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domingo, noviembre 09, 2014

Amar a la persona, detestar el mal moral


También de mis debates en Facebook.


Ahora una aclaración sobre la distinción entre condenar el pecado y salvar o amar al pecador. Es un asunto difícil porque no es posible separar totalmente a la persona del acto, pero a un amigo de esta sede le he aclarado el asunto así (requiere más matices):

"En realidad, todas estas distinciones sirven para amar a la persona en cuanto tal y en cuanto hijo de Dios, porque nunca se identifica totalmente con sus actos malos. Así también debemos aborrecer el pecado (todos cometemos pecados y debemos aborrecerlos) y desear la enmienda (propia y ajena), porque mientras más se ama a alguien más se aborrece el mal que le afecta (y por eso se la compadece, ayuda...). Por lo tanto, "en cuanto pecador" me aborrezco a mí mismo. Por eso afirma santo Tomás que al enemigo no se le ama en cuanto enemigo, sino que se le ama en cuanto persona y criatura de Dios, para la cual se le desea todo bien y felicidad eterna; pero que en cuanto enemigo se le odia (se entiende que es el enemigo de verdad: el que obra la injusticia contra uno o contra el bien común), porque se odia la iniquidad que obra. Finalmente se hace necesario "juzgar a la persona por sus actos", si se tiene el deber de juzgar: por eso podemos abstenernos casi siempre. Cuando los cristianos nos negamos a juzgar es en el sentido de que o bien no tenemos competencia para hacerlo (no somos el juez en esa causa) o bien se trata del juicio último sobre el interior de la persona, que solamente conoce Dios. Pero a veces es necesario juzgar a la persona por sus actos, como el Papa Francisco cuando visita Calabria no solamente condena los asesinatos en abstracto, sino a la mafia y a los mafiosos en cuanto mafiosos, diciendo sobre la mafia:

"Cuando la adoración del Señor es sustituida por la adoración del dinero, se abre el camino al pecado, al interés personal y al abuso; cuando no se adora a Dios, el Señor, se llega a ser adoradores del mal, como lo son quienes viven de criminalidad y de violencia. Vuestra tierra, tan hermosa, conoce las señales y las consecuencias de este pecado. La ’ndrangheta es esto: adoración del mal y desprecio del bien común. Este mal se debe combatir, se debe alejar. Es necesario decirle no. La Iglesia, que sé que está muy comprometida en educar las conciencias, debe entregarse cada vez más para que el bien pueda prevalecer. Nos lo piden nuestros muchachos, nos lo exigen nuestros jóvenes necesitados de esperanza. Para poder dar respuesta a estas exigencias, la fe nos puede ayudar. Aquellos que en su vida siguen esta senda del mal, como son los mafiosos, no están en comunión con Dios: están excomulgados."

El mismo Papa, en el mismo viaje, habla a los presos (que incluyen mafiosos) con palabras que se nos aplican a todos, donde se entiende qué significa no condenar (a la vez que se ha condenado para imponer el castigo justo):

"Dios, cuando nos perdona, nos acompaña y nos ayuda en el camino. Siempre. Incluso en las cosas pequeñas. Cuando vamos a confesarnos, el Señor nos dice: «Yo te perdono. Pero ahora ven conmigo». Y Él nos ayuda a retomar el camino. Jamás condena. Jamás sólo perdona, sino que perdona y acompaña. Además somos frágiles y debemos volver a la confesión, todos. Pero Él no se cansa. Siempre nos vuelve a tomar de la mano. Este es el amor de Dios, y nosotros debemos imitarlo. La sociedad debe imitarlo. Recorrer este camino.".

En fin, esto no es sobre el tema caliente del lobby gay, sino una doctrina general sobre cualquier mal.". Por eso también es una doctrina general que quienes aceptan estas distinciones justas y misericordiosas respecto de algunos pecados o delitos, que condenan firmemente y con lenguaje fuerte porque les chocan mucho (v.gr., la mafia o la pedofilia), pero no las aceptan respecto de otros (v.gr., ponga Ud. un ejemplo), que no condenan firmemente y respecto de los cuales creen que cualquier lenguaje es irrespetuoso, en realidad están comenzando a aprobar estos otros delitos o pecados. Y se puede cometer un pecado no solamente por acción y omisión, sino también de palabra y pensamiento, y solamente por aprobación. 

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