Páginas

viernes, marzo 08, 2013

Excelente columna de Gonzalo Letelier

En ChileB

El reduccionismo liberal y la politicidad de la familia II

Publicado el 8 marzo 2013
Continuación del debate en Realidades en perspectiva: “Sujeto, familia y sociedad: el debate está abierto”.
Nadie puede sostener seriamente  que el liberalismo  niega la existencia de relaciones entre individuos (y no lo hicimos en la columna anterior). El liberalismo ciertamente es reduccionista, pero no es un disparate. Por eso lo suscribe y defiende gente sensata. El tema es pensar que las sociedades son sólo eso: relaciones libres entre individuos. Esto es falso por dos razones: porque hay sociedades naturales que (al menos en parte) no se constituyen mediante una elección individual (y son casi todas: nadie elige a sus hijos o a su país natal), y porque no todas las sociedades están hechas de individuos: algunas (casi todas) están hechas de sociedades.
Se trata de una simple falacia pars pro toto: como la sociedad siempre supone relaciones voluntarias entre hombres libres, la sociedad es eso. Y como es un requisito elemental de toda forma de justicia el respeto a la iniciativa personal y a los pactos, entonces la justicia se define así.
Las sociedades se forman y subsisten porque sus miembros quieren fines comunes, pero eso no significa que esa sociedad nació cuando un montón de salvajes aislados decidió elegir una misma cosa en común. Querer no es lo mismo que elegir. Las sociedades son lo que sus miembros quieren que sean, pero esta creatividad tiene sus límites. No todo es convencional. El matrimonio y la familia, como el famoso barco de Delfos, pueden asumir muchas formas y mucho en ellos puede ser modificado o sustituido. Pero cuando a punta de modificaciones el barco de Delfos ya ni siquiera flota podemos pensar que nos hemos excedido en nuestras elecciones.
El modo en que las sociedades son algo real se explica abordando la segunda objeción: las sociedades no tienen inteligencia ni voluntad. Es cierto. Pero tienen fines, y por eso es perfectamente sensato decir que (en cierto modo que pasamos a precisar) eligen y actúan. Las sociedades existen porque muchos quieren lo mismo y deben ponerse de acuerdo en cómo obtenerlo. Esos acuerdos no pertenecen a cada uno de los miembros en particular, sino al todo como tal. Es empíricamente falso que la mítica “voluntad general” es mi voluntad, pero no es falso que hay decisiones colectivas cuyo sujeto es la sociedad y que, por lo tanto, son vinculantes para todos sus miembros. Por eso, atribuirle “acciones” y “decisiones” a una sociedad no es sustancializarla, sino reconocerle su propia realidad. Es el Wanderers el que gana el partido, no cada uno de sus jugadores. Y quizás el Wanderers no es “más” que el conjunto de esos jugadores, pero ciertamente es algo distinto de su mera agregación.
Consecuencia evidente de esto es que hay cosas que se les son debidas a estos sujetos no en cuanto individuos, sino sólo en cuanto miembros de esa sociedad. Y es perfectamente congruente con la gramática de cualquier lengua occidental expresar esa realidad diciendo (no de modo impropio, sino analógico) que esa sociedad o su miembros son titulares de derechos. Es el caso de la familia.
El punto central de todas las objeciones, en el fondo, está en la idea liberal de que las sociedades no tienen fines (y por eso, obviamente, no pueden conocerlos ni quererlos): sólo los individuos los tienen, por lo tanto sólo ellos son racionales y libres, sólo ellos son agentes morales. El problema es que “en el orden práctico el fin es principio”. No hay acción, no hay praxis, sin un fin. No tener fines es lo mismo que no moverse. Una sociedad sin fines nunca llega a constituirse. Por eso, el problema de la neutralidad del Estado no es que no sea conveniente, sino que es rigurosamente imposible, como lo demuestra la experiencia. Ninguna sociedad puede ser realmente neutral respecto de los fines por lo que existe ni respecto de los medios necesarios para conseguirlos. Sobra demostrar que la familia es un medio necesario para todo fin realmente social. La familia interesa a todos no sólo porque le interesa a cada uno, sino porque es un tema público.
No se trata entonces de imponer desde arriba y por la fuerza una cierta visión de las cosas (y nadie sugirió esto). Se trata de proteger las familias reales y concretas tal como son. Protegerlas significa simplemente hacerles accesibles los medios necesarios para que ellas hagan lo que quieran, porque sólo la familia sabe qué es lo bueno para esa familia. El punto no tiene nada que ver con cuál familia es sana y cuál no (y nunca sostuvimos algo semejante); el punto es, sencillamente, que no todo es familia. La diferencia no es moral, es empírica. En primer lugar no es familia la persona que vive sola y nunca ha engendrado hijos. Tampoco lo es el grupo de amigos que arrienda un departamento para bajar costos ni la pareja (homosexual o no) que “se quiere mucho”. Es familia, de modo elemental y primario, lo que todo el mundo entiende por “su familia”: su padre, su madre y sus hermanos, en cualquiera de las infinitas formas que esto puede asumir. Todo lo demás será familia, y por lo tanto funcionará como tal y tendrá derecho a la protección de la sociedad y del Estado, en la medida en que se asemeje a esto.
Como se ve, y contra el comprensible prejuicio de nuestro interlocutor, en este discurso no hay alusión alguna a la religión o a una doctrina oficial del Estado o algo semejante. Esto es pura libertad; pero libertad de hombres que son precisamente eso: hombres. Por eso sí hay moral y, sobre todo, sí hay un discurso sobre la justicia. Porque, como recordaba un amigo, toda justicia es social.
En fin, y esto es quizás lo único importante, ninguna de las objeciones toca la tesis fundamental: toda política social, queramos o no, tiene por destinatario a la familia, y por lo tanto la “subsidiariedad negativa” no basta. Es necesario reconocer públicamente el bien social que constituyen los hijos y los padres que asumen de modo suficiente la responsabilidad de educarlos. Y como bienes sociales que son, es de justicia cuidarlos.
Gonzalo Letelier - @gletelierw
Licenciado en Filosofía, doctor en Derecho, Director del Centro de Estudios Tomistas de la UST y profesor de filosofía del Derecho en la PUC.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario