“Pacta sunt servanda”
“Se han de cumplir los acuerdos” es uno de los
principios más antiguos y firmes del orden ético y jurídico. Si no podemos
confiar en que será honrado por aquellos que son nuestra contraparte, no tiene
sentido firmar ningún contrato privado, ningún pacto público, ni en la política
ni en la guerra. Más nos vale pasar a la lucha desnuda por el poder.
El Acuerdo por la Paz, aunque no fuera
representativo de todo Chile, inició un proceso que podría llevar a una nueva
Constitución o a legitimar definitivamente la actualmente en vigor (como en el
2005…). Su artículo 4.º dispone que la elección de los miembros de la
convención se realizará “bajo sufragio universal con el mismo sistema electoral
que rige en las elecciones de Diputados en la proporción correspondiente”. El
texto es incompatible con alterar ahora esas reglas: es imprescindible que se
use el sistema electoral que los firmantes del acuerdo tenían a la vista al
firmar ese acuerdo.
La Comisión de Constitución de la Cámara de
Diputados pretende desconocer esta exigencia. Hace uso de una potestad que
realmente posee, porque el acuerdo político no vale nada si no se traduce en
leyes democráticamente aprobadas por el Congreso Nacional y el Presidente de la
República. Sin embargo, el que como legisladores contradigan y alteren el
acuerdo político invita a que lo mismo hagan las fuerzas de centro y de
derecha. Si el acuerdo no ha sido respetado por los unos, no tendría por qué
ser respetado por los otros.
Quizás es lo que corresponde ahora: que los
diputados y senadores de centro y de derecha se nieguen a dar los votos
necesarios para cualquier reforma constitucional o legislación necesaria para
el proceso constituyente, si no se respeta todo lo acordado.
Si no se legisla de buena fe, es fácil y quizás conveniente
derrumbar el proceso. Y esto es independiente de si, para el futuro, una nueva
Constitución o una reforma constitucional establecen cuotas de representación según
características varias.
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