la Calle y ante la tumba del Padre Pedro Arrupe. A su llegada a esta iglesia, así como al salir de ella, el Santo Padre Francisco fue saludado con cariño por numerosas personas, que recibieron su sonrisa y bendición.
En su homilía, en la fiesta litúrgica de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, el Papa Francisco, en la Santa Misa que celebró con sus hermanos jesuitas, propuso una reflexión basada sobre tres conceptos: «poner en el centro a Cristo y a la Iglesia; dejarse conquistar por Él para servir y sentir la vergüenza de nuestros límites y pecados para ser humildes ante él y ante los hermanos». Hoy nos detenemos en el primer punto, con la introducción de su homilía y la voz del Santo Padre, en la iglesia romana del Gesú, donde se conservan las reliquias del santo fundador de los jesuitas:
«En esta Eucaristía en que celebramos a nuestro Padre Ignacio de Loyola, a la luz de las Lecturas que hemos escuchado, quisiera proponer tres pensamientos sencillos, guiados por tres expresiones: poner en el centro a Cristo y a la Iglesia; dejarse conquistar por Él para servir; sentir vergüenza de nuestros límites y pecados, para ser humildes ante Él y ante los hermanos.
1. El escudo de nosotros los Jesuitas es un monograma, el acrónimo de "Iesus Hominum Salvator" (IHS). Cada uno de ustedes me puede decir: ¡lo sabemos muy bien! Pero este escudo nos recuerda continuamente una realidad que no debemos olvidar nunca: la centralidad de Cristo para cada uno de nosotros y para toda la Compañía, que San Ignacio quiso llamar precisamente "de Jesús", para indicar su punto de referencia. Además, incluso en el comienzo de los Ejercicios Espirituales, nos pone delante de nuestro Señor Jesucristo, de nuestro Creador y Salvador (cf. EE, 5). Y esto nos lleva a nosotros los jesuitas y a toda la Compañía a estar "descentrados", a tener ante nosotros al "Cristo siempre mayor", al "Deus semper maior", al "intimior intimo meo", que nos saca de nosotros mismos continuamente, nos lleva a una cierta kenosis, a "salir del propio amor, voluntad e interés" (EE, 189). No es una pregunta descontada para nosotros, para todos nosotros: ¿Cristo es el centro de mi vida? ¿Pongo realmente a Cristo en el centro de mi vida? Porque siempre existe la tentación de pensar que somos nosotros el centro. Y cuando un jesuita se pone en el centro y no a Cristo, se equivoca. En la primera Lectura, Moisés repite con insistencia al pueblo que ame al Señor, que ande en sus caminos, "porque Él es tu vida" (cf. Dt 30, 16, 20). ¡Cristo es nuestra vida! A la centralidad de Cristo le corresponde también la centralidad de la Iglesia: son dos fuegos que no se pueden separar: yo no puedo seguir a Cristo sino en la Iglesia y con la Iglesia. Y también en este caso, nosotros los jesuitas y toda la Compañía no somos el centro, estamos, por así decirlo, "desplazados", estamos al servicio de Cristo y de la Iglesia, la Esposa de Cristo, nuestro Señor, que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica (cf. EE, 353). Ser hombres arraigados y cimentados en la Iglesia: así nos quiere Jesús. No puede haber caminos paralelos o aislados. Sí, caminos de búsqueda, sí, caminos creativos, sí, esto es importante: ir a las periferias, las tantas periferias. Para ello se requiere creatividad, pero siempre en la comunidad, en la Iglesia, con esta pertenencia que nos da coraje para seguir adelante. Servir a Cristo es amar a esta Iglesia concreta, y servirla con generosidad y espíritu de obediencia».
(CdM - RV)
Texto completo de la homilía del Santo Padre:
En esta Eucaristía en que celebramos a nuestro Padre Ignacio de Loyola, a la luz de las Lecturas que hemos escuchado, quisiera proponer tres pensamientos sencillos, guiados por tres expresiones: poner en el centro a Cristo y a la Iglesia; dejarse conquistar por Él para servir; sentir vergüenza de nuestros límites y pecados, para ser humildes ante Él y ante los hermanos.
