La oligarquía vergonzante: réplica a Luis Larraín
Hasta
hace nada, hasta hace poco, ¿quién habría pensado que un líder de la opinión de
derecha, ex pinochetista y ministro del ilustre gobierno militar, y acérrimo
defensor de la economía política exitosa de los Chicago boys, habría instado a votar por Sebastián Piñera, un
candidato democristiano, más cercano a Aylwin y a Bachelet que a Pinochet, el
Presidente que más militares ha metido a la cárcel, quien ha agrandado el
Estado y subido los impuestos, ha negociado con terroristas y ahora defiende un
nuevo Estado de bienestar? Pues eso hace Luis Larraín, Director Ejecutivo de
Libertad y Desarrollo, un think tank liberal
que hasta hace pocos años defendía también los valores morales más
tradicionales (aun cuando, honesto es decirlo, siempre subordinados al ideario
económico).
(A) Sus
argumentos son falaces y vamos a refutarlos enseguida. Pero lo esencial es otra
cosa: advertir que él representa simplemente a la oligarquía vergonzante. No a
las familias ricas con cierta decencia y valores, sino a esa oligarquía
mayoritaria que siempre ha puesto el dinero por encima de su barniz de fe y de
moral cristiana. Esa plutocracia a la que fustigaba el Padre Hurtado, tratando
de convertirla a Dios, con su conferencia ¿Es
Chile un país católico?, que logró poco y nada: mover hacia una ideología
resentida (el socialcristianismo de los años ‘40-‘70) a los jóvenes de esa
oligarquía, y poco más. Mas me desvío, que no es la hora de atacar a quienes
sustituyeron a Dios y el cristianismo por la democracia y el afán de poder.
El
asunto ahora es otro: que toda una oligarquía, antes pinochetista, que siempre
se ha creído más o menos catóoooolica
y, por supuesto, moralmente decente, queda desenmascarada por argumentos que
apenas ocultan la desnuda voluntad de dinero y de poder.
Veamos.
(1) Primero.
Se apela al «voto útil»: conseguir que el candidato favorito gane en primera
vuelta o que pase a segunda con una diferencia tal que asegure su triunfo ante
una izquierda desanimada, desbandada, y con indecisos que votan a ganador. Larraín
no es tonto: sabe que su candidato no gana a la primera. Aun así, cree que «son
argumentos contundentes a favor de un voto por Piñera». No lo son. Son puro
cálculo político, lo peor de la vieja política. Pero además son cálculos
parciales y probablemente errados. Todos pensamos que Piñera pasa a segunda con
primera mayoría. También creemos que lo más probable, como en el 2009, es que
gane en esa segunda vuelta. Sin embargo, la izquierda sí se reagrupará: sí
habrá peligro de perder, trapos sucios que saldrán al aire, posible persecución
judicial contra él mismo o sus buques cercanos (esto ya está en curso). Y sobre
todo habrá demasiada gente que, sin ser de izquierda, no querrá dar su voto a
alguien como el candidato favorito, que suscita comprensible rechazo por su
historia pasada en lo económico y en lo político.
Por
eso, lo más seguro como estrategia era y sigue siendo intentar llevar a Kast a
la segunda vuelta. Larraín afirma que «todos sabemos que es imposible que José
Antonio Kast pase a la segunda vuelta». Es lo más probable, quizás, como una
profecía autocumplida. Pero si todos los que son partidarios de las ideas y del
estilo de Kast votaran por él, sin creer que es imposible que pase a la segunda
vuelta, entonces pasaría a la segunda vuelta. Y si realmente es imposible, ¿qué
importa, entonces, que todos los que simpatizan con él voten por él?
¿Tiene
algo de dignidad el que renuncia a votar según sus convicciones solamente
porque va a perder? Nada. Es un oligarca y un plutócrata calculador.
(2) Segundo.
Larraín intenta derrumbar la tesis de que «Kast representa mejor el pensamiento
de derecha». Larraín niega que Kast represente mejor el pensamiento de derecha.
Lea de nuevo.
Esto es
ridículo.
Cualquier
ciudadano con pensamiento (de izquierda o de derecha, caso de haberlo), situado
en cualquier lugar del espectro ideológico chileno, sabe que Kast es de derecha
y Piñera de centroizquierda o a lo más de centroderecha aguada, mimetizada,
vergonzante, acomplejada.
El
argumento del voto útil y el del voto por miedo (¡miedo a que vuelva la UP…!)
se entiende en boca de gente de derecha que quiere repetir el error de votar
por la DC para que no llegue la izquierda al poder. Es asunto de viejas
chillonas, de derechistas desmemoriados (¿o se evitó la UP por ser precedida de
una DC fanática y corrupta?), de quienes no entienden que incluso la izquierda
tipo Frente Amplio quiere conservar una economía funcional, pero reducir mucho
las ganancias de los ricos y, sobre todo, dominar la cultura. Tranquilos,
momios queridos: no les quitarán sus bancos ni sus vacaciones en Indonesia; no
se comerán a las guaguas: solamente las convertirán en crema (como decía el
dirigente de Movilh).
