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sábado, diciembre 14, 2019

Constituyente tramposa




Señor Director:

Once diputados de RN sostienen que el mecanismo constituyente debe basarse solo en la representación democrática clásica, sin cupos fundados en el sexo o la etnia. De lo contrario, se podría “dar pie a imputaciones que desvirtúen la legitimidad constitucional” y se cometerían los mismos errores que se pretende corregir. La premisa implícita es que solo la representación democrática formal es legítima y solo un tal origen es inmune a los reproches contra la Constitución actual. La pretensión es imposible, por varias razones.

En primer lugar, si la representación democrática clásica es o no la base de legitimidad única de la Constitución que se está creando es ella misma una cuestión constitucional. Los que exigen representación por identidades o grupos adhieren a otros fundamentos de la legitimidad, que deslegitiman el puramente democrático-formal. El círculo vicioso es inevitable: es el Constituyente quien decide esta cuestión. Cualquier decisión previa prejuzga el alcance del poder constituyente y, en consecuencia, carece de legitimidad, salvo que se base en la legitimidad del orden constitucional presente, es decir, en la Constitución de Pinochet.

En segundo lugar, la promesa de que “ahora sí” que tendremos una Constitución que sea “la casa de todos”, al fin libre de su ilegitimidad de origen, es una promesa falsa e imposible de cumplir. Falsa, sí, porque nos la han hecho ya antes, especialmente en el año 2005, cuando los políticos todos se abrazaron alborozados ante el “bautizo constitucional”: una norma suprema sin pecado original. Eso se olvidó enseguida. Esa misma clase política no es creíble cuando promete que ahora sí será una Constitución limpia y pura.

Y es que, además, la promesa es imposible de cumplir. Todo el proceso arranca de un Acuerdo entre políticos que representen solo al 80% de Chile y, para remate, según las reglas electorales de la Constitución de Pinochet. No representan a los chilenos del Partido Republicano. Tampoco, lo que es peor, a quienes más vociferantes han sido en la denuncia de la ilegitimidad de origen de la Constitución de 1980, las izquierdas, en especial las que demandan una nueva Constitución desde una “hoja en blanco”, arrancada por unos hechos no sujetos a normas, que algunos llaman “momento constituyente” o cambio constitucional “por las malas”, y que otros reconocemos como la simple fuerza bruta que se arroga la representación del pueblo mediante el amedrentamiento, la violencia callejera, el incendio y el saqueo.

A esos fanáticos, ningún origen podrá parecerles inmaculado, si no se adapta a todas y a cada una de sus preferencias constitucionales. Salvo la unanimidad, que solamente es pensable si nos viniera arrancada mediante el miedo, es imposible que la nueva Constitución sea legítima: pasaremos de “la Constitución de Pinochet” a “la Constitución de Piñera”.


Cristóbal Orrego
Profesor de Derecho UC

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Enviada 13-XII-2019 a EM

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