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domingo, noviembre 16, 2014

Las opiniones de un Cardenal de clara ortodoxia pueden ser compartidas por un laico, no para escandalizar, sino para informar y mover a rezar por la Iglesia.

Leed.

ENTREVISTA
El cardenal estadounidense Raymond Leo Burke está considerado uno de los representantes del sector de la Curia más reacio a los cambios, como demuestra al tachar de “crítico” el momento actual, en el que para “muchos” la Igle­sia navega “como una nave sin timón”. Opuesto a las tesis del cardenal Walter Kasper sobre la admisión de los divorcia­dos vueltos a casar a los sacramentos —”el matrimonio es indisoluble. Si me caso con alguien, no puedo vivir con otro”—, tacha de “sufrimiento” la homosexualidad y con­sidera que se intentó dirigir el Sínodo de la Familia hacia una posición aperturista. Incluso denuncia la “manipulación” que trató de hacerse con la información que salía de la asamblea sinodal, al tiempo que lamenta la “confusión” y las “dificultades pastorales” provocadas por el debate so­bre estos puntos calientes. Prefecto desde 2008 del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, la Corte Suprema del Vaticano, se da por seguro su paso a la condición de cardenal patrón de la Orden de Malta, un cargo honorífico sin apenas contenido.
¿Qué sensación le dejó el Sínodo? ¿Hubo confrontación?
Hubo una discusión abierta y fuerte. Antes siempre se publicaban las inter­venciones de los padres sinodales, pero ahora no. Todas las informaciones venían de los resúmenes del P.Lombardi y de los encuentros que organizaba con la prensa. Esos resúmenes me sorprendieron, no refle­jaban bien el contenido de las discusiones, daban la impresión de que todo se estaba dirigiendo a favor de la posición expuesta por el cardenal Kasper. El verdadero shock llegó con la Relatio post disceptationem [re­sumen de las intervenciones de la primera semana del Sínodo]. Parecía un manifiesto para cambiar la disciplina de la Iglesia frente a las uniones irregulares. Ofrecía una mayor apertura a las parejas que co­habitan sin el sacramento del matrimonio y a las personas que sufren la condición homosexual.
¿Compartían otros padres sinodales su rechazo?
Así es. Todos en mi círculo menor es­tábamos sorprendidos. Pasamos mucho tiempo fundamentando el documento final en la Sagrada Escritura y en el Magisterio. Había que corregir los errores: por ejemplo, eso de que pueden encontrarse elementos positivos en actos pecaminosos, como la cohabitación, la fornicación, el adulterio o en actos sexuales entre personas que sufren la condición homosexual. Esta confusión era muy grave. Intentamos que volviera a emerger la belleza del estado matrimonial, como unión indisoluble, fiel y destinada a la procreación creada por Dios. Frente a las situaciones difíciles, distinguimos entre el amor por el pecador y el odio por el pecado. Los moderadores y relatores de los círculos menores pedimos que nuestros trabajos fueran publicados. Hasta entonces el público no sabía lo que pensábamos. Todo estaba controlado y manipulado, si puedo decirlo.
Graves dificultades pastorales¿Se intentó dirigir el Sínodo en una dirección?
Sí. Desde el momento en que el cardenal Kasper empezó a plantear su opinión, una parte de la prensa interpretó que la Iglesia tenía intención de cambiar su disciplina. Eso creó graves dificultades pastorales. Muchos obispos y sacerdotes me contac­taron diciendo que personas en uniones irregulares iban a las parroquias queriendo recibir los sacramentos. Decían que el Papa así lo quiere. No estamos hablando de una cosa ligera, sino fundamental. El pilar de la Iglesia es el matrimonio. Si no enseña­mos y vivimos bien esa verdad, estamos perdidos. Dejamos de ser la Iglesia. En el Sínodo no pueden ponerse al mismo nivel las enseñanzas de la Iglesia y una posición que las contradice.
¿Ya no se enseña bien la verdad del matrimonio?
Hay una gran confusión sobre la indiso­lubilidad. Si la persona vive una relación que es público adulterio, ¿cómo es posible acceder a la confesión con la resolución de no pecar más? ¿Cómo es posible acceder a la comunión sin escandalizar a la comu­nidad? Se vive públicamente uno de los pecados más graves.
