Estoy en la Plaza de Armas de Concepción, que evoca la cuna de la cuna de Marco Enríquez-Ominami. Sus partidarios danzan con banderas verdes al viento, pero son pocos, y sólo algunos curiosos los miran. Nadie se acerca al puesto de propaganda del tándem Alejandro-Marco (el senador Navarro que apoya al candidato Enríquez-Ominami para presidente), presentados con una frescura y juventud que chocan con la medianía de las edades, las vestimentas y los modos de hablar del público circundante. Enríquez-Ominami no es el candidato del pueblo, sino el de una élite estética y descontenta.
Al puesto de propaganda de Frei, que también acude al color verde, nadie se aproxima por un largo rato. Entonces me acerco yo (dicen mis enemigos que tengo cara de democratacristiano), para oír a una señora de edad media que se ha acercado al cuidador del local para quejarse de que ningún candidato se ha opuesto a las futuras centrales nucleares. Ella votará en blanco.
La del candidato Enrique van Rysselberghe es la única tienda de campaña en torno a la cual se arremolina la gente (para retirar calendarios y afiches, que los otros también regalan). La entusiasta encargada del kiosco le reconoce a una ciudadana que el hombre salió elegido concejal por ser hermano de la doctora Jacqueline van Rysselberghe, actual alcaldesa de Concepción; pero después ha ido adelante por ser él quien es, y ahora va a ser elegido diputado . . . por sus propios méritos. Es lo que yo llamaría “meritocracia protegida” (como la que llevó a Andrés Allamand al Senado). El punto es que aquí aparece el candidato a diputado, fotografiado con Sebastián Piñera, con mayor cercanía popular que los otros nombres en circulación. Lo sigue José Miguel Ortiz, quien se fotografía con la Presidenta . . . no con Eduardo Frei. Todo un símbolo del desembarco.
Con otras palabras, los gestos de la calle, recogidos al azar, apuntan en la misma dirección que las meticulosas mediciones de los encuestadores y sociólogos. Ellas dan por ganador a Sebastián Piñera. Solamente una presentación sesgada (como la de la encuesta UDP) puede transmitir una sensación de empate. No obstante, soy de los que piensan que las profecías políticas son imposibles y mentirosas, porque todo puede darse vuelta en los últimos días de un proceso. Por eso, si Piñera quiere asegurar el resultado que hasta ahora se proyecta, necesita, por lo menos, lo siguiente. Primero, reforzar su seguridad física, porque el odio antiderechista en Chile es más visceral y violento de lo que él sueña. Segundo, no continuar por la senda de alienarse a los conservadores de verdad (quizás somos solamente doscientos mil los que votaremos en blanco, o no votaremos, pero podrían ser más). Tercero, poner todos los recursos económicos y legales necesarios para detener la intervención electoral, como, por ejemplo, ofensivas pagadas en medios de comunicación, la movilización de muchos jóvenes con la camiseta puesta y los gastos cubiertos, y querellas sistemáticas contra funcionarios públicos que excedan el marco legal del juego limpio, excepto contra nuestra popular Presidenta, a la que se debe invitar con cariño a recapacitar, a cuidar su capital simbólico como madre de todos los chilenos. Se la debe convencer en privado de que, si gana Piñera, el intervencionismo no quedará impune. Cuarto, detectar y desactivar las bombas de escándalos que seguramente se preparan en su contra. Quinto, seguir mejorando su imagen y su mística, aunque sea pagando más a los expertos estetas que, sin ser humanistas cristianos, trabajan para él.
De todos modos, Marco parece un peligro real. La razón fundamental es que agrupa a la vez a muchos liberales de izquierda, que huyen de la putrefacta Concertación, y a mucha gente que viene de la derecha, pero que quiere limpiar su pasado. Son ex funcionarios del gobierno militar, jóvenes entonces, o sus hijos y sobrinos y nietos, ahora liberales, escandalizados por el conservadurismo de sus padres, y por su entusiasta adhesión a ese monstruo que les parece Pinochet. Si Frei pasa, este grupo de gente en busca de purificación política –de la corrupción concertacionista y del estigma pinochetista– se dividirá en dos, y ganará Piñera; pero, si pasa Marco, la tirria antiderechista de los concertados se dividirá menos, e irán casi todos detrás del joven hijo de Miguel Enríquez. A menos que esos viejos zorros del PDC logren convencerlos de lo que yo siempre he dicho, y ahora repito en beneficio de Sebastián Piñera: que él realmente no es de derecha.