El
argumento del miedo, con todo, se
entiende. Pero decir que José Antonio Kast no representa mejor el
pensamiento de derecha es una idiotez grave (o quizás el pensamiento de derecha
de la derecha oligárquica no es pensamiento y debemos ser comprensivos ante el
vacío).
Antes
de hacerme cargo de la poca densidad intelectual del argumento, les pido que
respondan estas preguntas de derecha: ¿qué candidato, Kast o Piñera, propone
mayor respeto y adhesión a las grandes obras de la derecha del pasado, como la
derrota del totalitarismo marxista, la instauración de la economía racional de
mercado, la libertad de enseñanza, etc.? ¿Quién propone reducir el Estado y los
impuestos, y quién los ha agrandado? ¿Quién es más enérgico contra el
terrorismo en el Sur y quién lo ha facilitado, cediendo y concediendo? ¿Quién
persigue a los militares viejos y quién los defiende? ¿Quién representa una
visión tradicional de la familia y de los hijos, y quién, por el contrario, se
adhiere al homosexualismo? ¿Quién propone luchar contra el aborto y quién
simplemente irse por el lado con políticas de acompañamiento, que, por cierto,
todos aprueban?
En fin,
veamos a qué se refiere Luis Larraín con aquello de «pensamiento de derecha».
¡Qué vergüenza me da escribir esto! A veces pienso —pero esto no es un
pensamiento de derecha: espero no pensar cosas impuras— que el pensamiento de
derecha es el nirvana, o a lo más repetir rítmicamente una palabra acompasada
con la respiración: «plata, plata, plata».
(a)
Larraín mira primero al pasado. Sobre el 11 de septiembre de 1973, en realidad
le da la razón a Kast: reconoce la visión positiva de ese acto de legítima
defensa y del nuevo régimen instaurado a partir de él. Solamente que añade que,
para evitar los abusos de la izquierda en la manipulación de la historia (y lo
que más preocupa a la plutocracia: el gasto de dinero), «debemos ganar el
gobierno». ¿Acaso ganar el gobierno
hará realidad que Piñera represente mejor el pensamiento de derecha, sea esto
lo que fuere? ¡Pero si Piñera fue cómplice
activo (no cómplice pasivo) en
toda esa persecución contra los militares y en esa misma manipulación de la
historia! Por cuatro aplausos y tres palmaditas en la espalda, vendió la visión
del pasado que siempre hemos defendido en la derecha y ayudó a meter a la
cárcel a gente anciana y enferma. Me da asco, pero debo seguir escribiendo.
(b)
Después se lanza contra el pinochetismo.
Dice
algo obvio: que «el propio patriotismo nos impone hacer lo que es mejor para el
país». Pues de eso se trata, pero no vale como argumento. Es lo que en lógica
se llama una petición de principio (el
pensamiento de derecha usa la lógica, aunque no lo crean los ideólogos que
llaman «pensamiento de derecha» al cálculo y a la claudicación, a la vergüenza
y la ausencia de ideales, al miedo y la cobardía). Porque discutimos si lo
mejor para el país es votar por un candidato de derecha, aunque pierda, o por
uno de centroizquierda, que tiene asegurado pasar a la segunda vuelta. Esto es
lo que discutimos ahora.
Ahora
viene la gran perla del discurso. El autor cree que es «artificioso … esgrimir
el pinochetismo para votar por José Antonio Kast». Por mi parte, no creo que
haya nadie que sea leal a la memoria de Pinochet —o a los militares perseguidos
con saña— y que pueda votar por Piñera. Pero nuestro autor, cómplice o
encubridor, arguye que lo de «artificioso» se debe a que «el pinochetismo nunca
existió, como sí hubo castrismo, o chavismo o incluso franquismo».
Respire,
lea de nuevo, piense (si es de derecha, piense; si es lo que la oligarquía cree
que es el pensamiento de derecha,
diga conmigo: «plata, plata, plata», respire y repita, como si fuera su champú…
lávese la cabeza con bitcoins).
Más
allá de las explicaciones, les cuento mis recuerdos. Sí hubo y hay
pinochetismo, aunque eso no sea todo lo que la gente de derecha tiene en la
cabeza, por cierto.
