Excelente columna sacerdotal en El Mercurio
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Columnistas
Domingo 27 de junio de 2021
El testimonio es la esperanza de las minorías
"San Juan Pablo II comentó el evangelio de hoy el año 1987 en el Estadio Nacional abarrotado de jóvenes".
La hija de Jairo y su grave enfermedad: “Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva” (Marcos 5, 23). Ella es imagen de una sociedad de tradición cristiana enferma, que se distancia de la Vida, que se aleja de Dios.
La causa primera del mal, de la enfermedad, de la misma muerte, es el pecado en sus diferentes formas: “El hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre” (Reconciliación y Penitencia, n. 18).
En nuestro país se han ido sucediendo distintas enfermedades que han quebrantado gravemente el tejido social y familiar: la ley de divorcio, el aborto, ahora el proyecto de matrimonio igualitario, etc. En esa oportunidad el Papa Juan Pablo II nos decía: “Combatid el buen combate de la fe por la dignidad del hombre, por la dignidad del amor, por una vida noble, de hijos de Dios” (2-04-1987). Si preguntáramos a Jairo cómo consiguió que su hija sanara, nos diría: admití sinceramente la gravedad de las cosas, “mi niña está en las últimas”. Nos cuesta reconocer que ahora Chile es un país de “tradición cristiana”, de “apariencia cristiana”: a simple vista no hay enfermedad, pero este cuerpo no se levanta, permanece sentado, entretenido en sus recuerdos.
Camino a su casa, Jairo tuvo que sortear un gran desafío, cuando escuchó: “Tu hija se ha muerto” (Marcos 5, 35). Pero sale adelante, porque no iba solo: “Jesús se fue con él” (Marcos 5, 24). El corazón de Cristo se conmueve ante el dolor humano de ese hombre y de su joven hija.
“Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: No temas; basta que tengas fe” (Marcos 5,36). Gracias a Dios, sí tenía fe: delante de todos se había puesto a los pies de Jesús, y con insistencia le había rogado por su hija para que él la tocara. Confiaba en las manos de Jesús.
De todas maneras, cuando llega a su casa con Jesús, se ríen de los dos (ver Marcos 5, 40). ¿Por qué nadie lo apoya y el ambiente no lo anima?... A pesar de todo, Jairo cree en Jesús, y con su fidelidad, da testimonio de su fe.
En una sociedad de tradición cristiana, donde los católicos en Chile somos minoría, la fe se manifiesta —sobre todo— con el testimonio. Cuando se es mayoría, el bautizado hace lo que hacen los demás; en cambio cuando se vive en una sociedad secularizada, inevitablemente la vida del creyente desentona con la de los demás. Y si no sabe dar razón de su fe, se volverá insípido: “No tengáis miedo a las exigencias del amor de Cristo. Temed, por el contrario, la pusilanimidad, la ligereza, la comodidad, el egoísmo; todo aquello que quiera acallar la voz de Cristo que, dirigiéndose a cada una, a cada uno, repite: “Contigo hablo, levántate” (Marcos 5, 41) (San Juan Pablo II, 2-04-1987).
Esa tarde, el Papa nos preguntó: “¿Verdad que queréis rechazar el ídolo del sexo, del placer, que frena vuestros anhelos de seguimiento de Cristo por el camino de la cruz que lleva a la vida? El ídolo que puede destruir el amor”. Y para vergüenza de todos, un grupo pequeño en el Estadio se adelantó y gritó ¡No!… y quedamos aturdidos por un breve silencio.
El Papa reaccionó y nos hizo por segunda vez la pregunta y el ¡Sí! del Nacional se escuchó en Viña del Mar. Lamentablemente, esa minoría de 1987 ha crecido y en otros países ha probado ser intolerante y violenta con el cristianismo.
Qué dolor debe haber tenido Jairo al ver que sus contemporáneos se ríen de Jesús. Con impotencia sufrirá meses más tarde cuando escuche a muchos de ellos gritar ante Pilato ¡crucifíquenlo!, ¡crucifíquenlo!
Hace 40 años, san Pablo VI nos decía que el mundo actual necesita más testigos que maestros. Cuando se es minoría, esa encrucijada es inevitable. Quien no quiera enfrentarla, lamentablemente perderá su identidad cristiana. Al revés, cuando somos testigos y damos razón de nuestra fe, transmitimos esperanza a los que nos rodean y a toda la humanidad.
“Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: ‘No temas; basta que tengas fe'. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: ‘¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida'. Se reían de él”.
(Mc. 5, 36-40)