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sábado, noviembre 11, 2017

La oligarquía vergonzante: réplica a Luis Larraín

Hasta hace nada, hasta hace poco, ¿quién habría pensado que un líder de la opinión de derecha, ex pinochetista y ministro del ilustre gobierno militar, y acérrimo defensor de la economía política exitosa de los Chicago boys, habría instado a votar por Sebastián Piñera, un candidato democristiano, más cercano a Aylwin y a Bachelet que a Pinochet, el Presidente que más militares ha metido a la cárcel, quien ha agrandado el Estado y subido los impuestos, ha negociado con terroristas y ahora defiende un nuevo Estado de bienestar? Pues eso hace Luis Larraín, Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo, un think tank liberal que hasta hace pocos años defendía también los valores morales más tradicionales (aun cuando, honesto es decirlo, siempre subordinados al ideario económico).

(A) Sus argumentos son falaces y vamos a refutarlos enseguida. Pero lo esencial es otra cosa: advertir que él representa simplemente a la oligarquía vergonzante. No a las familias ricas con cierta decencia y valores, sino a esa oligarquía mayoritaria que siempre ha puesto el dinero por encima de su barniz de fe y de moral cristiana. Esa plutocracia a la que fustigaba el Padre Hurtado, tratando de convertirla a Dios, con su conferencia ¿Es Chile un país católico?, que logró poco y nada: mover hacia una ideología resentida (el socialcristianismo de los años ‘40-‘70) a los jóvenes de esa oligarquía, y poco más. Mas me desvío, que no es la hora de atacar a quienes sustituyeron a Dios y el cristianismo por la democracia y el afán de poder.

El asunto ahora es otro: que toda una oligarquía, antes pinochetista, que siempre se ha creído más o menos catóoooolica y, por supuesto, moralmente decente, queda desenmascarada por argumentos que apenas ocultan la desnuda voluntad de dinero y de poder.

Veamos.

(1) Primero. Se apela al «voto útil»: conseguir que el candidato favorito gane en primera vuelta o que pase a segunda con una diferencia tal que asegure su triunfo ante una izquierda desanimada, desbandada, y con indecisos que votan a ganador. Larraín no es tonto: sabe que su candidato no gana a la primera. Aun así, cree que «son argumentos contundentes a favor de un voto por Piñera». No lo son. Son puro cálculo político, lo peor de la vieja política. Pero además son cálculos parciales y probablemente errados. Todos pensamos que Piñera pasa a segunda con primera mayoría. También creemos que lo más probable, como en el 2009, es que gane en esa segunda vuelta. Sin embargo, la izquierda sí se reagrupará: sí habrá peligro de perder, trapos sucios que saldrán al aire, posible persecución judicial contra él mismo o sus buques cercanos (esto ya está en curso). Y sobre todo habrá demasiada gente que, sin ser de izquierda, no querrá dar su voto a alguien como el candidato favorito, que suscita comprensible rechazo por su historia pasada en lo económico y en lo político.

Por eso, lo más seguro como estrategia era y sigue siendo intentar llevar a Kast a la segunda vuelta. Larraín afirma que «todos sabemos que es imposible que José Antonio Kast pase a la segunda vuelta». Es lo más probable, quizás, como una profecía autocumplida. Pero si todos los que son partidarios de las ideas y del estilo de Kast votaran por él, sin creer que es imposible que pase a la segunda vuelta, entonces pasaría a la segunda vuelta. Y si realmente es imposible, ¿qué importa, entonces, que todos los que simpatizan con él voten por él?

¿Tiene algo de dignidad el que renuncia a votar según sus convicciones solamente porque va a perder? Nada. Es un oligarca y un plutócrata calculador.


(2) Segundo. Larraín intenta derrumbar la tesis de que «Kast representa mejor el pensamiento de derecha». Larraín niega que Kast represente mejor el pensamiento de derecha. Lea de nuevo.

Esto es ridículo.

Cualquier ciudadano con pensamiento (de izquierda o de derecha, caso de haberlo), situado en cualquier lugar del espectro ideológico chileno, sabe que Kast es de derecha y Piñera de centroizquierda o a lo más de centroderecha aguada, mimetizada, vergonzante, acomplejada.

El argumento del voto útil y el del voto por miedo (¡miedo a que vuelva la UP…!) se entiende en boca de gente de derecha que quiere repetir el error de votar por la DC para que no llegue la izquierda al poder. Es asunto de viejas chillonas, de derechistas desmemoriados (¿o se evitó la UP por ser precedida de una DC fanática y corrupta?), de quienes no entienden que incluso la izquierda tipo Frente Amplio quiere conservar una economía funcional, pero reducir mucho las ganancias de los ricos y, sobre todo, dominar la cultura. Tranquilos, momios queridos: no les quitarán sus bancos ni sus vacaciones en Indonesia; no se comerán a las guaguas: solamente las convertirán en crema (como decía el dirigente de Movilh).