Recuerdo
que, en los años ’80, nunca fui a las marchas y manifestaciones de apoyo al
Presidente Pinochet. Yo era partidario de su gobierno, pero no quería ir porque
huyo como de la peste del fanatismo y del mesianismo. Y el pinochetismo de
entonces era fanático y mesiánico en muchos de sus representantes (atención:
muchos eran también gente serena, que iba a las marchas en legítimo uso de su
derecho a apoyar al gobierno). Es la misma razón por la que me cargaba la UDI
de los ’90: era mesiánica, casi la
encarnación de «los principios y valores del sector», como solía decirse con
cierto énfasis (ahora la Presidente de la UDI dice que no tienen tales
principios: que fue una casualidad que se agruparan tantos en torno a la UDI, y
hasta que redactaran unas declaraciones de principios: es el extremo del
pensamiento de derecha estilo nirvana). Había gente que pensaba que ser de la
UDI y ser católico eran lo mismo (yo siempre he reconocido el derecho de los
católicos a equivocarse, incluso a militar en la DC: se pueden santificar ahí
porque Dios escribe derecho sobre renglones torcidos).
Y las
vueltas de la vida: ahora soy más pinochetista que el ministro de Pinochet,
Luis Larraín; y ahora estoy más cerca de esa UDI que sus fundadores y su
Predidente/a.
Pero
doy fe de que había pinochetismo. En altos grados. ¿Y cuando fue detenido en
Londres? ¿No recuerdan el nivel de adrenalina de las manifestaciones
pinochetistas? Ahí sí fui a una de ellas, donde habló Joaquín Lavín (que nunca
fue pinochetista, claro, porque el pinochetismo nunca existió…). ¿Y recuerdan
cómo se sorprendió la élite liberal con las multitudes en el funeral del
Presidente Pinochet, del sanguinario dictador? ¿Eso no era pinochetismo? Oye, y
puestos a pensar como gente de derecha, ¿qué me dicen de la Paty Maldonado?
¿Será la única pinochetista que hubo?
Sé que
hay izquierdistas que me respetan. Y que tienen pensamiento (de izquierda,
equivocado, pero por lo menos no es nirvana).
Y alguno incluso sé que me estima, como yo los estimo a ellos, que yacen por tanto tiempo en las tinieblas
del error. Les pido a ellos que tercien en esta diferencia de opiniones
entre el ex ministro de Pinochet y el pobre pinochetista que nunca fue a sus
marchas; y que nos digan si había o no pinochetismo entonces. ¿O tengo mala
memoria?
Luis
Larraín cree que con raciocinios puede refutar la historia. Por eso, para
probar que nunca existió un hecho histórico, que sigue dando coletazos, ofrece
razones abstractas.
La
primera: «que el general Pinochet nunca lo quiso, porque siempre concibió su
gobierno como uno institucional». Magnífico. ¿Son proposiciones
contradictorias? ¿Acaso el gobierno de Franco o de Castro no han sido
institucionales? ¿Y el de Mao? Yo sé que la voluntad del general Pinochet era
modesta. (Gracias por los aplausos. Gracias. Las risas de los izquierdistas ya
no me gustan tanto). Pero que él no quisiera el culto a su personalidad no nos
impide hablar de un evidente pinochetismo
entre quienes lo admirábamos. Ahora hay kastismo
y no tiene nada de fanático: es cariño y admiración por un hombre honrado. Y
hay piñerismo incluso entre quienes
no admiran a Piñera, que incluso lo desprecian, pero que lo siguen por ese
patriotismo y bien superior que se resume en este mantra: «plata, plata,
plata».
La
segunda razón del piñerismo para negar que exista el pinochetismo es que «la
abrumadora mayoría de los civiles que lo apoyamos creíamos en la democracia
como forma permanente de gobierno en Chile». ¿Y? ¿Lógica de derecha, el non sequitur? Pinochet también creía en la democracia como forma permanente
de gobierno en Chile: la estableció y fundó él mismo en la Constitución que
lleva su firma (es un guiño a RLE). El pinochetismo,
al que apelamos para votar por Kast, es la lealtad con el Presidente Pinochet,
con el gobierno encabezado por él y con sus realizaciones, además del mínimo de
justicia que se debe a las únicas víctimas sacrificadas en la transición: los
militares en retiro. A veces me dan ganas de… —pero me baja la caridad y
rechazo la tentación— de que también metan a la cárcel a los ex ministros de
Pinochet, por su complicidad de entonces (según la izquierda y según Piñera) y
su traición de ahora (según el pensamiento
de derecha sin nirvana, sin oligarquía, sin plutocracia).
(c)
Luis Larraín mira al futuro. Dice que
«la candidatura de Kast es una candidatura sobre el pasado y la de Piñera una
sobre el futuro». Su argumento es que
«la
única forma que tiene la derecha para estar en el gobierno en el futuro … es
ganar estas elecciones con Sebastián Piñera. No hacerlo significa hipotecar el
futuro de nuestros hijos». Tampoco se sigue, hasta donde sabemos. Otra fórmula
es que pasen a segunda vuelta los dos, Kast y Piñera, y que gane el mejor.
