El día de los pueblos indígenas
Dos celebraciones atraen nuestra mirada este domingo 24 de junio. Se trata de la fiesta de San Juan Bautista y del Día Nacional de los Pueblos Indígenas. Intentaré relacionarlas en este y el próximo capítulos.
¿Cómo dice usted? ¿Que no ha recibido los volantes, folletos, correos electrónicos, anuncios de radio y televisión, con sugerencias sobre posibles regalos para sus indios más cercanos? ¡Qué descuido! ¿Será, acaso, que los indígenas son demasiado pobres para ser tomados en cuenta por el cruel mercado?
En fin, que no vamos a entrar ahora en los arcanos de la publicidad, la mercadotecnia (o marketing) y la manipulación de las masas consumidoras. Nos basta con detenernos en el asunto éste de la manipulación de los indios.
Incurren en una deplorable explotación de los indios los extremos del liberalismo tanto como los del indigenismo.
Respire hondo, señor, a ver si me entiende.
No tengo nada contra los conquistadores. No me compro ni por un segundo la famosa leyenda negra sobre la conquista de América. Nuestros antepasados europeos —los míos: españoles, portugueses, ingleses— hicieron por estas tierras, desde Alaska a Tierra del Fuego, lo mejor que podría haberles pasado a los habitantes de la zona: liberarlos de imperios crueles y de religiones supersticiosas, de costumbres horribles y malsanas, de retrasos increíbles en los que nadie —ni el más indio de los indios— querría vivir hoy. Implantaron en América una civilización superior en lo esencial —en la visión del hombre y de Dios, en la cultura y la ciencia, en la moral—, aunque no superior en todos y cada uno de los respectos, cosa por demás imposible. Los indios, por ejemplo, solían ser más limpios: Se bañaban todos los días, como han comenzado a hacer recientemente la mayoría de los europeos.
¿Que hubo abusos? ¡Por favor, señor, por favor! ¡Pero si eran hombres, no ángeles! ¿Qué proceso histórico de intercambio, de conquista, de negocios, de guerras, no ha ido acompañado de sufrimientos e injusticias? No pretendo negar el genocidio de los indios en Estados Unidos: ¡lejos de mí! La América española, en cambio, protegió a sus indios de tal manera que sus habitantes somos ahora, mayoritariamente, mestizos, y hay aún muchos indios. No niego que haya habido abusos, como los hay ahora y aun menos; pero solamente el Estado liberal, después de los procesos de independencia del siglo XIX, se propuso dominar todos los rincones de estas tierras, a sangre y fuego, y hacer de los indios ciudadanos iguales a los demás ciudadanos.
De manera que, sin rencor contra mis antepasados blancos, repudio la ideología liberal que, hasta el día de hoy, so pretexto de considerar a todos los habitantes de nuestra tierra solamente como ciudadanos libres e iguales, ha dejado a los indios en manos de los más fuertes, de los que podían engañarlos y comprarles sus tierras y su dignidad. El liberalismo puro, extremista, quitó a los indios todas las protecciones paternalistas establecidas por la Corona.
Los hizo libres e iguales. Redujo sus diferencias y su identidad a la monocroma igualdad del hombre racional y libre. Despreció sus costumbres, sus tradiciones, su debilidad cultural frente a la astucia del hombre blanco, que hasta el día de hoy opera.
Por otra parte, la ideología indigenista no ayuda demasiado a restablecer la justicia histórica. En realidad, los pueblos indígenas jamás hubieran producido una ideología como la que parece dominar, desde Europa principalmente, todos estos movimientos de reivindicación india. Los indios puros, a diferencia de los europeos ingenuos y de conciencia culposa, no se conciben a sí mismos como “los pueblos originarios”, desde un polo al otro del continente. Semejante unidad conceptual solamente puede proceder de las categorías filosóficas inventadas en el Occidente cristiano; nunca, ni por asomo, de los caníbales de las Antillas, de los bebedores de sangre, de los machos explotadores de sus mujeres trabajadoras, de los ladrones empedernidos del Sur.
El indio, bueno o malo, es un invento europeo.
La ideología indigenista pretende arrancarle al Estado liberal cuotas de poder, de dinero, de autonomías, de tierras, es decir, de bienes liberales, para los hombres que conserven ciertos rasgos de raza. De ahí la paradoja de que el Día Nacional de los Pueblos Indígenas se celebra en Chile por Decreto Supremo del Estado desde 1999. La existencia de un “día nacional” no tiene nada que ver con las culturas originarias de estos lugares: ¡es un invento europeo! No obstante, un indio que celebró la institución de este Día Nacional, don Roberto Namuncura, sostuvo que se trataba de “un acto de justicia, a través del cual se dio reconocimiento a una sentida aspiración histórica de nuestras comunidades”. ¿Sentida? ¿Aspiración histórica? ¿Desde cuándo?
Ideología indigenista, que termina favoreciendo a los indios más vivos, a los más fuertes, incluso a los violentos.
Ahora dejo constancia de que nada tengo contra los indios. Yo procedo de un indio peruano, uno de los incas, según nuestro árbol genealógico familiar. He admirado desde pequeño tantas virtudes de los indios de México —por ejemplo, su devoción a la Virgen de Guadalupe— y de Chile —¡qué aguerridos que aparecen los araucanos en la Araucana, y qué trabajadoras sus mujeres!—, tantas buenas cualidades, que ahora solamente quiero decir que los indios deben ser protegidos de los abusos del indigenismo actual tanto como de los del liberalismo pasado.
El indigenismo, por ejemplo, en su empresa ideológica de recuperar todo lo aborigen, intenta adscribir a sus indios —los indigenistas son como dueños capitalistas de los pueblos originarios— sus antiguas prácticas religiosas y morales, en buena hora erradicadas por los conquistadores. Se intenta revertir el progreso cultural y moral traído desde Europa, como se vio en la asunción del mando de los presidentes Toledo (apellido indio peruano) y Morales (apellido indio Boliviano). La conversión de los indios, en cambio, fue sincera: El cristianismo respondía a sus aspiraciones trascendentes mejor que las creencias tradicionales, aunque algunas contenían elementos de verdad y de belleza casi propedéuticos.
Entre liberalismo e indigenismo, justicia con los indios.