El argumento del miedo, con todo, se entiende. Pero decir que José Antonio Kast no representa mejor el pensamiento de derecha es una idiotez grave (o quizás el pensamiento de derecha de la derecha oligárquica no es pensamiento y debemos ser comprensivos ante el vacío).

Antes de hacerme cargo de la poca densidad intelectual del argumento, les pido que respondan estas preguntas de derecha: ¿qué candidato, Kast o Piñera, propone mayor respeto y adhesión a las grandes obras de la derecha del pasado, como la derrota del totalitarismo marxista, la instauración de la economía racional de mercado, la libertad de enseñanza, etc.? ¿Quién propone reducir el Estado y los impuestos, y quién los ha agrandado? ¿Quién es más enérgico contra el terrorismo en el Sur y quién lo ha facilitado, cediendo y concediendo? ¿Quién persigue a los militares viejos y quién los defiende? ¿Quién representa una visión tradicional de la familia y de los hijos, y quién, por el contrario, se adhiere al homosexualismo? ¿Quién propone luchar contra el aborto y quién simplemente irse por el lado con políticas de acompañamiento, que, por cierto, todos aprueban?

En fin, veamos a qué se refiere Luis Larraín con aquello de «pensamiento de derecha». ¡Qué vergüenza me da escribir esto! A veces pienso —pero esto no es un pensamiento de derecha: espero no pensar cosas impuras— que el pensamiento de derecha es el nirvana, o a lo más repetir rítmicamente una palabra acompasada con la respiración: «plata, plata, plata».

(a) Larraín mira primero al pasado. Sobre el 11 de septiembre de 1973, en realidad le da la razón a Kast: reconoce la visión positiva de ese acto de legítima defensa y del nuevo régimen instaurado a partir de él. Solamente que añade que, para evitar los abusos de la izquierda en la manipulación de la historia (y lo que más preocupa a la plutocracia: el gasto de dinero), «debemos ganar el gobierno». ¿Acaso ganar el gobierno hará realidad que Piñera represente mejor el pensamiento de derecha, sea esto lo que fuere? ¡Pero si Piñera fue cómplice activo (no cómplice pasivo) en toda esa persecución contra los militares y en esa misma manipulación de la historia! Por cuatro aplausos y tres palmaditas en la espalda, vendió la visión del pasado que siempre hemos defendido en la derecha y ayudó a meter a la cárcel a gente anciana y enferma. Me da asco, pero debo seguir escribiendo.

(b) Después se lanza contra el pinochetismo.

Dice algo obvio: que «el propio patriotismo nos impone hacer lo que es mejor para el país». Pues de eso se trata, pero no vale como argumento. Es lo que en lógica se llama una petición de principio (el pensamiento de derecha usa la lógica, aunque no lo crean los ideólogos que llaman «pensamiento de derecha» al cálculo y a la claudicación, a la vergüenza y la ausencia de ideales, al miedo y la cobardía). Porque discutimos si lo mejor para el país es votar por un candidato de derecha, aunque pierda, o por uno de centroizquierda, que tiene asegurado pasar a la segunda vuelta. Esto es lo que discutimos ahora.  

Ahora viene la gran perla del discurso. El autor cree que es «artificioso … esgrimir el pinochetismo para votar por José Antonio Kast». Por mi parte, no creo que haya nadie que sea leal a la memoria de Pinochet —o a los militares perseguidos con saña— y que pueda votar por Piñera. Pero nuestro autor, cómplice o encubridor, arguye que lo de «artificioso» se debe a que «el pinochetismo nunca existió, como sí hubo castrismo, o chavismo o incluso franquismo».

Respire, lea de nuevo, piense (si es de derecha, piense; si es lo que la oligarquía cree que es el pensamiento de derecha, diga conmigo: «plata, plata, plata», respire y repita, como si fuera su champú… lávese la cabeza con bitcoins).

Más allá de las explicaciones, les cuento mis recuerdos. Sí hubo y hay pinochetismo, aunque eso no sea todo lo que la gente de derecha tiene en la cabeza, por cierto.