Piñera no puede garantizar que después de 4 años transmita el poder a otro
izquierdista moderado (bueno, sí: a algún socialista tipo Ricardo Lagos, que
respetó el lucro igual o más que Piñera). Con todo, lo más probable es que gane
Piñera en segunda vuelta, salvo que la Providencia nos bendiga con un fenómeno
de rebelión de las masas tipo Trump o Brexit o NO en Colombia. Mas fuera de
algo así, votar por Kast es la mejor forma de asegurar un triunfo de la derecha
en segunda vuelta.
Y si el
piñerismo sigue atacando al kastismo, seremos cada día más los que no votaremos
por su candidato en la segunda vuelta. Aquí estamos con la Pía más que con José
Antonio.
(d)
Finalmente, el autor se acuerda de los
valores. Quizás tienen que ver con el pensamiento de derecha, porque «en la
derecha siempre ha habido grupos conservadores y liberales y han convivido a lo
largo de la historia». Corta su historia, amigo; pero no vayamos por ahí, que
sería estresar el pensamiento de derecha.
Lo
preocupante es que Luis Larraín llame a claudicar, a ceder en principios
indisponibles del pensamiento no ya de derecha (si existe), sino simplemente
decente y cristiano. Larraín afirma: «es difícil hoy día que alguien que cree
que las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos … justifique que
algunos chilenos, por su condición sexual, no tengan los mismos derechos que
los demás. Eso es algo que ya no se acepta fácilmente en Chile, especialmente
entre los jóvenes. La postura valórica de José Antonio Kast, respetable y
legítima, es sin embargo otra vez una del pasado, mientras que la de Sebastián
Piñera, incluso con las dudas y matices que admite, es una sobre el futuro».
Aquí
hay una confusión enorme. La posición de Kast no apunta a privar de derechos a
nadie. Al contrario, quiere proteger a los niños no nacidos, y a los que
necesitan un papá y una mamá y no ser objeto de satisfacción afectiva para
homosexuales que quieren adoptar.
Y esto
no es una cuestión de pasado o de futuro. A la política se entra para defender
la verdad y la justicia, con independencia de si está de moda o no. Los
economistas liberales que (con la ayuda de Pinochet y su gobierno) derrotaron
en Chile la visión socialista de entonces, lo hicieron a partir del convenio
UC-Chicago (1955), cuando todos creían que el mercado libre era cosa del pasado
—del siglo XIX— y que se nos venía encima el socialismo en sus versiones más
duras. La Iglesia católica, a través de su Universidad, en cambio, miró al futuro que realmente sería: el
de un país libre con una economía abierta y más eficiente que sus competidoras
socialistas.
Estamos
agradecidos a quienes, en esos años, resistieron
lo que era el futuro, que finalmente no fue. Así lo hicieron también los
disidentes que terminaron echando abajo las tiranías comunistas, aunque fuera
después de 70 años.
El futuro lo hacemos los hombres libres. No los esclavos del pensamiento
políticamente correcto. José Antonio Kast, como he dicho, no ha propuesto
discriminar a las personas en sus derechos fundamentales según su condición
sexual. Por el contrario, afirma y con él todo el pensamiento cristiano —no
solamente de derecha— que el matrimonio exige precisamente la complementariedad
sexual entre varón y mujer, para fundar una familia. Esto es el pasado, el
presente y el futuro.
Y
mientras más se someta a escrutinio la vida privada y pública de las diferentes
condiciones sexuales, más claro se
verá que son tanto o más dañinas que las ideologías que se opusieron al
socialismo y defendieron la libertad económica y política. Así lo piensan ahora
muchos, también jóvenes, que se ven inauditamente atacados y deshonrados cada
vez que lo dicen, hasta que terminan por callar.
Por
eso, una razón más para que las mayorías que se abstienen vayan a votar por
José Antonio Kast es detener el avance de la ideología de género, del
pansexualismo, del homosexualismo y de sus cómplices activos y pasivos, entre
los cuales se encuentra una derecha que vive por un solo mantra disfrazado de
valores, del futuro de nuestros hijos, de patriotismo, de ganarle a una
izquierda cuyos valores se han asumido salvo su oposición al libre mercado. Y
ese mantra de la derecha vergonzante y vergonzosa, la que está dispuesta a
entregar a sus niños a la muerte pero no a perder posiciones sociales o
económicas, la que reniega de su pasado y cree en un futuro lascivo pero entre
riquezas, ese mantra es… (¡repita conmigo, respire despacio!): «plata, plata,
plata».
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