1. El escudo de nosotros los Jesuitas es un monograma, el acrónimo de "Iesus Hominum Salvator" (IHS). Cada uno de ustedes me puede decir: ¡lo sabemos muy bien! Pero este escudo nos recuerda continuamente una realidad que no debemos olvidar nunca: la centralidad de Cristo para cada uno de nosotros y para toda la Compañía, que San Ignacio quiso llamar precisamente "de Jesús", para indicar su punto de referencia. Además, incluso en el comienzo de los Ejercicios Espirituales, nos pone delante de nuestro Señor Jesucristo, de nuestro Creador y Salvador (cf. EE, 6). Y esto nos lleva a nosotros los jesuitas y a toda la Compañía a estar "descentrados", a tener ante nosotros al "Cristo siempre mayor", al "Deus semper maior", al "intimior intimo meo", que nos saca de nosotros mismos continuamente, nos lleva a una cierta kenosis, a "salir del propio amor, voluntad e interés" (EE, 189). No es una pregunta descontada para nosotros, para todos nosotros: ¿Cristo es el centro de mi vida? ¿Pongo realmente a Cristo en el centro de mi vida? Porque siempre existe la tentación de pensar que somos nosotros el centro. Y cuando un jesuita se pone en el centro y no a Cristo, se equivoca. En la primera Lectura, Moisés repite con insistencia al pueblo que ame al Señor, que ande en sus caminos, "porque Él es tu vida" (cf. Dt 30, 16, 20). ¡Cristo es nuestra vida! A la centralidad de Cristo le corresponde también la centralidad de la Iglesia: son dos fuegos que no se pueden separar: yo no puedo seguir a Cristo sino en la Iglesia y con la Iglesia. Y también en este caso, nosotros los jesuitas y toda la Compañía no somos el centro, estamos, por así decirlo, "desplazados", estamos al servicio de Cristo y de la Iglesia, la Esposa de Cristo, nuestro Señor, que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica (cf. EE, 353). Ser hombres arraigados y cimentados en la Iglesia: así nos quiere Jesús. No puede haber caminos paralelos o aislados. Sí, caminos de búsqueda, sí, caminos creativos, sí, esto es importante: ir a las periferias, las tantas periferias. Para ello se requiere creatividad, pero siempre en la comunidad, en la Iglesia, con esta pertenencia que nos da coraje para seguir adelante. Servir a Cristo es amar a esta Iglesia concreta, y servirla con generosidad y espíritu de obediencia.

2. ¿Cuál es el camino para vivir esta doble centralidad? Miremos la experiencia de San Pablo, que es también la experiencia de San Ignacio. El Apóstol, en la segunda Lectura que hemos escuchado, escribe: me esfuerzo en correr hacia la perfección de Cristo, porque “yo también he sido conquistado por Cristo Jesús" (Fil. 3,12). Para Pablo, sucedió en el camino a Damasco, para Ignacio, en su casa de Loyola, pero el punto fundamental es común: dejarse conquistar por Cristo. Yo busco a Jesús, yo sirvo a Jesús porque Él me buscó antes, porque he sido conquistado por Él; y éste es el corazón de nuestra experiencia. Pero Él es el primero, siempre. En español hay una palabra que es muy gráfica, que lo explica bien: Él nos "primerea", "Él nos primerea." Es el primero siempre. Cuando nosotros llegamos, Él ya llegó y nos está esperando. Y aquí me gustaría recordar la meditación sobre el Reino en la Segunda Semana. Cristo nuestro Señor, Rey eterno, llama a cada uno de nosotros diciéndonos: "El que quiere venir conmigo debe trabajar conmigo, para que siguiéndome en el sufrimiento, me siga en la gloria" (EE, 95): Ser conquistados por Cristo para ofrecer a este Rey toda nuestra persona y de toda nuestra fatiga; (cf. EE, 96), decirle al Señor que se quiere hacer todo para su mayor servicio y alabanza, imitarlo también en soportar los insultos, el desprecio, la pobreza (cf. EE, 98). Y pienso en nuestro hermano en Siria en este momento. Dejarse conquistar por Cristo significa estar siempre tendido hacia lo que está ante mí, hacia la meta de Cristo (cf. Flp 3,14), y preguntarse con verdad y sinceridad: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué estoy haciendo por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo? (Cf. EE, 53).