Recuerdo que, en los años ’80, nunca fui a las marchas y manifestaciones de apoyo al Presidente Pinochet. Yo era partidario de su gobierno, pero no quería ir porque huyo como de la peste del fanatismo y del mesianismo. Y el pinochetismo de entonces era fanático y mesiánico en muchos de sus representantes (atención: muchos eran también gente serena, que iba a las marchas en legítimo uso de su derecho a apoyar al gobierno). Es la misma razón por la que me cargaba la UDI de los ’90: era mesiánica, casi la encarnación de «los principios y valores del sector», como solía decirse con cierto énfasis (ahora la Presidente de la UDI dice que no tienen tales principios: que fue una casualidad que se agruparan tantos en torno a la UDI, y hasta que redactaran unas declaraciones de principios: es el extremo del pensamiento de derecha estilo nirvana). Había gente que pensaba que ser de la UDI y ser católico eran lo mismo (yo siempre he reconocido el derecho de los católicos a equivocarse, incluso a militar en la DC: se pueden santificar ahí porque Dios escribe derecho sobre renglones torcidos).

Y las vueltas de la vida: ahora soy más pinochetista que el ministro de Pinochet, Luis Larraín; y ahora estoy más cerca de esa UDI que sus fundadores y su Predidente/a.

Pero doy fe de que había pinochetismo. En altos grados. ¿Y cuando fue detenido en Londres? ¿No recuerdan el nivel de adrenalina de las manifestaciones pinochetistas? Ahí sí fui a una de ellas, donde habló Joaquín Lavín (que nunca fue pinochetista, claro, porque el pinochetismo nunca existió…). ¿Y recuerdan cómo se sorprendió la élite liberal con las multitudes en el funeral del Presidente Pinochet, del sanguinario dictador? ¿Eso no era pinochetismo? Oye, y puestos a pensar como gente de derecha, ¿qué me dicen de la Paty Maldonado? ¿Será la única pinochetista que hubo?  

Sé que hay izquierdistas que me respetan. Y que tienen pensamiento (de izquierda, equivocado, pero por lo menos no es nirvana). Y alguno incluso sé que me estima, como yo los estimo a ellos, que yacen por tanto tiempo en las tinieblas del error. Les pido a ellos que tercien en esta diferencia de opiniones entre el ex ministro de Pinochet y el pobre pinochetista que nunca fue a sus marchas; y que nos digan si había o no pinochetismo entonces. ¿O tengo mala memoria?

Luis Larraín cree que con raciocinios puede refutar la historia. Por eso, para probar que nunca existió un hecho histórico, que sigue dando coletazos, ofrece razones abstractas.

La primera: «que el general Pinochet nunca lo quiso, porque siempre concibió su gobierno como uno institucional». Magnífico. ¿Son proposiciones contradictorias? ¿Acaso el gobierno de Franco o de Castro no han sido institucionales? ¿Y el de Mao? Yo sé que la voluntad del general Pinochet era modesta. (Gracias por los aplausos. Gracias. Las risas de los izquierdistas ya no me gustan tanto). Pero que él no quisiera el culto a su personalidad no nos impide hablar de un evidente pinochetismo entre quienes lo admirábamos. Ahora hay kastismo y no tiene nada de fanático: es cariño y admiración por un hombre honrado. Y hay piñerismo incluso entre quienes no admiran a Piñera, que incluso lo desprecian, pero que lo siguen por ese patriotismo y bien superior que se resume en este mantra: «plata, plata, plata». 

La segunda razón del piñerismo para negar que exista el pinochetismo es que «la abrumadora mayoría de los civiles que lo apoyamos creíamos en la democracia como forma permanente de gobierno en Chile». ¿Y? ¿Lógica de derecha, el non sequitur? Pinochet también creía en la democracia como forma permanente de gobierno en Chile: la estableció y fundó él mismo en la Constitución que lleva su firma (es un guiño a RLE). El pinochetismo, al que apelamos para votar por Kast, es la lealtad con el Presidente Pinochet, con el gobierno encabezado por él y con sus realizaciones, además del mínimo de justicia que se debe a las únicas víctimas sacrificadas en la transición: los militares en retiro. A veces me dan ganas de… —pero me baja la caridad y rechazo la tentación— de que también metan a la cárcel a los ex ministros de Pinochet, por su complicidad de entonces (según la izquierda y según Piñera) y su traición de ahora (según el pensamiento de derecha sin nirvana, sin oligarquía, sin plutocracia).

