Hungría 1956-2006: contra la memoria unilateral
La existencia de un partido comunista y de un partido socialista es tan ignominiosa para la conciencia de la Humanidad como la de un partido nacional-socialista.
Yo podré equivocarme mil veces, pero no seré cobarde.
No callaré ante el desequilibrio vergonzoso de la memoria colectiva de los pueblos libres.
No callaré.
Sé bien que solamente un juicio trascendente, el Juicio Final bajo la mirada de Dios, puede evitar ese desequilibrio. Solamente el final de la Historia podrá mostrar las verdaderas dimensiones de las historias humanas, de nuestros méritos y de nuestras culpas, a la luz de un intelecto infinito, que ilumine nuestras conciencias. Nuestras pobres mentes ávidas de encontrar la verdad, también en los terrenos pantanosos del juicio histórico, no pueden, sin embargo, renunciar al esfuerzo de iluminar el pasado. Y en ese esfuerzo hemos de oponernos, sin importar las críticas ni la violencia verbal, a la unilateralidad de la conciencia histórica.
Se repite incesante la condena de los crímenes cometidos por unos totalitarios, los nazis. Se combaten los rebrotes neonazis con ingentes medios, millones de euros cada año del presupuesto público de Europa. Y todo esto me parece excelente porque yo creo en la eficacia y en la justicia del poder represivo del Estado. Además, que estemos en desacuerdo respecto de muchos problemas éticos no hace menos valioso el acuerdo generalizado respecto de la malicia intrínseca del nazismo. Mas ¿por qué no se extiende el consenso respecto de los crímenes de otros totalitarios, los comunistas y los socialistas del socialismo real? ¿Por qué no es vergonzoso llevar todavía la etiqueta de esas dos grandes ideologías, que arribaron a la barbarie precisamente por fidelidad a sus principios?
¿Por qué?
¿Y por qué habíamos de callar? ¿Sólo para convivir más tranquilamente, sin conflictos, con quienes siguen enamorados de la izquierda real, esa que existió, la que sigue golpeando a las masas en China, Cuba, Corea del Norte . . . ?
No callaré.
Nec laudibus nec timore, reza el lema del León de Münster, el beato Cardenal August von Galen, que habló contra el nazismo sin dejarse seducir por las alabanzas ni amedrentar por el temor. Debemos seguir ese ejemplo, porque somos débiles para cambiar el curso del mundo, para rectificar la memoria retorcida y manipulada de las masas; pero por lo menos somos dueños de nuestras palabras, de nuestros actos, y también de nuestras omisiones y de nuestros silencios.
Viene a nuestra ayuda el quincuagésimo aniversario de la rebelión independentista de Budapest. Comenzó el 23 de octubre de 1956, cuando los estudiantes de la Universidad Técnica de Budapest comenzaron una manifestación pacífica para apoyar los movimientos independentistas en Polonia (el 28 de junio había comenzado una revuelta de 50000 trabajadores en Poznan, aplastada por el Ejército bajo el mando de los estalinistas).
Los estudiantes derrumbaron la estatua de Stalin.
En 1956.
¡En 1956! ¡Hace cincuenta años! ¡Y en Chile todavía tenemos estalinistas, castristas, nostálgicos del pasado glorioso del comunismo!
En Chile todavía existe un partido comunista, vergüenza de la Humanidad.
Los húngaros recitaban de memoria los versos del Poema Nacional (1848, de Sandor Petofi):
Levantaos, húngaros, vuestra patria os llama
El tiempo del ahora o nunca ha llegado
¿Hemos de vivir como libres o como esclavos?
Elegid lo uno o lo otro: ¡éste es nuestro destino!
Por el Dios de todos los Magiares, juramos
Juramos nunca más vivir a las cadenas atados
El Cardenal Josef Mindszenty, encarcelado en 1949 tras un juicio donde fue obligado a incriminarse bajo una coacción psicológicamente irresistible, regresó libre a Budapest el 30 de octubre. Apoyó a los luchadores por la libertad, sabiendo que los tanques rusos estaban a la vera del camino, al acecho.
No calló.
El 1 de noviembre, las tropas rusas invadieron Hungría. El 10 de noviembre todo había terminado. Más de 2000 húngaros fueron asesinados. Los líderes fueron ejecutados. Fueron juzgados 26000, y 13000 permanecieron en la cárcel hasta una amnistía general en 1963. Más de doscientos mil huyeron.
Se repartieron por el mundo, a llorar la muerte de sus sueños de libertad y de dignidad.