¿No ve posible el camino de penitencia propuesto por Kasper para que algunos divorciados vueltos a casar accedan a los sacramentos?
En ese camino de penitencia las par­tes deben vivir castamente. Si no pueden separarse, deben vivir como hermano y hermana. Es una praxis antigua. Hablan de la ley de la gradualidad, pero la verdad no es gradual. Es objetiva. El matrimonio es indisoluble. Si me caso con alguien, no puedo vivir con otro.
Otro tema candente es el de los homo­sexuales. Los citaba antes como “personas que sufren la condición homosexual”. ¿Lo ve como una enfermedad?
Es un sufrimiento. Dios no nos ha hecho para que el hombre esté con el hombre y la mujer con la mujer. Está claro por nuestra propia naturaleza. Estamos hechos para la unión heterosexual, para el matrimonio. Me niego a hablar de personas homosexua­les, porque nadie se identifica por esta tendencia. Es una persona que tiene esta tendencia, que es un sufrimiento.
¿Qué le pareció cuando el Papa dijo que quién era él para juzgar a un gay?
Dijo que no puede juzgar a la persona frente Dios, sea cual sea su culpabilidad. Pero deben juzgarse los actos; no creo que el Papa piense de forma diversa. Son peca­minosos y contranaturales. El Papa nunca dijo que podemos encontrar elementos positivos en ellos. Es imposible encontrar elementos positivos en un acto malo.
Francisco habló en su mensaje final del Sínodo de un “endurecimiento hostil” y lamentó que algunos se encerraran “den­tro de lo escrito” sin dejarse “sorprender por Dios”. ¿Cómo interpreta sus palabras?
Es difícil. Se pueden interpretar en el sentido de que la doctrina y la discipli­na son contrarias a la acción del Espíritu Santo. No es el modo de pensar católico. La doctrina y la disciplina son las condi­ciones para el verdadero encuentro con Cristo. He escuchado a muchos decir que el Papa no quiere insistir en la disciplina ni en la doctrina. No es la interpretación adecuada de sus palabras.
Algunos fieles están preocupados por el camino que ha tomado la iglesia. ¿Qué les dice?
Muchos me han mostrado esa preocupación. En un momento tan crítico, en el que hay una fuerte sensación de que la Iglesia está como una nave sin timón, no importa la razón; es más importante que nunca estudiar nuestra fe, tener una guía espiritual sana y dar un testimonio fuerte de la fe. Algunos me dicen que ya no es importante, por ejemplo. la implicación en el movimiento por la vida. Les respondo que es más importante que nunca.
¿Ve a la Iglesia en un momento en que parece que no haya nadie al mando?
Tengo todo el respeto al ministerio petri­no y no quiero que parezca que soy una voz contraria al Papa. Querría ser un maestro de la fe con todas mis debilidades, diciendo la verdad que hoy muchos sienten. Sufren un poco de mareo, porque para ellos pare­ce que la nave de la Iglesia ha perdido la brújula. Hay que dejar a un lado la causa de esta desorientación, pues no hemos perdido la brújula. Tenemos la constante tradición de la Iglesia, las enseñanzas, la liturgia. la moral. El catecismo no cambia.
Encuentro con la cultura
¿Cómo se caracteriza este pontificado?
El Papa, justamente, habla de la nece­sidad de ir a las periferias. La respuesta de la gente ha sido muy calurosa. Pero no podemos ir a las periferias con las manos vacías. Vamos con la Palabra de Cristo, con los sacramentos, con la vida virtuosa del Espíritu Santo. No digo que el Papa lo haga, pero está el riesgo de interpretar mal el encuentro con la cultura. La fe no puede acomodarse a la cultura, sino llamarla la conversión. Somos un movimiento contracultural, no popular.
Dijo usted que la Evangelii gaudium no era parte del Magisterio. ¿Por qué?
El propio Papa dice al principio del do­cumento que no es magisterial, que solo ofrece indicaciones de la dirección en que llevará a la Iglesia.
¿El católico de a pie hace esa distinción?
No. Por eso hace falta una presenta­ción cuidada a los fieles, explicando la naturaleza y el peso del documento. Hay afirmaciones en la Evangelii gaudium que expresan el pensamiento del Papa. Las recibimos con respeto, pero no enseñan una doctrina oficial.

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