Constituyente tramposa
Señor Director:
Once diputados de RN sostienen que el mecanismo
constituyente debe basarse solo en la representación democrática clásica, sin
cupos fundados en el sexo o la etnia. De lo contrario, se podría “dar pie a
imputaciones que desvirtúen la legitimidad constitucional” y se cometerían los
mismos errores que se pretende corregir. La premisa implícita es que solo la
representación democrática formal es legítima y solo un tal origen es inmune a
los reproches contra la Constitución actual. La pretensión es imposible, por
varias razones.
En primer lugar, si la representación democrática
clásica es o no la base de legitimidad única de la Constitución que se está
creando es ella misma una cuestión constitucional. Los que exigen representación
por identidades o grupos adhieren a otros fundamentos de la legitimidad, que
deslegitiman el puramente democrático-formal. El círculo vicioso es inevitable:
es el Constituyente quien decide esta cuestión. Cualquier decisión previa
prejuzga el alcance del poder constituyente y, en consecuencia, carece de
legitimidad, salvo que se base en la legitimidad del orden constitucional
presente, es decir, en la Constitución de Pinochet.
En segundo lugar, la promesa de que “ahora sí” que
tendremos una Constitución que sea “la casa de todos”, al fin libre de su
ilegitimidad de origen, es una promesa falsa e imposible de cumplir. Falsa, sí,
porque nos la han hecho ya antes, especialmente en el año 2005, cuando los
políticos todos se abrazaron alborozados ante el “bautizo constitucional”: una norma
suprema sin pecado original. Eso se olvidó enseguida. Esa misma clase política
no es creíble cuando promete que ahora sí será una Constitución limpia y pura.
Y es que, además, la promesa es imposible de cumplir.
Todo el proceso arranca de un Acuerdo entre políticos que representen solo al 80%
de Chile y, para remate, según las reglas electorales de la Constitución de
Pinochet. No representan a los chilenos del Partido Republicano. Tampoco, lo
que es peor, a quienes más vociferantes han sido en la denuncia de la
ilegitimidad de origen de la Constitución de 1980, las izquierdas, en especial las
que demandan una nueva Constitución desde una “hoja en blanco”, arrancada por unos
hechos no sujetos a normas, que algunos llaman “momento constituyente” o cambio
constitucional “por las malas”, y que otros reconocemos como la simple fuerza
bruta que se arroga la representación del pueblo mediante el amedrentamiento,
la violencia callejera, el incendio y el saqueo.
A esos fanáticos, ningún origen podrá parecerles
inmaculado, si no se adapta a todas y a cada una de sus preferencias
constitucionales. Salvo la unanimidad, que solamente es pensable si nos viniera
arrancada mediante el miedo, es imposible que la nueva Constitución sea
legítima: pasaremos de “la Constitución de Pinochet” a “la Constitución de
Piñera”.
Cristóbal Orrego
Profesor de Derecho UC
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Enviada 13-XII-2019 a EM
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