(c) Luis Larraín mira al futuro. Dice que «la candidatura de Kast es una candidatura sobre el pasado y la de Piñera una sobre el futuro». Su argumento es que
«la única forma que tiene la derecha para estar en el gobierno en el futuro … es ganar estas elecciones con Sebastián Piñera. No hacerlo significa hipotecar el futuro de nuestros hijos». Tampoco se sigue, hasta donde sabemos. Otra fórmula es que pasen a segunda vuelta los dos, Kast y Piñera, y que gane el mejor. Piñera no puede garantizar que después de 4 años transmita el poder a otro izquierdista moderado (bueno, sí: a algún socialista tipo Ricardo Lagos, que respetó el lucro igual o más que Piñera). Con todo, lo más probable es que gane Piñera en segunda vuelta, salvo que la Providencia nos bendiga con un fenómeno de rebelión de las masas tipo Trump o Brexit o NO en Colombia. Mas fuera de algo así, votar por Kast es la mejor forma de asegurar un triunfo de la derecha en segunda vuelta.

Y si el piñerismo sigue atacando al kastismo, seremos cada día más los que no votaremos por su candidato en la segunda vuelta. Aquí estamos con la Pía más que con José Antonio.


(d) Finalmente,  el autor se acuerda de los valores. Quizás tienen que ver con el pensamiento de derecha, porque «en la derecha siempre ha habido grupos conservadores y liberales y han convivido a lo largo de la historia». Corta su historia, amigo; pero no vayamos por ahí, que sería estresar el pensamiento de derecha.

Lo preocupante es que Luis Larraín llame a claudicar, a ceder en principios indisponibles del pensamiento no ya de derecha (si existe), sino simplemente decente y cristiano. Larraín afirma: «es difícil hoy día que alguien que cree que las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos … justifique que algunos chilenos, por su condición sexual, no tengan los mismos derechos que los demás. Eso es algo que ya no se acepta fácilmente en Chile, especialmente entre los jóvenes. La postura valórica de José Antonio Kast, respetable y legítima, es sin embargo otra vez una del pasado, mientras que la de Sebastián Piñera, incluso con las dudas y matices que admite, es una sobre el futuro».

Aquí hay una confusión enorme. La posición de Kast no apunta a privar de derechos a nadie. Al contrario, quiere proteger a los niños no nacidos, y a los que necesitan un papá y una mamá y no ser objeto de satisfacción afectiva para homosexuales que quieren adoptar.

Y esto no es una cuestión de pasado o de futuro. A la política se entra para defender la verdad y la justicia, con independencia de si está de moda o no. Los economistas liberales que (con la ayuda de Pinochet y su gobierno) derrotaron en Chile la visión socialista de entonces, lo hicieron a partir del convenio UC-Chicago (1955), cuando todos creían que el mercado libre era cosa del pasado —del siglo XIX— y que se nos venía encima el socialismo en sus versiones más duras. La Iglesia católica, a través de su Universidad, en cambio, miró al futuro que realmente sería: el de un país libre con una economía abierta y más eficiente que sus competidoras socialistas.

Estamos agradecidos a quienes, en esos años, resistieron lo que era el futuro, que finalmente no fue. Así lo hicieron también los disidentes que terminaron echando abajo las tiranías comunistas, aunque fuera después de 70 años.

El futuro lo hacemos los hombres libres. No los esclavos del pensamiento políticamente correcto. José Antonio Kast, como he dicho, no ha propuesto discriminar a las personas en sus derechos fundamentales según su condición sexual. Por el contrario, afirma y con él todo el pensamiento cristiano —no solamente de derecha— que el matrimonio exige precisamente la complementariedad sexual entre varón y mujer, para fundar una familia. Esto es el pasado, el presente y el futuro.

Y mientras más se someta a escrutinio la vida privada y pública de las diferentes condiciones sexuales, más claro se verá que son tanto o más dañinas que las ideologías que se opusieron al socialismo y defendieron la libertad económica y política. Así lo piensan ahora muchos, también jóvenes, que se ven inauditamente atacados y deshonrados cada vez que lo dicen, hasta que terminan por callar.


Por eso, una razón más para que las mayorías que se abstienen vayan a votar por José Antonio Kast es detener el avance de la ideología de género, del pansexualismo, del homosexualismo y de sus cómplices activos y pasivos, entre los cuales se encuentra una derecha que vive por un solo mantra disfrazado de valores, del futuro de nuestros hijos, de patriotismo, de ganarle a una izquierda cuyos valores se han asumido salvo su oposición al libre mercado. Y ese mantra de la derecha vergonzante y vergonzosa, la que está dispuesta a entregar a sus niños a la muerte pero no a perder posiciones sociales o económicas, la que reniega de su pasado y cree en un futuro lascivo pero entre riquezas, ese mantra es… (¡repita conmigo, respire despacio!): «plata, plata, plata».

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