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jueves, diciembre 22, 2005

Depresión de Navidad


La época más triste del año es la Navidad. No tengo estadísticas, pero no me extrañaría que aumentaran los cuadros depresivos y la violencia doméstica. Cuatro son las causas principales, y difíciles de aceptar los remedios.

Durante el resto del año, las ilusiones se reparten uniformemente, y también los desengaños. En Navidad, en cambio, todos coinciden a la vez en ilusionarse y en desengañarse: es un día más, un alto en la violencia doméstica —me refiero a esos hogares felices donde la violencia admite un paréntesis—, una reunión más amplia, algo que dice que estamos contentos . . . He aquí el problema: la obligación de ser felices, esa derivación del derecho a la felicidad —el motivo para divorciarse: no lo olviden—, es un peso insoportable para el alma humana. Los mortales podemos tener la obligación de comer y de dormir, de estudiar y de trabajar, de pedir perdón y de dar las gracias, de rezar y aun de jugar alguna vez; pero la obligación de ser felices solamente puede hacer infelices a los hombres, además de hipócritas.

El remedio para esta primera fuente de depresión navideña es renunciar a la felicidad. Más: prohibir que se hable de ella. La obligación de no pensar en la felicidad, unida a los deberes propios de la gente adulta —agasajar a los niños, visitar a los enfermos, aliviar a los hambrientos. . .—, puede devolvernos las felices pascuas.

Una segunda causa de tristeza es el uso de una fiesta originada en la pobreza de Dios como instrumento de lucro y de voluptuosidad de los hombres. Todos los paliativos —cajas navideñas para familias pobres, visitas a los mendigos con café y galletas, donativos a instituciones de caridad, porcentajes de las ventas que se destinan a la “responsabilidad social empresarial” . . .— pueden aliviar momentáneamente las conciencias individuales, son como un bálsamo para las almas que están en carne viva porque —a pesar de todo eso— no dejan de ofender al Dios de los pobres. ¿O acaso el bien que se hace compensa el mal que no se abandona? ¿Acaso las migajas de Epulón y esos perros que lamen las llagas de Lázaro justifican la violenta exhibición de un consumo desenfrenado y cruel?

El remedio para este cáncer tan extendido es un movimiento masivo de renuncia a los regalos. Solamente debe haber uno, como en Belén: el de los reyes para el niño. Propongo que, en general, solamente regalen los adultos a los niños, y ser moderados con las excepciones (no creo en reglas absolutas, pero sí en el criterio restrictivo). Además, a la hora de elegir los regalos han de buscarse cosas sobrias y que no hayan sido publicitadas —así se combate el abuso publicitario de la Navidad—.

La competencia por extender el límite de a quién y cuánto se regala, con la consiguiente exigencia social de reciprocidad, es otra causa de tristeza y de preocupaciones inútiles. Hordas trajinan de aquí para allá, hasta casi la misma Nochebuena, mirando y remirando, agobiadas por encontrar el regalo justo, dentro de un presupuesto ya excedido. ¿Cómo puede haber paz en una familia si tienen que gastarse en celebrar, por deber social, lo que no tienen, para felicidad de los bancos que otorgan, sonrientes, fabulosos créditos de consumo?

Contra esta tendencia sugiero renunciar a endeudarse. Más vale decirles a los hijos que este año hay regalos menos buenos —o un solo buen regalo para todos juntos—, y enseñarles el valor de la pobreza, que hacer de la Navidad una causa más de angustia.

La cuarta causa de la tristeza en Navidad —la más profunda— es que se celebra una fiesta cuyo significado se ignora y cuyos mensajes fundamentales ya no se aceptan.

El significado más profundo de esta fecha es el nacimiento de Dios hecho hombre. Llevamos décadas de prédicas sociales, de vagos discursos sobre el amor, y cada vez menos gente sabe que Jesucristo es verdadero Dios, que vendrá para juzgar a vivos y muertos, y que ya ha venido una vez —en pobreza y frío— para redimirnos del pecado. Si esto se supiera, las multitudes buscarían esas fuentes del perdón, especialmente el sacramento de la Confesión antes de comulgar en Navidad. Si los sacerdotes no tienen más penitentes —comenzando ellos por confesarse para instalarse luego en su confesionario—, las depresiones navideñas seguirán en alza.

En fin, junto al significado de la Navidad hay unas enseñanzas importantes, tan alejadas de la vida de este mundo post cristiano que celebrarlas —cuando ya no se creen ni se piensa en ellas—provoca un terrible desgarrón psicológico, moral y espiritual, en cada uno y en la sociedad entera.

La Navidad exalta el valor de la vocación divina —todo se ha de dejar por seguir la llamada de Dios—, pone ante los ojos la fecundidad milagrosa y la hermosura de la virginidad —María, José y Jesús son vírgenes—, somete al acontecimiento sobrenatural los poderes humanos —los magos se postran y adoran—, convoca ante el trono del rey primero a los más despreciados —los pastores que dormían a la luz de la luna—, invita a la pobreza efectiva y exterior —no solamente interior, como desprendimiento— y, sobre todo, muestra al niño como un don de Dios, alguien que se ha de acoger en toda circunstancia, causa de la felicidad más íntima de cada familia.

Por contraste, ¡cuántas familias resisten la vocación de los hijos! Y la virginidad es despreciada. La religión, en lugar de ser servida, es instrumento para el poder político. Y los más pobres siguen sometidos a tratos vejatorios: campañas de esterilización, educación miserable, halagos en tiempos de elecciones. . . La peor lacra social, con todo, es el rechazo de los hijos, que ya muchos no ven como un don, sino como la posibilidad indeseada de una falla en los anticonceptivos.

¿Puede ser feliz quien celebra lo que ignora, quien se obliga a ser feliz por aquello en lo que ya no cree?

4 comentarios:

  1. Impresionante tu artículo, le pondré un enlace.

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  2. Cristóbal, estabas en Alemania aún cuando lo escribiste?

    Un saludo y mil gracias!

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  3. Muy sabia reflexión! gracias por compartirla! Sirve de bálsamo para mucha gente!

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  4. Gracias Dr. he dejado un enlace en mi Blog... me ha parecido una reflexión interesante y de mucho sustento, especialmente la he relacionado con algunas actitudes virtuales de las que observo en salas de chat, que si bien son "virtuales" dejan al descubierto vidas reales.- Gracias nuevamente!

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