3. Y llego al último punto. En el Evangelio, Jesús nos dice: "El que quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mi causa la salvará ... Si alguien se avergüenza de mí ..." (Lc 9, 23). Y así sucesivamente. La vergüenza del jesuita. La invitación que hace Jesús es la de no avergonzarse nunca de él, sino seguirlo siempre con total dedicación, confiando en el Él y encomendándose a Él. Pero al mirar a Jesús, como San Ignacio nos enseña en la Primera Semana, sobre todo mirando a Cristo crucificado, sentimos ese sentimiento tan humano y tan noble que es la vergüenza de no estar a la altura; miramos la sabiduría de Cristo y nuestra ignorancia, su omnipotencia y nuestra debilidad, su justicia y nuestras iniquidades, su bondad y nuestra maldad (cf. EE, 59). Pedir la gracia de la vergüenza, la vergüenza que viene del constante coloquio de misericordia con Él; la vergüenza que nos hace que nos pongamos colorados ante Jesucristo; la vergüenza que nos pone en sintonía con el corazón de Cristo, que se hizo pecado por mí; la vergüenza que pone en armonía nuestro corazón en lágrimas y nos acompaña en el seguimiento cotidiano de "mi Señor". Y esto nos lleva siempre, como individuos y como Compañía, a la humildad, a vivir esta gran virtud.
Humildad que nos hace conscientes cada día de que no somos nosotros los que construimos el Reino de Dios, sino que es siempre la gracia del Señor, la que obra en nosotros; humildad que nos impulsa a poner todo de nosotros mismos, no al servicio nuestro o de nuestras ideas, sino al servicio de Cristo y de la Iglesia, como vasijas de barro, frágiles, inadecuados, insuficientes, pero donde hay un inmenso tesoro que llevamos y comunicamos (2 Corintios 4, 7). Siempre me ha gustado pensar en el ocaso del jesuita, cuando un jesuita termina su vida, cuando se pone el sol. Y siempre pienso en dos iconos de esta puesta del sol de los jesuitas: una clásica, la de San Francisco Javier, mirando la China. El arte ha pintado tantas veces esta puesta del sol, este final de Javier. Incluso la literatura, en ese hermoso texto de Pemán. Al final, sin nada, pero ante el Señor; y esto a mí me hace bien, para mí es bueno pensar en esto. El otro atardecer, otro icono que recuerdo como ejemplo, es el del Padre Arrupe, en el último coloquio en el campo de refugiados, cuando nos dijo - algo que él mismo decía - "lo digo como si fuera mi canto del cisne: recen". La oración, la unión con Jesús Y, una vez dicho esto, tomó el avión, llegó a Roma con el ictus, que dio lugar a aquella puesta del sol, tan larga y tan ejemplar. Dos puestas de sol, dos iconos que a todos no va a hacer bien mirar y volver a ambos. Y pedir la gracia para que nuestras puestas del sol sean como las de ellos.
Queridos hermanos, nos dirigimos a Nuestra Señora, que Ella que llevó a Cristo en su seno y que ha acompañado los primeros pasos de la Iglesia, nos ayude a poner en el centro de nuestras vidas y de nuestro ministerio a Cristo y a su Iglesia; Ella, que fue la primera y más perfecta discípula de su Hijo, nos ayude a dejarnos conquistar por Cristo, para seguirlo y servirlo en cada situación; Ella que respondió con la humildad más profunda al anuncio del Ángel: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra "(Lc 1,38), nos haga sentir vergüenza por nuestra incapacidad ante el tesoro que nos ha sido confiado, para vivir la humildad ante Dios. Acompañe nuestro camino la paternal intercesión de San Ignacio y de todos los Santos jesuitas, que siguen a enseñándonos cómo hacer todo, con humildad, para mayor gloria de Dios – ad maiorem Dei gloriam.»
(Traducción del italiano: Cecilia de Malak - Radio Vaticano)