Pareció solamente una anécdota de la Historia, pero comenzó a rasgarse la Cortina de Hierro.
Mientras tanto, el silencio en otras partes del planeta.
Mas la gente honrada, de izquierda y de derecha, no calló.
John F. Kennedy, por ejemplo, afirmó en el primer aniversario de la rebelión: “El 23 de octubre de 1956 es un día que vivirá para siempre en los anales de los hombres y naciones libres. Fue un día de valentía, conciencia y triunfo”. George W. Bush proclamó oficialmente el 23 de octubre de 2006 como un día de reconocimiento en honor del 50º aniversario de la revuelta húngara. “La historia de la democracia húngara representa el triunfo de la libertad sobre la tiranía”, afirmó el Presidente Bush. Y añadió: “Aunque los tanques soviéticos aplastaron brutalmente el levantamiento húngaro, la sed de libertad permaneció viva, y en 1989 Hungría fue la primera nación comunista en Europa que hizo su transición a la democracia”.
En América Latina seguimos con la vergüenza de que haya partidos comunistas y socialistas.
Sí, esos partidos han evolucionado. De acuerdo. Mas la vergúenza de esos títulos, de esos nombres, solamente se oculta con la ignorancia, con la propaganda, con la tergiversación de la Historia.
Muchos jóvenes entran en esos partidos de buena fe, por ignorancia no culpable: ¡son víctimas! Otra vez de acuerdo. Mas son víctimas de la memoria unilateral, en la que intervienen olvidos culpables y silencios cómplices.
Por eso yo no callaré.
Puedo equivocarme mil veces, pero diré la verdad tal como la veo.
Nec laudibus nec timore!
Y lo que ahora veo es la memoria unilateral: la canonización de los antiguos izquierdistas y la demonización de quienes los derrotaron.
Yo no quiero dar vuelta las cosas, canonizar a los luchadores por la libertad, cuando hayan cometido crímenes, y condenar a todos los socialistas. No. Solamente aspiro a equilibrar la memoria colectiva, esa memoria unilateral, injusta y cruel.
No calló.
El 1 de noviembre, las tropas rusas invadieron Hungría. El 10 de noviembre todo había terminado. Más de 2000 húngaros fueron asesinados. Los líderes fueron ejecutados. Fueron juzgados 26000, y 13000 permanecieron en la cárcel hasta una amnistía general en 1963. Más de doscientos mil huyeron.
Se repartieron por el mundo, a llorar la muerte de sus sueños de libertad y de dignidad.
Pareció solamente una anécdota de la Historia, pero comenzó a rasgarse la Cortina de Hierro.
Mientras tanto, el silencio en otras partes del planeta.
Mas la gente honrada, de izquierda y de derecha, no calló.
John F. Kennedy, por ejemplo, afirmó en el primer aniversario de la rebelión: “El 23 de octubre de 1956 es un día que vivirá para siempre en los anales de los hombres y naciones libres. Fue un día de valentía, conciencia y triunfo”. George W. Bush proclamó oficialmente el 23 de octubre de 2006 como un día de reconocimiento en honor del 50º aniversario de la revuelta húngara. “La historia de la democracia húngara representa el triunfo de la libertad sobre la tiranía”, afirmó el Presidente Bush. Y añadió: “Aunque los tanques soviéticos aplastaron brutalmente el levantamiento húngaro, la sed de libertad permaneció viva, y en 1989 Hungría fue la primera nación comunista en Europa que hizo su transición a la democracia”.
En América Latina seguimos con la vergüenza de que haya partidos comunistas y socialistas.
Sí, esos partidos han evolucionado. De acuerdo. Mas la vergúenza de esos títulos, de esos nombres, solamente se oculta con la ignorancia, con la propaganda, con la tergiversación de la Historia.
Muchos jóvenes entran en esos partidos de buena fe, por ignorancia no culpable: ¡son víctimas! Otra vez de acuerdo. Mas son víctimas de la memoria unilateral, en la que intervienen olvidos culpables y silencios cómplices.
Por eso yo no callaré.
Puedo equivocarme mil veces, pero diré la verdad tal como la veo.
Nec laudibus nec timore!
Y lo que ahora veo es la memoria unilateral: la canonización de los antiguos izquierdistas y la demonización de quienes los derrotaron.
Yo no quiero dar vuelta las cosas, canonizar a los luchadores por la libertad, cuando hayan cometido crímenes, y condenar a todos los socialistas. No. Solamente aspiro a equilibrar la memoria colectiva, esa memoria unilateral, injusta y cruel.